Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Dorothea Tanning (1910-2012)

Nació ya deslumbrada con otra realidad, etérea, onírica, fantástica. De niña acostumbraba visitar la biblioteca municipal, apasionada por la literatura francesa, inglesa y alemana, destacándose en especial un libro que despertaría su fascinación por otros espacios impensables, seres inefables y toda clase de figuras inimaginables. Dorothea señala que Alicia en el país de las maravillas fue una historia que la dejó inmersa en “un mundo de asombro perpetuo”, y que sin duda ya le daría algunos visos de esas corrientes surrealistas que habían comenzado a desatarse y por las que Tanning ya se dejaba seducir. Sus padres temían que al convertirse en pintora su hija también se dejara llevar por la licenciosa vida de los bohemios. Y es que, aunque en principio Dorothea iniciaría sus estudios formales en el Knox College de Chicago, y más adelante en el Instituto de Arte, la intrépida artista se decidió a abandonar las academias para labrarse a solas un camino autodidacta y dar así con su estilo propio. En 1935 se muda a New York y consigue un empleo como diseñadora publicitaria, y sería un año más tarde cuando llegaría la epifanía artística, el primer hechizo por la pintura, la “revelación”, como ella misma lo definió. Sucedió durante la exposición de “Arte fantástico, Dada y Surrealismo” celebrada en el MOMA, y que pretendía mostrar lo más destacado de los principales representantes de los nacientes movimientos europeos. Paseándose por los salones que ilustraban sobre el despertar cultural y artístico de vanguardia y sus nuevas corrientes y técnicas, la asombrada Dorothea encontró la “ilimitada extensión de posibilidad” que le ofrecía el mundo infinito del surrealismo. Supo entonces que era en Europa donde se estaba cocinando todo este afán por plasmar en los lienzos aquellas imágenes fantasiosas, creaciones definitivamente nuevas, sueños materializados en colores. Es así como en 1939 viaja a París, donde sin embargo estará apenas unos meses, ya que la Segunda Guerra Mundial también le daba la bienvenida al territorio francés que entraba así en la guerra. En Europa apenas logrará trabajar un tiempo como decoradora y vestuarista del Ballet Balanchine antes de retornar a su país. De regreso a New York, Tanning comparte su tiempo entre un trabajo de ilustradora para la reconocida marca Macy’s, y otro tanto para volcarse al oficio de su más cierta vocación. La naciente pintora creía que el surrealismo permitía generar otros espacios y llevar a quien goza de la obra a experimentar sensaciones que no parecían provenir de este mundo. Su faceta como pintora comienza autorretratándose en una pintura de 1942 titulada Birthday. Allí la artista no sólo se inmortalizaría sino que empezaría a ahondar en su alma a partir de su propia imagen. Varias puertas componen la escena, y en primer cuadro una mujer dominando a una quimera que yace postrada a sus pies. Gran valor le concede Tanning a las puertas, que consideraba como un símbolo de protección y un escape que desemboca hacia el mundo onírico: “Te das cuenta de que lo enigmático es una cosa muy saludable, porque anima al espectador a mirar más allá de lo obvio y vulgar.” Este cuadro también sería el motivo por el que se daría inicio a una historia de amor que duró hasta que la muerte la acabó, 34 años después. Ese mismo año conoció a Max Ernst, quien junto a Michel Duchamp protagonizaban lo más representativo dentro de las corrientes del surrealismo y el dadaísmo. Ernst se enamoró de la mujer que se autorretrataba, de su talento y de su pecho desnudo. De inmediato Ernst quiso incorporar esta obra a una próxima exposición dedicada a las mujeres y que andaba planeando con su esposa, la reconocida mecenas y comerciante de obras de arte, Peggy Guggenheim, y de quien acabaría separándose ese mismo año para empezar un largo idilio al lado de Dorothea. La pareja se casó cuatro años más tarde en Beverly Hills, en una boda conjunta en la que el fotógrafo Man Ray aprovecharía también para casarse. Y es que si bien Max sirvió como influencia, y fue además quien introdujo a Dorothea en el ambiente del surrealismo, la inquieta pintora no palidecería a la sombra del gran precursor, y sería ella misma quien se ganaría un reconocimiento más allá de ser la esposa de Max Ernst. Esta producción propia y de un estilo particular empezaría a hacerse notar en 1943 con uno de sus dibujos más emblemáticos, Eine kleine nachtmusik (Pequeña serenata nocturna), plagiando el título de la melodía de Mozart, y que sirvió como un tributo que le rendía al movimiento mismo del surrealismo. Un par de niñas que parecen como sonámbulas, con raídos vestidos victorianos y pelos hirsutos y revueltos se destacan en un pasillo sombrío, alumbrado desde el suelo por un gigantesco girasol, y puertas entreabiertas, puertas cerradas, puertas numeradas. La obra goza de cierta oscuridad, a lo que Tanning reconocería cómo durante sus primeros años de exploración artística se había compenetrado con “una especie de sentimiento gótico”, y que la niñez y los recuerdos de su pasado, los lugares que hicieron parte de su infancia, fueron también la fuente de donde se nutrían muchos de sus dibujos. Para ese entonces el fundador del movimiento, André Breton, había señalado la necesidad de la presencia femenina dentro del surrealismo, y más en un contexto histórico donde la guerra había minado profundamente las sensibilidades humanas. Se empeñó en crear “un más allá” en donde el espectador lograra ingresar a “la historia de sus sueños” a través del lenguaje de los signos. Para 1944 realiza su primera exposición: retratos, cuerpos, paisajes, interiores, pero se destaca puntualmente la pintura Fin del juego, y en donde la artista plasmará una de sus más grandes pasiones, ese juego al que definía como “algo voluptuoso, cerca de los huesos”, y que además compartiría intensamente con su esposo aficionado: el ajedrez. En la pintura se aprecia la pieza de la Reina como figura central sobre el tablero blanquinegro, calzando una zapatilla de satén color blanco, y que parece estar acabando con la vida del Alfil, llamado Bishop (obispo) en inglés, y que parecería simbolizar la destrucción de la iglesia o de aquellas ideologías clericales. Los esposos vivieron la pasión de un juego que les serviría de motivo para desatar otros combates distintos de las luchas amorosas, y esta cercanía la patentaría Tanning unos años más tarde con su obra Max en un bote azul. Aquí el ajedrez parece representar un lugar de encuentro para los amantes. Ambos están unidos por el amor y la creatividad, son el Rey y la Reina sobre un tablero sin más fichas. Max está mirándonos sobre un bote de remos. En una mano contiene las llamas del fuego; viste un frac plagado de lunas, estrellas y cuerpos celestes, y que lo empoderan del rol de mago y alquimista, y por lo que era conocido al interior del movimiento surrealista. A su lado, ella lo mira, y de paso se encuentra con la vista espectacular de un horizonte azulado. El ajedrez también estuvo presente en su arte y sus vidas, cuando participaron años más tarde en la película de 8 x 8, Sonata de ajedrez en 8 movimientos, donde sólo figurarán en una corta escena, donde Ernst recorre alguna avenida de New York con un tablero de ajedrez bajo el brazo, queriendo encontrar a su Reina, su amada Dorothea. De esta década también se resalta la obra titulada Maternidad, de 1947, un cuadro un tanto tétrico y horripilante en el que una joven con sus vestimentas ajadas acuna en brazos a un niño mientras que un perro reposa a sus pies. Al fondo de los tres, más allá de la puerta, se adivina un cúmulo de nubes anunciando la tormenta, y una criatura espeluznante y decapitada, con su pecho y el útero expuestos, aparece en un lugar central del cielo nuboso. En 1950 Habitación de invitados permite evidenciar la clara influencia de un estilo gótico durante esta década, una pintura en donde según los más entendidos, la niña desnuda frente a una puerta simbolizan el umbral que separa a la niñez de la edad adulta, la madurez sexual, el paso de la inocencia hacia el conocimiento. Porque las pinturas de esta artista eran una invitación en sí misma: “Tú sacas el cuadro de su jaula junto con la persona… Tú eres simplemente el visitante, magníficamente invitado: entra.” La influencia del movimiento que al principio la deslumbró, todavía se vio expuesta en algunas de sus obras de comienzos de la década del cincuenta, pinturas como Algunas rosas y sus fantasmas, La trucha hervida y Los filósofos, y en donde un turbio ambiente familiar parecería ser también el tema central, y que se refleja más en Retrato de familia, una escena de la “sacrosanta familia”, como ella misma la definió, y en la que quiso desafiar el papel jerárquico del hombre en el interior de la institución familiar, con un padre protagonista siendo la figura central, imponente, ante una mesa con todos sus objetos bien ordenados y enfrentando a su esposa sumisa, obsecuente, muda. Tanning presentaba sus pinturas “no como una visión esperanzadora del perfeccionamiento en el mundo real, ni como la perfección terrenal del hombre, sino como la vida que se aparta de lo real y la visión de una experiencia mística que se escapa al poder de la percepción sensorial.” A finales de los cuarenta la pareja se traslada a Europa, yendo y viniendo entre París, Turena y Provenza, y será en Francia donde Tanning comenzará a explorar otros gustos, desligándose en parte del surrealismo, o al menos combinándolo con su nueva faceta, un poco más volcada al campo experimental del impresionismo. Desarrolla una técnica que bautizaría como “prisma” y que más adelante se conocería como sus Insomnios. En el cuadro se aglutinan una serie de caras y cuerpos apenas reconocibles, una amalgama de pieles que se entremezclan y que flotan en un espacio vacío. A mediados de los años cincuenta Dorothea empieza a explorar el campo de la escultura, desarrollando una técnica propia en donde el material base de la obra no es dura como la piedra, sino todo lo contrario, y de allí que fueran conocidas como las “esculturas blandas”. El material eran las distintas telas, lo que permitía jugar con las figuras cambiantes y retorcidas de la estatua. Desafiaba la dureza con la blandura, cambiaba el concepto de lo rígido por lo maleable; creó humanoides abigarrados con objetos de salón, con lo que pretendía simbolizar según ella “la violencia y la ferocidad de los contactos”. Para ese entonces, sabiendo que ya no podrían regresar a Estados Unidos, por encontrarse en la lista de perseguidos del macartismo, los artistas se radicarán definitivamente en París, donde vivirían por casi treinta años, hasta que Max Ernst se despidiera de este mundo. Perseverando todavía en la pintura, los trabajos de la década del sesenta nos muestran una obra más abstracta, donde su relación con lo femenino parece estrecharse aún más. Destacan sus obras de 1966, Benefactores e Incluso las jovencitas, en donde encontramos unos trazos más fluidos, pinceladas expresivas y desenvueltas de todo rigor. Por ese entonces también lo intenta con el collage y los grabados, e ilustra algunos de estos dibujos para acompañar los libros de sus amigos poetas y escritores, antes de que también ella se interesara de lleno por la literatura y la poesía. A finales de los años sesenta deja de lado los pinceles y recurre otra vez a la máquina de coser, para retomar de nuevo su concepto de “esculturas blandas”, creando una instalación permanente en la que exponía sus obras y que sería conocida como Hôtel de Pavot, Chambre 202. Algunas de estas esculturas, como De qué amor, Navidad, Étreinte y Emma las encontramos expuestas hoy día en el Musée National d’Art Moderne en el Centro de Arte Georges Pompidou. Dorothea explica el conjunto de esta obra, queriendo representar “el triunfo del tacto” en esculturas vivas como los cuerpos humanos, delicados y finitos. A la muerte de Max, Dorothea regresará a New York, y en Sedona establecerá su estudio y allí permanecerá durante los últimos treinta años que aún le restaban por vivir. Para la década de los setenta retoma la pintura, y de allí vale destacar su obra de estilo barroco, Vidas de tango, donde las líneas de cada pincelada parecen desprolijas, o al menos pareciera concedérsele más valor al realce que aporta el colorido. Una pareja se funde en una presencia amorfa y sin embargo andrógina, un revoltijo de brazos y piernas cargados de erotismo y emotividad, se combinan el deseo, la imaginación, la magia. Ya entrada la década de los ochenta, su famosa pintura Mujer artista, desnuda, de pie nos enseña a una mujer desnuda y coronada por una amapola encendida, queriendo llevar a quien la confronta “hasta un espacio donde todo se oculta, se revela, se transforma súbita y simultáneamente; donde se pueda contemplar una imagen nunca vista hasta ahora que parezca haberse materializado sin mi ayuda.” Años más tarde, con Detrás de la puerta, invisible, otra puerta sus trazos vuelven a tomar forma, precisión, sin dejar de ser manchas pletóricas de expresividad y mucha fuerza en su colorido. Refiriéndose a esta pintura, su autora decía: “Todo está en movimiento. Detrás de la puerta invisible, hay otra puerta… Nunca se llega a saber quién es uno en realidad.” En 1986 Dorothea Tanning quiere enterarnos a todos de su talento con la escritura, cambiando esta vez el pincel por la pluma, e iniciándose con la publicación de sus memorias con el título que llevó su primer retrato: Birthday, y que casi dos décadas después ampliaría bajo el título de Between lives: an artist and her world. Páginas en las que describirá su relación con Max Ernst y el mundo del arte: “Recuerdos, anécdotas, conversaciones, vuelos, capturas, voces y opiniones inútiles.” En 1994 creó el Premio Wallace Steven como un legado que quiso dejar a la Academia de Poetas Americanos, siendo así que para 1997 la consagrada y reconocida pintora estadounidense ya acumulaba sesenta años de vida artística, años tras los cuales dejó para el mundo una herencia de más de ciento cincuenta obras. Por si esto fuera poco, incansable, lo que cualquiera llamaría como los últimos años de su vida, Dorothea se dedica con obstinación a la poesía. Contaba en ese entonces con 94 años, por lo que se llamaba así misma como “la más vieja de los nuevos poetas emergentes”. Viviría todavía siete años más, y a través de la palabra la artista aún tendría mucho por descubrir de ella misma, mucho por decantar y mucho por compartirle al mundo. Por medio de un estilo descomplicado y sencillo, intuitivo, la poetisa explora de otra forma el mundo de sus miedos y deseos más íntimos, lo sensorial entrelazado con lo dionisiaco y lo alucinante, y las fantasías en las que podemos encontrar asociaciones inverosímiles como a un gánster envuelto en la trama de un relato de Las mil y una noches. Así eran las fábulas que saturaban el material creativo de Tanning, y lo que en 1947 comenzó como un relato corto al que llamaría El cuento Abyss, acabaría convirtiéndose casi seis décadas después en su primera novela, titulada Chasm: a weekend. Publica ensayos, cuentos y novelas, y un primer poemario al que titularía A table of contents. Vivió sus últimos años en New York, y sus obras siguen hoy día recorriendo las más prestigiosas galerías de todo el mundo o son expuestas permanentemente en los museos de renombre. Cada tanto en varias ciudades del globo se llevan a cabo exposiciones que la tienen a ella como protagonista. Unos días antes de morir en Manhattan, a sus 101 años, Dorothea alcanza a publicar su segundo poemario, titulado Coming to that. Diseñadora, decoradora, ilustradora, pintora, escultora, escritora y poeta, contar la historia de Dorothea Tanning es tratar de especular los motivos y símbolos que oculta su obra, es tratar de descifrar su propia historia revelada en la metáfora de un sueño o una pesadilla que cobra cuerpo, vida, a través de la pintura. Pintaba sus vivencias al tiempo que vivía sus pinturas. Sin querer destacarse sencillamente como una figura de inspiración femenina al interior del movimiento surrealista, y resaltando su aporte fundamental, no permitía que se encasillara al artista bajo un género, que el arte no tenía esas tontas distinciones, y que era ridículo y absurdo especificar que se trata de una mujer, de una mujer artista. “¿Mujer artista? No existe nada (ni nadie) que se pueda definir así. Es una contradicción tan evidente como hombre artista o elefante artista. Puedes ser mujer y ser artista; lo primero no lo puedes evitar, lo segundo es lo que eres en realidad.”

DOROTHEA TANNING

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