Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Cecilia Helena Payne-Gaposchkin (1900-1979)

¿De qué están hechas las estrellas? La pequeña Cecilia miraba al cielo e intentaba descifrar el contenido de esos cuerpos celestes que brillaban a una distancia incalculable. Hasta ese día se creía que la composición de las estrellas era bastante similar a los cuerpos planetarios. Pero entonces tendría que llegar esta inglesa que a los 19 años, debido a su desbordado interés por el conocimiento, sería premiada con una beca para que iniciara sus estudios superiores en la Universidad de Cambridge, y en adelante el camino que la llevaría con rumbo al sol. Y es que Cecilia Payne nació para convertirse en estrella. Empezó interesándose por las ciencias de la física, la química y la botánica, pero luego se dejaría seducir por el espacio constelar y sus tantos enigmas, iniciándose en los estudios de la ciencia astronómica. Cambridge tardaría hasta el año de 1948 para titular por primera vez a una mujer, y por ello mismo, y a pesar de completar sus estudios, Cecilia sería discriminada y no recibiría su título profesional, debido precisamente a esa condición ineludible de ser mujer. Es así como en 1922 viaja a los Estados Unidos, para una década más tarde nacionalizarse en el país que la supo acoger para que pudiera explayar sus posibilidades y talento. En 1923 ingresa a la prestigiosa Universidad de Harvard, y dos años más tarde se convierte en la primera persona en lograr un doctorado en astronomía en dicha universidad, consiguiéndolo a través de una prominente tesis en donde propone que las estrellas, así como gran parte del universo, están compuestas principalmente por gases de helio e hidrógeno. Aplicando la conocida teoría de la ionización, la científica relacionó la clasificación espectral de las estrellas con sus temperaturas absolutas, estableciendo que estos dos gases eran el componente esencial de los cuerpos estelares. Cecilia lo había descubierto. Había viajado hasta las estrellas para entender de qué estaban hechas y cambiar la manera como en adelante los seres humanos entenderíamos a los tantos soles que abundan en nuestro firmamento. Su tesis de doctorado fue considerada por los más célebres como “la más brillante tesis doctoral escrita nunca en astronomía”. En 1934 inició una vida conyugal y tuvo tres hijos. Pero esta faceta familiar no le impidió continuar con su carrera científica y académica. Estuvo durante décadas trabajando en Harvard, y finalmente en 1938 le fue concedido su merecido título de astrónoma. En 1943 pasa a formar parte como miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias, y en 1956 se la reconocerá por ser la primera mujer en lograr una cátedra y dirigir un departamento de ciencias en la Universidad de Harvard. En 1966 se retira a contemplar las estrellas desde un observatorio, y antes de cumplir los 80 años habrá comprendido que la naturaleza de nuestro ser proviene también de estos soles, para pasar a convertirse en ese polvo estelar con el que tanto soñó. Se le reconoce además de astrónoma como una pionera que impulsó los derechos de la mujer dentro de los ámbitos académicos, obteniendo grandes logros y reconocimientos al interior de la Universidad de Harvard. Fue autora de varios libros y revistas científicas. Un asteroide lleva su nombre, y otros tantos honores y reconocimientos le fueron otorgados en vida. Hoy sirve de inspiración a las mujeres científicas, insistiendo en no desistir de manera incansable en la concreción de sus propósitos, y declarando haber ocultado sus teorías cuando algunos reconocidos científicos no le daban crédito a sus descubrimientos: “Tuve la culpa de no haber insistido en lo que creía. Me rendí cuando pensaba que tenía la razón y ese es otro ejemplo de cómo no investigar. Un consejo para los jóvenes: si estás seguro, defiende tu postura”. Estos mismos científicos tendrían que declarar años más tarde que Cecilia tenía razón respecto a las ya demostradas teorías, y que a partir de ese momento tendría que reinterpretarse la manera como apreciamos las estrellas. Se recuerdan sus palabras cuando recibió el premio Russell: “La recompensa del científico joven es la emoción de ser la primera persona en la historia del mundo que ve o entiende algo. Nada se puede comparar con esa experiencia… La recompensa del científico viejo es la sensación de haber visto cómo un vago bosquejo se convertía en un paisaje majestuoso”.

Cecilia Payne

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