Tal vez se trató de una megalómana, o al menos decir que, desde pequeña, se creyó grande. “Creo que la razón por la que soy importante es que lo sé todo”, dijo Gertrude Stein, cuando ya su nombre había cobrado un eco internacional y su cita con la historia parecía haberse cumplido. Y sin embargo creía que la historia se trataba de una eterna repetidera: “Lo relajante de la historia es que se repite… Esta es la lección que la historia enseña: repetición.” Gertrude Stein nació en Allegheny, Pensilvania, en medio de una familia burguesa, siendo su padre un acaudalado hombre de negocios y dueño de varias propiedades. Tres años tenía la pequeña Gertrude cuando la familia se muda a Viena, y tiempo después a la capital francesa, y a donde se trasladaran los acompañaba un séquito de institutrices y tutores, ofreciendo a los hijos una esmerada educación que abarcara historia, filosofía, arte, cultura general e idiomas. Para 1878 los Stein regresan a Estados Unidos, estableciéndose esta vez en California, y en donde Gertrude comenzaría a participar en la religión judía, asistiendo a la congregación hebrea en la Oakland’s Sabbath School. El dinero no sería nunca una preocupación para Stein, ya que a sus 11 años habría quedado huérfana, y la enorme fortuna sería distribuida entre sus hermanos, siendo Michel, el mayor, quien en un principio administrara y dispusiera de la riqueza de los demás. “Quiero enriquecerme, pero no quiero hacer lo que hay que hacer para enriquecerse”, diría la futura escritora, y quien bien pudo haberse dedicado a gozar de su vasta fortuna sin tener nunca que mover un dedo para ganarse la vida. Fue por esto que el mismo Michel envió a Baltimore a Gertrude y a su otra hermana, Bertha, y sería en la Radcliffe College, un anexo de la Universidad de Harvard, donde la futura escritora comenzaría sus estudios académicos superiores. Desde 1893 y durante los próximos cuatro años, Stein desarrolló una propuesta que denominó “automatismo motor normal”, en un intento por asociar de manera simultanea el habla y la escritura, con un método semejante al empleado por Virginia Woolf y su “libre fluir de la conciencia”, así como a las teorías psicológicas que se le achacan al también escritor británico, James Joyce. Pero tal vez lo más significativo de su paso por Radcliffe sería la amistad que labró con Mabel Foote Weeks, con quien mantendría a lo largo de su vida una copiosa relación por correspondencia, siendo estas misivas una huella que testimonian mucho de las experiencias y emociones que la escritora le compartió a su entrañable amiga universitaria. En el verano de 1897 Gertrude ingresa al Laboratorio de Biología Marina en Woods Hole, Massachussets, donde cursa estudios de embriología, para luego matricularse en la Escuela de Medicina Johns Hopkins, donde a pesar de persistir durante cuatro años, acabaría finalmente desertando de su carrera para por fin dedicarse a su vocación más honesta: las letras. “Un escritor siempre debe tratar de tener una filosofía y también debe tener una psicología y una filología y muchas otras cosas… Sin una filosofía y una psicología y todas estas otras cosas no es digno de ser llamado escritor”, declaraba Stein de esa manera un tanto ininteligible y que fuera característico en sus escritos. Descontenta con sus estudios de medicina, Stein prefería dar largos paseos o asistir a la ópera, y a parte de haber declarado el ámbito universitario como un recinto machista, donde la mujer no tenía su espacio, toda vez que eran los hombres quienes dominaban más allá de las aulas. “Podría comprometerme a ser un estudiante eficiente si fuera posible encontrar un profesor eficiente”, diría años más tarde refiriéndose al nuevo rumbo que daba a su vida, decidiéndose a emprender un camino como escritora profesional. Durante su estancia en la universidad, Stein conocería a Mary Bookstaver, quien fuera la pareja de una amiga suya y estudiante de medicina, Mabel Haynes, y con ambas comenzaría lo que denominó un “despertar erótico”, involucrándose en un triángulo amoroso que marcaría su manera de pensar y de ser como mujer. Hacia finales del siglo XIX llegará su primer pronunciamiento público, cuando hizo parte de una conferencia de mujeres celebrada en Baltimore, donde escandalizaría con su proclama titulada El valor de la educación universitaria para las mujeres, y en la cual señala: “La mujer de clase media promedio (mantenida por algún varón) no es considerada económicamente importante. Esta dependencia económica la llevó a convertirse en un objeto sexual… adaptándose al deseo anormal del varón, convirtiéndose en una criatura que debería haber sido primero un ser humano y luego una mujer, no en una que es mujer primero y siempre.” En 1902 acompañaría a su hermano Leo a un viaje a Londres, y luego decidirían mudarse juntos a París para llevar a cabo uno de los más ambiciosos proyectos de promulgación artística. Se trató de la renombrada y lujosa galería de arte ubicada cerca a los Jardines de Luxemburgo, una edificación de dos pisos donde se exponían las más prestigiosas pinturas de la época. La Galería Vollard, como sería conocida, contaba con una mueblería florentina, y sus paredes las decoraban las pinturas y retratos que en un principio eran iluminadas con lámparas de gas, y que antes de la Gran Guerra serían reemplazadas por un moderno sistema de iluminación. En su interior comulgaban obras de alto calibre de reconocidos artistas, como fueran las pinturas Sunflowers y Three tahitians de Gauguin; Bathers y Portrait of Mme Cézane de Cézanne; Perseus and Andromeda de Delacroix; Woman with a hat de Matisse; dos Renoir; Young girl with basket of flowers de Picasso y algún cuadro de Toulouse-Lautrec. Desde 1903 y por más de diez años la Galería Vollard sería una de las más potentes por su contenido y sus atractivas instalaciones. Para 1903 Gertrude prepara una de sus primeras obras y que daría a conocer décadas después, Things as they are (Las cosas como son), un relato en el que la mujer se rebelará ante el rol convencional que le ha sido impuesto por la sociedad, mostrando su descontento por vivir en un mundo machista y en donde no logra encontrar su verdadera identidad. Para esta época Stein comienza a vestir de manera excéntrica y desaliñada, uncorseted (sin corsé), un estilo en el que reflejaba su libertad y desparpajo y por el que muchas veces sería criticada, refiriéndose a ella como a una mujer a la que todo le importaba un “comino”. En 1904 da a conocer su obra Fernhurst, un relato supuestamente ficticio pero que deja entrever la trama amorosa que vivió años atrás junto a sus dos amantes. A sus 30 años Gertrude ya tenía muy claro a qué dedicaría el resto de su existencia, y fue así como en 1906 publica su primer éxito, Three lives, una novela inspirada en un retrato que Cézanne hizo de la esposa de éste, y cinco años más tarde daría a conocer una de sus obras más comentadas, The making of americans: la familia Hersland, un escrito hermético y de una prosa desatada, que la misma Stein comparó con los estilos propuestos años atrás por Marcel Proust en su libro En busca del tiempo perdido y en la famosa obra Ulysses, de James Joyce. En 1912 presenta Tender Buttons, y la que es según muchos su obra más reconocida, un libro corto dividido en tres partes: Alimentos, Objetos y Habitaciones, y con la peculiaridad de que el relato mismo contiene subtítulos. En esta obra experimental la autora se permite explorar el lenguaje a través del método que años antes había querido desarrollar, el “automatismo motor normal”, y luego de lo cual concluiría que “puede haber movimientos automáticos, pero no escritura automática.” En un principio la novela no tuvo éxito, en un público que no logró valorar lo que sí muchos críticos le reconocían: un estilo muy propio y que permitía recorrer no sólo el lenguaje sino también la conciencia. Pero a ella nunca le importó la crítica. Pensaba que “una obra maestra… puede ser poco grata pero nunca aburrida.” Stein reconoció que en este escrito no empleó tanto la escritura automática y que se debió más a un “exceso de conciencia.” Un año más tarde, para 1913, publicaría Word portraits, donde podemos apreciar un estilo que la misma autora define como “realista”, en el mismo sentido que el autor de Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Decía respecto al proceso creativo de su trabajo: “Yo solía tener cosas sobre la mesa, un vaso o cualquier tipo de objeto y trataba de conseguir una foto clara de ella y, por separado, en mi mente, y crear una relación entre las palabras y las cosas que se ven.” Luego comenzará a probarse en el mundo de los ensayos descriptivos, destacándose el que escribió respecto a quien sería el amor de su vida, The autobiography of Alice B. Toklas, a quien conoció en 1907 cuando Toklas arribó a la capital francesa. “Ella era una presencia dorada, quemada por el sol de la Toscana y con un brillo de oro en su cabello marrón cálido. Estaba vestida con un traje de pana marrón. Llevaba un gran broche de coral redondo y cuando hablaba, muy poco, o reía, pensaba que la voz provenía de ese broche. No se era como ninguna otra voz, profunda, completa, aterciopelada, como dos voces.” Fue así como se refirió Gertrude respecto a este primer encuentro, y que describe en un libro autobiográfico que publicaría años más tarde, convirtiéndose al instante en un best-seller, destacando los motivos de por qué se escriben las autobiografías: “Los seres humanos están interesados en dos cosas. Están interesados en la realidad e interesados en contar sobre ella.” Tres años más tarde Toklas se mudó con Gertrude y Leo, viviendo un amorío resueltamente abierto y en donde ambas mujeres no se molestaron nunca por ocultar su relación. “Cuando están solos desean estar con otros, y cuando están con otros desean estar solos. Después de todo, así son los seres humanos”, pensaba así Gertrude, y tal vez de ahí que nunca se despegó de su amante hasta el día de su muerte. Querían pasarla bien, gozar de la vida y de las comodidades que podían permitirse: “Quien dijo que el dinero no puede comprar la felicidad simplemente no sabía donde ir de compras”, comentaba. Era normal verlas manejando su Ford, al que bautizaron Auntie en honor a una tía de Gertrude, y para lo cual tomarían clases de conducción, y lo emplearían para transportar suministros médicos durante el período de guerra. También hay que destacar en la vida de Stein la figura de su amigo Pablo Picasso, a quien conocería trabajando en su taller de Les demoiselles d’Avignon, y quien acabó retratando a su amiga en más de ochenta cuadros. Gertrude dice que en cada retrato el afamado pintor español supo capturar su “esencia” como ningún otro pintor: “Estaba, y aún estoy satisfecha con mi retrato. Para mí, soy yo, y es la única representación mía en la que para mí, siempre soy yo”, relató en un libro que escribió sobre su amigo y que bautizó sencillamente con su apellido: Picasso. En 1914 los hermanos Stein rompen relaciones y Leo se muda a Settignano, cerca de Florencia, dividiendo entre los dos hermanos la prestante colección de arte, y luego de lo cual no volvieron a tener contacto, hasta ese día en el que por casualidad se encontraron en la calle, treinta años después, y apenas se saludaron por última vez en sus vidas. En adelante la casa de Gertrude pasó a convertirse en un lugar de encuentro para los principales intelectuales de la época, siendo conocido como el Salón Stein, y en donde podían encontrarse figuras de la talla de Ezra Pound, F. Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. La amistad con este último sería tan estrecha, que Hemingway le pidió a Gertrude que fuera la madrina de su hijo. Ambos escritores pertenecen a la conocida Lost Generation, y a ambos se les atribuye acuñar este término, refiriéndose a las personas que vivieron sus vidas durante el conflicto de la Gran Guerra. Se dice que el estilo de Stein permite al lector un juicio propio, ya que no será la autora quien imponga una manera de pensar, y que así mismo sentimientos como el enojo y la ansiedad están ausentes en una obra que goza enteramente de armonía. Su escritura es juguetona, fluida, cargada de asociaciones, con un empleo de la puntuación que responde más a un ritmo, generalmente escrito en un tiempo presente progresivo, y que por lo mismo permite múltiples interpretaciones. Así lo evidencia la obra que dio a conocer en 1930, Lucy church Amiably, pero su gran reconocimiento vendría luego de la publicación de Autobiography of Alice B. Toklas, donde se permite contar sus historias parisinas a través de la narrativa de su compañera de vida, Alice B. Toklas. La pareja pasaría casi una década recorriendo Estados Unidos y dictando conferencias, que generalmente se limitaban a un auditorio de quinientas personas, con un espacio al final para resolver inquietudes y leer algunos de sus textos, siendo así que sólo en los primeros seis meses Stein visitaría casi cuarenta ciudades que esperaban para conocerla. En 1934 arriba a New York después de 30 años de ausencia, y en el puerto ya la esperaba una multitud de lectores que venían para darle la bienvenida, además de la extensa corte de periodistas que al día siguiente contarían del gran suceso en las tapas de los principales diarios del país. En el Time Square, en un letrero luminoso, la presencia de la escritora se anunciaba: “Gertrude Stein ha llegado”. Seducida por la musicalidad de su lenguaje, la primera dama de Estados Unidos, Eleanor Roosevelt, se reuniría en Washington con la escritora, y así también visitaría a Charles Chaplin en su casa de Beverly Hills. Para 1934 publica una ópera conocida como Cuatro santos en tres actos, y un año después reúne su colección de charlas en un libro que titula Conferencias; y luego de tantos años de trajín decide regresar a Francia para continuar sus tareas literarias. Hacia 1940, queriendo eludir las situaciones de peligro durante la Segunda Guerra Mundial, Stein y Toklas Se mudan al este del país, a la bucólica región de Bilignin, en Rhône-Alpes, más específicamente en el barrio de Ain. Siendo ambas judías, la pareja recibió un trato especial, y esto debido no sólo a que Stein era una figura importante y además una estadounidense, sino también por la protección que la Gestapo les brindó dado su simpatía por el Régimen de Vichy. Ella no tenía que huir ni esconderse, y le bastaba con ser la figura destacada que era. Tenía claro su pragmatismo y el sentido más lógico de la vida. Decía: “Si puedes hacerlo, entonces ¿por qué hacerlo?” Le gustaba darse la buena vida y disfrutar a su antojo de los placeres que se le ofrecían: “Lo que diferencia al hombre de los animales es el dinero”, diría en alguna oportunidad. Cuando le consultaron por qué no había abandonado Francia durante el conflicto bélico, su respuesta sería: “Hubiera sido muy incómodo y yo soy muy exigente con mi comida.” Wars I have seen (Las guerras que he visto), un libro publicado luego de acabada la guerra, y que hubiera escrito antes de la rendición alemana y de la liberación de los presos confinados en los campos de concentración. Respecto a los asuntos políticos y sus apreciaciones en torno a la guerra, Stein solía ser bastante irónica y mordaz, desmedida y lenguaraz, a veces insensible, pero a un mismo tiempo mostraba una indudable inclinación hacia algunos regímenes totalitarios y su simpatía por personajes polémicos como Benito Mussolini y Joseph Stalin, a quienes se refirió diciendo que “hay demasiada paternidad sucediendo y no hay duda, los padres son deprimentes.” También apoyó públicamente al generalísimo Francisco Franco durante la Guerra Civil Española y nunca negó su amistad con el mariscal Philippe Pétain. Así mismo, en un tono sardónico que muchos no entenderían y que al resto no caería muy bien, Stein afirmaría en una entrevista para The New York Times que el líder nazi, Adolf Hitler, merecía el Premio Nobel de Paz, y pese a que acabada la guerra le viéramos en la revista Life, posando al lado de soldados estadounidenses junto al búnker del führer en Berchtesgaden. Pese a sus polémicas declaraciones, Stein nunca dejó de anhelar el siglo XVIII y de contemplarlo como el ideal de la edad de oro de la civilización, teniendo a Estados Unidos como padre ejemplar. Para 1946 publicará una serie de discursos titulado Brewsie and Willie, y un año después aparecerá The mother of us all, un libreto para ópera de tinte feminista, y que sería además una de sus últimas obras de mayor impacto. En 1950 publica Q.E.D. (Quod Erat Demonstrandum), conocida mejor como Things as they are, aquella obra que había comenzado casi cincuenta años atrás, permitiéndose relatar situaciones y anécdotas de su triángulo amoroso vivido en Baltimore durante sus años de estudiante de medicina, siendo este relato uno de los primeros escritos lésbicos de la época, descrito por ella misma como una “pasión en sus múltiples formas disfrazadas.” Pero este no sería su único escrito dedicado a tratar el tema de la homosexualidad. También dedicó un ensayo titulado Miss Furr and Miss Skeene, donde la palabra “gay” aparecerá más de cien veces para referirse por vez primera a los homosexuales. “A veces los hombres se besan”, sugiere en alguna línea de su ensayo. Stein se permitió también inmiscuirse con los relatos para niños, publicando el libro El mundo es redondo, “una historia fantástica que se deleita con el juego de palabras y el sonido mientras exploras las ideas de identidad personal e individualidad.” Así pues, el conjunto de su obra comprende novelas, cuentos, libretos, canciones, óperas, obras teatrales y poemas. De un estilo definitivamente único y peculiar, humorístico, imbricado, repetitivo o revuelto, ¿cubista? Frases de doble interpretación, o múltiple, o de ninguna manera explicable: “Acción y reacción son iguales y opuestas.” Esto puede notarse en cualquier extracto de sus libros, como es el siguiente caso: “Hay algo curioso acerca del lugar donde uno vive. Cuando se vive allí se sabe bien que es una identidad definida, una cosa que es tanto una cosa que no podría ser, jamás, cualquier otra, y luego usted vive en otro lugar y años más tarde, la dirección de que era tanto una dirección, que era como su nombre, deja de serlo y se vuelve algo en donde vivió; y luego, años después, no sabe cuál era la dirección y dice que no es un nombre más, pero no lo puede recordar. Eso es lo que hace que la identidad no sea una cosa existente, sino algo que se recuerda o no.” De igual forma su narrativa enrevesada se ve presente en muchas de sus líneas, siendo algunas de estas las más recordadas: “Escribir es escribir es escribir es escribir es escribir es escribir es escribir es escribir.” O esta otra: “Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.” Y esta otra línea que será una de sus más famosas: “No hay ahí allí.” Según Stein, estos trabajos elaborados bajo esa libre corriente de la conciencia permiten conectar con “lo excitante del ser puro.” En el hospital de Neuilly-sur-Seine, antes de ingresar a una cirugía en la que se pretendía curarla de un cáncer de estómago, y de la cual ya no volvería, Stein preguntó a Toklas: “¿Cuál es la respuesta?” A lo que la desconcertada Toklas tendría que preguntar: “¿Cuál es la pregunta?” “Si no hay pregunta… ¡Entonces, no hay respuesta!” Serían estas las últimas palabras de quien en vida se dedicaría a jugar con las palabras. “Dentro de nosotros siempre tenemos la misma edad”, dijo Gertrude, y sin embargo la suya, como la de cualquiera, llegó a su límite. Es así pues como en 1946, a sus 72 años, Gertrude Stein sería enterrada en la necrópolis más representativa de París, la Père Lachaise, donde también reposan los restos de otras figuras como Édith Piaf o Molière. Casi cincuenta años después de su muerte, la Beinecke Library de la Universidad de Yale dio a conocer más de 300 cartas que Stein le habría escrito a su amada Alice, a quien llamaba “Mr. Cuddle-Wuddle”, mientras que Alice se refería a Gertrude como “Baby Precious”. La que para muchos no pasará de ser una simple hablantinosa, de una prosa a veces incomprensible y sin sentido, y por lo que algún crítico se refirió a uno de sus libros como unas “80.000 palabras que no significan nada en absoluto”, y otro diría que su fama es un “culto a lo ininteligible”; esa pues que combinó mucho de sabia y de tonta, es, sin dudarlo, una de las pioneras de la literatura modernista, una escritora que transgredió las barreras clásicas de la narrativa del siglo XIX. “La naturaleza es algo común. La imitación es más interesante”, así lo expresó quien impuso un método singular, y quien no tuvo temor al aventurarse en un estilo tan original como rebuscado: “Un verdadero fracaso no tiene excusa. Es un fin en sí mismo.”