Lectora voraz, quizás de niña tendría la oportunidad de enterarse de Phileas Fogg, personaje de la novela de Julio Verne, y en donde el intrépido protagonista emprenderá un viaje alrededor del globo terráqueo que le llevará 80 días en concretar. Lo que seguramente no imaginaría es que al crecer tendría la oportunidad de imitar a aquel personaje ficticio, en un intento por mejorar el récord de su hazaña.
Elizabeth nació en Louisiana, en el contexto de la Guerra Civil, por lo que su familia tendría que abandonar sus predios mientras se libraba la Batalla de Fort Bisland. Cuando la pequeña tenía alrededor de 12 años su familia regresó a su granja, y de las ruinas de un incendio logró rescatar algunos libros de la biblioteca, nutriendo su intelecto con nada menos que los más grandes literatos, como William Shakespeare y Miguel de Cervantes.
La vena de escritora empezó a manifestarse durante su adolescencia, cuando hizo llegar al New Orleans Times Democrat una serie de poemas firmados bajo el seudónimo de “BLR Dane”, y que más tarde revelaría que el autor se trataba de una avivada jovencita a la que el periódico pagó en compensación por su trabajo. Tampoco sus padres conocían del talento avezado de su hija, a quien el periódico no dudó en proponerle que hiciera parte de su redacción, por lo que Elizabeth tuvo que mudarse a la ciudad fiestera de New Orleans.
En 1887 Elizabeth se muda a New York para trabajar en el periódico The Sun, y dos años después acepta una nueva propuesta en el New York World, en el Atlantic Monthly y en el North America Review, para finalmente ser contratada por la afamada revista Cosmopolitan, quienes confiados en el bagaje literario de la escritora, así como de su elegancia y buen gusto, y del conocimiento de las ciudades de New York y New Orleans, le dejarían a cargo la redacción de las reseñas literarias, en las que se permitía tocar autores tan disímiles como León Tolstói y Don Juan Manuel.
Por aquel entonces el magnate director del The New York World, Joseph Pulitzer, se preguntaba si era posible realizar en menos de 80 días el mítico viaje ficticio de Phileas Fogg alrededor del mundo. De inmediato le dio alas a su empresa y nombró a una de sus más intrépidas redactoras, Nellie Bly, anunciando para finales de 1889 que una de sus reporteras comenzaba la odisea de superar la marca registrada en el relato del autor francés.
El interés del público no se hizo esperar, y fue entonces cuando Cosmopolitan tomaría la arriesgada decisión de hacerle frente al propósito de su competencia y emprender también la misma carrera. Consideró conveniente seleccionar a una mujer, y la más idónea resultaba ser esa sureña de 28 años cuyos escritos de viaje estaban convencidos podrían seducir a cientos de miles de lectores. El editor le planteó la misión a Elizabeth pero la conminó a partir de inmediato, a lo que ésta se pretextaría acusando que al día siguiente la esperaban unos invitados para tomar el té de las cinco. Seis horas más tarde Bisland partía desde el oeste de New York con destino al mismo punto, y sus invitados tendrían que esperar si la hazaña a la que estaba por enfrentar la llevaría a cumplir puntual su cita del té antes de pasados 80 días.
Cosmopolitan había decidido enviar a su reportera en el sentido contrario del que tomó su competencia, quien para ese momento ya andaba cruzando en un barco de vapor las aguas atlánticas que la llevarían hacia Europa.
Bly intentaba superar a un personaje de ficción, pero al llegar a Hong Kong se enteraría que una reportera del Cosmopolitan había emprendido la misma aventura pero en sentido contrario. Un operario que seguía de cerca la carrera le comentó a Bly que su rival le llevaba una ligera ventaja, ya que la había visto pasar por allí hacía tres días.
Bisland había comenzado su raudo peregrinaje a contrarreloj atravesando hacia el oeste en un tren que casi se descarriló por la insistencia de su apresurada pasajera. Para ese momento ya eran muchas las personas que seguían ambos diarios en espera de que cada una compartiera sus experiencias, por lo que en San Francisco Bisland sería abordada por una multitud que quería conocerla y que servirían para obstaculizar su acelerado trasegar.
Según contará en sus memorias, en adelante Bisland se dedicó a vivir una apuesta en la que disfrutaría del viaje, siendo que nunca llamó a esta competencia como a una “carrera”, y expresando el encanto que despertó su visita a algunas regiones del Imperio Británico, y en especial su paso por Japón.
Pulitzer llevó el control riguroso del tiempo empleado por su reportera, haciendo un concurso en el que los espectadores tratarían de adivinar el momento justo en el que completara su hazaña, y a sí mismo se valdría de otras publicidades y de constantes publicaciones para ganar la carrera en la venta de periódicos. Un sinnúmero de espectadores se mantenía al tanto de las publicaciones de ambas mujeres, despertando mayor interés la narrativa sensacionalista de The New York World, y atrayendo más que los relatos poéticos presentados por Bisland que eran publicados cada mes.
Las dos escritoras tenían un estilo propio, muy distinto del de su contrincante. Bisland se preciaba de un lirismo más propio de las novelas, mientras que los relatos de Bly gozaban de una emoción más precisa, llamativa para el público más básico, sin el encanto poético de su rival, y que había ido puliendo al probarse como una arriesgada reportera investigativa que se había infiltrado en redes de corrupción para obtener de primera mano un reportaje revelador.
Al llegar a Inglaterra, a Bisland se le informó que el barco de vapor alemán Ems que debía abordar en Southampton había ya partido, y que incluso su editor había intentado sobornar a los oficiales de la compañía naviera para que aguardaran por ella. No está claro si se trató de una maniobra sucia e intencionada, una trampa en la que Bisland caería y que la llevaría a viajar hasta Irlanda, para desde allí abordar el lento barco Bothnia que salió a mediados de enero desde Queenstown.
Por su parte Nellie Bly ya recorría la ruta con destino a casa en un tren expreso que su jefe había negociado para completar su viaje ganador, que tendría su final el 25 de enero de 1890 a las 3:51 de la tarde, completando un recorrido alrededor del mundo en 72 días, 6 horas y 11 minutos.
Los últimos días de Bisland antes de lograr su cometido serían días aciagos, acompañados por la premura y los impasses, por obstáculos insospechados y por una terrible tormenta en medio de la cual arribaría a New York. Y a pesar de que Bisland consiguió superar a Phileas Fogg, su arribo no sucedería hasta pasados casi cinco días después de Bly, completando su registro en 76 días y medio.
Casi nadie estaba esperando por ella, dado que Nellie Bly se le había anticipado, y sería su contrincante quien pasaría a la historia por haber ganado la apuesta de circundar el globo antes de 80 días.
Elizabeth Bisland compartió algunos relatos y experiencias de viaje en la revista Cosmopolitan, y que luego serían ampliados y compendiados en un libro que tituló: En siete etapas: un viaje volando alrededor del mundo, y el cual publicaría un año después de su aventura mundial. A partir de entonces se dedicó a escribir, publicando en 1906 su obra más famosa y que fue reconocida por su calidad: La vida y cartas de Lafcadio Hearn, además de otro libro ampliamente reconocido, titulado La vida secreta: siendo el libro de un herético. De manera póstuma sería publicado su libro Tres hombres sensatos del Este.
Después de su odisea se casaría con un abogado, con quien construiría una residencia veraniega en Long Island a la que llamarían “Applegarth”. Posteriormente realizaría algunos viajes, interesándose particularmente en la cultura japonesa, país que visitaría dos veces más. Escribió sobre temas diversos como la vejez, y de igual forma apoyó con sus palabras el rol de la mujer en la sociedad. Estas fueron sus apreciaciones luego de un viaje en el que Bisland manifiesta su descontento por la misoginia: “Una vez que la atracción sexual desaparece, las mujeres no tienen poder en América.”
Para 1922 New York Times anunciaba a través de un obituario la defunción de la escritora Elizabeth Bisland, de quien ni siquiera se mencionaría acerca de su travesía global, siendo enterrada en el Cementerio de Woodlawn, en el barrio Bronx de New York, donde ese mismo año también sería sepultada su legendaria rival, Nellie Bly, quien además también murió por causa de una neumonía.