Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Ella Fitzgerald (1917 -1996)

Su voz posee una fuerza ingenua, natural, una inocultable alegría que no era propia en el jazz hasta que llegó ella, Ella, la indiscutida reina del jazz, a la que se le reprochaba su aparente incapacidad para adoptar un contenido dramático a través de su cántico, y a pesar de que su experiencia de vida bien podría haberla encaminado hacia un estilo musical cadencioso, deprimente y melancólico, pero que finalmente no pudo imponerse al afán de cantarle a la vida, a la esperanza y al amor. Nació en Virginia, pero desde muy niña se trasladó con su madre a Nueva York. Fue abandonada por su padre, un operario de trenes, y sería su madre, lavandera de oficio, la que acarreara con la crianza de una niña alocada y díscola que crecería en los barriales de los suburbios de Harlem. A los 16 años pierde a su madre en un accidente de tránsito, y desde entonces será su tía quien se hace cargo de la adolescente que, en la clásica rebeldía de su edad, demuestra un descontento por la escuela, e incluso se ve involucrada en problemas con la policía, y varias veces será internada en un reformatorio del que siempre conseguirá escapar, pero más allá de estos percances ya comienza a revelarse en ella un interés agudo por el arte, y en particular por la música. Participaba de los coros en la escuela y en la iglesia, aprende a tocar el piano, y sigue a través de la radio la carrera musical de quienes eran sus más respetados y admirados ídolos, y con quienes años más tarde tendría la oportunidad de encontrarse sobre las tablas de los escenarios. Soñaba con ser bailarina de claqué, pero al parecer el destino le tenía reservado un papel principal en el campo de la interpretación vocal. Fue así como deslumbró a sus 17 años ganando un concurso para amateurs en el Harlem Apollo Theater de Nueva York. Desde allí empezaría a participar en múltiples bandas con diferentes estilos, hasta que el afamado percursionista, Chick Webb, repararía en ella y la invitaría a hacer parte de su renombrada orquesta. Muy pronto se convertiría no sólo en la estrella principal del show, en la voz principal, sino que además se involucrarían en una relación sentimental. Su voz parecía aún virgen, y Webb le reclamaba su falta de estilo propio y cierta torpeza que no lograba evitar durante sus actuaciones. Pero era tal vez este estilo cándido y desprovisto de glamur lo que tanto interesó al público. No se trataba de una mujer fatal frente al micrófono, y sin embargo la sensualidad de su voz evocaba el cántico de una irresistible sirena. No contaba con la voluptuosidad femenina que pareciera ser una condición de la mujer figura del escenario, pero una vez frente al auditorio Ella se transformaba en un ser con un aura imposible de ignorar, y su voz entre tímida e infantil terminaba por hipnotizar a cualquiera que tuviera la dicha de verla y escucharla. La crítica ya empezaba a augurar en esta mujer a “la mejor de todos los tiempos”. Para 1937 la banda tenía el distintivo propio de contar con la prometedora Ella Fitzgerald, con éxitos como If you can’t sing it y You’ll have to swing it. En sus comienzos era reconocida por interpretar pop, swing y baladas con gran versatilidad, pero aún le faltaba enseñar al mundo el gran talento que tenía para jugar con la banda en vivo improvisando las más alocadas acrobacias vocales y ofreciéndole a la música los sonidos más alegres y nunca antes escuchados. A esta técnica de improvisar vocalmente se le conoce como scat, y será la técnica de la que Ella se apropiará como un distintivo peculiar, interpretando canciones siempre únicas y originales, y estableciendo como una especie de diálogo o discusión entre la banda y su voz, entre el piano y sus aullidos, entre la trompeta y sus gritos, una fascinante mezcla de instrumentos alegándole al instrumento más versátil: la inconfundible voz de Ella Fitzgerald. Un año después muere Webb pero la banda continúa en firme, esta vez con el renovado nombre de Ella Fitzgerald and Her Famous Orchestra, pero un año más tarde Ella daría inicio a su carrera como solista, grabando su primer albúm titulado My Wubba Dolly. Empieza a destacarse por la calidez e intensidad de su vocalización, y por ese distintivo propio de improvisar con su voz, anunciando a mediados de los cuarenta el surgimiento del bop. De aquella época se recuerdan canciones como Lady be good, How high the moon y Flying home, canciones que se popularizaron luego de que realizara una gira por todo el país, y que la consagrarían definitivamente como una de las primeras voces del jazz. La indiscutible reina del jazz sería apodada y conocida como “La Primera Dama de la Canción”, y en adelante jamás decepcionaría a la música, convirtiendo cada una de sus interpretaciones en verdaderas obras maestras y consagrando al jazz como uno de los más grandes aportes musicales que los Estados Unidos tenía para ofrecerle al mundo. Su carrera alcanzaría un éxito descomunal, particpando en festivales y espectáculos con los más reconocidos ídoslos de la música popular, como el caso de su ídolo de infancia, Louis Armstrong, con quien grabaría el memorable álbum Ella y Louis, y personalidades de la talla de Cole Porter y Duke Ellington, con quienes actuaría en el prestigioso Carnegie Hall de New York. Recorerrería Asia y Europa ofreciendo numerosos recitales y concediendo entrevistas para la televisión, sería la invitada protagónica de galas y celebraciones, participaría de giras y conciertos, colaboraría con bandas y orquestas. Ella llegaba a mediados de los años sesenta con un repertorio de más de doscientas cincuenta canciones que la consagraban como una de las mejores compositoras del siglo XX y convirtiéndola en el referente maestro de la música melódica popular. Sin embargo su trayecto no estaría exento de los obstáculos interpuestos por el racismo. Uno de las anécdotas más sonadas, fue la discriminación que sufriría cuando el club Mocambo, uno de los más concurridos de Hollywood, se negó a contar con la participación de Ella puesto que tenían como política el veto de los intérpretes afroamericanos. Tendría que ser la mismísima Marilyn Monroe quien se encargara de recomendarla, declarándose una fanática de su música y comprometiéndose a asistir cada vez que actuara en el afamado club. A los 30 años se casa con el bajista Ray Brown, con quien permanecería casada durante y seis años y con quien adoptaría a un niño. En 1955 la industria del cine se interesa en ella, haciendo una memorable aparición en la película Pete Kelly’s Blues, y un año después participaría en los famosos Song Books de los grandes compositores estadounidenses de música popular. Se recuerdan éxitos como Every time we say goodbye y A tisket a tasket.En 1960 da un concierto en Berlín en el mismo lugar donde Hitler había condenado a través de su discurso a Kurt Weill y Bertolt Brecht, y aprovecha la oportunidad para rendirle un homenaje a estos intelectuales dedicándoles el concierto como un acto simbólico, gesto que acentuaría aún más su admiración y respeto en todo el mundo. A mediados de los años setenta se presenta en Brodway y en Las Vegas, siempre acompañada por los más célebres músicos e intérpretes del momento. Pero también las divas son víctimas de los padecimientos y dolencias físicas, y fueron las enfermedades las que tuvieron que obligar a Ella a alejarse de los escenarios. En 1985 intenta recobrar sus fuerzas para ofrecer una de sus últimas grandes apariciones en el Carnegie Hall, pero ese mismo año tuvo que ser hospitalizada por problemas respiratorios, y un año después volvería a ser internada por una insuficiencia cardiaca. Al año siguiente se le practicaría una operación a corazón abierto, y a sus casi 70 años regresaría a los tablados para seguir dándole música y canto al mundo, pero el agotamiento la sentenciaría finalmente a gozar de un merecido descanso. Debido a la diabetes ambas piernas le fueron amputadas por debajo de la rodilla en 1993, y su visión también se iría afectando con el paso paulatino de los años y el deterioro que le provocaba esta enfermedad. Pasó sus últimos años en el patio trasero de su mansión en Beverly Hills, acompañada de su hijo y su pequeña nieta, Alice, y ya en su vejez declaró: “Sólo quiero oler el aire, escuchar a los pájaros y escuchar reír a Alice…” Parecía satisfecha de haber vivido la vida que vivió. Se dice que en sus últimos momentos, a sus 79 años, Ella le miraría los ojos a la muerte y sonreiría, pronunciando unas palabras que serían el testimonio de una despedida triunfal: “Estoy lista para irme ahora”. Le llovieron los premios, las medallas y los honores. Ganó catorce premios Grammy, incluyendo el Grammy que se le confirió por su prolífica carrera y su larga trayectoria artística. La universidad de Harvard le otorgó un doctorado honorario en música, y fue galardonada con la Medalla Nacional de las Artes y la Medalla Presidencial de la Libertad de Estados Unidos. Junto a Billie Holiday y Sara Vaughan, Ella Fitzgerald contagió con el estilo musical del jazz, consiguiendo vender más de veinticinco millones de discos a lo largo de medio siglo de carrera. Su voz cristalina y milagrosa, como la llamaría el mismísimo Frank Sinatra, nos dejaría un legado de canciones que siguen inspirando a los nuevos intérpretes, y que exploran otros estilos musicales en los que Fitzgerald también se destacó: bepop, blues, góspel, rhythm and blues, bossa-nova, samba, calypso y hasta canciones navideñas.

Ella Fitzgerald

 

 

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