Heredera del poder que siglos antes ostentaron las primeras faraonas como Hatshepsut, Neithotep o la famosa Nefertiti, Cleopatra VII se destacaría como una de las figuras femeninas más reconocidas en el poder. Otras Cleopatras antes y después se suscriben a un largo listado: Cleopatra la Alquimista, Cleopatra Selene II, Cleopatra I de Sira, Cleopatra V, Cleopatra VI Trifena, pero sin duda cuando mencionamos su nombre nos referimos a la última gobernante de la Dinastía Ptolemaica de Egipto, Cleopatra VII Thea Filopátor, esa que gobernó a finales del siglo I a.C., y quien resaltó por su belleza y así también por el encanto de su inteligencia. En una época donde los romanos ya habían ganado terreno y los antiguos faraones egipcios venían gobernando como monarcas griegos helenísticos, descartando el aprendizaje del idioma propio, Cleopatra sería la primera de su dinastía en conocer a fondo el lenguaje egipcio, y aunque su lengua materna fuera la koiné griega, también se interesó en hablar el etíope, troglodita, arameo, árabe, sirio, medo, parto, latín, lo que demuestra el interés que tuvo en integrar territorios del norte africano y de Asia occidental que otrora hicieron parte del Reino Ptolemaico. No se conoce quién sería su madre, y se postulan los nombres de Cleopatra V, conocida también como Cleopatra VI Trifena, y sabemos que tuvo una hermana, Arsíone IV, y sus dos hermanos Ptolomeo XIII y Ptolomeo XIV. Era descendiente directa de Ptolomeo I Sóter, fundador de la dinastía, general grecomacedonio y amigo de Alejandro Magno. Su nombre significaría algo como “la gloria de su padre” o “la diosa que ama a su padre”, y quien se sabe se trató de Ptolomeo XII Auletes, el faraón que por aquellos días gobernaba un Egipto que desde hacía mucho tiempo venía sirviendo como vasallo y de manera voluntaria al creciente dominio de los romanos, y a quienes servía con sumisión, siendo así que cuando su pueblo se levantó en una revuelta, Ptolomeo XII, en compañía de su pequeña Cleopatra de 11 años, eligió la ciudad de Roma para exiliarse. El trono sería reclamado por Berenice IV, hermana mayor de Ptolomeo XII, y quien sería asesinada después de gobernar tres años, momento en el que Ptolomeo XII retomaría el poder con la ayuda de las fuerzas romanas. Hacia el 51 a.C. muere Ptolomeo XII, no sin antes legar su herencia en el trono a sus hijos Cleopatra y Ptolomeo XIII, quienes tendrían que gobernar como si se tratara de una pareja de esposos corregentes, pero siendo Ptolomeo XIII un imberbe sería Cleopatra quien trataría de sobreponerse a su hermano. La pareja de faraones heredó el mando de una sociedad revoltosa y descontenta, territorios que estaban siendo anegados por el río Nilo y que tenían inundados los sembradíos, una hambruna generalizada y una cuantiosa deuda de millones de dracmas que su padre había contraído con los romanos. Los documentos reales eran firmados únicamente por Cleopatra, mostrándose así como la gobernante oficial, y sin embargo Ptolomeo XIII gozó de la asistencia de algunos personajes influyentes dentro del gobierno, quienes evitarían que los poderes oficiales del púber desaparecieran, y es por esto que algunos otros documentos empezarían a ser emitidos con la firma de Ptolomeo XIII. Cleopatra intentó una alianza con su otro hermano, Ptolomeo XIV, pero éste ya se encontraba del lado de su hermano, y es por esto que hacia el 49 a.C. Cleopatra entendió que había perdido la batalla, por lo que decidió escapar de Alejandría y refugiarse en la región de Tebas. Por aquella época en Grecia se estaba desatando una de las confrontaciones más recordadas entre las fuerzas de Julio César contra las de su antiguo aliado, Pompeyo el Grande, en un enfrentamiento bélico en el marco de la segunda guerra civil de la República romana, el 9 de agosto del año 48 a.C., conocida como la Batalla de Farsalia. Los ejércitos de Pompeyo salieron diezmados y su líder, viejo amigo de los ptolemaicos, quiso encontrar su exilio en la tierra de los faraones, pero tan solo desembarcar, Pompeyo sería apuñalado varias veces, y su cabeza embalsamada sería enviada a Julio César por órdenes de Ptolomeo XIII, autor intelectual del crimen, y que pretendía de esta forma agraciarse con Julio César además de exponer el poder que ostentaba en Egipto. Días más tarde Julio César llegaría a Alejandría y se aposentaría nada menos que en el palacio real, mostrando su descontento por el trato innoble de haber asesinado a Pompeyo, además del gesto grotesco de decapitarlo, ya que a pesar de considerarlo su enemigo tenía pensado perdonarlo, e incluso le tenía reservado un puesto de oficio dentro de su gobierno. El faraón y la faraona en disputa de su reino quisieron presentársele a Julio César en Alejandría, llevando la delantera Cleopatra, quien no sólo aventajó en tiempo a Ptolomeo XIII sino que aprovecharía la ventaja de sus encantos para ganarse los afectos del romano. El romano no podría resistirse a la tentación, pero lo cierto es que Julio César no quería que en Egipto se desataran más guerras, y pretendía poner fin a la discordia entre ambos hermanos sin la intención de favorecer a alguno en particular, y por lo que procuró la reconciliación por medio de un acuerdo en el que además le destinaba la regencia de importantes territorios a los otros dos hermanos, Arsíone IV y Ptolomeo XIV. Pero Ptolomeo XIII desconfió de este pacto por considerarlo poco conveniente para él, por lo que decidió atacar a las tropas de Julio César y sitiar Alejandría. La pareja y las fuerzas romanas resistieron hasta que meses más tarde llegaron los refuerzos de Roma, y a comienzos del año 47 a.C. Ptolomeo XIII sería derrotado en la Batalla del Nilo, y se cree que moriría ahogado luego de intentar escapar en un bote que acabaría por naufragar. Arsíone IV, la hermana menor, y quien había estado del lado de Ptolomeo XIII liderando el sitio contra Alejandría, encontró exilio en Éfeso, siendo así que Julio César, con la potestad que le otorgaba su cargo reciente de dictador, designó al pequeño hermano menor de Cleopatra, Ptolomeo XIV, como cogobernante de Egipto, realizando una boda que los oficializaba como la pareja real. Para este momento Cleopatra ya estaba embarazada de Cesarión (“El pequeño César”), el niño que fue fruto de la unión con su amante Julio César. Al nacer, el hijo de la pareja recibió el título real de “Faraón César”, tal cual puede leerse en una estela encontrada en el serapeum de Menfis. Julio César trató de mantener oculta y distante su relación con Cleopatra, además de su hijo Cesarión, queriendo no generar descontentos en la sociedad romana, y por otra parte Cleopatra no dejaría de hacer pública la filiación que unía a las dos figuras más representativas de Roma y Egipto. Gozando del título que les sería conferido por Ptolomeo XII, Socius et amicus populi Romani (“Amigo y aliado del pueblo romano”), a finales del año 46 a.C. Cleopatra y su hermano Ptolomeo XIV visitaron Roma y fueron hospedados con todo lujo en el Hortis Caesaris, la villa de descanso que pertenecía a Julio César. Allí permanecieron casi dos años hasta el asesinato de Julio César, tras lo cual Cleopatra intentaría posesionar a Cesarión como heredero de su padre, pero en su herencia el dictador reconocía como sucesor legítimo a su sobrino Octavio (primer emperador romano en el año 27 a.C. y que fuera conocido como Augusto, “El venerado”), por lo cual Cleopatra tomaría la decisión de regresar a Egipto. Una vez en Egipto, y como pareciera costumbre en estas tramas dinásticas, Cleopatra envenenó a su hermano Ptolomeo XIV y nombró a su hijo Cesarión, ahora conocido como Ptolomeo XV, como corregente de Egipto. En el año 43 a.C. se desataba la tercera guerra civil de la República romana, y Cleopatra se inclinó por el triunvirato encabezado por Octavio, Marco Antonio y Lépido. Con el segundo de estos su relación iría más allá, luego de que éste quedara impactado por esa mujer que era Cleopatra, y tras una visita a Alejandría el triunviro no podría resistirse a los encantos de la faraona, y así también con un pueblo que lo recibía con afecto después de que llegara acompañado de pocas tropas y en son de paz. El historiador Suetonio Tranquilo detalla un viaje por el río Nilo a bordo de un suntuoso crucero parecido a un “palacio flotante”, y en donde el general romano acabaría por ser conquistado por el ingenio y la inteligencia de la faraona egipcia. También se dice que al momento de conocerlo Cleopatra lucía un traje que evocaba a la diosa Afrodita, lo que acabaría por deslumbrar al fascinado general. Marco Antonio permaneció durante un tiempo en Egipto disfrutando de la compañía de Cleopatra, con quien tendría dos hijos: los gemelos Alejandro Helios y Cleopatra Selene II, quienes llevan como segundo nombre el de los dioses del sol y la luna. Cleopatra convenció a su marido para que ejerciera su autoridad y ejecutara sin reparos a su hermana Arsíone IV, porque es que según se comenta Cleopatra ejercía sobre Marco Antonio como una especie de embrujo o hechizo, o así lo consideraba la sociedad romana, que emparentaba la figura de la faraona con la imagen destructiva para la civilización de Roma, como lo fuera la leyenda de Helena de Troya. En el año 39 a.C. Marco Antonio creyó conveniente dejar sus asuntos resueltos en Egipto, instituyendo plenamente a Cleopatra como la faraona única y oficial, para mudar su cuartel general a Atenas, donde se casó con Octavia la Menor, hermana de Octavio, y con quien tendría dos hijas: Antonia la Mayor y tres años más tarde a Antonia la Menor. Por aquel tiempo Octavio empezó una propaganda en contra de Marco Antonio, señalándolo de favorecer los intereses de los ptolemaicos y descuidando de esta forma sus cargos como triunviro. A manera de publicidad, Octavio mandó a construir una estatua de su esposa Livia Drusila y de su hermana y esposa de Marco Antonio, Octavia la Menor, haciéndole competencia a la estatua que años antes Julio César había erigido para Cleopatra, así también como a Cornelia, hija de Escipión el Africano, y quien medio siglo antes hubiera sido la primera mujer romana en ser distinguida inmortalizándola en una estatua. En al año 36 a.C. Marco Antonio y Cleopatra se reunieron durante una campaña militar que trataba de sofocar las invasiones del Imperio Parto, y por aquellos días la faraona daría a luz a su tercer hijo con el triunviro, niño a quien llamaron Ptolomeo Filadeldo. Además aprovecharían para formalizar sus nupcias en un evento, en el que Dion Casio relata que la faraona se vistió y se peinó y se emperifolló con todo su arsenal estético, y que sus atuendos emulaban la figura de la diosa Isis, y fue así como se proclamaría “Reina de Reyes”, y a su hijo Cesarión y corregente lo declararía con la misma distinción de “Rey de Reyes”. La faraona dejaría una constancia clara de sus propósitos por medio de decretos aprobados por su esposo y remitidos a Roma, concesiones territoriales ratificados por el triunviro y conocidos como las “Donaciones de Alejandría”, donde declararía a sus dos hijos gemelos como reyes oficiales de varios importantes territorios. Egipto le sirvió de mucho a Marco Antonio para poder emprender sus batallas, como en el año 32 a.C. cuando Cleopatra asistió a su esposo con unos doscientos barcos, lo que representaba una cuarta parte de la flota naval egipcia. Para ese momento Cleopatra pidió a Marco Antonio disolver formalmente su unión con Octavia la Menor por medio de una declaración oficial, y luego de que esta se hiciera pública ya Octavio tendría los motivos suficientes para dar inicio a la cuarta guerra civil de la República romana. La guerra estaría declarada concretamente a Cleopatra, el triunvirato ya había expirado y los pocos aliados con los que Marco Antonio contaba al interior del senado habían sido disuadidos para que apoyaran a Octavio, siendo así que para el año 31 a.C. se llevó a cabo una serie de enfrentamientos navales en los que, a pesar de contar con una fuerza superior en número, Marco Antonio y Cleopatra no pudieron contra las tropas profesionales de la armada comandada por Octavio. La batalla decisiva, acaecida en Accio, tuvo como triunfador al general encargado por Octavio, Marco Vispanio Agripa, y nada pudo hacer Cleopatra a borde de su buque conocido como el Antonias, ni mucho menos Marco Antonio, que esperaba en su navío de velas púrpuras en compañía de una flota de sesenta barcos apostados en la desembocadura del golfo de Ambracia, y que prefirieron darse a la huida al enterarse de que ya sus embarcaciones habían sido diezmadas. Ambos emprendieron una travesía de tres días hasta llegar a Egipto, y allí cada quien tomaría un rumbo que cada vez más lo distanciaría del otro. Los ejércitos de Octavio avanzaron en su conquista de Egipto, y viéndose acorralado, el legendario Marco Aurelio terminaría por suicidarse a sus 53 años clavándose un puñal en el estómago. Plutarco sugiere que Marco Antonio pudo ser llevado ante Cleopatra antes de morir para confesar que su muerte era un asunto de “honor”. Los restos del romano fueron embalsamados y exhumados al interior de una tumba. Cleopatra permaneció en Egipto y negoció con Octavio, mientras empezaba los preparativos para que Cesarión la sucediera como gobernante oficial de su dinastía. Pero Octavio no estaba dispuesto a aceptar las condiciones de la faraona, por lo que ésta amenazaría con quemar todo su tesoro y consumirse también a sí misma entre las llamas. Octavio pudo evitar que así fuera, y alcanzaría a reunirse con ella para insistir en que respetaría su vida y la de sus tres hijos menores, pero la faraona había escuchado que los planes de Octavio eran llevarla a Roma para exponerla junto a sus hijos en una procesión de humillación pública, a lo cual Livio menciona que la faraona diría: “ou thriambéusomai” (“no seré exhibida en un triunfo”). La leyenda cuenta que meses atrás venía probando distintos venenos con algunos prisioneros e incluso con sus sirvientes, pero el relato de su médico Olimpo, y el más común, es que la faraona eligió la mordida de un áspid o una cobra. Estrabón sugiere que usó algún tipo de ungüento para suicidarse, Plutarco propone que se introdujo el veneno empleando una espina, y Dion asegura que se trató de una aguja, y en cualquier caso decir que su cadáver sí tenía al parecer un pequeño pinchazo causado probablemente por una púa. Sea como fuera, en el mes de agosto del año 30 a.C., a sus 39 años de edad, la mítica Cleopatra VII Thea Filopátor se quitaba la vida al interior de una tumba que ella misma había mandado a construir. La acompañaron en su viaje al más allá sus fieles servidores Eiras (Iras) y Carmión (Charmión), así como otro número de sirvientes que se suicidaron junto a ella, para poder tener el honor de seguirla asistiéndola en el más allá. El suicidio de Cleopatra tomó por sorpresa a Octavio, quien a pesar de todo le rindió una ceremonia fúnebre que estaba a la altura de una faraona, preservando las pinturas y monedas que contenían su imagen, y así también como la estatua de bronce que mandó a erigirle Julio César al interior del templo de Venus Genetrix, en Roma, emulando la figura de la mismísima Isis, siendo la primera persona que en vida gozó de una réplica de su imagen construida en el templo de una deidad romana, y que se mantuvo en pie durante casi tres siglos. Octavio también mandó a que se hiciera una pintura que retratara a la faraona siendo picada por una serpiente, retrato que expuso en un lugar privilegiado durante su desfile triunfal en Roma. La misma suerte no tendrían las imágenes que evocaban a Marco Antonio y que Octavio, convertido ya en Augusto, mandaría a desaparecer del territorio de Egipto. Antes de caer en manos de los romanos, Cleopatra envió a su hijo Cesarión al Alto Egipto, esperanzada en que luego pudiera viajar a Nubia, Etiopía y hasta llegar a la India, para finalmente escapar a la persecución de Octavio. Pero tres semanas después Cesarión sería invitado por el mismo Octavio para que retomara su lugar como Ptolomeo XV, faraón de Egipto, pero fiel a la consigna de que “en el mundo sólo hay lugar para un César”, el primer emperador de Egipto traicionaría su promesa y acabaría asesinando al hijo que Cleopatra había tenido con Julio César. Los otros tres hijos de la faraona serían llevados a Roma y su crianza fue encomendada a su madrastra, Octavia la Menor. Años más tarde Cleopatra Selene II se casaría con el rey Juba, con quien tendría a Ptolomeo de Mauritania, y quien sería asesinado por su primo Calígula sin que éste dejara sucesor alguno, dándose así por concluida la larga dinastía ptolemaica que empezó tres siglos atrás durante el período helenístico de Alejandro Magno, y dando inicio al Principado del Imperio Romano en donde Egipto pasaría a convertirse en una suerte de provincia del Imperio. Tanto en el estilo romano como en el helenístico y por supuesto en el egipcio, la imagen de Cleopatra ha sido perpetrada a través de todo tipo de obras, pinturas, estatuas, esculturas, bustos, relieves, jarrones, vasijas de cristal y camafeos tallados, y en donde suele representársele portando sobre su cabeza la clásica diadema con una cobra enroscada y que se conoce como el “ureus”. Es característico su peculiar peinado estilo “melón” y con un moño trenzado en la parte de atrás, y que tras su llegada a Roma se popularizaría entre las mujeres, dejando claro la influencia que la faraona tendría en la moda de la época. Se le ha dibujado con el pelo de color rojizo, castaño y también negro, recogido en moño con horquillas perladas, y luciendo pendientes colgantes en forma de candongas. Su piel de un color marfil, cara redondeada, nariz aguileña, mentón prominente y ojos lanceolados que recuerdan a los dioses y a la figura masculina de su padre. Cleopatra fue la única en su dinastía que acuñó monedas con su nombre y su efigie, gesto que fue imitado por Julio César, convirtiéndose éste en el primer romano vivo en figurar en una moneda, y así también mandaría a acuñar algunas con la figura de la faraona, que sería la primera extranjera en aparecer en una moneda romana. En las monedas Cleopatra aparecerá a veces representada como la diosa Afrodita (Venus para los romanos), acentuando esos marcados rasgos masculinos, tal vez idealizada por el estilo helenístico. En la actualidad podemos apreciar en el Museo Real de Ontario el “Busto de Cleopatra”, y también son famosos la “Cleopatra de Berlín” cuyo busto conserva intacto su nariz, cosa que no le sucede al expuesto en el Museo del Vaticano y al que se le conoce como la “Cleopatra Vaticana”, todos estos hallazgos encontrados en villas romanas y que se calcula datan de una época en la que la faraona podría estar todavía con vida. En Egipto, el complejo funerario cerca de Dendera alberga el templo de Hathor, y cuyas paredes de estilo egipcio contienen imágenes talladas en relieve representando a la faraona con su hijo Cesarión. Más de cincuenta obras de la historiografía romana dan cuenta de la vida de Cleopatra. Virgilio romantizó la idea de una Cleopatra épica y melodramática, Horacio resaltaba su suicidio como un suceso positivo para los romanos, y Ovidio fue el encargado de darle forma a una faraona licenciosa, llena de codicia, y que manipuló a través de sus encantos femeninos y de su agudeza mental. La visión de estos poetas latinos persistió en la literatura del Medioevo y todavía entrado el Renacimiento. Una visión negativa de la faraona y que fue casi confirmada por varios historiadores como Plutarco, que en su libro Vida de Antonio se referirá a Cleopatra como una mujer encantadora por sus atributos físicos y de un carácter fuerte e ingenioso. También la describen en sus textos autores como Valero Máximo, Plinio el Viejo, Apiano y Cicerón, este último conocedor en persona de la faraona, y quien no se referirá a ella en los mejores términos. Y es que a pesar de que hoy todavía se asocie a Cleopatra con la mujer engatusadora, promiscua y libidinosa, y que sabía cómo aprovecharse de sus atractivos para seducir a los hombres, lo cierto es que solamente podemos contar entre sus amantes a dos de los más grandes del momento, con quienes además mantuvo una relación, y de quienes se aseguró una descendencia que pudiera perpetuar el poder de su dinastía. Entrado el Renacimiento la figura de la faraona egipcia empezaría a cobrar nuevos tintes, siendo así que para el siglo XIV el poeta inglés, Geoffrey Chaucer, actualizaría la historia de Cleopatra a la luz de la cristiandad medieval, con su obra The legend of good women, y para ese mismo período el poeta italiano Giovanni Boccacio haría lo mismo a través de su lengua. La dibujaron Rafael y Miguel Ángel, y durante el barroco fue representada a través de esculturas, pinturas, grabados, xilografías y poemas. En 1608 William Shakespeare, en la tragedia Antonio y Cleopatra, retrataría la figura de una faraona fogosa y apasionada que contrastaba con la imagen virginal de la reina Elizabeth, y en la música Georg Friedrich Händel le dedicaría en 1724 la ópera titulada Julio César en Egipto. Durante la época victoriana la imagen de Cleopatra se asociaba directamente con Egipto, una representación de la opulencia y el lujo que ciertamente supo patentar en vida con sus gastos desmesurados, y su figura se explotó para comercializar productos de hogar, lámparas de aceite, postales, litografías e incluso cigarrillos, y así también como cosméticos, popularizándose el mito de que la antigua faraona egipcia había descubierto los anhelados secretos del rejuvenecimiento. En la modernidad, y luego de un siglo XIX donde afloró la “egiptomanía”, Cleopatra se ha convertido en un ícono de la cultura popular. La literatura contemporánea la retrata a través de renombrados autores como George Bernard Shaw, Aleksandr Pushkin, o el erudito chino de la Dinastía Qing, Yan Fu, quien escribiría una extensa biografía sobre la faraona. En el cine Georges Méliès con su película Cléopâtre dio inicio en 1899 a una cantidad de películas dedicadas a la faraona, destacándose la de 1917, la de 1934 protagonizada por Claudette Colbert y la de 1963 con el dúo de Elizabeth Taylor y Richard Burton en el papel de Marco Antonio, siendo así que para finales del siglo XX se contaban más de cuarenta películas sobre Cleopatra, unas doscientas novelas y obras teatrales y casi medio centenar de óperas y ballets. Cleopatra fue muchas cosas. Fue una erudita en todos los campos: lingüista y escritora de varios tratados médicos, algunos de ellos conservados por Galeno y en donde estudió remedios para enfermedades capilares como la caspa y la calvicie, con una detallada medida de los pesos y medidas que debían emplearse de los distintos elementos farmacológicos. Aecio de Amida se atreve a postular a la faraona como aquella que descubrió cómo perfumar los jabones, y Pablo de Egina conservó sus recetas para teñir y rizar el cabello. Cleopatra es la figura de la mujer imperante, monarca absoluta de muchos territorios y de una gran civilización egipcia, diplomática y comandante naval, máxima potestad en asuntos económicos y administrativos como el control de precios y aranceles o los tipos de cambios para las divisas extranjeras, autoridad religiosa, constructora de varios templos dedicados a los dioses griegos y egipcios, como el Cesáreo de Alejandría en honor a Julio César e incluso de una sinagoga destinada para los judíos, legisladora y regente única y un símbolo femenino de la gobernante de todos los tiempos.