Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Dolores Aleu Riera (1857-1913)

No quiso llevar una vida de opresión, y empezó entonces por quitarse el corsé. “La prenda que más daño causa a la organización femenina”, concluía. En su tesis doctoral, De la necesidad de encaminar por nueva senda la educación higiénico-moral de la mujer, Dolores declaró: “La vida de la mujer, desde los tiempos más remotos, viene siendo un continuo martirio.” Valoró la inoficiosa y asfixiante prenda del corsé, interesándose en cuestionar un uso científico que concerniera a la salud, por encima de una simple prenda de uso estético que acabará afectando la estructura ósea del tórax y complicando el sistema circulatorio. Su biógrafa más destacada comenta al respecto: “La tesis de Aleu es un texto revolucionario por su redacción brillante, apasionada y valiente de denuncia de una situación opresiva y en defensa de los derechos de la mujer y el feminismo. Aleu rompió todos los moldes sociales, morales e intelectuales de la época”. Sorprenderá la iniciativa médica, pero lo sorprendente es que se trató de la propuesta de una médica. Así es. Dolores Aleu Riera se destaca por ser la primera española en graduarse con el título de Doctora en Medicina, con especialización en Ginecología y Pediatría. Para 1910 el rey Alfonso XIII había decretado el reconocimiento oficial de la enseñanza de estudios superiores para las mujeres; sin embargo casi cuatro décadas atrás ya una mujer adelantada a su época se había anticipado. Nos trasladamos a la segunda mitad del siglo XIX, cuando ya empezaban a agitarse los movimientos feministas que batallaban principalmente por sacar avante el derecho al sufragio (que luego sería considerado como la Segunda Ola del feminismo), y que traería grandes logros en Europa y Estados Unidos, donde a las mujeres se les permitía por fin el acceso a la educación superior universitaria. Aprovechando un vacío legislativo, las españolas lograron su ingreso a algunas carreras universitarias, siendo una de ellas la notable y estudiosa Dolores. Su padre, un jefe policial que había ocupado altos cargos en la alcaldía y la gobernación de Cataluña, accedió a la “extraña” petición de su hija de ingresar a la Facultad de Medicina, con la condición de que cada día asistiera al recinto académico en compañía de un par de hombres que la escoltaran. Fue así como cada mañana desde septiembre de 1874, entre burlas y algunas ovaciones, Dolores asistió sin falta a sus clases de medicina en el lugar donde hoy se encuentra la sede de la Real Academia de Medicina de Cataluña. Durante los cinco años que permaneció en la universidad, aquella dama no sólo se hizo notar por su condición de mujer, sino además por ser la que cada año obtuvo las calificaciones y promedios más altos de la carrera. Otras dos mujeres también asistieron a clases con Aleu: Elena Maseras y Martina Castells. Y así las tres se verían enfrentadas a las mismas complicaciones para poder graduarse, siendo Dolores la única que pudo dedicarse a su oficio, y hasta tener su propia oficina de consultoría. Una vez concluidos sus estudios, las aventajadas alumnas tendrían que esperar casi tres años para que el Ministerio de Educación e Instrucción Pública les concediera el permiso para hacer el examen de licenciatura que acreditara su graduación formal. De poco valieron las excelentes notas que ya demostraban con sobras las capacidades de Dolores, y funcionarios desde Madrid pidieron a la universidad corroborara la información de que una mujer se había matriculado y cursado por completo la carrera de medicina. La Facultad confirmó la veracidad del asunto, por lo que Dolores se pronunciaría agradeciendo el apoyo de su alma mater, escribiendo en especial una misiva para su profesor Joan Giné y Partagás, a quien agradece soportarla “en las infinitas dificultades presentadas en mi carrera, siendo, en una palabra, el único que ha levantado su elocuente frase apoyando al sexo débil contra los ataques del fuerte.” Después de tantos inconvenientes, Elena Maseras se decidiría por cursar otra carrera y terminaría oficiando como educadora, mientras que Martina Castells conseguiría titularse, pero no desempeñaría nunca como doctora, ya que murió a los pocos meses por una complicación durante su embarazo. En abril de 1882 Dolores obtiene finalmente su aval para presentar sus exámenes de grado, que dos semanas más tarde rendirá con suficiencia, siendo así que el 6 de octubre de ese mismo año, en Madrid, Dolores Aleu Riera lograría licenciarse finalmente como la primera doctora de España. Su tesis doctoral vendría un año más tarde, y en donde aprovecharía pues para rebelarse ante esa prenda estorbosa que parecía una exigencia estética de la época, liberándose del yugo de portarla, al demostrar su ineficiencia y en cambio sí un perjuicio para la salud de las mujeres. De una narrativa exquisita, Dolores sustenta además la nula diferencia que parece existir entre el cerebro del hombre y de la mujer, pretendiendo dar algunas luces científicas en apoyo de la igualdad de sexos. Una vez titulada, la doctora iniciará una nueva carrera, esta vez al lado de un marido, un agente de bolsa con quien tendría dos hijos. Sin embargo la maternidad no serviría de excusa para que Dolores se contentara con los quehaceres, deberes y oficios de un hogar. Combinando su labor de madre, Aleu montó su propio consultorio médico, que dos años después mudaría a la Rambla de les Flors, 14., donde se mantendría atendiendo consultas de todo tipo durante más de un cuarto de siglo. No discriminaba a ninguna mujer. En su despacho la visitaban las señoras de clase alta de la burguesía catalana que padecían desde hace años algunas dolencias que no confesaban a un médico “a causa de la vergüenza”; o aquellas señoritas “que se crían endebles… con afán de lujo y adornos”, deformando sus torsos con el uso pernicioso del corsé, “como si lo delgado fuera equivalente de lo hermoso.” Así también asistía a las obreras y campesinas que “desde el dueño al último mayordomo, se creen con derecho a empañar la honra de las infelices trabajadoras”. Su caridad no tenía miramientos, y de igual forma atendía a prostitutas, madres solteras, huérfanos y mujeres pobres que no tenían cómo pagar por una consulta médica. A Dolores la obsesionaba la asepsia y la limpieza, considerando de alto valor el informar con el ánimo de prevenir: “Nunca consentiría la mujer ser degradada si fuera más instruida.” Sirvió como profesora de higiene doméstica en la Academia para la Ilustración de la Mujer, y escribió varios textos donde pretendía mejorar la calidad de vida de las mujeres, y cuyas pretensiones bien se resumen en uno de sus textos más conocidos: Consejos a una madre sobre el régimen, limpieza, vestidos, sueño, ejercicio y entretenimiento de los niños, conocido también como Consejos de una madre a sus hijos. Estaba convencida de su lucha: “La educación de la mujer revertirá en una mejora de la higiene, la sanidad y la cultura de los hijos, y se contará con su talento para el desarrollo del país”. Sería una de las primeras interesadas en la instrucción de la educación sexual, insistiendo sobre el “mar de peligros” que amenazan las enfermedades venéreas como la gonorrea y la sífilis. Prevenía de contagios a sus hijos a través de una carta: “Las encontraréis en todas partes y en todas las clases sociales… incluso en las Señoras de importancia en Barcelona.” Por aquel tiempo su primogénito coincide con la vocación de su madre y empieza sus estudios de medicina. No podrá concluirlos, ya que unos meses más tarde se contagiará de tuberculosis en el recién inaugurado hospital Clínic de Barcelona, y tras unos días de batallar contra la enfermedad, morirá a sus 23 años dejando a su madre devastada y sumida en una depresión de la que ya no volverá a reponerse. La tuberculosis también había acabado años antes con la vida del rey Alfonso XII, pero no sería de tuberculosis de lo que Dolores muriera: Dolores murió de dolor. Después de la muerte del hijo, la doctora abandonó su consultorio y se recluyó en su apartamento del barrio Salut, en donde moriría después de dos años. Un siglo más tarde una de sus nietas explica así su muerte: “En mi familia ha llegado hasta nuestros días la idea de que la doctora Aleu murió de pena. Probablemente hoy diríamos que sufrió una depresión.” Sus restos, al interior de un féretro, serían paseados en una carroza que estaría perseguida por un millar de personas. A su funeral asistieron todas esas mujeres que alguna vez pasaron por su consulta: pobres y ricas, prostitutas, obreras y campesinas, todas entremezcladas la despidieron en un funeral que, según relata el diario La Vanguardia, contó con la presencia de 300 niños huérfanos de la Casa de la Caritat. Sin conocer los motivos, el esposo de Dolores se deshizo de las pertenencias de la difunta, e incluso quemó sus escritos y correspondencia. Su nieta ha rescatado el siguiente texto que bien expone la lucha de su abuela: “No es de admirar que en los tiempos del oscurantismo se tratase mal a la mitad del género humano. Lo extraño, lo triste y lo ridículo es que continúe este martirio en pleno siglo de las luces”. En el 2015 la ONU, en la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, recordó a la primera doctora española con las palabras de su propia nieta: “Es necesario seguir luchando con la misma fuerza que lo hizo Dolores Aleu, porque todavía queda mucho camino por recorrer en relación a la igualdad real entre hombres y mujeres, tanto en el terreno profesional como en el familiar.” Dolores liberó de cadenas visibles a las mujeres y traspasó ese techo de cristal que les impedía destacarse en el campo del intelecto. “Fue un bicho muy raro para su época”, dice su nieta refiriéndose a esa abuela particular. Fue la primera. Después de ella vinieron muchas otras, pero sería ella quien abriría esta trocha. Hoy día un 70% del estudiantado de la carrera de medicina en la Universidad de Barcelona (UB) está conformado por mujeres. Se le reconoce pues como un modelo ejemplar en la causa del feminismo, rompiendo con talento, pasión y vocación sincera los modelos arcaicos y paternalistas que desde siempre han relegado a las mujeres a una condición de inferioridad. Estas sus palabras haciendo referencia a su género: “Hemos sumido sus músculos en la inacción; hemos apagado el fuego de su inteligencia; hemos extremado su sensibilidad física; hemos fanatizado sus sentimientos; la hemos segregado del comercio social, hémosla despojado de todo derecho político; la hemos encerrado en el hogar; la hemos desposeído de aptitudes para el trabajo y la hemos incapacitado para ganarse el sustento, inutilizándola para vivir sin tutela…”

DOLORES ALEU RIERA

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