Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Fanny Osbourne (1840-1914)

Fanny Van de Grift nació en Indianápolis en una familia de clase obrera, y poco se conoce de su niñez. Se le describe como a una mujer que apenas alcanzaba el metro y medio de altura, de tez morena, pelo negro y ondulado. A los 17 años contrae matrimonio con el abogado y teniente Samuel Osbourne, un aventurero que tras su regreso de la Guerra de Secesión, se decidió a conquistar las colinas de Nevada para emprender una empresa de extracción de plata. Fanny tuvo que comenzar un larguísimo viaje que incluía atravesar el istmo de Panamá, para finalmente mudarse a este territorio árido y hostil en compañía de su hija Belle, e instaurarse en una comunidad intimidante que sumaba más de cuatro mil hombres y apenas medio centenar de mujeres. Sin embargo nada esto conseguiría amedrentar a la impetuosa Fanny, quien destacaba entre el grupo de damas por ser diestra en el juego de naipes, fumar a la par de los varones liando ella misma sus propios cigarros, además de ser temible en el manejo de armas y la leyenda dice que podía acertar a la cabeza de una serpiente que se encontrara a una distancia de diez metros. Siempre portaba al cinto una pistola con la que solía inspirar respeto entre la comunidad. Pese a esto, Samuel no parecía respetar mucho a su familia, y era conocido por despilfarrar el poco dinero que le generaba su infructuosa empresa minera, andando por lo bares y rodeándose de amantes. En 1866 Virginia decide abandonar a su esposo y mudarse a San Francisco. Samuel se perdió en las montañas y corrió el rumor de que había sido devorado por un oso; sin embargo para 1868 reaparecería de nuevo para reunirse con Fanny, con quien tendría entonces un segundo hijo. Pese a esta segunda oportunidad, el mujeriego de Samuel no contuvo sus tendencias libertinas, por lo que Fanny decide mudarse con sus hijos a su ciudad natal, Indianápolis. Una vez más, al año siguiente, Samuel perseguiría a su esposa y sus hijos, y tras una prometedora reconciliación, la pareja se establecería en Oakland, donde nacería Hervey, el tercero de sus hijos. Fanny se animó a recomponer su matrimonio, y empezó por darle vida a su nuevo hogar, entregándose a labores de jardinería y a fabricar los muebles de la casa, además de instruirse en los momentos de ocio y dedicar algunas horas a la pintura. Pese a estos esfuerzos, Samuel persistió en sus felonías, y otra vez será ella quien tenga que huir, esta vez con tres hijos, y luego de permanecer unos meses en San Francisco se decidirá por a migrar a Europa. Para ese entonces su hija Belle ya era una señorita que andaba interesada por el arte, siendo así que, una vez radicadas en París, Virginia y su hija se matricularían en la Académie Julian para iniciar sus estudios de pintura. A la madre le quedó imposible cubrir los gastos de ambas y contar con el tiempo disponible para asistir a sus clases, por lo que tuvo que abandonar su naciente carrera de pintora y concentrarse de lleno en sacar adelante a su familia. Al parecer vivían en un estado miserable, y debido a estas condiciones de penuria y a la enfermedad de la tuberculosis, su hijo Hervey moriría en el año de 1876. Ese mismo año Virginia se encontraba pintando la rivera de un paisaje parisiense, cuando se le acercó un hombre a cuestionarla por qué no se incluía también ella en su pintura, siendo que era tan hermosa. Se trataba del hijo único de una acaudalada familia escocesa, que pese a contar con dinero, le habían desamparado por tratarse de esa oveja descarriada con ensoñaciones poéticas. Se trataba del futuro gran autor de La isla del tesoro, el escritor Robert Louis Stevenson, quien para ese entonces contaba con 25 años, once años menos que Fanny. Un tipo más bien raro, de contextura delgada, por no decir que se trataba de un famélico que apenas pesaba 50 kilos, achacoso y con apariencia avejentada, un niñato llorón y caprichoso, enfermo de reumatismo, hemorragias, fiebres gástricas, inicios de ceguera, ataques de nervios y alucinaciones auditivas. El promontorio indiscutible capaz de disuadir a cualquier mujer, y sin embargo de un carácter prometedor, como un destello incipiente de genio. Luego de mucho insistir, un año después de haberla conocido, Robert lograría acceder a su musa, y durante un breve período la pareja mantuvo una relación de la que el escritor se quedaría verdaderamente prendado. El escritor se sentía inspirado por una mujer que lo motivaba a no declinar en su búsqueda de historias y personajes y no cesar en su actividad de escribir. Lo alentó para que no dejara de soñar. Sin embargo la musa se apartaría de su lado, decidiéndose a regresar a California, donde Robert prometió arribar para reunirse definitivamente con ella. A Fanny esta relación le parecía una locura, un hombre mucho menor que ella, en pésimas condiciones de salud, así como económicas, por lo que no prestaría mucha atención a quien consideraba como a un amigo con quien había vivido una hermosa aventura parisina. Pero no había sido así para el alma del poeta. Robert había sentido el despertar del amor, y tanto fue así, que por aquella época redactaría un libelo al que tituló Del nacimiento del amor, y en adelante se propondría escribir artículos y notas para periódicos con el afán de reunir el dinero que lo llevara hasta donde su amada. Sus padres, así como sus amigos, se negaban a que el enfermizo poeta se adentrara en una odisea de tal magnitud, pese a lo cual Stevenson se embarcó en una travesía de doce días en barco y once días en tren, para llegar finalmente con 8 kilos menos de peso y enfermo de sarna a la ciudad de Monterrey, donde entonces se encontraba su anhelada musa. Fanny se estaba aún indecisa de si debía regresar con su marido Samuel, quien por aquel entonces andaba otra vez insistiéndole para que reanudaran su relación. Robert le juró que la esperaría. Durante este tiempo, el escritor decía ser visitado por unos duendecillos que solían dictar muchos de los cuentos que escribió por aquella época, en la que el descuido y la falta de dinero lo llevarían casi al borde de la muerte. Debido a la inanición, algún día se le encontró delirando en medio del desierto, y en otra ocasión sería el casero del cuarto que arrendaba quien tuvo que abrir la puerta luego de no haberlo visto durante cuatro días, para encontrar a un hombre moribundo que estaba al límite por la falta de alimento. Pesaba entonces alrededor de 40 kilos; era un cuerpo frágil y sin vida al que únicamente le quedaba seguir esperando. Para su fortuna, la vida regresó a él cuando su musa se inclinó por el poeta, y en 1880 la pareja contrajo nupcias en la ciudad de San Francisco. El estado de Stevenson era tan convaleciente, que uno de los asistentes a la boda tuvo el atrevimiento de obsequiarles un féretro. Exhortado por su musa, la pareja se traslada a Gran Bretaña, donde Fanny recurrirá a la familia de los Stevenson en procura de reconciliar padre e hijo, y que pudieran asistirlos en su precariedad económica. Luego de conseguir algún apoyo por parte de la familia Stevenson, la pareja se muda a las montañas neoyorquinas en busca de un mejor clima para la salud del escritor. Los cuidados de Fanny son estrictos. Lo asiste en todas sus labores y lo anima para que siga escribiendo. Recoge sangre de vaca de los mataderos para dársela de beber a su esposo y controla la entrada de cualquier visita para que nada lo afecte. Es así como el escritor encontrará la motivación y los bríos, e iluminado por su musa acabará escribiendo la obra que le dio un reconocimiento internacional, y que terminó por consagrarlo como uno de los escritores más afamados de su tiempo, nos referimos al mítico relato de Doctor Jekyll and Mr. Hyde. La obra fue reescrita, toda vez que Stevenson se enojara con la crítica que Fanny hizo de su primera redacción, al sugerir que tendría que auscultar aún más en la dualidad del personaje para otorgarle así una mayor profundidad alegórica. Pese a la desilusión y el descontento, el escritor no desacataría los consejos de la musa, y terminaría por reescribir el relato que hoy todos conocemos. En 1888 emprendieron un viaje por los mares del sur, navegando en una goleta que alquilaron y con la cual atravesaron los remotos archipiélagos del continente oceánico. El calor tropical y su consagración como escritor servirían para que Stevenson mostrara una notable mejoría, por lo que la pareja decidió asentarse en la isla de Samoa, donde compraron 130 hectáreas de selva para establecer allí su nuevo hogar. La hacendosa de Fanny desyerbó los pastizales, construyó una canalización que llevara el agua de la montaña hasta su casa, y surtió el amueblado con repisas y estantes que ella misma fabricaba. Por esa época Fanny tendría que soportar el mal humor de su marido, quien en una ocasión le llamó “ignorante campesina”, lo que sumió a la musa en una terrible depresión. Dejó de comer, dejó de moverse, dejó de hablar. Finalmente la pareja volvería a contentarse, y en adelante ambos se empeñarían en asistir de cualquier forma a los habitantes de la comunidad isleña, apoyándolos en sus luchas independentistas contra el Imperio Británico. Como un gesto de agradecimiento, los samoanos labraron un camino que trazaba una unión entre la morada de los Stevenson y el centro del pueblo, y al que llamaron la Ruta de la Gratitud. En 1894, a sus 44 años, Robert Louis Stevenson ya no puede aguantar más su permanencia en este mundo, y muere al emitir un aterrador aullido mientras se encontraba escribiendo. Sus restos fueron depositados en lo alto de una montaña a la que lograron acceder luego de limpiar los caminos vírgenes, y en su lápida los samoanos grabaron en su lengua una frase que traduce: “El que cuenta historias”. Fanny todavía viviría veinte años más, y en 1914 moriría en Santa Bárbara, y sus cenizas serían trasladas a lo alto de aquella montaña. Un prestante escritor de la época diría durante su entierro que Fanny Osbourne fue “la única mujer en el mundo por la que vale la pena morir”. En su lápida, al lado del poeta, la musa le acompaña con un epígrafe en lengua nativa que dice Aelele (Nube Voladora).

FANNY OSBOURNE

 

 

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