Soñó una vida, soñó su vida. Se retrajo del afuera para gozar de su propio mundo e imaginar que vivía estrellas, mares, amores, huertos; vivió soñando y dejando constancia a través de sus palabras, porque en efecto vivía viajando a pesar de que casi nunca abandonaba su cuarto. Sin embargo no sería así siempre. Emily Dickinson nació en una familia acaudalada que la favoreció respecto a los destinos que regularmente se le asignaban a las mujeres, valiéndose de sirvientes y empleados que resolvían sus menesteres domésticos, y permitiendo que Emily se interesara con libertad en su formación artística e intelectual, para lo cual gozó del apoyo incondicional de sus padres. Era una extrañeza el que una familia se decidiera a educar a sus hijas al mismo nivel de los varones, y más todavía cuando se trataba de una cultura de protestantes que tenían prohibido a las mujeres involucrarse con la danza, el teatro, la música, la ciencia… Por aquella época recién se habilitaban algunas academias para que las mujeres pudieran acceder a la educación formal, siendo Emily una de las primeras en matricularse, y mostrando desde muy temprana edad su ávido deseo por conocer e investigar. Se interesó en la astronomía, la química y las ciencias naturales, desarrollando una pasión por la jardinería, que sabría cultivar durante todo el resto de su vida. No se la llevaba muy bien con los números, porque podía contarlo todo con palabras. Fue así como antes que consagrarse a una vida religiosa, Emily prefirió quedarse en casa, cultivar su jardín y su poesía, y mezclarse cada vez menos con los placeres, obligaciones y demás propósitos sociales. No se le conoció pareja. La mayoría de sus relaciones de amistad fue mantenida en el tiempo a través de misivas, sin que llegara incluso a conocerlos en persona. A pesar de esto, entre sus poemas hay centenares que están dedicados o inspirados en lo que definitivamente se trata de un amor o un amorío, correspondido o platónico, pero en todo caso un sentimiento pasional y tierno por un ser amado o deseado. Esta persona podría tratarse de Susan, la esposa de su hermano mayor, con quien Emily compartió durante sus años estudiantiles, y quien a parte era su vecina y una de las pocas personas que conseguían penetrar en el círculo íntimo de la retraída poetiza. El conocimiento literario de Emily estuvo alumbrado por muchos de sus amigos que solían enterarla de quiénes componían el pasado, y ese presente del que sin saberlo ella estaba siendo una fuerte y protagónica portavoz de la palabra inglesa. Estuvo así influenciada por Nathaniel Hawthorne, Ralph Waldo Emerson, Mark Twain, Washington Irving, Edgard Allan Poe, George Sand, John Keats, Charles Dickens, William Wordsworth, Lord Byron y las hermanas Brontë, así como por el humor sarcástico y negro estadounidense, reflejado en los textos publicados por los periódicos de la época, además de la Biblia y la obra completa de Shakespeare. Estas lecturas nutrieron la forma y el contenido que Emily Dickinson imprimiría en su poesía inimitable, definitivamente personal, original en todo momento. “Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”, es así como explicaba su oficio de tejer palabras para lograr levantarle a alguno la tapa del cráneo. Solía emplear líneas cortas, rimas imperfectas y una puntuación rebelde a las normas de la gramática convencional; jugaba con el lenguaje y le otorgaba un ritmo propio, lo desafiaba para manipularlo a su antojo y conveniencia, y garabateaba sentimientos y filosofías en las esquinas de los periódicos en donde eran comunes las reflexiones respecto a la muerte, la inmortalidad o las abejas. En esa relación con el tiempo no fechaba ni titulaba sus poemas, no corregía ni editaba. Escribía por ahí, sin seguir un orden muy específico, desperdigando versos y abandonándolos a su propia deriva, método que ha impedido a los historiadores reconocer muy bien el orden cronológico de sus escritos, con lo cual también podrían rastrearse otros aspectos de su vida, y de igual forma sucede con el conjunto mismo de su obra, en donde ha resultado complejo definir cuándo termina un verso y cuándo comienza otro, así como identificar si se tratan de un mismo poema o si corresponden a diferentes escritos y momentos. Emily conoció el mundo por medio de lo que imaginaba, prefirió soñar y soñarse antes que salir a vivirlo en carne propia. Vivió para la poesía y quién le niega su aventura. Pero también se negaría a dejarse conocer y a revelar su mundo íntimo. Si bien mantenía una relación cordial con el entorno social del pueblo en el que nació y creció, la introspectiva alma de Emily se iría arrinconando paulatinamente hacia ese claustro en el que se transformaría su propio cuarto. Se dedicó al transcurrir de una vida plácida y austera, y en ese discurrir bajo el resguardo de un hogar y los cariños de su amada hermana Vinnie, Emily acabaría condenándose desde los treinta años a un encierro voluntario que sobrellevaría durante los siguientes veinticinco años que le restaban de vida. Excéntrica, comenzó a vestir de blanco, a no saludar a los invitados, y a permanecer durante días recluida en su alcoba. Desarrolló así una especie de animadversión o fobia hacia la gente, siendo su hermana la única que lograra cruzar el cerco y hacerle compañía. Pocos le vieron los últimos quince años de su vida, en los que escasamente abandonaría su habitación para pasearse por los jardines, dando la posibilidad a que algún despistado pasara inadvertido por allí y contemplara la presencia fantasmal de la hija de los Dickinson, cuyas historias ya inspiraban la leyenda de una poetiza condenada o que muchos creían muerta hacía años. A veces aparecía agazapada en las reuniones que se celebraban en su casa, escondida entre las sombras de las escaleras, y susurraba algún comentario para luego marcharse sin decir más. Experta en el silencio y la soledad, los últimos tres años de su vida no salió del dormitorio ni habló con nadie. Al final de sus días quedó ciega, sumergiéndose finalmente en esa penumbra que tanto anhelaría. Pero su obra no perecería en el anonimato, y sus escritos no quedarían en esa oscuridad, ya que al morir sería su hermana Vinnie quien descubriera y salvara para la posteridad los más de cuarenta volúmenes de escritos mal encuadernados, y en los que se rescatan los casi dos mil poemas que Emily había escrito durante su largo cautiverio, y que hoy constituyen una de las más ilustres obras de la literatura inglesa. Muchos otros escritos han sido rescatados también de las misivas que envió a varios de sus amigos por correspondencia. Emily ha inspirado decenas de poemas, pinturas, obras de teatro, novelas y películas. Una mujer que escribió para ella, escribió porque a través de sus palabras encontró todo los sentires y la vida en todas partes. Emily eligió la sombra, pero para fortuna nuestra su trabajo no quedó en ese olvidó en el que han muerto tantas otras historias semejantes.
Los editores de los blogs son los únicos responsables por las opiniones, contenidos, y en general por todas las entradas de información que deposite en el mismo. Elespectador.com no se hará responsable de ninguna acción legal producto de un mal uso de los espacios ofrecidos. Si considera que el editor de un blog está poniendo un contenido que represente un abuso, contáctenos.