Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Emilia Pardo Bazán (1851-1921)

Hija de un reconocido conde español y de una madre proveniente de la alta alcurnia, Emilia corrió con la suerte de pocas, al contar con unos padres que se esmeraron por la educación integral de su hija, sin que importara que su condición de mujer le negara el acceso a muchos campos del saber y del conocimiento. El conde era un defensor convencido de los derechos de la mujer, y por esto quiso que Emilia recibiera la misma educación que habría tenido si se tratara de un varón, incentivando en ella el gusto por la lectura y despertando sus ansias de investigar y descubrir. A los 9 años ya empezaba a recorrer el interior de los libros que ocupaban la biblioteca de su padre, siendo sus preferidos Don Quijote de la Mancha, La Biblia y La Ilíada, además de las obras de Plutarco y los libros de historia, en especial los relatos concernientes a la Revolución Francesa. En Madrid asistió a un instituto francés, donde se interesaría por la obra de La Fontaine, y durante los inviernos estudiaba con profesores privados que la visitaban para dictarle clases en el hogar de la acaudalada familia. Emilia no acataría la instrucción de recibir la educación convencional en la que se instruía a las mujeres, y que se trataba básicamente del aprendizaje de la administración de los gastos domésticos, así como las aburridas lecciones musicales para la interpretación de piezas sencillas que pudieran tocarse en las reuniones sociales para divertimento de sus maridos. Contrario a estas enseñanzas, Emilia se inclinó por el estudio de las humanidades y los idiomas, llegando a dominar el inglés, el alemán y el francés, y a pesar de no haberse podido matricular en ningún instituto de educación superior (puesto que las universidades tenían prohibida la presencia femenina), Emilia no declinó en sus estudios y continuó explorando por cuenta propia los distintos dominios del conocimiento, frecuentando tertulias literarias, científicas, políticas y filosóficas a las que sería invitada por su padre. Siendo todavía una adolescente se casó con un estudiante de Derecho tres años mayor que ella, con quien recorrería España y más adelante otros países europeos que visitarían en compañía de los padres de Emilia, con quienes también convivieron durante sus años matrimoniales. De este trasegar por Europa y de sus experiencias vividas, la prometedora escritora publicaría algunas notas de viaje para el diario El Imparcial, que a la postre compilaría décadas más tarde en un libro titulado Por la Europa católica. En este libro Emilia recomienda a los españoles dejarse permear por la europeización, recomendando los viajes como una experiencia necesaria para la educación cultural, social, artística e intelectual de los individuos. Apoyada por su marido, al que se describe como un hombre tranquilo y reservado, y con quien mantenía una relación armónica, Emilia se compromete con su vocación lírica, y para 1876 da a conocer su primer trabajo como escritora, en un ensayo donde analiza la vida y obra de un intelectual gallego del siglo XVIII, por quien confesaría sentir una profunda admiración, Estudio crítico de las obras del padre Feijoo. Este trabajo le valdría una condecoración literaria por la que también competía la renombrada y ya reconocida Concepción Arenal, y así mismo ese año daría a conocer su primer libro de poesía, dedicado a su hijo, y que titularía con su nombre, Jaime. Un año después se convertiría en colaboradora de la revista católica La Ciencia Cristiana, de la que luego se retiraría, declarándose opositora del pensamiento bíblico, y mostrándose a favor de los argumentos científicos que esclarecían las teorías darwinistas aunque contrariaran las posturas de la iglesia. Dos años después lanzaría su opera prima como novelista, Pascual López, una novela romántica y realista en la que un estudiante de medicina nos narra su propia historia, influenciada en su estilo por la escritura de Pedro Antonio de Alarcón y Juan Valera. La novela tuvo gran éxito, y desde entonces Emilia comenzó a perfilarse como una mujer que desafiaba los preceptos morales, las convenciones sociales, las leyes y las políticas que aporreaban y menospreciaban a la mujer en todos los distintos contextos de nuestras sociedades, y estas denuncias podía hacerlas más palpables e inteligibles a través de sus relatos, en los que estaría presente la figura valerosa y aguerrida de la mujer. En 1881 publicaría una novela por la cual también obtendría un amplio reconocimiento, Un viaje de novios, cuestionando los matrimonios celebrados por conveniencia, a través del relato de una joven obligada a casarse con un hombre mucho mayor que ella. Una obra en la que Emilia se permite profusas descripciones de los personajes y de su entorno, vislumbrándose así unos primeros trazos del naturalismo francés que la andaba seduciendo desde que conociera las novelas del prolífico Balzac. Émile Zola elogió la novela y destacó su valor literario, declarándose sorprendido de que el autor se tratara de una dama. Por esta época Emilia empezaría a rodearse de los más destacados políticos, artistas y pensadores del momento, con quienes compartía los mismos intereses respecto a la situación social y a las reformas que merecían ejecutarse en el sistema educativo. Integró un congreso pedagógico en el que se mostró como una crítica fehaciente de la educación tradicional, sumisa y discriminatoria que venía impartiéndosele a las mujeres, y en la que se les instruía para ser mansas y complacientes con sus maridos, reclamando por la igualdad de derechos que les permitiera también a ellas acceder a los distintos campos educativos, así como a ejercer cargos y oficios que les habían sido negados desde siempre, aspirando a la realización y a la felicidad y en un reclamo por su propia dignidad. A comienzos de la década de los ochenta empezaría a escribir una serie de artículos acerca de Émile Zola y la novela experimental, que serían publicados por la revista La Época. Por aquellos años empieza a frecuentar las tertulias celebradas por los máximos exponentes de la literatura de su época, entablando amistad con algunas figuras notables como Miguel de Unamuno y Wenceslao Fernández Flórez, y otros destacados escritores que en principio se mostraron a favor de sus escritos y elogiaron su trabajo, pero que luego acabaron por denostar su obra y mostrarse como unos críticos feroces, como es el caso de Clarín que prologaría su polémico ensayo La cuestión palpitante, refiriéndose a la autora como a una mujer “simpática, valiente, discretísima”, pero de quien luego se quejaría arrepintiéndose de haber escrito dicho prólogo; y fue por estas mismas polémicas desatadas a partir de este ensayo que Marcelino Menéndez Pelayo daría por terminada la correspondencia que venía compartiendo con ella desde hacía unos años, y así también Juan Valera, a quien tanto estimaba, le voltearía la espalda al rechazar en tres oportunidades su candidatura para integrarse como miembro de la Real Academia de la Lengua Española, que ya le había sido negada a Concepción Arenal. Y será también durante esos años que comenzará una relación epistolar con Benito Pérez Galdós, que en su principio se fundaba a partir del compartir literario, pero que con el ir y venir del papeleo se iría convirtiendo en una floreciente relación sentimental. Para ese entonces Pérez Galdós gozaba del prestigio como escritor y se encontraba en la cúspide, luego de publicar su última y exitosa novela La desheredada, y así también Emilia estaba siendo aplaudida por un público que ya la reconocía y estimaba como a una copiosa autora de la época, aparte que su matrimonio empezaba a tambalearse, toda vez que la esposa tuviera por foco primordial sus intereses artísticos y descuidara así la atención que merecieran los asuntos familiares. De esta relación con Pérez Galdós se enteraría el mundo casi un siglo después, cuando se dieran a conocer 32 cartas inéditas que Emilia le había escrito a Benito, y en donde excusará una y varias felonías que herirían profundamente a su compañero, exculpando así sus infidelidades: “Un error momentáneo de los sentidos, fruto de las circunstancias imprevistas”. Pese a esto, ambos perseveraron en una relación que se mantuvo durante casi dos décadas, y en la que abundaron los versos de amor y el amor a los versos. Ambos exorcizarían sus sentimientos y su historia les serviría para inspirar algunos de sus libros, como La incógnita y Realidad por parte de él, y las novelas que Emilia escribió en su intento por justificar sus infidencias y contar la historia de su idilio con Benito: Insolación y Memorias de un solterón. La relación se caracterizó por una admiración mutua y una amistad en la que ambos nutrirían su interés particular por la literatura de estilo naturalista, y fruto de este interés común es que surge en 1883 ese controversial ensayo, La cuestión palpitante, y en donde pese a defender manifiestamente el realismo “a la española”, su ideología abarcará otra corriente más controversial, por lo que a este ensayo se le considera como uno de los primeros escritos del naturalismo en España. Este trabajo le valdría la deshonra por parte de quienes la tildaban de atea e inmoral, señalando su obra como una apología a la pornografía, y cuestionando que estas pudieran ser las ideas de una mujer casada y con hijos, significando para ella la ruptura y el desprecio de algunas amistades que le habían declarado antes su admiración. A pesar de criticar el naturalismo, Emilia nunca dejó de expresar su admiración por la obra de Émile Zola, de quien tomará los elementos literarios que mezclaría con su postura realista, para dar origen a una corriente mucho más amplia en su forma y en su contenido, pero por lo que sería catalogada como provocativa y escandalosa. Y sería ese mismo año, con la publicación de su novela La Tribuna, que Emilia lograría consagrarse como una indiscutida figura de mujer rebelde. Anticipándose a Pérez Galdós y a Blasco Ibáñez, esta obra será considerada como la precursora de la novela social en España, tomando al proletariado como el personaje central del relato, y describiendo al detalle las condiciones de trabajo de las cigarreras explotadas, madres cabeza de hogar, que tenían que soportar largas jornadas de trabajo mal remunerado y en un paupérrimo ambiente laboral. La novela tendrá por personaje principal a Marineda, una denostada jovencita, desengañada y enérgica, que instigará a las demás mujeres explotadas para que hagan frente a sus penosas condiciones y se alcen en una huelga a favor de sus derechos laborales, luego de que ella misma fuera burlada por un “señorito” que la había abandonado al enterarse de que estaba embarazada. Desde ese momento, y a raíz del tanto revuelo que desatarían sus palabras, Emilia se distancia del naturalismo, sin renegar del valor ideológico que resaltará en los escritos de Zola, queriendo moderar sus posturas hacia una perspectiva más conservadora, y reafirmándose como lo hizo siempre en su fe al catolicismo. Estas declaraciones las haría años más tarde en sus Apuntes autobiográficos, en donde ella misma se permite reflexionar sobre su obra, confesando que con el tiempo se ha ido distanciando de algunas posturas del naturalismo francés, en específico lo que respecta a sus fatalismos y determinismos. Estas ideas las compartirá a través de un ciclo de conferencias sobre literatura rusa, en donde se le tildará el haber cambiado al naturalismo francés de Zola por el espiritualismo ruso de Tolstoi, pero en las que ciertamente abocaba por una literatura totalizadora y libre que proponía a través de la novela experimental. Para 1885 su matrimonio está a punto de resquebrajarse, y es por esto que Emilia se permite tratar el asunto de las crisis matrimoniales a través de su obra La dama joven. El soporte que había encontrado siempre en su esposo para impulsarla a continuar con sus labores y oficios intelectuales comenzaría a derrumbarse, para en cambio pasar a convertirse en una carga con la que Emilia no pudo continuar, y su matrimonio acabaría por disolverse una vez su marido le pidió que dejara de escribir. Este temía por los ataques y represalias que ya empezaban a llover sobre ambos, molesto de que a su esposa se le comparara con las protagonistas que narraba en sus hazañas literarias, y en especial con la agitadora y rebelde sindicalista de su novela La Tribuna, Marineda, además de reprocharle sus tantas aventuras y escándalos en los que se veía involucrada desde hacía tiempos. Emilia se mudó a Italia y dio por terminada una relación de ocho años en la que tuvo tres hijos. Esta actitud rebelde desataría otro nuevo escándalo que se agregaría para sumar y acrecentar su fama de mujer desafiante, osada y contestaria. La separación se trató de un trámite sin mayores inconvenientes, y en adelante mantuvieron una relación cordial de amistad, e incluso unos años más tarde sería él quien se encargaría de organizar un evento en el que su exesposa sería homenajeada, y cuando este murió, en 1912, Emilia conservó durante un año el luto con el que quiso mostrar públicamente su devoción y respeto por quien fue el padre de sus hijos. Una vez divorciada, Pardo Bazán podría prestar total atención a su carrera literaria y enfocarse en defender sus intereses particulares, sin el temor a los oprobios sexistas y moralistas a los que ya estaría acostumbrada, y dando rienda suelta a sus planteamientos acerca de la emancipación femenina, para lo cual se atrevió a incursionar en la carrera del periodismo político. Pionera del activismo en la lucha por los derechos de las mujeres y el feminismo, Emilia se empeñó en dedicar su actuar público en defensa del acceso a la educación sin distinción de géneros, insistiendo en el valor fundamental de la instrucción académica para las mujeres como una necesidad en la modernización de la sociedad española, y reclamando así por la igualdad de oportunidades para ambos sexos. Por medio de sus relatos supo reflejar estas causas, y era así como en cada historia una mujer protagonista era la abanderada de rebelarse y pronunciarse ante la discriminación y la desigualdad. Llegaría entonces su más famosa novela, Los pazos de Ulloa, publicada en 1887, y donde Emilia intentaría despojarse casi por completo del naturalismo que tanto le criticaban, para describir la decadencia de la aristocracia, cuando una familia de la alta oligarquía cae en desgracia y es degradada al desprestigio social, consagrándose con esta novela como una de las máximas exponentes de la literatura española. Ese mismo año publica La madre naturaleza, una fábula en la que dos hermanos mantienen una relación incestuosa sin darse por enterado de los lazos que los emparentan, además de presentar un par de ensayos como La revolución y la novela rusa o La mujer española, que la llevarían a dictar charlas y conferencias a las que acudía un público numeroso que muchas veces volvía a invitarla para que repitiera sus discursos. La envidia que despertaba en muchos intelectuales de la época que se sentían amenazados ante una mujer mucho mejor dotada para el oficio artístico de las letras y con capacidades creativas superiores a las de todos ellos, la llevaría a declarar con cierta gracia que si en su “tarjeta pusiera Emilio, en lugar de Emilia, que distinta habría sido mi vida”. En 1890 destinó parte del dinero que recibió por la muerte de su padre para fundar la revista Nuevo Teatro Crítico, que tendría como objetivo primordial el de difundir el pensamiento social y político a través de ensayos, críticas y noticias. Durante los próximos tres años se pondría al frente de este proyecto de difusión filosófica, política e intelectual, para desistir finalmente de su empresa, luego de que disminuyeran sus lectores y que ya no contara con una buena acogida, despidiéndose con una última edición en la que nos comparte que esta aventura periodística le costó “perder el humor y el dinero”. A partir de entonces, alejada de sus raíces naturalistas, y ya en su madurez literaria, Emilia se atreve a encaminarse por otras corrientes como el idealismo, el espiritualismo y el simbolismo, expresiones artísticas que empezaban a convertirse en una tendencia europea, y que consigue plasmar en su novela Una cristiana, la que muchos aseguran se trató de un escrito en el que a través de sus personajes ficticios se permite debatir algunas divergencias de pensamiento con sus detractores reales, siendo el caso específico el de su crítico más acérrimo, su antiguo compañero Menéndez Pelayo. Retorna entonces a su más entrañable odisea de escribir sin control, desbocada, obstinada en relatar tantas historias como le fuera posible contar, dando como resultado una prolífica producción compuesta por más de quinientos cuentos, algunos libros de viaje en los que documenta a modo de crónica sus experiencias en Alemania, Francia y su país España, además de un par de biografías dedicadas a descubrir la vida y obra de San Francisco de Asís y Hernán Cortés, así como otras tantas novelas que seguiría creando hasta el final de sus días. En los últimos años se ha dado a conocer una novela que había permanecido inédita, Selva, además de publicarse la primera novela que escribiría a la edad de los 13 años, Aficiones peligrosas. El resto de sus trabajos fueron impresos mientras Emilia aun estaba viva, y así mismo fueron recopilados en varios tomos que compendian la suma de sus Obras completas. En 1906 se convertiría en la primera mujer directora de la sección de literatura del Ateneo de Madrid, y diez años más tarde estaría a cargo de la cátedra de Literaturas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid, siendo también la primera en ocupar dicho cargo. Unos años antes Alfonso XIII la había nombrado Consejera de Instrucción Pública, y otros honores y distinciones le serían conferidos antes de que en el año de 1921 dejara de lado sus polémicas palabras, y esto porque sería la mismísima muerte la única que pudiera acallarla.

Emilia Pardo Bazán

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