Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Eva María Duarte de Perón (1919-1952)

Evita, madre de los descamisados, la que amparaba a toda suerte de desfavorecidos, la compinche de los obreros, la protectora de los indígenas, la compañera de los homosexuales, Evita amiga de los “grasitas” -como cálidamente se refería a los desposeídos-, Evita, la que eligió ese nombre para que no se le estuviera llamando simplemente la mujer del presidente, Evita, “Jefa Espiritual de la Nación”, y cuyo símbolo llegó a constituir una presencia tan grande, que la misma iglesia se molestó cuando tantas familias la adoraban en los altares a la par misma de la santísima virgen María. Su origen no deja de ser incierto, pues tal parece que ella misma falsificaría su acta de nacimiento, con el ánimo de ocultar su condición de “hija ilegítima”. Desde pequeña mostró inclinación por las artes escénicas, manifestando un interés particular por declamar poesías. Cantaba, actuaba, hacía malabares, y fue así como su inquietud por el mundo del espectáculo la llevaría a trasladarse de su pequeño pueblo a la prometedora ciudad de Buenos Aires. Con el sueño de convertirse en actriz, Eva se incorporó a varios movimientos teatrales con los recorrería por todo lo ancho y largo del llano territorio argentino. Trabaja como modelo, locutora y actriz radial, pero será a través de su poesía como conseguiría seducir y conquistar al general Perón. La historia sucede en medio de un llamado humanitario convocado por Perón, con el cual pretendía recoger fondos que fueran destinados a servir en la reconstrucción de unas provincias afectadas por un reciente terremoto. El general la vio recitar un poema y quedó absolutamente embelesado de su vivacidad y belleza. Él mismo describe su encuentro con Evita, declarando que tuvo que haber sido un temblor de tierra lo que lo llevara a conocer a la mujer que el destino le tenía reservado. En su primer encuentro Perón se refirió a ella de esta manera: “… una joven dama de aspecto frágil, pero de voz resuelta, con los cabellos rubios y largos cayéndoles a la espalda, los ojos encendidos como por la fiebre”. En 1944 y de 48 años, el general le duplicaba la edad a su futura esposa, pero esta diferencia de tiempo no impidió que a los pocos meses de conocerse estuvieran ya conviviendo juntos, y que un año después oficializaran públicamente su casamiento. Eran épocas de grandes transformaciones. El sector agrícola se volcaba a la naciente industria que cada vez atraía a más personas a migrar al cono urbano de la capital argentina. En adelante Evita no pararía de acompañar a su marido en sus avatares y tribulaciones políticas. Lideraba campañas y proyectos de toda índole. Inquieta, desafiante, incansable, la madre de los desfavorecidos impulsó todas las iniciativas que pudieran favorecer a su pueblo: masificó los controles médicos y creó hospitales, orfanatos, asilos, escuelas, centros culturales y deportivos, además de impulsar ampliamente la oferta turística. Urbanizó amplios sectores ofreciendo a los marginados la oportunidad de tener un hogar propio. En 1947 realizó una gira de casi dos meses por Europa, en la que recolectó fondos y ayudas voluntarias para darle vida a sus propios proyectos sociales. A pesar de haberle criticado al Generalísimo Francisco Franco el descuido de un gran galpón en el que bien pudieran dormir decenas de niños, o de cuestionarlo por el encarcelamiento de algunos presos políticos, al máximo mandatario español no le quedaría más de otra que recibirla a regañadientes, e incluso la condecoraría con la más grande distinción otorgada por su gobierno. Durante la misma gira se reuniría con el Papa Pío XII, quien le regalaría un rosario de oro y la medalla pontificia que sostendría entre sus manos al momento de morir. Evita mantuvo siempre un trato directo y honesto con los trabajadores y sindicatos, su discurso cariñoso y comprensivo la llevaron a postularse líder de un pueblo que la quería como a su presidenta, su reina, su madre, su diosa. Manifestaba así su inconformismo con un sistema que no brindaba igualdad para todos: “Desde que yo me acuerdo cada injusticia me hace doler el alma como si me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente”. A través de su fundación persistió hasta su muerte en favor de la lucha por la igualdad de derechos civiles y políticos para las mujeres, apelando a iniciativas progresistas como justificar en un valor económico los trabajos de la mujer respecto a la manutención del hogar y los deberes de crianza, además de impulsar los proyectos de ley que a la larga conseguirían aprobar la patria potestad compartida. Abogó por las mujeres trabajadoras y la igualdad de sus derechos, pero su máxima lucha humana en favor de su género sería abanderar la conquista del sufragio femenino. Ella misma lo anunciaría a su pueblo en el discurso conocido como “Mujeres de mi Patria”: “Este siglo no pasará a la historia con el nombre del siglo de la desintegración atómica, sino con otro nombre mucho más significativo: Siglo del feminismo victorioso”. Un cáncer de cuello uterino la consumió en poco tiempo. El último año de vida había perdido casi diez kilos, presentaba continuos desmayos y su salud se descomponía precipitadamente. Desde la cama de un hospital, Evita, a dos meses de morir, goza de su conquista y ejerce por primera y ya última vez su derecho a votar. Tenía 33 años. A su funeral, que se prolongó durante varios días, asistió un conglomerado de unas tres millones de personas. Todas las flores le llovieron de los corazones de un pueblo. Luego el destino de sus restos han sido historia suficiente para contar otra novela inverosímil. Enemigos del peronismo la secuestraron y la mantuvieron oculta durante casi dieciséis años. Profanaron su cuerpo orinándolo, y luego lo abandonaron a su propia suerte en carros que movilizaban por toda la ciudad. Lo tuvieron oculto en un teatro, donde cada mañana una niña la pintoreteaba creyéndola una muñequita. El mito sugiere que todo aquel que entró en contacto con su cadáver murió al poco tiempo en circunstancias trágicas e incomprensibles. Su cuerpo embalsamado viajó en barco hacia Génova, haciéndolo pasar por los restos de otra mujer que sería repatriada a Europa. Se decía que la habían enterrado en algún lugar de Bélgica, o que tal vez en Alemania, y finalmente se descubrió que estaba sepultada en el cementerio de Milán. Al final de un largo peregrinar su cuerpo -al que le quedó faltando un dedo- fue trasladado al cementerio de Recoleta, en la ciudad de Buenos Aires. Su imagen es recordada en los billetes y en cantidad de monumentos y emblemas por todo el mundo. Su historia ha inspirado obras teatrales, películas, cuentos, novelas, pinturas, canciones y poemas, y todo lo mítico que encarna su vida y sus conquistas. Evita sigue presente en el corazón de un pueblo.

Eva Duarte

Comentarios