Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Catalina II de Rusia “La Grande” (1729-1796)

Los detalles más íntimos de su vida los contará ella misma a través de sus memorias escritas en francés y en inglés, pero tratándose de su grandeza son muchos los que podrían contarnos de quién fue la gran zarina que durante 34 años estuvo a la cabeza de Rusia. La futura emperatriz fue bautizada con el nombre de Sofía, y empezar por decir que no era rusa, y que nació en una provincia alemana, y que su padre no era tampoco el rey, ya que se trataba de un luterano ortodoxo que oficiaba en los ejércitos prusianos con el alto grado de general. Sofía recibió una estricta instrucción de manos de tutores franceses que le enseñaban religión, geografía, historia, literatura, política, convirtiéndose en una mujer agraciada, culta y refinada, de buenos modales, una dama en la que reparó nada menos que la reina Isabel I de Rusia sospechando que a esa damisela podría emparentarla con su sobrino Pedro, futuro heredero de la corona, además que esa alianza fortalecería los desgastados lazos entre Prusia y Rusia. Contaba Sofía con 14 años cuando fue notificada por medio de una carta de que era ella la elegida para acompañar al futuro rey como su reina consorte, y para 1745 se presentó en el palacio de Annenhof, donde fue recibida por Isabel I y presentada a su futuro esposo. Sofía se convirtió a la iglesia ortodoxa rusa, fue rebautizada como Catalina (Yekaterina o Ekaterina) Alekséyvna y se le concedió el título de “Gran Duquesa”. Al día siguiente se celebró la boda, la pareja se fue a vivir en el palacio de Oranienbaum, y fue así como Catalina comenzaría su meteórico ascenso, y hasta hacerse grande. Catalina se empeñó en ganarse los afectos de la reina Isabel I y así como del pueblo ruso. Se cuenta que en las noches se levantaba a repasar descalza sus clases de lengua rusa, lo que derivó en una neumonía, y en el afecto de un pueblo que empezaba a agraciarse con ella y a notar su compromiso. Pero estos cariños que ya empezaba a prodigar por parte de la gente no serían iguales al interior del palacio. Su esposo, Pedro, era un adolescente de tan sólo 18 años, un niño malcriado e inmaduro, desentendido de su responsabilidad y de su cargo como rey, inseguro, al que le gustaba jugar con soldaditos de batalla, quien poco había cultivado el intelecto y al que le gustaba darse la gran vida de festejo en festejo. Fue así como la pareja tardaría varios años en concebir a su primogénito, llamado Pablo, y que sería apartado de Catalina durante los primeros años de su infancia. Los desacuerdos entre la pareja se acrecientan cuando Pedro reconoce que tiene una amante, y por su parte es también sabido que la zarina no había desaprovechado para tener el suyo propio. A inicios de 1762 muere la emperatriz Isabel I y es entonces cuando se oficializa el mandato de Pedro, conocido como Pedro III, y a partir de allí Catalina se convertirá en la emperatriz consorte de Rusia. La pareja se mudó al Palacio de Invierno en San Petersburgo, pero ya nada podía remediar las desavenencias internas y su relación no sería más que una fachada para mantener una imagen ante el pueblo. Pedro III no sólo desagradaba a Catalina, sino a otros tantos que se veían afectados por sus excéntricas decisiones políticas, acarreándole la enemistad de varios personajes poderosos a nivel estatal, y en especial algunos importantes e influyentes miembros de la iglesia. Para 1762 se organiza un Golpe de Estado que pretende derrocar a Pedro III para que sea su esposa quien conduzca y lleve los estribos de la nación, y será el amante de Catalina al mando de la Guardia Imperial Rusa quien obligará al rey a que dimita del poder. A Pedro pareció no preocuparle declinar luego de un corto reinado de 186 días, y únicamente pidió se le concediera la gracia de apartarse a una mansión en compañía de su amante, una gran provisión de tabaco así como de vino de Borgoña, y además de su viejo violín. No hubo necesidad de confrontaciones, la sucesión fue pacífica, y a sus 33 años Catalina se posesionó como emperatriz en un acto celebrado en el Kremlin, mientras que Pedro III sería asesinado unos meses más tarde sin que se esclareciera quiénes fueron sus asesinos. A pesar de que Catalina no era de origen ruso, ya existía en la corona un precedente que validaba su título oficial, y pese al descontento que esto despertó en algunos sectores de la sociedad, y especialmente en la nobleza que reclamaba la usurpación del trono y proponía al gran duque Pablo, de tan sólo 8 años, como el legítimo sucesor, Catalina comenzaría por contentarse con este sector de inconformes otorgándole a los nobles ciertas garantías que nunca antes les habían sido conferidas. Quiso también desmontar varias medidas políticas y legislativas que había impulsado su marido, y comenzó por reunir una asamblea nacional conformada por 564 legisladores que fueron convocados en Moscú y provenientes de todos los distintos rincones del país. La idea era renovar el vetusto código legislativo que luego de un siglo tenía que ser reescrito, y para lo cual cada integrante de la asamblea debía estar enterado de las reformas que la misma zarina proponía efectuar. Conocida como la Nazak, la emperatriz se tomaría dos años para repensar las leyes del pueblo que lideraba, considerando las ideas progresistas del barón de Monstesquieu, John Locke y Cesare Beccaria. Finalmente el nuevo código no lograría concretarse nunca. Pese a esto, fueron muchas las reformas que Catalina consiguió a lo largo de sus más de tres décadas al frente del poder. En 1763 Catalina recibía en San Petersburgo el título de “Autócrata”, y no vaciló para presentarse al día siguiente portando el uniforme de batalla y presentándose ante sus tropas a caballo y como la máxima dirigente en la cual podían confiar. Para ese mismo año las colonias de migrantes alemanes comenzaron a apostarse en las tierras del bajo Volga, fundando aldeas bajo el beneplácito y el consentimiento de Catalina, a quien se le tildaba de germanista siendo ella misma de esta etnia. La primera aldea, Dobrinka, sería fundada en 1764, y cinco años después ya se contaban más de un centenar de aldeas que reunían una población superior a los treinta mil habitantes. Dichos asentamientos estuvieron multiplicándose a lo largo de un siglo, y a lo que se sumaría la inmigración de académicos y profesionales en distintas áreas que arribarían a tierras rusas por invitación de la zarina, en un intento por modernizar la tecnología de su pueblo y a la luz de las nuevas técnicas y modelos europeos. En 1764 Rusia se anexaría Polonia y otras regiones aledañas como Bielorrusia y Livonia, y la emperatriz nombraría como rey de Polonia nada menos que a su amante, Estanislao Poniatowski. La emperatriz ensancharía también sus dominios territoriales hacia el sur, tomando Crimea, Ucrania, Curlandia, además de haberle arrebatado a los otomanos los importantes puertos mercantiles de Sebastopol y Odessa en el Mar Negro, y de esta forma conectar con las rutas del Mediterráneo que pudieran también amenazar una futura incursión naval sobre Constantinopla. Durante el reinado de Catalina Rusia añadió más de quinientos mil kilómetros cuadrados a su territorio. Rusia congregaba para ese entonces un colorido cúmulo pluricultural conformado por fineses, alemanes, estonios, lituanos, letones, bálticos de todo tipo, turcos, polacos, bielorrusos, ucranianos, griegos, armenios y musulmanes. Desfavorecidos por las nuevas leyes antisemitas, los judíos serían quienes más se vieron afectados por esta creciente comunión de etnias que se aglomeraban en los muchos distintos territorios pertenecientes a la gran Rusia. Los judíos fueron considerados como “extranjeros” y muchos de sus derechos fueron diezmados por medio de legislaciones escritas y ejecutadas por la misma zarina, siendo así que hacia finales del mandato de Catalina los judíos se habían visto desplazados a algunos asentamientos distantes de los poblados urbanos, y la violencia y el maltrato hacia estos se había convertido en parte de la cotidianidad rusa. Así mismo impediría que se construyeran templos o capillas de otras religiones diferentes del Cristianismo. Ya bautizada en la fe de la iglesia ortodoxa, Catalina sería más benévola otorgándoles tierras que luego también serían expropiadas, pero así mismo se aprovecharía de la religión para incentivar al pueblo cristiano a emprender campañas contra el Imperio Otomano. Para 1773 sería ella quien acogería a una gran parte de jesuitas que habían sido expulsados del territorio europeo, y donde la Compañía de Jesús pudo ampararse, reagruparse y cobrar nuevos bríos. Supo mantener a raya a Federico II de Prusia, el otro gigante político de la época. Desde 1768 y durante los siguientes seis años Catalina tuvo que encarar una guerra contra los otomanos, siendo una época en la que creció un descontento social que desfavorecía su imagen, y su gobierno se vio amenazado cuando un par de rebeliones lograron hacerla tambalear en el poder. Finalmente en 1773 pactó con los campesinos, y en adelante Rusia ya no tendría más problemas con el Imperio Otomano. Dio lugar a una estructura de fondo con aras a una europeización de su país, importando novedades respecto a la industria agrícola y un cambio sustancial de las leyes del campo. Catalina siempre fue considerada como una mujer inteligente, de una cultura exquisita y cosmopolita, de gran capacidad para trasmitir sus ideas, y fueron varios los amigos notables con los que compartiría a lo largo de su vida. Con Voltaire mantuvo durante quince años una correspondencia hasta el momento en el que el pensador francés murió, y a pesar de que nunca se conocieron su amistad por medio de misivas constituiría para ambos un suceso trascendente para sus vidas. Catalina compró la colección de libros que había dejado su brillante amigo y los integró a la colección de la Biblioteca Pública Imperial. Voltaire la llamaba la “Estrella del Norte” y también la “Semíramis de Rusia”, refiriéndose a un personaje mítico de la antigua Babilonia. También fue famosa su amistad por cartas con el enciclopedista Diderot, a quien apoyaría recién iniciado su mandato, al enterarse que el Gobierno de Francia había detenido la publicación de la Enciclopedia, y por lo que le ofreció acabar sus trabajos bajo su auspicio y en territorio ruso. De igual forma lo apoyó cuando Diderot carecía de recursos y puso en venta su colección de libros para cumplir con el dote de su hija, por lo que le ofrecería 16.000 libras por sus libros, con la condición de que se los quedara y los conservara hasta su muerte como si se tratara de su bibliotecario. Lo cierto es que tal vez autores como Dostoievski, Tolstói o Chéjov no hubieran podido existir sin el aporte intelectual, cultural y literario que vivió la Rusia de Catalina II. Ella también fue autora de algunas piezas literarias, comedias y ficciones, además de sus propias memorias, e incluso un manual de educación para niños. Se probó en la dramaturgia y todavía hoy se conservan algunas obras teatrales de su autoría como ¡O tempora!, Obmánschik (El engañador), Obolschionny (Un seducido) y Shamán sibirski (Chamán de Siberia). Se preocupó por embellecer las ciudades con arquitecturas neoclásicas y decorados ingleses, y fue una promotora del ballet y la ópera, que serviría como plataforma para que un día el mundo conociera la música de célebres compositores como Tchaikovski y Stravinski. Estaba convencida de los valores educativos que la Ilustración podía aportar en el crecimiento del bienestar de una sociedad. Filósofos, artistas, científicos, nunca antes ni después Rusia viviría un esplendor cultural tan grande como el que vivió durante los años del reinado de Catalina II. Ella misma se reconocía como “una filósofa en el trono”, y pese a ser considerada por muchos como una tirana, en toda Europa gozaba de ese prestigio de ser una reina ilustrada. Fue fundadora en San Petersburgo del Museo del Hermitage y que ahora integra una parte del Palacio de Invierno, y para su dotación invirtió grandes sumas de dinero en la compra de pinturas provenientes de Francia, Holanda e Inglaterra. Hacia 1775 Catalina dividirá la nación en distritos provinciales, confiriéndole a cada provincia un poder mayor en su administración propia, además de reformar el aparato judicial y los cuerpos de policía. Se interesó por la creación de orfanatos, escuelas y hospitales e incentivó un exitoso plan sanitario. Para promover la inmunización contra la viruela, y ante el temor de las vacunas, ella sería la primera en recibir dicha vacuna, sirviendo como ejemplo para que todo un pueblo acudiera a inocularse. Rusia tuvo un antes y un después de Catalina, “La Grande”. Ya no sería más una estepa inactiva, un terreno árido e improductivo con un sistema rural arcaico, y basando su sistema agrario, minero y ganadero en un sistema de servidumbre, su notable desarrollo económico, seguido del auge que representaba la naciente primera Revolución Industrial, consiguió que Rusia se posesionara como una gran potencia comercial con una fuerte injerencia en el resto de Europa. Pasó a ser visto como un país progresista, de costumbres exóticas y con nuevos aportes, rico en arte y cultura, un imperio gobernado por el mejor ejemplar del déspota ilustrado. Rusia ya le hacía frente a las demás potencias mundiales en lo referente a sus ejércitos, políticas y diplomacia, y la sociedad aburguesada acabaría ganando reputación como una de las noblezas más intelectuales y de una cultura refinada, exquisita. Sus tropas combatieron en la Guerra de Sucesión Bávara de 1778 entre Prusia y Austria, una década más tarde en una guerra de dos años contra Suecia, y luego sirvieron para apoyar las campañas militares en contra de Napoleón. Al oriente del país, en las islas Kuriles y en la región de Kamchatka, los rusos aprovecharían para cazar animales de hábitat invernales convirtiéndose en grandes exportadores de pieles, y abriendo nuevas rutas comerciales que evitaran cruzar Siberia y que los llevarían a negociar con los japoneses. Para 1795 se firma un último tratado para señalar con rigor la división de Polonia, dividiéndosela entre Rusia, Austria y Prusia. Caprichosa como cualquier rey, la zarina se permitía seguir sus antojos sin consultar ni dar a nadie explicaciones, y aunque no gustaba propiamente de llevar una vida de lujos, sí fue notable su largo listado de amantes, a quienes jamás convirtió en sus consortes ni les permitió inmiscuirse en sus asuntos de gobierno, pero a quienes les prodigó todo tipo de halagos, ofreciéndoles altos puestos de dignatarios en su gobierno, e incluso otorgándoles tierras y siervos para que las cultivaran. Se cuenta que entre estos amantes pudo haber estado el prócer venezolano Francisco Miranda, quien habría podido intimar con la emperatriz cuando coincidieron durante la visita del suramericano a la región de Kiev. Al menos tres amantes se le conocieron mientras estuvo casada con Pedro III, pero sin duda el amor de su vida fue Grigori Potiomkin, quien además sería su aliado político y militar. A medida que fue envejeciendo sus amantes eran cada vez más jóvenes, siendo así que el último de ellos era 40 años menor que ella. Libertina, ninfómana, lasciva, una emperatriz concupiscente, de todas estas formas la han llamados los historiadores y seguramente quienes la conocían con el apelativo de “la catadora de amantes”. En sus memorias Catalina asegura que su hijo Pablo fue el producto de una infidelidad con Serguéi Saltykov, pero que tendría la buena fortuna de que su hijo se pareciera un poco a su marido. Sea como sea, muchos de estos relatos no pasarán de ser más que chismes, y este mito de la lujuriosa empedernida se vería seguramente acrecentado por sus detractores en todo momento, tal cual ocurriría con otras tantas gobernantes que llevaron su mandato manteniéndose alejadas de los asuntos matrimoniales. La zarina no volvería nunca a casarse y la relación que mantuvo con su hijo fue siempre distante, indiferente, y a pesar de lo cual mandó a erigir en su nombre el Palacio Pávlovsk, y que hoy se conserva como parte del Patrimonio Cultural de Rusia. Ella mandaba en toda Rusia, y aunque nadie nunca la eligió y no gustaba de títulos, no en vano sería conocida como “La Grande”. Y así mismo ostentó los títulos de “Su Alteza Serenísima”, “Su Alteza y Majestad Imperial”, “Emperatriz y Autócrata de Toda Rusia”. Absolutista, queda claro; sin embargo se habla de ella en términos de una mujer cercana, discreta en público y a pesar de mostrarse fervorosa y apasionada, alejada de los actos solemnes y de un gran compromiso laboral. Se caracterizaba por dictar órdenes claras, precisas, posibles, y no mostró flaquezas al momento de presentarse firme y determinante cuando la situación lo exigía. A eso de las nueve de la mañana se despertó un día de inicios de noviembre de 1796. Llevaba ya media vida como reina, y le había comentado a una de sus criadas que había tenido un sueño reponedor. Estaba tranquila, diligenciando sus asuntos, tramitando misivas, emitiendo edictos, trabajando como un día cualquiera a 67 años de edad. Una hora más tarde su criada ingresó al cuarto y la encontró con su taza de café a medio tomar, con la cara de un color violeta y un ataque respiratorio del que no logró recuperarse. Murió por un derrame cerebral, según el diagnóstico avalado por un médico, aunque algunos sugieren que pudo haberse tratado de envenenamiento. También se popularizó el mito de que entre las lúbricas veleidades y perversiones de la zarina estaba el de la zoofilia, y que la emperatriz había fallecido luego de haber sido penetrada por un caballo. La gran monarca que gobernó Rusia durante 34 años sería enterrada con todos los honores propios de una grande en la Catedral de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo. Catalina supo dar continuidad a las políticas expansionistas y de progreso que heredó del gran Pedro I de Rusia, y su legado fue dejar su país industrializado, afamado en el mundo por su cultura artística, requerido en materia científica, fuerte en asuntos políticos y militares, una potencia que en gran parte es debido a una emperatriz tan grande como no habrá ninguna otra.

CATALINA II DE RUSIA LA GRANDE

 

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