En su ruta trazó una distancia que la llevó a recorrer desde lo más humilde e ingenuo del ideal comunista, hasta lo más insensible y hasta peligroso del modelo fascista, y la que nació en un pueblo rural de Uruguay de nombre pintoresco, Pan de Azúcar, acabaría abrazándose al dictador Pinochet y siendo e incluso condecorada por él mismo; y este tramo de punta a punta estaría atravesado o mediado nada menos que por la ideología ambigua del Peronismo. Escribió poesías, publicó cientos de artículos de prensa y ocho novelas, pintó cientos de pinturas, pero por nada de esto es que sería propiamente reconocida. Tampoco la distinguirían sus luchas humanas ni será recordada por ser un baluarte del movimiento feminista, sino que sería su vida, sus propias experiencias, lo que hicieron de su historia una historia para contar y recordar. Fue, sí, una poeta militante. Su leyenda estará viciada por las envidias, el chismorreo, las falsas habladurías, el rumor y las maledicencias. Se dice que a los 16 años fue raptada del convento donde estaba recluida por un atrevido poeta que pasó a recogerla en su motocicleta; pero al parecer la aventurera muchacha de convento no estaba muy interesada en las lecciones religiosas y no opuso tampoco mayor resistencia. Precisamente sería con él con quien se casaría y unos años más tarde tendrían a su primer y único hijo. Pero a los pocos días de haber nacido moriría su padre poeta. Es así como a sus 21 años, viuda y con un hijo, decide mudarse a la capital peruana con miras a un porvenir más próspero. En alguna tertulia literaria algún renombrado intelectual tendrá el gusto de verla declamar un poema de su autoría, y le ofrecerá que lo acompañe en la revista Amauta, en donde le ofrece un espacio para que publique su poesía de alto contenido social. Meses después será ella misma quien tenga el arrojo de fundar su propia revista: Guerrilla-Atalaya de la revolución, y con ese mismo impulso publicaría el libro que tituló Levante: poesía y combate. Su propósito estaba concentrado, como ella misma lo decía, en “poner al arte en servicio de la revolución”. Por esa época se casaría en secreto, y unos meses más tarde tendría que huir de Lima, luego de que la persecución contra los comunistas se hiciera cada vez más agresiva. En 1928 regresa al país que tanto detestaba, ese “lugar donde nacen poetas y jugadores de fútbol”, y un Montevideo que vería siempre igual, al que no le pasaban los años y donde todo permanecía como detenido, mientras que ella estaría andando y gritando a lo largo y ancho de este vasto orbe. “Pero qué imbéciles son en el Uruguay. ¡Qué pesados! Los poetas son unos muñecones rellenos de piedras, melenudos, serios, espantosos; las poetisas, gordas, invertidas y sucias”. En Montevideo consigue trabajo como escritora al conformar parte del equipo de la sección literaria del diario Justicia. Pero sería en 1929 cuando su vida daría un rumbo inesperado, y la aventura la llevaría a desplazarse hacia otros confines. Sucedió durante el Congreso de Sindicalistas que se reunían en celebración de los cinco años de fundada la URSS. De México llegaron la pareja Rivera-Kahlo, acompañados del también pintor, David Alfaro Siqueiros, quien despertaría inmediatamente el interés de la coqueta Blanca, por sus ánimos enardecidos y su fuerte convicción revolucionaria. Así mismo sucedería con el temperamental y vehemente pintor, quien apenas se le acercó la sentenció con una frase temible, condenatoria, ineluctable: “Tú te vienes conmigo”. Esta vez tampoco sería raptada. La aventurera no vaciló y unos días después emprendieron juntos hacia el territorio azteca. Durante la estancia en el barco, David le confesaría a Blanca que era un hombre casado, pero que le prometía separarse de su esposa apenas tocaran tierras mexicanas. Primero arriban en New York, y unos meses después desembarcarán por fin en México, en donde David cumplirá con su promesa de dejar a su esposa y contraer matrimonio con su musa revolucionaria, la deslumbrante y seductora Blanca Luz. Comienzan pues una relación que se caracterizará por el descontrol e incluso la violencia, pero en donde siempre regresaban a los brazos de su amante para comprometerse y demostrarse un amor que se juraban eterno. Por aquellos días Tina Modotti inmortalizaría el rostro fino y delgado de Brum en uno de sus más reconocidos retratos fotográficos. Pero la persecución de comunistas llamaría un día a su puerta. Ambos serían llevados a prisión, ella acompañada de su hijo, y en adelante su relación estaría mediada por un eventual sistema de correspondencia. Estas cartas fueron recogidas tiempo después y compiladas bajo el título Penitenciaría-Niño Perdido, obra que en su momento aplaudirían notables exponentes de la literatura, como es el caso de Alejo Carpentier. Blanca saldrá pronto de su presidio, pero tendrá que esperar seis largos meses hasta que su esposo sea por fin liberado. Como parte de su liberación estaba la promesa de que se retiraran de la zona urbana, confinándolos como a una especie de ostracismo que los distanciaba a vivir en un pueblo apartado. La pareja se instaló pues en una pequeña y alejada población, en donde eventualmente serían visitados por amigos artistas, pero en donde con el paso de los días acabarían también por aburrirse. En aquel desolado paraje permanecieron durante cincos años, años en los cuales la apretada situación económica desencadenaba en un continuo malestar al interior de la relación. Estaba por otra parte una fuerte tensión que ambos estaban viviendo con el Partido Comunista, y a la larga terminarían siendo expulsados por causas incomprensibles: a ella se le sindicaba de mostrarse interesada en las ideologías sandinistas y a él de ser un posible informante del contraespionaje ruso. En 1933 la pareja decide emprender un viaje de regreso a Uruguay, donde tampoco serán muy bienvenidos, por lo que se mudarán a Buenos Aires, pero allí tampoco tendrán una grata acogida ni mayores recibimientos. La penosa condición monetaria se vería de momento solucionada, cuando David decide de alguna manera poner en cuestión su labor artística del pintor convencido con las causas sociales y cuyos murales pretenden delatar la pobreza y la miseria de su pueblo, y aceptar entonces la propuesta de un magnate que le ofrece el trabajo de pintarle tres murales en su mansión. David se muda a los aposentos del millonario, donde se ha dispuesto de un sótano para que el pintor establezca allí su estudio de arte. Tiene la esperanza de que este trabajo pueda ayudar un poco a las decaídas finanzas que tanto estaban incomodando a su pareja, y si bien fue así, y David recibió un buen pago por su trabajo como pintor, sería este mismo oficio y sus pinturas las que acabarían distanciándolo de Blanca. Varios de los murales tenían figuras de mujeres desnudas. Todas ellas eran una misma representación de la musa que inspiraba al artista: su esposa. El magnate quedó deslumbrando e intentó por todos los medios robarse a la fuente de la inspiración artística, y también para Blanca pudo más el dinero que sus principios y convicciones, y acabó por dejar a David para instalarse con el adinerado pretendiente. Por su parte el codicioso millonario tuvo que divorciarse de su mujer, que se trataba de la afamada poetisa argentina, Soledad Medina Onrubia, quien seguro debió odiar a Blanca como ya la odiaban muchos en todo el continente, de punta a punta, pues se dirá a modo de chisme que la misma Frida también parecía detestar a la insoportable y extrovertida Blanca Luz. David viaja a Estados Unidos para una exposición a la que es invitado, esperanzado de que su amada regrese con él. Pero no fue así. De esta última aventura quedará sin embargo una de las más famosas obras del pintor y muralista mexicano, David Alfaro Siqueiros, por haber empleado en su composición una técnica y un sentido de la estética que resultaron bastante innovadoras en su momento. Hablamos de la obra conocida como Ejercicio plástico. Junto a su acaudalado marido Blanca Luz apenas convivirá por un corto espacio de tiempo, y en 1935, con 30 años de edad, la andariega se traslada a Chile, donde muy pronto encontrará un nuevo marido. Esto representó sin duda un nuevo escándalo que se sumaba a las demás polémicas que generaba la vida licenciosa de Blanca Luz Brum. Esta vez se trataba de un reconocido empresario y diputado del Frente Popular. Tres años más tarde Blanca tendría una hija y sería el momento en que el acobardado diputado terminara abandonándola. En 1942 ejerce como directora de prensa en la campaña de un presidenciable de inclinaciones derechistas. Para 1943 se muda a Buenos Aires, y es el momento en el que comienza a cambiar sus posturas, sus ideales y su pensamiento, haciéndose partícipe seguidora de ese movimiento obrero, difícil de definir, ambivalente, favorecedor tanto del uno como del otro, y que se conocerá como el Peronismo. Comienza pues su interés por una propuesta política que sabía combinar las carencias del comunismo (al que ya para ese entonces despreciaba) y que había sabido seducir a los gremios laborales y al sector sindical, aunando las preocupaciones socio-políticas bajo un contexto cristiano. Quedó encantada y conmovida al conocer a Juan Domingo Perón: “He ahí a un hombre nuevo. Esto es lo que yo quiero”. Trabaja intensamente como jefa de campaña en el llamamiento que convoca a una multitud de argentinos, empeñados en liberar al General Perón de los que lo mantenían cautivo luego del Golpe Militar, y que tras la victoria de su cometido serviría para allanarle el camino que lo llevaría un año después hacia la presidencia. Se dice que luego de ascender Perón al poder, Evita le dio cuarenta y ocho horas a Blanca para que ésta abandonara el país. Tanto así la querían las mujeres. Blanca se muda nuevamente a Chile, y nuevamente consigue un marido con el que nuevamente tendrá otro hijo. En una de sus cartas declara los motivos de sus tantos romances: “La necesidad permanente de criar a mis hijos”. Para ese momento ya era reconocida por muchos como “El colchón de América”, por los tantos amantes que se contaban en un inventario que parecía de nunca acabar. En 1957 colabora con la fuga de un perseguido político al que ayuda a escapar de un presidio vistiéndolo como mujer. Es detenida, pero unos meses después será puesta en libertad. En 1963 su compromiso político sigue tan ardiente y comprometido como en aquellos años juveniles, sólo que a lo largo de los años ha ido mutando y ha ido adquiriendo tonalidades múltiples, comenzando en el ideal revolucionario del comunismo y acabando en su antípoda, la ideología fascista que Blanca Luz adoptaría durante los últimos años de su vida. En 1964, y debido a su inagotable actividad política, su esposo decide divorciarse de Blanca, declarada abiertamente una anticomunista, y que ahora se ve amenazada por la ascensión de Salvador Allende en la presidencia chilena. Blanca escribe a los partidos de derecha uruguaya para que le brinden asilo político, sin embargo nada de esto tuvo que concretarse, ya que el peligro desaparecería toda vez que el militar Augusto Pinochet derrocara al gobierno de Allende y se hiciera con el mando del poder ejecutivo. Al mostrarse simpatizante del dictador, será éste mismo quien la condecore por su compromiso y sus labores políticas. Hastiada del trasegar, del ir y venir político y amoroso, Blanca toma la decisión de aislarse, literalmente, del mundo. Elige la Isla de Juan Fernández, esa que se haría célebre por ser la isla donde permaneció el afamado náufrago Robinson Crusoe, y en donde Blanca encontraría ese refugio que le recordaba a su infancia y en donde estará junto a su hija hasta el día de su muerte. Se le recordará así por ser una incansable peregrina viajera, una mujer libre y de armas tomar, emprendedora de proyectos artísticos y culturales, dueña de revistas y una agitadora cultural. Durante toda su vida nunca dejó de escribir poemas y dibujar pinturas. Sin embargo sería recordada por ser una mujer explosivamente erótica, fascinante y provocadora, de un poder y un magnetismo revelador e irresistible. El arte era para ella un don que portaba de forma indiscutible pero que jamás se afanó por compartir. “Nuestras experiencias son nuestros fracasos”, declaró. Sus versos, más que destacarse por su ingenio y sus capacidades literarias, resaltan por su sinceridad y desprendimiento, su falta de estilo, su despreocupada manera de romper también con el lenguaje, con sus formas y reglas. Su obra se compone principalmente de memorias inconclusas, recuerdos de infancia, reflexiones testimoniales. En el fin del mundo se dedicó a la fabricación de cabañas y a recibir las visitas de los curioso y perdidos, escribía sus memorias y pintaba cualquier imagen que se le viniera a la mente. Que solía caminar desnuda por la selva, dicen, tranquila por la confianza que le ofrecía el resguardo de ese paraíso costero conformado por un pequeño caserío que habitaban unas pocas personas. “Todo aquí es milenario. Un resto de los seis primeros días del mundo”. Fue como se refirió en una carta a ese lugar que sería el testigo mudo de sus últimas andanzas, ya que el tsunami de 2010 arrasaría con gran parte de la isla, y el mar acabaría por llevarse las memorias, pinturas y poesías que Blanca Luz había acumulado a lo largo de toda su vida. Sin embargo, desinteresada del mundo, poco le importaría el destino postmortem de sus obras o algún legado que pudiera evocar siquiera su nombre. Tuvo cuatro hijos, dos de ellos morirían en accidentes de tránsito y sólo le sobreviviría su hija, para servir como el único referente que pudiera testimoniarnos sus anécdotas postreras. Muere a sus 80 años, aunque “debería haber muerto joven”, como lo expresaría una de sus mejores amigas; muere anónima, desvirgada, solitaria. En una carta que escribe a alguno de sus amigos, Blanca Luz le hará una petición intangible, pero que bien pudiera ser la sentencia de sus últimas palabras: “Déjame desconocida, pero bastante odiada, y envidiada”.
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