Nació como princesa, la única mujer entre los cuatro hijos del matrimonio compuesto por el rey Leopoldo I de Bélgica y la princesa Luisa María de Francia, nieta del rey Luis XIII. A la edad de los 10 años Carlota quedó huérfana de madre, y sus cuidados estuvieron a cargo de una amiga cercana a la familia, así como a su abuela, la reina María Amelia de Francia, que sería para Carlota su mentora y su confidente y un baluarte fundamental en su formación moral, artística e intelectual, y con quien mantendría una relación epistolar sin importar la distancia que las separaran. Su posición de mujer iría más allá de cualquier expectativa que otra mortal pudiera contemplar siquiera, y tenía claro que su labor superaba los quehaceres y deberes de un hogar: “Fundar una dinastía y ocuparse del bienestar de un pueblo son grandes tareas”, dijo toda vez que sus padres anduvieran con la idea ineludible de casarla. Su pretendiente más asiduo sería nada menos que el archiduque de Austria, Fernando Maximiliano de Habsburgo, hermano menor del emperador, quien tampoco tendría que insistir mucho para ganarse la mano de la princesa. En 1857 la pareja contrae matrimonio, y Carlota pasará a convertirse en la archiduquesa de Austria, princesa de Hungría y condesa de Habsburgo. Al momento del casamiento la novia portaba un retrato en miniatura de su amada abuela, y entre los comensales había una tremenda expectativa, ya que la misma madre del novio veía en Carlota al más claro ejemplo de una monarca y la mejor opción de pareja para su hijo. No ocurrió así con otra de las cortesanas que en ese entonces moraba en Viena, la emperatriz Sissi, por quien Carlota sentía cierta animadversión, tratándose de una jovencita caprichosa que solía coquetear con Fernando Maximiliano. El archiduque recibe el título de virrey de Lombardía-Venecia, y junto a su esposa se mudan al país italiano, en donde llevarán una vida sin mayores agites, en medio de un trabajo de rutina consistente en trámites y funciones diplomáticas, siendo así unos años cómodos y felices para la joven pareja. Pero sus ambiciones iban mucho más allá, y es por esto que Fernando Maximiliano aceptó la oferta de ascender al trono mexicano. A comienzos de los años sesenta veintiocho mil soldados franceses enviados por Napoleón III invaden Ciudad de México. Francia tenía pretensiones de instaurar lo antes posible en México un Estado propio de su imperio, y vio en esta pareja de jóvenes a los más idóneos para sobrellevar la arriesgada aventura. La pareja emprendió su travesía hacia el pueblo de los aztecas en una fragata llamada Novara, y para 1864 se habían coronado en la Catedral de Ciudad de México, eligiendo como residencia imperial el magnánimo castillo de Chapultepec. Carlota estaba fascinada con el clima otoñal, los sembradíos de trigo y maíz, los lagos, las cordilleras, y todas estas cosas le expresaba a su abuela a través de las misivas que no dejarían nunca de ir y venir. “Soy completamente feliz aquí”, le confiesa a su abuela en una de sus cartas. La pareja dio así inicio a su mandato. Trató de imponer un tipo de orden al estilo austriaco. Se interesaron en un comienzo por entablar sólidas relaciones entre la oligarquía y los partidarios de sus políticas. La Junta de Notables se oponía al gobierno de Benito Juárez, y creía que la instauración de la monarquía era la mejor forma de orden político. Celebraban fiestas de lujo en el Palacio Nacional de México o en el mismo castillo de su residencia, mostrando desde el comienzo el interés de ambos en los asuntos de gobierno y la necesidad de luchar contra el presidente Benito Juárez y sus ideologías políticas. Ante la ausencia de su esposo, sería a Carlota a quien le correspondería regentar, convirtiéndose así en la Real Majestad Imperial, primera gobernante en la historia mexicana. Sería en ese momento donde nacería para muchos el México que hasta ahora persiste, ese país sacado de un cuento surrealista. Mientras su esposo planeaba largos viajes deleitándose con su principal hobby de cazar mariposas, la reina se las arregló para construir un gobierno de acción. Consciente de que lo suyo era gobernar, tal cual se lo había enseñado su padre, y gozando de conocimientos en ciencia, geografía, arte e idiomas, Carlota quiso cubrir todos los frentes. Fue la gestora de la ley de instrucción pública, la cual garantizaba de forma gratuita y obligatoria la educación primaria, además de fundar varias guarderías, un conservatorio musical y una academia de pintura. Se encargó del cuidado de los ancianos y los expósitos con la creación de varios asilos y orfelinatos, y no escatimó en gastos para asistir a obras benéficas y de caridad. Redujo las jornadas laborales, abolió los castigos físicos y el trabajo infantil. Remodeló templos y monumentos y llevó a cabo distintas obras arquitectónicas de una infraestructura descomunal, y diseñó esa famosa vía icónica de la capital azteca a la que bautizó el Paseo de la Emperatriz y que ahora conocemos como el famoso Paseo de la Reforma. Llevó a otro nivel las comunicaciones y el transporte con la creación de oficinas de telégrafo y la dotación de barcos de vapor que surcaran los vericuetos fluviales, y así mismo impulsó la empresa ferroviaria en su proyecto de trazar una vía que conectara a Ciudad de México con el puerto de Veracruz. Instauró un sistema de seguridad que acabó por expulsar a los hampones y bandidos de la capital. Visitó las ruinas de Uxmal en la Península de Yucatán para conocer más de cerca la cultura maya, interesándose en proteger la integridad humana de los indígenas. Negoció entre el Estado y la iglesia logrando un encuentro entre dos posturas que andaban enemistadas antes de que llegara desde Bélgica una princesita a imponer su propio orden. Los políticos del momento declaraban estar sorprendidos del conocimiento en materia de Estado que poseía la reina, y de cómo conocía los proyectos en trámite, además de los otros tantos que tenía en mente para proponerles. Fue más allá y elaboró un proyecto constitucional que acabaría naufragando. Se hizo cargo pues del poder. Su esposo quedó relegado al oficio de cazador de mariposas, mientras la emperatriz instauraba un gobierno imperial en territorios americanos, caracterizado por un pensamiento liberal y por el que sería apodada como “La Roja”. Su poder, decían, era autoritario, y nadie se atrevía a contrariar el instinto de líder que en mucho superaba al de su esposo. Se quejaba con justicia de que el crédito se lo llevaran siempre los varones: “Nosotras, las mujeres, cuando venimos al mundo, parecemos en general entremeses”, le escucharon esos mismos que declaraban que, si Carlota hubiera nacido hombre, estuviéramos contando la historia del más grande emperador de su época. Esta postura tan comprometida por parte de Carlota, llevaría a Fernando Maximiliano a desinteresarse no sólo por los asuntos políticos sino también por los de su hogar. La pareja dormía en habitaciones separadas y cada vez se frecuentaban menos, y a esto le sumaríamos las conocidas infidencias del monarca con sus amantes mexicanas que tanto lo seducían. Sin embargo nada de esto importaba a Carlota, quien se creía amada por un pueblo, siendo que los cimientos de su monarquía se basaron desde siempre en la presencia de los ejércitos franceses. Desde el comienzo Carlota trataría de mediar de forma infructuosa entre las posturas diversas, pero cada vez las guerrillas de Benito Juárez cobraban más terreno y protagonismo, siendo así que muy pronto Napoleón III empezaría a desertar de sus propósitos imperialistas. Para 1866 Francia se encontraba asediado por la amenaza de Prusia, por lo que Napoleón III toma la decisión de retirar a sus tropas de territorios mexicanos, abandonando a los jóvenes monarcas europeos que todavía pretendían preservar sus poderes en tierras extranjeras. Sospechando que algo podía hacer para salvar su sueño imperial, Carlota regresa a Europa, donde visita las capitales de Austria y Francia en busca de quién apoye su causa. El mismo Napoleón III se excusa de no poder enviar tropas debido al bloqueo marítimo estadounidense que así se lo impedía, y en su reunión con el mismísimo papa Pío XI encontraría a un ser distante que se explicó de mil formas para negarle su ayuda. Durante esta visita a Roma durmió en la Santa Sede, siendo la primera mujer y una de las pocas que pasó una noche en los aposentos del vicario de Cristo. Su situación era desesperante. El agobio la llevaría a desarrollar manías tales como morder un pañuelo, comerse compulsivamente las uñas o enroscarse con insistencia el pelo, derivando en un trastorno precipitado y la posterior locura. Pero su desquicio le sobrevendría no sólo por ese infructuoso viaje, sino porque se enteraría de que su esposo habría sido capturado por tropas guerrilleras, y que el mismo Benito Juárez había ordenado su ejecución. No había necesidad de regresar; el sueño imperial en tierra azteca se había derrumbado en tan solo tres años. A los 26 años de edad Carlota es diagnosticada clínicamente por demencia y se le confina al interior de una habitación abarrotada, aislada, muchas veces inmovilizada y en pésimas condiciones de salubridad. Difícilmente se llevaba la comida a la boca porque andaba siempre paranoica y desconfiada de todo el mundo con la idea de que cualquiera quisiera envenenarla. Y así viviría cincuenta años más la que fuera la última emperatriz mexicana. Se dice que sus últimas palabras fueron: “Todo aquello terminó sin haber alcanzado el éxito… Dios quiera que se nos recuerde con tristeza, pero sin odio”.
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