Una de las doce deidades principales del Olimpo, “Diosa madre” o “Diosa distribuidora”, Deméter es la protectora divina de la agricultura y así mismo de la civilización y de la fecundidad. Su abuela fue Gea, la primera divinidad, y su madre Rea, y de ambas heredaría la tarea de custodiar la Tierra, y de allí deriva su nombre: da (tierra) y mitir (madre). Siendo hija del titán Crono, Deméter se convertirá así en la tercera generación femenina encargada de velar por los sembradíos y las cosechas y de guardar a los pastores y campesinos. Deméter simboliza entonces el ciclo de la vida, por lo que se le reconoce como la “portadora de las estaciones”. Los romanos la llamaron “Ceres”, y a veces su mito puede confundirse con la diosa Cibeles, venerada en la antigüedad en Asia Menor. Hermana mayor de Zeus, esta diosa fue una de las primeras divinidades a las que se les rindió culto, y su adoración data del siglo VII a.C., cuando Homero la citó en alguna de sus epopeyas, y algunas figuras de cerámica corroboran que ya en la Era Neolítica se le rendía devoción, siendo durante siglos la diosa más popular entre los campesinos, y su adoración se extendió por toda Grecia desde mucho antes de que apareciera el panteón olímpico. Se dice que fue la misma Deméter quien ordenó levantar en Eleusis un templo en su nombre y en donde se llevarían a cabo los rituales de iniciación conocidos como los misterios eleusinos, donde se homenajeaba a la diosa y a su hija ofreciéndole ciertos sacrificios. Los secretos del templo debían permanecer guardados, destacándose la historia de Melisa, quien se negaría a revelar el conocimiento de Deméter y por lo que sería torturada hasta morir. Deméter castigó a sus asesinos enviando una plaga de abejas que brotaron del cuerpo de Melisa, y como premio a su valentía y fidelidad las sacerdotisas que presidían las ceremonias serían conocidas como “melisas”. A Deméter solía representársele con la cabeza y el pelo de un caballo, y un cuerpo de mujer del que brotaban serpientes y otras bestias míticas que se asomaban por sus trajes de lujo. Montada sobre su carruaje, muchas veces acompañada de su hija Perséfone, también conocida como Core “la doncella”, y quien en los textos prehelénicos aparece invocada junto a su madre como to theo (las dos diosas). La cabeza de Deméter está adornada por una corona de espigas y en sus manos porta una antorcha y una hoz. La acompañaba un delfín, una paloma, la flor de la amapola y una cornucopia (aquel cuerno rebosante de frutos, granos, flores y toda clase de manjares que simbolizan la riqueza, la abundancia y la prosperidad). Sería esta diosa quien instruyó a los seres humanos en el oficio de la agricultura, enseñándoles a arar, recolectar semillas, sembrar los campos y cuidar de los cultivos. Tal vez el mito más conocido sobre Deméter es en el que aparecerá como protagonista junto a su hija Perséfone, apoyando esa figura maternal que cuidará de sus hijos sin importar el costo ni los sacrificios. Y así tuvo que sacrificarse la diosa cuando Hades, dios del inframundo, se enamorara de la hermosa Perséfone, y tras abrir un gran cráter en la tierra raptara a la hija consentida de Deméter. Leucipe, la oceánide que jugaba con Perséfone y que no intervino para evitar el secuestro de la niña, sería castigada por la diosa que la convertiría en sirena. La melancólica diosa de la fertilidad se sumergió en la congoja y estuvo deambulando nueve días sin comer ni beber, mientras intentaba dar con el paradero de su hija y la lloraba sobre la piedra Agelasta. Durante este tiempo la tierra fue invadida por la desolación y la esterilidad de sus campos. Hécate, diosa de la brujería, presentó a Deméter el dios sol, Helios, aquel que todo lo veía y que seguramente fue testigo del rapto de Perséfone, y quien efecto le confirmaría a la madre que su hija había sido casada con el mismísimo Hades, que ahora la mantenía retenida en el fondo de la tierra y la había convertido en la reina del infierno. Deméter abandonó el Olimpo tratando de encontrar las puertas del inframundo, descendió a los confines de la Tierra y asumió la figura de una anciana llamada Doso, y estando reposando junto a un pozo fue abordada por las hijas del rey de Eleusis, en Ática, el rey Celeo, a quienes mintió diciéndoles que provenía de Creta y que había sido liberada por un grupo de piratas que la habían tenido cautiva. El rey Celeo y su esposa Metarina acogieron con agrado a la anciana, e incluso Celeo le ofreció a Doso ser mentora de sus dos hijos varones: Demofonte y Triptólemo. En retribución a la generosidad demostrada por la familia real, Deméter quiso concederle a Demofonte la gracia de la divinidad, para lo cual lo embadurnó de ambrosía y sopló su milagro sobre el cuerpo del niño mientras lo sostenía en sus brazos. Para sellar el ritual de inmortalidad el pequeño tenía que ser quemado cada noche sobre carbones ardientes, ritual que Deméter seguía en secreto y hasta que finalmente fue sorprendida por Metanira. La madre se horrorizó al ver a su hijo ardiendo sobre las brasas al rojo vivo, y decepcionada porque los humanos ignoraran el valor del ritual, Deméter dejó a medio terminar su tarea de convertir a Demofonte en un ser inmortal y, en un gesto menos macabro, decidió enseñar a Triptólemo los oficios del agricultor. Se dice que fue por medio de Triptólemo que toda Grecia se enteraría del arte de la agricultura, cuando Deméter lo llevaría a todos los rincones a bordo de su carruaje alado y amparándolo como su madrina, y así lo demostró cuando castigó a Linco, rey de Escitia, quien atentó contra la vida de Triptólemo negándose además a enseñar el cultivo del trigo en su reino, y recibiendo como pena divina la transformación en lince. Deméter no logró encontrar a su hija, y fue entonces cuando Zeus, padre de Perséfone, decidió intervenir pidiéndole a Hermes que descendiera al Hades y rescatara a su hija. La misión de Hermes parecía haber tenido éxito, pero antes de abandonar el subsuelo Hades engaña a Perséfone y la invita a probar seis semillas de granada, aunque algunos sugieren que la doncella las comería sin que hubiera sido tentada por el mismo demonio, pero sea como sea las seis semillas servirían como un conjuro para que Perséfone tuviera que retornar cada seis meses al Tártaro y pasar junto a Hades el resto del año. Es así como cada seis meses Perséfone alegra con su presencia a Deméter, siendo las estaciones alegres, coloridas y florecidas del verano y la primavera, y luego seis meses de ausencia donde su madre se mostrará triste, mustia, marchita y fría como lo demuestran el invierno y el otoño. Deméter también tuvo otros amoríos y otros hijos, como Pluto y Filomelo, cuyo padre sería el mortal Yasión, hijo de Zeus y Electra, y que sería asesinado luego de que su celoso padre se enterara de la aventura con su tía. Así mismo sería asediada por el dios de los océanos, Poseidón, quien no se dejaría engañar cuando la diosa en su forma vacuna intentó ocultarse entre una manada de caballos del rey Oncos, y trasformado en toro Poseidón tomó a Deméter por la fuerza y le dio dos hijos: Despena, la innombrable, y un corcel de crines color azabache al que bautizó Arión. Aparece bendiciendo a Fítalo con el regalo de una higuera y como recompensa por haber cuidado de ella durante la búsqueda de su hija, y así también figura en el relato en el que Limos, dios de la hambruna, recibió el castigo de morar en las tripas de Erisictón para mantenerse siempre hambriento y esto porque el dios había talado un árbol. Se le emparenta con la diosa egipcia Isis, asociada con el cambio estacional y quien también buscaría en el inframundo a un ser amado, en su caso se trataría de su esposo Osiris, y en algún momento el mito grecorromano de Deméter empezaría absorbiendo a la figura de Isis, siendo así que las sacerdotisas egipcias debían también instruirse en las enseñanzas de la diosa griega de la agricultura. El Museo Británico de Londres conserva una vieja estatua de mármol que fue encontrada en la ciudad de Cnido, y decir por último a modo de dato que la palabra “cereal” deriva del latín “cerealis”, y esto como referencia a esta diosa llamada Ceres.