Era el tormento combinado con la ensoñación, era la mujer que anhela amar y ser amada, la poetisa esperanzada y desencantada a un mismo tiempo, la que quiso depositar su alma en palabras. Se la disputan dos países, y ambos la incluyen en sus antologías poéticas como uno de los máximos exponentes de su poesía. Sin embargo es sabido que nació en Cuba, en una antigua provincia española que hoy se conoce como Camagüey. Le llamaron siempre Tula como un apelativo sentimental. Su padre fue un oficial naval español que murió cuando ella tenía 9 años, y su madre una criolla de ascendencia vasca provenientes de las Islas Canarias. Tres de sus hermanos murieron cuando ella estaba muy niña, y apenas sobrevivieron ella y uno de sus hermanos. Su madre vuelve a casarse y producto de esta nueva relación nacerán otros tres hijos. Gertrudis comienza a develar su espíritu libre, sus ánimos rebeldes y esas ganas de romper con moldes y esquemas, y serán estas las razones por las que no podrá entenderse nunca con la crianza rigurosa que intentó impartirle su padrastro. A sus 13 años su abuelo materno quiere desposarla y elige para ella un adinerado pariente lejano. Sus ansias de abandonar esa pequeña locación y ese destino de mujer abnegada la llevarían a separarse de su esposo, aunque más bien se trató de una fuga. Decía que se debía principalmente a problemas de salud. Este acto de rebeldía hizo que su abuelo la excluyera de su testamento, cosa que poco le importaba a aquella adolescente que ya soñaba con conquistar todas las tierras y cuya sed solamente sería saciada bebiéndose el mar por entero. Para su suerte, unos años más tarde su padrastro le propone a la madre de Tula vender todas las pertenencias, abrirse nuevos horizontes y mudarse con sus hijos a Europa. Durante los dos meses de travesía marítima Gertrudis despertaría su vocación lírica, y seducida por la nostalgia, escribe Al partir, poema que, a la postre, habrá de convertirse en uno de sus más reconocidos, y en el cual se vislumbran los primeros trazos de un desgarramiento interno, un continuo cuestionar, un extrañar permanentemente, y que fueron sino de sus versos, acompañándola también en el interior de su alma. Al desembarcar, en el año de 1836, la familia tendrá que feriar a cualquier precio los últimos enceres y las pocas posesiones de las que disponían, y luego de pasar dieciocho días en Burdeos, se trasladan a La Coruña, España, donde permanecerán durante los próximos dos años. A sus 22 años empiezan a desfilar sus primeras composiciones poéticas. Inicia además un noviazgo con el hijo de un capitán general de Galicia, que no aceptaba que su pareja tuviera por hábito el de escribir, y menos que estuviera soñando con emprender una carrera como escritora, siendo que la mujer conservadora, esposa de un militar, debía servirle y un largo etcétera, con lo cual Tula entendería que su empresa de escribir tendría que verse sujeta a los gustos y al dominio de un mundo conquistado por los hombres. El militar no logró truncar sus deseos y, antes bien, sirvió como disparador para que, en adelante, la prolífica escritora se dedicara de lleno a escribir, y fue así como no pararía nunca. En 1839 se traslada a Andalucía. Publica sus primeros poemas en los periódicos La Aureola, de Cádiz, y El cisne, de Sevilla, todos ellos empleando un seudónimo que utilizaría varias veces a lo largo de su vida: La Peregrina. Se instala en Sevilla, y será allí donde conocerá al amor que revolcará sus sentimientos, y la llevará a experimentar los fuertes desengaños del corazón. Ignacio Cepeda no correspondía a los afectos de Gertrudis, no tenía esa entrega y esa pasión por amar que caracterizan a un poeta, y fue por ello que para La Peregrina su relación se convertiría en el principal motivo del descontento con la vida. El estado de su alma lo reconoceremos a partir de la correspondencia que durante años sostuvo con Cépeda, y que éste publicaría años después de que falleciera la poetisa. Era así como le expresaba su despecho: “Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo una y otra vez pisaste insano… Mas nunca el labio exhalará un murmullo para acusar tu proceder tirano”. Para 1840 comienza a frecuentar los círculos intelectuales y a entablar amistad con las principales figuras del arte y la literatura, y ese mismo año decide lanzarse al ruedo y estrena en Sevilla su primera obra teatral, Leoncia, obteniendo el aplauso de la crítica y del público. Un año más tarde publica su primer libro de versos poéticos, al que bautizaría simplemente Poesía, y en el cual se destaca el poema A la poesía, uno de esos memorables y por lo que hoy se le recuerda. Y ese mismo año también publicará su primera novela, Sab, considerada como el primer relato que tiene por trama principal la del contexto antiesclavista, y esto sería una década antes de que la estadounidense Harriet Beecher Stowe publicara su afamada novela, La cabaña del tío Tom. Todas estas operas primas serían compensadas con el afecto del público y el abrazo de reconocidos escritores, como es el caso de José Zorrilla. Su reputación iba en ascenso y Gertrudis no se detendría. En 1842 publica la novela Dos mujeres, donde expresa su inconformismo ante la unión en matrimonio de dos personas que se casan por alguna conveniencia distinta del amor, defendiendo el derecho al divorcio, convirtiéndose así en una voz que sirviera como la abanderada del feminismo. Por esa época comienzan las primeras controversias. Un año más tarde publicará la novela Espatolino, y en cuyo relato aprovechará para denunciar el corrompido e inútil sistema penitenciario. Todo esto iría sumándole enemigos y detractores que comenzaban a denostar de sus ideas y de su talento. En 1844, cuando el teatro parecía andar alicaído, Gertrudis levanta el vuelo y presenta su obra teatral Alfonso Munio, cuyo éxito le valió un amplio reconocimiento en el mundo de la lengua española. Ese año conoce otro nuevo despecho sentimental. Esta vez será un poeta que la ha venido persiguiendo por tratarse de una mujer reconocida y codiciada por muchos, pero que, una vez obtenido el preciado trofeo, no volverá a reparar nunca en ella. Será una trama enmarcada por los celos, el rechazo, la desconfianza y el orgullo. Él nunca aceptaría comprometerse en matrimonio, la tildaba de ególatra, frívola, libertina, y tal vez tuviera razón en todo ello. A pesar de todo Gertrudis sería siempre un ser alado. La relación acabó con una mujer embarazada y un esposo desertor. La pequeña niña nunca conocería a su padre ausente, y tampoco lograría reconocer ciertamente a la madre, ya que la bebé fallecería a los pocos meses de haber nacido. Esto llevaría a la poetisa al desconcierto existencial y al desánimo por la vida. Creyó que su arte había llegado a su fin y que ya nunca más podría volver a publicar. Destrozada, en un intento fallido por despedir de su vida a la poesía, y como si esto fuera posible, La Peregrina escribe uno de sus poemas más emblemáticos, Adiós a la lira. “¡Estrellas, cuya luz modesta y pura del mar duplica el azulado espejo! Si a compasión os mueve la amargura del intenso penar por qué me quejo, ¿cómo para aclarar mi noche oscura no tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?” Desahuciada, intenta contactar al padre ausente a través de una fallida correspondencia, pero éste siempre se negaría a ver a su hija: “Envejecida a los treinta años, siento que me cabrá la suerte de sobrevivirme a mí propia, si en un momento de absoluto fastidio no salgo de súbito de este mundo tan pequeño, tan insignificante para dar felicidad, y tan grande y tan fecundo para llenarse y verter amarguras”. Y en otra carta le escribe: “¡Vive dichoso tú! Si en algún día ves este adiós que te dirijo eterno, sabe que aún tienes en el alma mía generoso perdón, cariño tierno”. Para 1845 es condecorada con dos prestigiosos premios de poesía. Su gran renombre le impediría que renunciara a su vocación literaria, ya que el mundo de las letras seguiría necesitándola. La misma Isabel II se contaba entre sus admiradoras. En 1846 vuelve a casarse, y esta vez será la muerte la que vendría para estropear nuevamente su aventura de amor. Se trata de un hombre acaudalado, menor que ella, y con serias aficiones literarias. Su nuevo marido contrae una enfermedad incurable y en menos de un año morirá en un hospital parisino entre los brazos de Gertrudis. Cansada de los remiendos del corazón, sospechando aún el encuentro del amor, pero definitivamente hastiada de las tantas heridas, y temiéndole así al mundo mismo, la reflexiva pensadora se recluye durante un par de años en un convento. Allí redacta Manual del cristiano, además de dos elegías dedicadas a su esposo, y que constituyen una pieza fundamental de su obra poética. Su clausura duró un par de años para luego regresar con pleno impulso al escenario. Intenta en vano contactarse nuevamente con su viejo amor Ignacio Cepeda. En 1849 presenta Saúl, una de sus más destacadas composiciones teatrales, y en la que tratará de darle una representación concreta al intangible concepto de la rebeldía. Contando con la acogida de un vasto público y el visto positivo de varios y distinguidos escritores, Gertrudis presenta su candidatura para convertirse en miembro de la Real Academia Española. Entre los que conformaba el célebre círculo de eruditos figuraba Marcelino Menéndez y Pelayo, quien había aprobado desde siempre la obra literaria de Gómez de Avellaneda. Sin embargo él también se sumaría a quienes se opusieron a que una mujer hiciera parte del selecto círculo. El grupo de misóginos que para ese entonces conformaban tan prestigiosa entidad, le negaría hacerla partícipe, como también le habría sucedido por aquellos años a Concepción Arenal y unos años más tarde a Emilia Pardo Bazán y, sin declarar los verdaderos motivos de su rechazo, excluyeron así no más su postulación. No sería sino hasta pasados treinta años cuando Carmen Conde lograra ser la primera mujer en integrarse como miembro de la Real Academia Española. Pero es que lo suyo era un asunto con el amor. Los destinos inciertos del amor aún le tenían reservado para ella nuevas historias, o nuevas tragedias. Para 1856 se casa con un influyente político, quien dos años más tarde saldrá gravemente herido en una reyerta en la que se involucró tratando de defender la mancillada honra de su esposa. El evento tuvo lugar durante la presentación de la comedia Los tres amores, en la que a mitad de una escena un espectador descontento arrojó un gato al tablado. Su marido salió a confrontar al imprudente espectador y fue entonces cuando resultó con graves heridas. Ese mismo año Gertrudis se redime con otra obra que sí obtiene el beneplácito del público, Baltasar, y que es considerada como obra maestra, cumbre del teatro romántico, donde la escritora consigue reflejar el hastío vital y la melancolía de toda una época. Un año más tarde viajará junto a su convaleciente esposo a aquella isla que la vio nacer. Hacía veintitrés años que la poetisa no regresaba a los encantos caribeños que serían el bagaje mismo de sus composiciones literarias. A su bienvenida le llovieron todo tipo de honores. Fue recibida con todas las atenciones y homenajes, agasajada por un pueblo que llevaba más de dos décadas esperando por lo menos su visita. Queriendo que España no se robara los créditos de su celebridad, Tula sería proclamada por el gobierno cubano como poetisa nacional. En la isla, La Peregrina comenzó a activar de inmediato su actividad literaria. Por más de seis meses fue la directora de la revista Álbum cubano de lo bueno y lo bello, en La Habana, y aprovechará su tiempo libre para dedicarse a los cuidados de su marido, y para redactar una serie de artículos en los que se pronuncia frente a la discriminación intelectual del hombre hacia la mujer, en un compilado que titulará La mujer, y en el cual incluso se atreve a proponer que la sapiencia femenina puede alcanzar un alto grado de conciencia y conocimiento mucho mayor quizás que la de los hombres. Hablamos, como ella lo expresaría, “no ya de la igualdad de los sexos, sino de la superioridad del nuestro”. La salud de su esposo empeora, y queriendo encontrar un remedio que pudiera curarlo, la pareja regresará a Francia, y unos meses más tarde morirá en Burdeos. “Cuando las frescas galas de mi lozana juventud se lleven el veloz tiempo en sus potentes alas, serás aún mi sueño lisonjero, y veré hermoso tu favor primero. Dame que puedas entonces ¡Virgen de paz, sublime Poesía!, no transmitir en mármoles ni en bronces con rasgos tuyos la memoria mía; sólo arrullar, cantando, mis pesares, a la sombra feliz de tus altares”. Un año más tarde, en 1864, recorre New York, Londres, París y Sevilla, para instalarse al año siguiente en Madrid, y vivir allí durante los ocho años más que le quedaban de vida. Muere en 1873. “Yo como vos para admirar nacida, yo como vos para el amor creada, por admirar y amar diera mi vida, para admirar y amar no encuentro nada”. Su producción artística en el mundo de las letras se destaca en los frentes principales: la novela, el teatro y la poesía. De formación neoclásica, figura clave del movimiento romántico, Gertrudis también se destacó por ser una experta historiadora, y por esto mismo una de las portavoces de la novela hispanoamericana. Rebelada ante los convencionalismos sociales, manteniéndose en firme con sus propias convicciones y persiguiéndose a sí misma, Gertrudis es una exponente insignia y figura clave del feminismo. Por esa contundencia y determinación con la que las protagonistas de sus novelas encaraban sus avatares, tribulaciones y desventuras, por la actitud vitalista y la fuerza que le imprimía a sus personajes literarios, esta escritora será un referente y una precursora del movimiento. Sus versos conservaron siempre un encanto con sabor a Caribe, combinado con el exotismo que le producía Europa, y entreverado con un lirismo melancólico y nostálgico del que jamás se pudo desprender. Una mujer que gozaba del prestigio y la aclamación de un público, pero que en su vida privada no conseguía sobrellevar sus angustias, siendo estos pesares su obsesión y la fuente principal de su inspiración. Tal vez sin su vida tormentosa en los asuntos del amor, La Peregrina no hubiera logrado desatar a la gran poetisa que siempre llevó adentro. Atrevida, de carácter apasionado y trágico, como le corresponde al poeta, Gertrudis intentó vivir la vida como quería vivirla. En sus poemas se evidencia un alma trastornada por sus experiencias amorosas, preguntas filosóficas entorno a la religión, y un vacío existencial siempre insatisfecho, y al parecer imposibilitado para colmarse, al menos en esta vida.

Oleo sobre lienzo (117 cm x 85cm).
Museo de la Fundación Lázaro Galdiano.