Greta Garbo nació en Estocolmo, en un barrio obrero, en medio de una familia cuyas condiciones económicas no eran las más favorables. Desde pequeña prestó más atención a las revistas de cine que a los libros de texto, de modo que no dudó al matricularse en una escuela de teatro y comenzar de esta forma su preparación vocacional. Una noche de invierno, a sus 14 años, Greta encuentra a su padre borracho y tirado a las puertas de casa. Lo carga a la espalda y lo lleva a dormir. Para ese entonces la “Gripa Española” se había propagado como una epidemia por toda Europa, viajando hasta los dominios suecos, para alcanzar también la salud del padre de Greta. Su padre no volvería a despertar, y es así como Greta tendría que abandonar sus estudios para echarse a la espalda la economía familiar, y encargarse de los cuidados de su madre y de sus dos hermanos. Greta consigue trabajo en un almacén llamado Pub, donde pronto advirtieron de su belleza y le ofrecieron trabajara como su modelo publicitaria. Esta sería la primera experiencia de Greta frente a las cámaras, cuyos lentes acabarían convirtiéndose en sus amantes, en un amorío mutuo, y hasta la muerte. Las cámaras parecían adorarla. Fotogénica, con una gracia natural, de aspecto llamativo, quizás por su mirada de témpano, por su aura de misterio, Garbo realizaría varias campañas, y su imagen aparecería repetidas veces en los periódicos. La misma empresa de Pub le propondría grabar con ellos un cortometraje publicitario, y luego otro más. Se dice que la primera vez que tuvo la oportunidad de actuar frente a las cámaras Greta se encontraba tan asustada, que el director propuso para su personaje una actitud más calma, con desplazamientos más delicados y lentos. Era la época del cine mudo. Hacia comienzos de la década de los veinte Greta Garbo figuraría como extra en un par de películas suecas, hasta que en 1922 lograría un pequeño papel de reparto en la comedia Luffa-Petter (Pedro el Tramposo). La prometedora actriz retomó sus estudios actorales en una escuela de artes dramáticos gracias a una beca que recibió después de grabar esta película. Dos años más tarde el director finlandés Mauritz Stiller le propondría el papel protagónico para su película muda Gosta Berlings saga (La leyenda de Gosta Berlings). La película tuvo gran éxito, y Stiller sabía que en gran parte fue debido a esa encantadora jovencita que con menos de 20 años se había robado todas las miradas. La compañía Metro Golwyn-Mayer se interesó en el trabajo del director finlandés, y le propuso se trasladara a Estados Unidos para continuar con ellos su carrera cinematográfica. Conocedor de su éxito real, Stiller aceptaría siempre y cuando la protagonista de su película tuviera también un contrato actoral con la empresa. La pareja se trasladó a Hollywood, donde nadie los conocía, y especialmente a esa actriz a quien un fotógrafo le dedicó una instantánea cuando arribaron al aeropuerto, sin sospechar que unos años después aquella desconocida sería la actriz más codiciada de la industria del cine estadounidense. Un asistente de la productora recuerda el día en que vio a Garbo por primera vez: “Recuerdo el día que llegó al estudio… Por aquel entonces yo estaba en la oficina de recepción por la que entró aquella joven alta, desgarbada y huesuda. Seis meses después, cuando la volví a ver estaba totalmente cambiada. Nunca había visto una transformación igual. Era extraordinaria.” A pesar de que aquella desconocida que acompañaba a Stiller tuviera una belleza poderosa, MGM no sabía muy bien dónde ponerla o qué hacer precisamente con estas virtudes, pero sería justamente el director principal de la compañía, Irving Thalberg, quien vislumbró el potencial de Garbo, ofreciéndole el papel que la catapultaría a la fama con la película muda The torrent, basada en la novela Entre naranjos, del escritor español Blasco Ibáñez. Sin embargo, antes del rodaje Garbo tendría que someterse al arduo proceso de “americanización”, que la convertiría en una figura elegante y glamurosa: le arreglaron los dientes, le cortaron el pelo a la moda, le depilaron las cejas, la pusieron a régimen para que todavía estuviera más delgada, y la sometieron por supuesto a un intenso estudio de la lengua inglesa. Una década más tarde la revista Vanity Fair quiso exponer la transformación de la imagen de Garbo y otras actrices como Katharine Hepburn y Joan Crawford, con fotografías que revelaban un antes y un después de su llegada a Hollywood. No solamente habían cambiado su figura: se les notaba años más tarde con mucha actitud, desafiantes, modernas, mujeres altivas que habían abandonado por completo la timidez y ahora se presentaban ante el mundo como firmes, poderosas. Lo único que no conseguirían arreglar serían sus enormes pies, por lo que jamás veríamos ningún plano que nos diera cuenta de su enormidad. Fue entonces cuando Garbo estuvo preparada para darle vida a una campesina valenciana, y pese a no dar propiamente con el arquetipo de labriega ibérica, su actuación convincente y esa mirada recia, pero al tiempo cargada de misericordia, doblegarían al público y a la crítica por entero. Sus características cejas arqueadas, esa nariz respingada, su cuerpo esbelto, piel blanca, cabellos resplandecientes, movimientos gráciles, y esa su mirada, su mirada penetrante, enigmática, de todo esto se prendieron los cinéfilos cuando comenzaron a adorar a Greta Garbo, y desde ese momento su carrera sería meteórica, llegando a rodar por ese entonces más de una veintena de películas. Se destacan filmes como Love, A woman of affairs y The divine woman; pero sería en 1926 con la película Flesh and de Devil con la que Garbo finalmente se consagraría como una estrella. En la película conocería a John Gilbert, con quien no sólo compartiría el plató en varias ocasiones (convirtiéndose en una de las parejas más queridas y recordadas del cine de todos los tiempos), sino que además protagonizarían un idilio amoroso en la vida real. La química entre ambos parecía evidente, asegurando muchos que no podían ser tan buenos actores. La gente quería verlos juntos, y MGM sabía que juntarlos era ya un éxito de taquilla asegurado. Algunos críticos sugieren que sus besos son los más “sensuales” que se habían visto en el cine hasta ese momento. Es por esto que unas semanas después de conocerse ya estaban viviendo juntos en la casa de Gilbert, quien haría todo lo posible por complacer los gustos y caprichos de su coprotagonista. Gilbert construyó una cabaña de madera en medio de un bosque sembrado de pinos y junto a una cascada artificial, todo para agradar y contentar los recuerdos escandinavos de Greta. Al poco tiempo la pareja decide casarse, pero la novia dejó plantado al novio. Louis B. Mayer, cofundador de la MGM, tuvo un altercado físico con Gilbert luego de que el ejecutivo se burlara del desplante. El escándalo, contrario a encender las alarmas de la productora, que bien pudiera sentirse amenazada por el bochorno, sería aprovechado haciendo hincapié en la imagen rebelde e impredecible de su actriz más emblemática. Para ese momento, a pesar de contar apenas con 22 abriles, ya Greta Garbo se había convertido en una de las actrices más solicitadas por el público y por la industria misma. Se permitía rechazar a los más destacados directores y ser ella misma quien eligiera los guiones que más que le convenían y que quería interpretar. Todas las fábulas mediáticas que la productora había construido en torno a su imagen no serían desaprovechadas por la actriz, quien además se daba el lujo de fijar sus honorarios, convirtiéndose de esta forma en una de las actrices mejor pagadas de la industria cinematográfica. MGM se permitía pagar lo que ella demandara, ya que era considerada como “la mejor máquina de hacer dinero jamás puesta en la pantalla.” Para ese entonces el amorío que había entre ella y la cámara comenzó a tornarse en una relación obsesiva, casi enfermiza. Los lentes de los fotógrafos no daban tregua, persiguiéndola y asediándola con sus flashes dentro y fuera del plató. Con apenas tres años en la industria, la sencilla niña del barrio obrero tenía que soportar la carga de haberse convertido en una celebridad de talla internacional. Para ella bastaba con dejar el pellejo en la escena y ya esto era suficiente, y no se explicaba por qué el mundo se interesaba en conocer sus preferencias gastronómicas y sus gustos particulares: “Nací; crecí; he vivido como cualquier otra persona. ¿Por qué la gente debe hablar de mí? Todos hacemos las mismas cosas de maneras que son un poco diferentes. Vamos a la escuela, aprendemos; somos malos a veces; somos buenos otras. Encontramos trabajo y lo hacemos. Eso es todo lo que hay en la historia de vida de cualquiera, ¿no?” Esto manifestó Garbo hacia 1928 durante un reportaje para la revista Photoplay. A esa personalidad finalmente introvertida y solitaria le tenía sin interés la adulación de las masas, si a cambio tenía que poner en juego su tan apreciada intimidad. Luego de perder pues su derecho a la privacidad, el aura que la rodearía se vería afectada por su necesidad de permanecer sola, y ese su carácter melancólico y como depresivo supo ser nuevamente aprovechado por la productora. El público se veía también encantado por esa personalidad acongojada y misteriosa, y desde entonces su mito empezaría a engrandecerse. Los primeros años de la década de los treinta trajeron como avance tecnológico en el cine la aparición del ruido, la música, los sonidos. Ahora los actores y actrices podían ser escuchados, y los espectadores andaban curiosos por conocer al fin las voces de sus artistas más queridos. A diferencia de lo ocurrido con algunas divas del cine mudo, Garbo no tendría dificultad en adaptarse a los nuevos tiempos, encantando en adelante con su voz arenosa, ronca, convincente, que acabaría dándole estructura y presencia a su actuación toda. “¡Garbo habla!”, así publicitó el cine de 1930 la aparición del cine sonoro, cuando escuchamos a Greta por vez primera pronunciar las palabras: “Dame un whisky, ginger ale a un lado, y no seas tacaño.” Una línea histórica en la película Anna Christie, actuación por la cual recibiría la primera nominación al Premio Oscar como Mejor Actriz. En los próximos años compartió escena con lo más prestante del cine y fue dirigida por los más notables. Luego del rodaje de la película de 1931, Mata Hari, su compañero de escena, el actor Ramón Navarro, declararía respecto al encanto de la actriz sueca: “Es todo lo que uno podría soñar. Además de hermosa, es seductora, llena de misterio, con una lejanía que sólo los hombres comprenden, porque esa es una cualidad que usualmente sólo se encuentra en los hombres.” Más adelante películas como Anna Karenina y Camille la posesionarían en lo más alto de la cúspide del cine, la reina de la gran pantalla. “La Garbo”, así era conocida desde hacía un tiempo por la prensa, haciendo énfasis en ese apellido que ya lo decía todo por sí mismo. Luego filmaría la exitosa cinta Grand Hotel, en donde se le recordará por esa frase que parecía no ser recitada por la actriz, sino expresada por el alma trastornada de una voz sincera: “Quiero estar sola.” La cosecha de éxitos permitía a “La Garbo” no sólo cobrar lo que se le antojara, sino también de ser ella quien ponía y quitaba a sus galanes. Es por esto que se rehusó a participar de la que fuera la película más taquillera de 1933, La reina Cristina de Suecia, exigiendo que fuera John Gilbert quien la acompañara en el plató. A pesar del desplante, la pareja conservó siempre una amistad, y esta película serviría para afianzar sus vínculos, así como para darle un nuevo aire a la ya decaída carrera de Gilbert, y de consagrar a Greta Garbo con el primer plano final más emblemático del cine de todos los tiempos: el rostro imperturbable de Greta como emperatriz mientras mira a la distancia su pueblo, y que sería comparado con la expresión inmortal de la Mona Lisa o con las facciones eternas de la Esfinge de Gizeh. El director sencillamente le había pedido a la actriz que se concentrara en no pensar. Sería también a partir de esta cinta que comenzarían los rumores respecto a las inclinaciones sexuales de Greta Garbo. La catadura más bien masculina de la monarca (quien solía vestir con trajes masculinos y que no tenía reparos para declarar abiertamente su bisexualidad), no sólo sentarían bien a la personalidad semejante de la intérprete, sino que corroboraría para muchos la creencia de que Greta Garbo estaba más interesada en las mujeres. Un beso delicado a una de sus súbditas por parte de la reina interpretada por Garbo suscitaría comentarios respecto a sus gustos lésbicos, y estos irían cobrando forma toda vez que empezáramos a conocer sus relaciones más íntimas. Se dice que mantuvo una relación más allá de la amistad con actrices como Claudette Colbert, Dolores del Río y Marlene Dietrich, esta última que negaba haberla conocido hasta que en 1945 Orson Welles las presentara, siendo que ya se conocían de tiempo atrás cuando filmaron juntas una película para el cine mudo. Su apariencia andrógina, su vestido descomplicado e informal, y sin embargo sin descuidos, luciendo un sombrero o con su melena lisa expuesta ante su propio brillo, pantalones y camisas de hombre y un estilo que en todo caso le daba cierta apariencia masculina, no exenta de toda su encantadora feminidad, así era su estilo. Sin embargo su gran amor lo tuvo al lado de la escritora hispano-estadounidense Mercedes de Acosta, con quien sostuvo una larga amistad de casi tres décadas, y que se vio reflejada a través de una copiosa e insistente correspondencia por parte y parte. Los éxitos anteriores como emperatriz, noble o reina, hicieron creer a la MGM que la sola producción de este tipo de películas representaba ya de por sí un éxito de taquilla, por lo que nuevamente apostaron por una de su especie con la cinta La dama de las camelias. Durante el rodaje dos grandes amigos de Greta morirían: el productor ejecutivo que le dio su primera oportunidad en la gran pantalla, Irving Thalberg, así también como su gran amor y colega, el actor John Gilbert. Como se tenía previsto, la película fue un gran éxito a nivel internacional, y a su aclamada protagonista le significaría una nueva nominación a los premios de la Academia. Sin embargo, según parece obvio, a Greta poco le importaban los premios y galas, y prefería mantenerse alejada de celebraciones y de toda clase de festejos. La MGM continuó con su estratagema, y esta vez Garbo le daría vida a Marie Walewska, amante de Napoleón, en la película que sería curiosamente el más grande fracaso de la MGM durante esa década. Su siguiente apuesta fue hacerla reír. Greta Garbo tenía fama de ser “La mujer que no ríe”, y aunque esto no fuera cierto, ya que en todas sus películas representaba a una mujer coqueta, seductora, sonriente, para 1938 MGM publicitó la comedia Ninotchka queriendo romper con esa figura gélida, atrayendo la atención del público con el siguiente anuncio: “¡La Garbo ríe!” Su personaje, frívolo como una comprometida camarada rusa a la que representa, se desatará en algún punto de la comedia en una hilarante y repentina risotada, que quedará para el recuerdo de todos aquellos que conocían a Garbo por ese frío apelativo. Garbo había dejado de trabajar con la intensidad de antes, y se dice que durante el rodaje de esta última película ya comenzaba a mostrarse insegura por su actuación y por lo que el público y la crítica estuviera esperando de ella. Haberse distanciado del drama y dejado atrás sus ojitos tristones, sus párpados apagados y su carita de insomne para experimentar con un papel cómico y hasta ahora ajeno para ella, representó nuevamente un éxito rotundo y una nueva nominación a la codiciada estatuilla del Oscar. La crítica y el público alabaron su trabajo, y fue por eso que MGM creyó encontrar en esta transformación de “La Garbo” una nueva forma de hacer dinero. En 1941 Greta grabaría otra comedia junto al actor Melvyn Douglas, la película Two-faced woman, pero al parecer las personas no estaban interesadas en seguir viendo a Garbo en papeles cómicos y que podrían rayar con la estupidez. Para entonces Greta Garbo llevaba 16 años en la industria y había conseguido figurar en casi una treintena de películas, siendo de manera inesperada esta última, la última de todas. En 1941, y con tan solo 36 años, Greta Garbo decide dar por terminada su carrera actoral, y en buena parte terminar también su relación con el resto del mundo. No se contentaba interpretando el rol de estrella. Tal vez esa fue su mejor actuación: suponerse una diva mundial cuando a ella sólo le bastaba con actuar. Será por esa razón por lo que sus últimos años acaban puliendo todo un entorno de misterio, ya que es leyenda la clausura rigurosa a la que se sometería toda vez que se retirara del mundo del espectáculo. Su historia es la de aquella niña humilde que a fuerza de talento, dedicación y belleza, logró convertirse en una de las mujeres más famosas del mundo. El mito dice que La Garbo se encerró y que nunca volvería a salir. Lo cierto es que resulta exagerado cuando nunca se mudó de su departamento en New York, e incluso para la ciudad sería un atractivo turístico ya que muchos visitantes decían habérsela topado en la calle. La verdad es que como cualquiera, Garbo no quería estar sola, quería estar con la gente que le gustaba. Burt Reynolds nos cuenta la historia de haber compartido el transporte público con ella, pero que apenas la reconoció cuando finalmente la despidió. Greta no precisaba de una fama que desde niña la persiguió, y que no dejó de hacerlo nunca. Los paparazzis siguieron acechándola sin importar que pasara el tiempo, y pese a no reparar mayor cosa en sus cuidados estéticos, como eso de teñirse las canas y de vestir de manera desprolija, siempre solía apreciársele cubriéndose con pañolones o llevando grandes sombreros y portando enormes lentes oscuros que de alguna forma pudieran encubrir su identidad. Sin embargo no estaba oculta, no andaba escondida. Se había apartado, alejado un poco, cobrado una distancia que había anhelado siempre y que al fin conquistaba, gozando ahora de un aislamiento permeable, un cierto anonimato que tampoco fue tan severo como suele contarse. “Mi vida ha sido una travesía de escondites, puertas traseras, ascensores secretos, y todas las posibles maneras de pasar desapercibida para no ser molestada por nadie”, declaró. Pasaba su tiempo a solas o en la compañía exclusiva de aquellas personas que consideraba como sus más cercanos, y entre ellos celebridades notables como el empresario Aristóteles Onassis o el fotógrafo Cecil Beaton. No regresó nunca más a los tablados ni a los estudios de cine, se instaló hasta el día de su muerte en un lujoso departamento de la calle 52 con miras al East River y de cara al Central Park, decorado con pinturas de Renoir y Kandinsky. Se divorció de los grandes eventos y de los festejos multitudinarios, pero en varias ocasiones se le vio asistir a reuniones sociales celebradas por los Rothschild, y así mismo viajó varias veces por Europa y Suramérica, casi siempre acompañada por amigos homosexuales. Apenas en un par de ocasiones concedió unas cortas entrevistas. Se recuerda quizás la más corta que un entrevistador haya realizado en su vida, esa en la que el reportero abrió diciendo como dice cualquiera: “Yo me pregunto”, y ante lo cual la actriz daría por concluida la entrevista poniéndose de pie y sentenciando: “¿Por qué preguntarse?” En 1951 Estados Unidos le concede la nacionalidad, y tres años más tarde la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, habiéndole negado en cuatro oportunidades el premio a la Mejor Actriz, le otorgaría el Oscar Honorífico como un homenaje a su prolífica carrera. Desdeñando de la fama, La Garbo se abstuvo de recoger el premio, justificando que “no quería verle la cara a nadie”, así de simple, y entonces se lo hicieron llegar a domicilio. El público nunca dejó de interesarse en su vida y en sus pormenores, y es así como la prensa y los medios informativos no la dejarían descansar, y sin importar el paso de los años eran varios los fotógrafos que permanecían apostados a las afueras del edificio donde vivía para sacar la última imagen de la famosa actriz. En 1964 Greta protagonizará una historia de película, cuando dio fin a una aventura que sostenía con una pareja de vecinos, y en la que de repente comenzó a surgir una relación de envidias entre ambas mujeres y que de ninguna forma tendría un bonito fin. Greta y su amante pasaron la noche juntos en un hotel de París, una noche cualquiera para ella, pero que para él sería la última, luego de que su corazón se detuviera de súbito. Greta no supo esta vez cómo actuar y regresó de inmediato a New York, por lo que su hasta ahora amante, y esposa del difunto, no le perdonaría abandonar a su marido, negándole el acceso a asistir al funeral, así como la palabra misma. La viuda hizo llamar a un sacerdote para que exorcizara los lujuriosos demonios de la Garbo que aún persistían en su departamento. Las vecinas siguieron conviviendo en el mismo edificio por más de 25 años, tratando de evitar un encuentro desagradable al interior del reducido espacio de un ascensor, que las condenara a una interminable y silenciosa espera. El mundo nunca respetó pues la intimidad de La Garbo, e incluso ya entrada en años la revista People dio a conocer algunas fotografías de la avejentada actriz bañándose desnuda en la piscina. “Quiero estar sola”, había dicho años atrás uno de sus personajes, y años más tarde aclararía a los medios el significado de estas palabras en su vida: “Quise decir que me dejen en paz, lo que es diferente”. Pese a su retiro siendo todavía tan joven, la adinera estrella del cine ya había acumulado una vasta fortuna, invirtiendo en propiedades en el sector de Rodeo Drive, en Beverly Hills. Así también se habría mantenido siempre alejada del alcohol, las drogas y otros vicios que llevaron a la ruina a otras prestigiosas estrellas de la industria, y mantuvo siempre una vida frugal, llevando una dieta estricta compuesta principalmente de yogurt y frutas. Manejaba con cautela su dinero, bastante mesurada de su contabilidad, casi mezquina o tacaña. Llevaba una cuenta rigurosa de los gastos del hogar, y se desplazaba largas distancias para poder adquirir los productos a menor precio. Durante la guerra muchas de las estrellas de Hollywood hicieron generosas donaciones, mientras que ella se conformó con destinar U$ 6.000 a las tropas finlandesas, y eso como un gesto al país del que era oriundo su apreciado Mauritz Stiller. Su amigo Thalberg chistó respecto a su extrema mesura: “Tal vez deberíamos sacarla de delante de la cámara y ponerla en nuestro departamento de contabilidad.” Hacia mediados de los ochenta empezaron a verse afectados sus riñones, y para el 15 de abril de 1990 moriría debido a una neumonía. Ya no tuvo que seguir ocultándose, pero tampoco de la muerte pudo esconderse. Tenía 84 años, y al morir su única sobrina heredaría una fortuna superior a los 20 millones de dólares. Se le ha recordado por todos los medios: documentales, películas, libros. Conocida también como “La divina”, su rostro es para algunos una representación icónica y ejemplar de los cánones de la belleza, un “arquetipo del rostro humano”, como lo definió el semiólogo Roland Barthes, apreciando en ese misterio de sus facciones en su texto de 1957 titulado “El rostro de La Garbo”: “El rostro de Garbo representa ese momento inestable en que el cine extrae belleza existencial de una belleza esencial.” El American Film Institute la destaca como la quinta estrella más influyente del firmamento cinematográfico de todos los tiempos. El renombrado director italiano Federico Fellini resume su paso por la gran pantalla: “Una religión llamada cine.”
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