Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Chavela Vargas (1919-2012)

Música de cantina, música de antro de mala muerte, música de borrachos. Las rancheras que narran los despechos, los duelos, el sinsabor de la vida del pobre, la melancolía y la nostalgia de amores ya perdidos. Y quién más idóneo para cantarle a la desgracia que un desgraciado mismo. Chavela Vargas es la voz inconfundible de la ranchera mexicana, una mujer que más parecía rogar que cantar, y su melodía plañidera lograba ser entendida por cualquiera, independientemente de si conocía o no la lengua en la que cantaba. Nació en Costa Rica, y desde niña tuvo que lidiar con la poliomielitis. Tuvo una infancia desdichada, sintiendo el rechazo de ambos padres que, tras su divorcio, encomendaron el cuidado de su hija a los tíos, desentendiéndose de una hija enfermiza, enclenque, despreciada. Así lo relata Chavela en su autobiografía, rememorando que a la edad de los 11 años ya soñaba con abandonar su país. Y fue así como antes de cumplir los 20 años, la soñadora vendería sus contadas posesiones, y abordaría una precaria avioneta que en pocas horas la abandonó a su propia suerte en la prometedora capital azteca, la cual acabaría adoptándola y otorgándole la nacionalidad, luego de llevar la música mexicana a todos los rincones del mundo y morir allí mismo, después de ocho décadas. Durante los primeros años se las arregló como pudo para sobrevivir, trabajando en restaurantes y casas de familia, transportando niños o vendiendo ropa, hasta que un día le llegaría la oportunidad de presentar su talento en un programa radial. Sería en ese momento cuando despegaría su carrera. Sin embargo, el gran impulso que la catapultaría al escenario, sería su entrañable amistad con el ya reconocido cantautor de rancheras, José Alfredo Jiménez. El cantante no sólo sería un mentor en lo que respecta a lo musical, sino también su afectuoso compañero de parranda. Al morir éste, y durante su funeral, Chavela se emborrachó hasta el límite y no paró de gritar su pena, generando cierto disturbio en el acto fúnebre; quisieron apartarla, pero fue la misma viuda de Jiménez la que ordenó que la dejaran expresar su angustia: “Déjenla, que está sufriendo tanto como yo”. Al comienzo de su carrera, Chavela tuvo que estar sujeta a los requerimientos masculinos, que reclamaban cantantes seductoras, vistiendo faldas, tacones y trajes escotados, y a lo que muy pronto la indomable Chavela, con su estilo propio, sabría revelarse. Sus primeras presentaciones fueron en los bares y cantinas donde se convocaban los bohemios, y pese a las tantas críticas que le auguraban el peor de los destinos -toda vez que intentaba abrirse camino en un mundo concebido para el mero mero macho-, a la temible cantautora no le tembló la voz para demostrarle a cualquiera que ella estaba a la par de los varones. Así lo hizo notar también a través de su vestimenta: adoptó un estilo marimacho, y a pesar de su cuerpecito menudo y diminuto, se puso pantalones de macho, camisa de macho, cargaderas al estilo macho, y le hizo frente a los comentarios que intentaban apabullarla antes de surgir. Dice en sus memorias: “Me propuse cantar diferente, yo sola, con mi jorongo y mi guitarra… Canta como te salga del alma”. Y así lo hizo; y fue por cantar con el alma que Chavela tocó el alma de todos. Su voz particular, decadente, desgarradora, su presencia feble en el escenario, evocando un ebrio descorazonado que le declama a sus tantos lamentos y desengaños, a Vargas le bastaba cantar cualquier canción, no importaba lo alegre, burlona o maliciosa que esta fuera, y sin cambiarle la letra, su interpretación la tornaba en una canción inevitablemente triste. Así mismo, con su manera peculiar, tan emotiva y melancólica, y en compañía apenas de su guitarra, Chavela convertía sus tragedias y tribulaciones en auténticas rancheras. Por aquellos años se presentó en los principales escenarios de la ciudad de Acapulco, y para finales de los años cincuenta Chavela Cargas ya era una cantante de renombre internacional. Se codeaba con estrellas de Hollywood como Ava Gardner y Grace Kelly, e incluso interpretó sus canciones en la boda de Elizabeth Taylor, a la que también asistiría el afamado comediante Cantinflas. Y es que entre su círculo de allegados reconocidos cabe destacar algunos: Diego Rivera, Frida Kahlo, Pablo Picasso, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Nicolás Guillén, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Facundo Cabral, Aba Belén, Víctor Manuel, y una larga lista de célebres amistades a quienes dedicaba un día del año para reunirse con ellos en alguna parte del mundo. Lanzó su primer álbum en 1961, y tres años más tarde interpretó un rol actoral en la serie televisiva Premier Orfeón, debutando en el cine en 1967 en la película La soldadera, del director mexicano José Bolaños. En adelante, y durante casi dos décadas, Chavela pareció haberse perdido del mundo. Lo cierto es que andaba perdiéndose a sí misma, sumergida en el alcohol, que de alguna manera fue su fuente de inspiración y su distintivo, pero que con el pasar de los años le cobraría factura. Ella misma afirmaba haber ingerido más de 40.000 litros de tequila, y hasta ese día en el que, echando cuentas, por fin dejó la bebida. Fue así como recuperó su carrera, no volvió a beber, y su resurgir fue imparable, hasta el día de su muerte. Este nuevo renacer de sus triunfos se debió en parte a la simpatía que Chavela y su música despertó en el director de cine español, Pedro Almodóvar, quien a comienzos de los años noventa la vio interpretar su repertorio en el teatro-bar El hábito, en Coayacán. De inmediato supo que alguna de estas canciones tendría que sumarse a la banda sonora de su más reciente película, Tacones lejanos. Así también sería por recomendación de éste que la cantante mexicana tuvo la oportunidad de presentarse en compañía de su mariachi en el mítico Teatro Olympia de París. Almodóvar asistió a dicho recital acompañado de la actriz francesa Jeanne Moreau, quien nada comprendía del español, pero que comentó con acierto al director: “No hace falta que me traduzcas lo que canta, porque la entiendo perfectamente”. Respecto a la artista a la que tanto apoyó, el exitoso director de cine expresó: “Chavela Vargas hizo del abandono y la desolación una catedral en la que cabíamos todos”. Sea como actriz o cantando sus canciones, Chavela figuró en varias películas de reconocidos directores, como es el caso de Werner Herzog, quien le dio el papel de una nativa en su película Grito de piedra. La vemos en la película Frida interpretando aquella canción por la que tanto se la recuerda, La llorona, y más adelante el director González Iñárritu la invitaría para que cantara el famoso bolero titulado Tú me acostumbraste en la película Babel. Para 1993 Chavela conquistó la plena audiencia hispanoparlante, y su presentación en España se celebró con éxito en la Sala Caracol de Madrid, donde un viejo y conocido público añoraba volver a verla, y una nueva generación se dejó llevar por la curiosidad de conocerla para, finalmente, también, adorarla. Allí mismo Rocío Jurado, al término de una de sus presentaciones, le gritaría exaltada: “¡Viva tú!”. Por ese entonces Joaquín Sabina le rendiría un tributo versionando su canción Por el bulevar de los sueños rotos. Chavela lograba así cautivar a España, y sin embargo para México, La dama del poncho rojo, como era conocida, aún no destacaba con tanto esplendor. Sus presentaciones en el país azteca fueron por lo regular desapercibidas, de bajo perfil, tratándosele muchas veces con cierto menosprecio e infravalorando su obra. En 1994 regresa a su tierra natal, presentándose en el Teatro Nacional de San José y en la Universidad de Costa Rica, recibiendo la acogida de un pueblo que la vio nacer y con el cual, ya vieja, parecía reconciliarse. En el año 2000 fue homenajeada al nombrársele Dama Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, y un año más tarde apareció con vigor en el Zócalo de la Ciudad de México, donde ofrecería un majestuoso y exitoso concierto, al que asistirían miles de espectadores y un cubrimiento riguroso por parte de los medios. Para ese mismo año publica sus memorias bajo el título de Y si quieren saber de mi pasado, el cual muchos quisieron conocer, y cuya curiosidad la llevó a posesionar su libro como un éxito rotundo en cuestión de ventas. Se mantuvo íntegra y saludable hasta sus últimos días, solía ejercitarse y no volvió a juguetear con los encantos del licor. Vitalista, a la edad de los 80 años cumplió uno de sus deseos carnales, y experimentó esa sensación de caer desde los cielos lanzándose en paracaídas. En el 2004, ya a sus 85 años, Chavela deslumbra nuevamente a su público presentando su más reciente disco, nada más ni nada menos que en el emblemático Carnegie Hall, en New York. De igual forma los boletos de entrada se agotaron semanas antes cuando se presentó en el mítico Luna Park de Buenos Aires. Para dicho concierto la entrada se pagaba con un libro que sería donado a alguna biblioteca pública, y aprovecharía la ocasión para interpretar la conocida canción de su amigo, el cantautor Facundo Cabral, aquella titulada No soy de aquí ni soy de allá, en compañía de la cantante argentina apodada La Negra Chagra. En el 2007 es premiada con el Grammy Latino a la Excelencia Musical, y en el 2009 recibe la condecoración por parte de la Ciudad de México como Ciudadana Distinguida, y así también recibiría la Medalla de Oro conferida por la Universidad Complutense de Madrid, y fue reconocida por Buenos Aires como Huésped de Honor. Enérgica, imparable, y ya octogenaria, presentó para 2010 su reciente material discográfico, Por mi culpa, donde estuvo acompañada en dúo por algunas representativas figuras de la música internacional. El evento se llevó a cabo en el Zócalo de Ciudad de México, en el marco de la Feria Internacional del Libro, y su éxito fue tan rotundo como al que le siguió su presentación al día siguiente en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Dos años más tarde, a sus 93, todavía con fuerzas suficientes, lanza el que será su último disco-libro, titulado Luna grande, y con el que pretendió rendirle un tributo al poeta español Federico García Lorca. Su presentación se llevó a cabo en uno de los escenarios más codiciados por cualquier artista, el Palacio de Bellas Artes en la capital mexicana. Al cierre, la cantante interpretó la ya mítica canción titulada La llorona, cuya letra se despide tal como sigue: “Y así termina una historia que comenzó de la nada. Dame la mano, llorona, que vengo muy lastimada. Señora, dame la mano, que vengo mucho muy cansada…”. Pasa sus últimos días en Morelos, bajo el empinado cerro Tepozteco, con quien decía conversar. En una entrevista comentó que le gustaría morirse un domingo, para que de esta forma la enterraran el día lunes, y así “no echarle a perder el fin de semana a nadie”. A mediados de 2012, y a pesar de su edad avanzada, hace una corta visita al pueblo español, donde lleva a cabo su último recital en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Dos días de después, debido a la fatiga y al agotamiento, una taquicardia la llevaría a ser internada en un hospital, para luego ser trasladada nuevamente a Ciudad de México. Antes de morir confesó los cuatro deseos que le pidió cumplir a la vida, ya vieja, y antes de despedirse de este mundo. El primero, tener la oportunidad de relatar su propia historia a través de un libro. El segundo, rendirle un homenaje a su amado poeta a través de su canto, Federico García Lorca. El tercero, visitar una última vez España. Y un último deseo que no logró cumplir, y que era lanzar una última versión, algo más íntima y personal, de su mítica canción La llorona. Dijo no arrepentirse de su viaje a Europa, donde cumpliría esos deseos de despedir a sus amigos, a España y a Federico, “y ahora vengo a morir a mi país”, dijo cuando de manera consciente pidió no ser intubada, y dejar que se agotara el aire de sus pulmones para declarar por último: “Me voy con México en el corazón”. Al momento el mundo conoció la noticia de su fallecimiento con un trino en su cuenta oficial en Twitter que decía: “Silencio, silencio: las amarguras volverán a ser amargas… se ha ido la gran dama Chavela Vargas”. Al día siguiente los más distinguidos del mundo artístico, así también como el pueblo mismo, le rindieron sus homenajes en un último adiós que se llevó a cabo en el Palacio de Bellas Artes. “Pienso que sí me eternizaré. Pasará el tiempo y hablarán de mí una tarde en Buenos Aires. Cuando un día empiece a llover, les saldrá una lágrima, será una chavelacita muy chiquita”, se le oyó mencionar alguna vez. Y lo cierto es que sí, Chavela será inmortal. La seguiremos recordando en canciones memorables como En el último trago y Piensa en mí. Sería ya octogenaria cuando finalmente se atreviera a mencionar sin tapujos su sexualidad lésbica, sobre lo cual poca duda quedaba para cualquiera, siendo una mujer que siempre emuló al hombre, fumando cigarros y portando una pistola bajo su característico poncho color rojo. Y a pesar de ser un referente para el movimiento feminista, Chavela jamás se vio propensa a defender una causa específica, ninguna corriente ideológica ni profesar mucho menos ninguna religión. Costarricense de origen, mexicana por adopción, porque así lo quiso. Una mujer que se abrió paso a pesar de jugársela en un mundo machista y patriarcal que quiso opacarla desde el principio. Visionaria, adelantada a una época, Chavela Vargas encontraría la forma de encarar su destino para convertirse en mito. Ella le cantó, acompañada de su guitarra, a la libertad y a la justicia, al desamor, y fue así tan simple. En una cantina de la capital mexicana en la que solía cantar, hoy se puede apreciar una placa con la siguiente inscripción: “Quién supiera reír como llora Chavela Vargas”.Chavela Vargas

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