Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Eleanor Roosevelt (1891-1962)

Brilló con luz propia. Sin dejarse opacar por la figura poderosa que fue durante cuarenta años su esposo, Eleanor no será recordada por ser la mujer del Presidente de Estados Unidos, siendo así que sus empresas propias por reivindicar los derechos femeninos y sus logros políticos lograron que la historia la recordara como la Primera Dama del Mundo. Desde antes de cumplir los 5 años ya sería una niña huérfana de padre y madre. Cuando Eleanor tenía 2 años su madre muere por consecuencias de una difteria -enfermedad que unos meses después también cobraría la vida de uno de sus hermanos que fue contagiado-, y dos años después su padre, alcoholizado, saltaría de un edificio en un intento fallido por suicidarse, pero unos meses después moriría extasiado en la locura del delirium tremens. Sin embargo la historia de la pequeña Eleanor no sería la de una pobre niña desdichada sin el amparo de nadie. Pertenecía a la distinguida y notable familia de los Roosevelt, y nada menos que su tío, Theodore, era el Presidente de los Estados Unidos. Fue así como la madre de Theodore se haría cargo de los cuidados y la crianza de su nieta. La joven fue ingresada en un instituto académico en Londres, donde estudiaría durante dos años, para luego regresar a su país a la edad de los 17, y cumplirle la cita al destino, reencontrándose furtivamente en un tren neoyorquino con un primo lejano, y que a la postre sería su esposo durante casi cuatro décadas. Comenzaron así un amorío clandestino, formado a partir de una correspondencia secreta, y en la que fueron construyendo una relación que a la larga no pudieron seguir ocultando durante mucho tiempo. Pese al distante parentesco que los ligaba en un quinto grado de consanguinidad, la madre de Franklin Delano se oponía a esta relación, e incluso trató de disuadir a su hijo llevándoselo a dar un paseo por un crucero en el Caribe, pero acabaría por tener que ceder cuando fuera el mismo Theodore quien consintiera ese vínculo de pareja sirviendo como padrino de boda. La pareja viajó por algunas regiones de Estados Unidos y visitó Europa, para mudarse finalmente en New York, muy cerca a la controladora madre de Franklin, y quien no dejaría de intervenir con insistencia en los asuntos íntimos del matrimonio de los Roosevelt. Al año siguiente tendrían a su primera hija, y diez años más tarde Eleanor se había convertido en la devota y convencional madre de seis hijos, siguiendo obsecuente su destino señalado para la crianza exclusiva de los niños y los cuidados del hogar. Alguna vez confesó nunca haberse sentido a gusto con su vida sexual, declarando que “era una experiencia muy difícil de soportar”. Tampoco se confesaba muy cómoda en su tarea de madre: “No me resultó natural comprender a los niños pequeños o disfrutarlos”. Porque lo suyo era rebelarse y sobresalir por su propia cuenta, destrabar los lazos que la condenaban a los quehaceres hogareños y a las atenciones domésticas de un esposo, para darse a conocer como una destacada e influyente figura política de peso y relevancia internacional. En 1918 Eleanor encontró varias cartas que revelaban la infidelidad de su esposo. En ellas descubrió que Franklin planeaba separarse de ella para establecerse con una mujer con quien mantenía desde hacía tiempo un romance secreto. Por conveniencias para la prominente carrera política de Franklin, la pareja acordó continuar juntos; sin embargo ese sería el detonante y la excusa para que Eleanor se decidiera a encarar por fin lo que ella entendía como su destino de mujer. Comienza a dedicarse de lleno a una intensa actividad política con un marcado enfoque social, y en especial por la defensa a ultranza en la lucha por los derechos femeninos. Recién comienza la década de los veinte, Eleanor empieza a destacarse por sus labores dentro de la vida pública, haciéndose una partícipe comprometida en los distintos movimientos feministas como la Liga de las Mujeres Votantes, la Liga de las Mujeres de la Unión de Comercio y la División de Mujeres del Partido Demócrata. Un año más tarde, durante las vacaciones de 1921, Franklin quedaría paralizado de las piernas como consecuencia de la poliomielitis, acabando finalmente postrado a una silla de ruedas por el resto de sus días. La entrometida suegra insistió con instalar a su hijo en un ambiente campestre, donde pudiera dedicarse a los oficios del campo y tal vez llegar a destacarse como un prominente empresario ganadero. Sin embargo Eleanor se negó a frustrar la odisea política que los esperaba a ambos, dedicándose a los trabajos de enfermería que requería su esposo y alentándolo a que continuara con sus proyectos dentro del sector público. A la pareja le esperaba estar al frente del Estado de New York, impulsar los proyectos económicos que consiguieran sacar a flote la economía de un país devastado por el Crac del 29, estar al frente de una nación durante cuatro mandatos presidenciales y, por si fuera poco, tener que lidiar con una guerra mundial. A comienzos de la década de los treinta, Eleanor viajó a lo largo y ancho del territorio estadounidense, promocionando la iniciativa política de su esposo, el famoso New Deal, con lo que se pretendía sacar avante la depreciada economía víctima de la reciente debacle, intentando darle una dinámica de mayor productividad al sector agrícola, reformando los bancos e impulsando nuevas estrategias de mercado. La campaña y su empresa posterior tuvieron su efecto, y el país empezó a recobrarse de aquella Gran Depresión que parecía haberla sumergido hasta la debacle, siendo así que el renombre de los Roosevelt empezaba a sonar para que fueran los próximos inquilinos de la Casa Blanca. Para 1929 Franklin estaría al frente de la Gobernación de New York, y para 1932 se habría convertido en el trigésimo segundo primer mandatario de los Estados Unidos, siendo reelecto otros cuatro períodos consecutivos y hasta el día de su muerte. Durante la Segunda Guerra Eleanor se dedicaría a visitar las tropas y a incentivar los ánimos combativos de los marines, asistiéndolos con la dotación de comida y medicamentos, y convirtiéndose en poco tiempo en un símbolo de apoyo para los ejércitos estadounidenses. Alcoholizado, uno de sus hermanos muere en condiciones parecidas a las de su padre, suceso que no consigue resquebrajar los ánimos guerreros de la indiscutible Primera Dama, cuyas labores ya empiezan a tener una reconocida notoriedad a nivel mundial. Hasta entonces la esposa del Presidente no ocupaba ningún rol activo en la empresa de su marido, y si acaso hacía aparición como una pieza decorativa que intentaba consagrarse como tendencia en el mundo de la gala y la moda. Eleanor cambió en adelante las tareas que le correspondían a quien también mereciera ocupar los designios de una nación al lado de su compañero de vida. No se conformó con ser sencillamente la esposa del Presidente, la figura ornamental y sin funciones, y sorteando toda clase de protocolos e impedimentos discriminatorios que le permitieran asumir la responsabilidad de una tarea activa dentro del gobierno, se dedicaría a trabajar incansablemente en múltiples campañas a favor de la educación femenina y los derechos de igualdad. Ella no sería quien para adornar. Asumió varias veces la función de portavoz del gobierno durante las declaraciones de prensa, y era sin duda una de las más cercanas asesoras que el Presidente tuviera cercana para tratar cualquier asunto y dejarse aconsejar. Sus labores estaban destinadas a impulsar proyectos educativos y a fomentar iniciativas que repensaran el papel de la mujer en la sociedad. Sus ideologías eran las de una librepensadora, humanista, desprovista de racismos y comprometida con las causas sociales. En 1939 apoyó a la contralto Marian Anderson, a quien un afamado teatro neoyorquino le cancelaría su presentación musical por una cuestión de discriminación racial, ante lo cual Eleanor intercedería para que la cantante afroamericana aprovechara el espacio del Lincoln Memorial, donde finalmente se llevaría a cabo el exitoso concierto, contando con la asistencia de más de setenta mil espectadores y una amplia radiodifusión a nivel nacional. Hacia el final de la guerra Eleanor se muestra contraria a la voluntad de su marido, quien finalmente decide firmar la orden con la que se autorizó la reclusión de japoneses en campos semejantes a los adecuados por los nazis, y en donde estuvieron internadas durante un par de años más de cien mil personas ojirasgadas. Apenas estaba acabándose la guerra cuando Franklin ya no tuvo más vida para celebrar su triunfo. Eleanor estaba en Washington cuando le notificaron que el Presidente había muerto. Se trasladó a Georgia por los restos de su esposo, los llevó a Washington y luego viajó con el cadáver para darle una cristiana sepultura en su apreciada New York. Durante estos días mostró su carácter férreo, enérgico y firme. Harry Truman, quien debió suceder a Roosevelt en su calidad de Vice-Presidente, recuerda que llamó a la viuda para ofrecerle cualquier tipo de ayuda, a lo que ésta respondería con contundencia: “No hay nada en lo que puedas ayudarme. Eres tú quien está en problemas”. En adelante la que sería recordada como la Primera Dama del Mundo no declinó en su actividad política. Ocupó varios cargos institucionales en las más altas esferas del poder diplomático. En 1947 y hasta 1951 presidió la Comisión de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, participando en la formulación de la Declaración de los Derechos Humanos, a la que Eleanor se refería como “la carta magna de la Humanidad”. Allí tuvo la sutileza o picardía -en todo caso el acierto- de reemplazar la palabra “hombre” por la palabra “ser”, en un intento por ampliar el término “humano” sin una distinción particular de ningún género. A lo largo de su trajinar como diplomática, escritora, periodista, política y activista feminista, Eleanor dictó más de 350 conferencias en todo el territorio nacional estadounidense, participó en incontables intervenciones y entrevistas de emisión radiofónica e hizo una destacada aparición como figura periodística, llevando durante años una columna de opinión llamada My Day. En 1954 es premiada con la Medalla Nansen, y en 1958 se le otorga el Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Es sin duda una de las Primeras Damas más notables y recordadas en la historia de los Estados Unidos, y su imagen integra el Salón de la Fama Nacional de las Mujeres. En 1961 el Presidente Kennedy la nombraría para que se pusiera a cargo de la Comisión Presidencial del Estado de la Mujer, y jamás se hubiera movido de ese lugar si no hubiera sido porque al año siguiente, con 78 años de edad, una de las lideresas más influyentes del siglo XX abandonaba también su puesto en este mundo. No descansó en la lucha por sus causas hasta el día en que por una insuficiencia su corazón dejaría de latir. Había dicho: “Ganamos fuerza, coraje y confianza por cada experiencia en la que realmente nos paramos a mirar el miedo a la cara. Debemos hacer lo que creemos que no podemos”. Dejó en entredicho aquel dicho convencional que ubica a una gran mujer detrás de cada gran hombre, reinterpretándolo de un modo contrario en donde tal vez la mujer va al frente, o mucho mejor, a su lado, hombro con hombro. Ella ocupó otro puesto, ya que contrario a muchos hombres, Eleanor no necesitó nunca quien le secundara por la espalda. En este caso, por un azar de la naturaleza, ella estuvo de pie, mientras su marido permanecía sentado.

Eleanor Roosevelt

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