Disparaba a través de la lente de una cámara. Con sus fotografías logró fragmentar el ideal del sueño americano, develándole a los ojos del mundo la marginalidad y miseria que representaba también el supuesto progreso. Su obra más conocida se recoge en un compendio de fotos que ilustran la Gran Depresión, y que testimonian la debacle social, luego de la fuerte recesión económica que padecería su país a finales de la década de los veinte, y cuyos famosos retratos han quedado también guardados en el imaginario colectivo. Retrató, así, una época. Rompiendo modelos sobreimpuestos y barriendo con toda clase de estereotipos, Dorothea es de las primeras fotógrafas avezadas que renuncian al confort de un estudio para salir a la calle a buscar la foto. Conocida como la “Fotógrafa del pueblo”, esta influyente fotoperiodista vivió casi toda su vida en Estados Unidos. De niña sufrió la enfermedad de la poliomielitis, de la cual en aquel entonces se conocía muy poco, y por lo que durante toda su vida tuvo que padecer algunos achaques, molestias y dolencias físicas que menguaban su salud y alteraban también su comportamiento. Ya de niña sus pies irían adquiriendo una extraña malformación que le impediría caminar con desenvoltura. Estudió fotografía en New York, y durante ese período trabajaría como aprendiz en el estudio de un reconocido fotógrafo, para mudarse finalmente a San Francisco una vez culminara sus estudios, y poder así emprender su propia empresa. Se radicó en la Bahía de Berkeley, donde conocería al pintor Maynard Nixon, quien se convertiría en su esposo y con quien tendría dos hijos, y sería allí mismo donde se decidió a montar su empresa propia y abrir un estudio de fotografía. Su proyecto tuvo bastante éxito. Por esos días las personas solían acudir a los estudios para que los fotógrafos los retrataran. En eso consistía el ser fotógrafo de profesión. Al interior de su recinto, sagrado para los amantes del celuloide y el oscuro proceso del revelado, el fotógrafo podía controlar cada uno de los detalles que componían la foto, encuadrar ángulos, distribuir los elementos que conciertan el espacio, fingir posturas o situaciones, jugar con las luces y sombras, por lo que el entorno se veía de cualquier forma sobreprotegido, excesivamente cuidado, bastante cómodo para las pretensiones de Dorothea. “Aquello que yo fotografío, no lo perturbo ni lo modifico ni lo arreglo”, declararía en su momento. Esto daría pie a que superara su primera etapa purista, y como ella lo propondría, saliera a la calle para encontrarse con aquella realidad que es lo que ciertamente quería plasmar: la gente sin hogar, la indigencia, el descontento en el rostro y actitud de los desempleados varados en los parques, la miseria, la pobreza, y todo aquello que parecía estar oculto pero que hacía parte de la realidad o eran la realidad misma. Abandonó el confort del estudio y se dedicó a perseguir campesinos, inmigrantes, familias desplazadas, toda condición de vida que lograra retratar también los sentimientos humanos. En 1935 se divorcia de su marido y conoce a un economista catedrático de la Universidad de California, con quien emprende una aventura de amor y lucha. Durante los próximos años ambos se entregarán a un proyecto con el que pretenden dar a conocer la situación rural en los campos estadounidenses. Juntos tratarían de dar cuenta de la explotación laboral, el abuso en el pago de los salarios y la manera cómo un sistema solía aprovecharse de los inmigrantes y de las personas más desfavorecidas. Él estaría a cargo de llevar cuentas, registrar datos y hacer entrevistas, mientras que ella estaría atenta para disparar una foto conveniente que pudiera ilustrar mejor el contenido. La obra culminó en un proyecto revolucionario y novedoso. Hasta entonces no se había considerado acompañar un libro de fotografía con texto, ni tampoco había sido visto de la forma contraria, siendo este par de innovadores los precursores de un estilo muy propio del género documental, que combinaba pues las imágenes acompañadas por los relatos y testimonios que aportaban a su descripción. Durante esos años Dorothea sirve además como colaboradora de varias revistas y diarios. Muchas de sus fotografías fueron simplemente donadas a los medios. Su labor como fotógrafa estaba más empeñada en entablar una comunicación directa, ineludible, entre el objeto fotografiado y aquel que lo está mirando. Sus imágenes tratan de dignificar a sus protagonistas, realzar su condición y darle importancia a la situación que se está documentando, logrando la toma de consciencia por parte del espectador, ganando en humanidad y acercándolo a la experiencia retratada. Como aquella vez en que, por una cuestión azarosa, como fueran todas sus demás fotos, la intrépida fotógrafa tendría la oportunidad de retratar a una madre y a sus dos hijos, que aguardaban por una ayuda alimenticia en medio de un campo poblado de refugiados de la guerra en los Balcanes. Esta foto se convirtió en una de las imágenes más vistas por todos a lo largo de todos los tiempos, una de las fotos más emblemáticas de la guerra, y que logra capturar en el rostro de la madre y de sus hijos las penosas condiciones que experimentan cientos de miles de personas. Madre migrante, es como será recordada esta imagen que es un clásico del arte fotográfico. La mujer de la foto, Florence Owens Thompson, nunca consintió en dejarse retratar, ni mucho menos en que su imagen fuera publicada y ampliamente difundida. Sin embargo Dorothea confiesa que no hubiera podido ser de otra forma, y que en su momento, de ninguna manera, pudo evitarlo. “Me acerqué a la famélica y desesperada madre como atraída por un imán. No recuerdo cómo le expliqué mi presencia o mi cámara…” Y es que el problema sería precisamente ese: que Dorothea no tenía cómo explicar o cómo explicarse sino a través de una cámara; ella era una con la cámara, Dorothea era la cámara misma. Las imágenes que revelaba fue lo que todos pudimos ver luego a través de su mirada prodigiosa, visionaria, reflexiva. Fruto de su trabajo, en 1941 se le reconoce su labor y su obra con el codiciado Premio Guggenheim Fellowship por la excelencia en fotografía. Sin embargo su siguiente aparición tendría que esperar hasta el final de la Segunda Guerra. Dorothea se interesó por documentar la puesta en libertad de los japoneses que habían sido confinados en improvisados campos de reclusión, semejantes a los campos de concentración empleados por los nazis. Allí también fuimos testigos de lo que sus ojos vieron y que plasmó a través de su lente: la desolación, el maltrato, la discriminación, todo ello como una lectura que salta a la vista cuando se observan a estas personas abandonando las instalaciones en las que estaban injustamente retenidos. Lo más polémico serían las imágenes en las que los nisei (hijos de padres japoneses pero nacidos en territorio extranjero) saludan a la bandera estadounidense que enarbolando en lo alto de una asta. Sus caras traducen descontento, malhumor, animadversión, aunque también podrían declararse orgullosos, comprometidos, esperanzados. Honor o vergüenza, el ejército retuvo los equipos de Dorothea y decomisó estas fotografías, que con el correr del tiempo verían también la luz del mundo y en todo caso se darían a conocer. Para Estados Unidos esto representaba una vergüenza, y una vez más sería Dorothea Lange la encargada de hacer la denuncia. Ella solamente quería contarnos en imágenes la honesta, aunque cruda realidad. Sin retocados que compongan lo que se juzga como feo, descuidado, finalmente natural, improvisando libremente con su visión antojadiza e inquisidora. Considerada pues como una activista visual, Dorothea continúa testimoniando su época, registrando en la memoria de todos las desventuras pormenorizadas de cada situación que se le cruzara por el frente. Ningún detalle pudo esquivar su mirada certera de francotiradora. En 1952 acepta la invitación para colaborar con su trabajo foto-periodístico, haciendo parte de la reconocida y prestigiosa revista Aperture. Las últimas dos décadas de su vida estará lidiando con los trastornos de sus múltiples enfermedades, problemas gástricos, úlceras, estragos del rezagado polio. Pionera de la foto documental, la osada y valerosa fotógrafa muere en 1965 a la edad de los 70 años. Estas palabras que pronunció servirían como una tesis de su causa y de su obra: “Una buena fotografía no es el objetivo. Sus consecuencias, sí lo son.”