Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

George Sand (1804-1876)

Se vestía como un hombre para poder acceder al único lugar que le había sido negado. De un nivel intelectual superior al de cualquier terrícola, Aurore no sólo cambió su estética y su presentación, sino que además se bautizó con un nombre masculino, para que de ninguna forma se le pudiera negar el acceso al universo artístico y literario. Entre su grupo de amigos se cuentan personalidades tan destacadas como el compositor Franz Liszt, el pintor Eugène Delacroix y los escritores Víctor Hugo, Honoré de Balzac y Julio Verne. Educada en un ambiente aristocrático, Amantine Aurore Lucile Dupin alimentó su imaginación de esa vida campestre que fue su infancia, y que serviría como referente para muchos de sus escritos. Su abuela sería la principal mentora de una prolífica escritora que desde muy pequeña revelaría su destino de artista y sería fiel a cumplir con su sino poético. Sin embargo no sería sencillo despojarse de esos modelos que la sociedad de la época le tenía signados, y fue así como a la edad de los 18 se había convertido en la esposa del barón Casimir Dudevant, con quien tuvo dos hijos durante los siguientes dos años, de tal forma que Aurore parecía frustrar sus aspiraciones literarias por cumplir con el rol que la sociedad y el mundo de su época le imponían. Pero la determinación de Aurore por cumplirle a sus más sinceros designios conseguiría imponerse por sobre cualquier convencionalismo, y en 1831 abandona a su esposo para instalarse con sus dos hijos en París, y ese mismo año escribe la novela Rosa y Blanco, para la cual adopta el seudónimo inglés de un nombre masculino con cierta resonancia melodiosa, y es así como surge ese nombre con el que será mundialmente conocida y confundida con un hombre: George Sand. Pero era precisamente esto lo que buscaba: parecérseles. En adelante asumirá también el disfraz masculino como una incitación social, y se le verá frecuentando los salones de tertulias vestida con chistera y levita -prendas clásicas de los varones de aquel tiempo-, logrando ocupar ese puesto entre los hombres que le fuera negado únicamente por ser mujer. Era así como Sand conseguía moverse con libertad en los círculos intelectuales de París, rompiendo a través de su comportamiento único con esos códigos retardatarios que dominaban el momento, e instaurando una figura desafiante que no estaba dispuesta a ceder en sus intenciones de consagrarse como una escritora destacada. Quería ser una especie de Lord Byron, un dandy de su época, sin renunciar tampoco a sus vestimentas de mujer, y sobre todo a su comportamiento femenino. Mucho se ha exagerado respecto a esta curiosa transgresión de Sand, describiéndola en ocasiones como un marimacho a la que le gustaba fumar puros y comportarse con brusquedad y desparpajo, siendo que se trataba de una mujer con unos ojos especialmente lúcidos, de corta estatura y una tez morena, de actitud grácil y delicada, y que al parecer jamás se inclinó hacia tendencias lésbicas. De hecho sus amoríos con algunos hombres reconocidos de la época serían también un escándalo, como en el caso de su relación de verano con Alfred Musset, o su estrecha cercanía con Chopin, a quien invitaría a su casa durante el invierno de 1838, y al que dedicaría años más tarde su novela Un invierno en Mayorca. Gustave Flaubert y Alexandre Dumas hijo también se sumarían a su listado de amantes, pero todo parece indicar que con ambos trabó una relación de amistad en la que Sand llegó a considerarlos como a un par de hijos. De Flaubert comentaba que mientras él escribía para la posteridad, ella lo hacía para el año. Lo cierto es que siempre se mostró dadivosa con sus amantes, escandalizando a la sociedad recatada de mediados del siglo XIX con esa actitud moderna de apoyar económicamente a un hombre. Quizás fue esa su mayor condena social: que se tratara de una baronesa que trabajaba y se regodeaba de hacerlo, y por esto mismo es que fue perdiendo ciertos privilegios que le otorgaban sus títulos nobiliarios. Este personaje de la mujer rebelada que elige y se decide a seguir su destino sería la clase de mujer que abordaría en sus historias, las cuales aparecen en sus primeras novelas como heroínas joviales, pero que con el paso de los años se camuflan en la exploración de una narrativa de interés social y político. Su próximo amante, Pierre Leroux, uno de los fundadores del socialismo francés, sería la persona con la cual despertaría su interés social por las problemáticas de los más necesitados, y la implicancia de la acción política en los destinos de una sociedad. Inspirada en esta época de agitación social y política y en su relación con Leroux, escribe en 1845 El molinero de Angibaut, abriendo los caminos de lo que se conocería como la “novela social”. Interesada en exponer algunos problemas sociales, se le considera como una de las precursoras del realismo, o al menos un tránsito entre ese estilo romántico del cual tampoco se desprende, y un renovado estilo naturalista, centrado en reconocer al individuo como parte de una problemática social. Se hizo célebre y famosa en su época. Su listado prolífico de obras resalta su dedicación y compromiso con la pluma. Se destacan sus aportes en críticas literarias y un múltiple repertorio de novelas célebres: IndianaLéliaEl compañero de FranciaConsueloLos maestros soñadores, El pantano del Diablo, El hombre de nieve, La señorita de Merquem, Historia de mi vida y Correspondencia. Aurore, o George Sand, como quiera llamársele, murió en su castillo de la región de Nohant, a causa de un cáncer gástrico, a la edad de los 71 años, y en medio de ese ambiente rural que desde niña inspiró su ingenio y creatividad. Muere convencida de haber sido lo que quiso ser: ella misma. Libre, y liberadora de prejuicios, Aurore alcanzó su autorrealización, alzándose en contra de caducos convencionalismos sociales y de vetustas tradiciones que pretendían encasillarla en ese clásico papel señalado para las mujeres. Sand impuso su sello propio, hasta el punto de que hoy el mundo la recuerda más como aquella inquietante mujer que jugaba a personificar a un hombre para poder encajar en la sociedad intelectual, y no tanto como la magnífica escritora que ciertamente tuvo grandes méritos para ganarse un lugar en la historia por el aporte literario que fue el fruto de su pasión descarnada por las letras.

George Sand

 

 

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