No era filósofa, pero se puso a filosofar. Y en ese filosofar acabaría protagonizando, sin proponérselo, una verdadera revolución de su género. “Nunca tuve la intención de empezar una revolución femenina. Nunca lo planeé. Simplemente ocurrió”. Friedan fue una de las más destacadas figuras del movimiento feminista. Sus padres eran una pareja de inmigrantes que se instalaron en los Estados Unidos. Su padre un joyero ruso y su madre una editora búlgara, que renunciaría a su trabajo para entregarse a la crianza de su familia, los cuidados del hogar y la asistencia de su marido, y cuyo caso en el seno de su familia le serviría a Betty para que más adelante comenzara a darle forma a sus ideales sobre la necesaria reestructuración doméstica y familiar. En 1943 se gradúa en Psicología en el Smith College, y siendo una alumna destacada se le premiará con una beca en la Universidad de California de Berkeley, y a partir de ese año colaborará con publicaciones para el Greenwich Village de New York y oficiará como editora del Federated Press, y para 1946 comienza a trabajar como reportera de U.E. News. Más adelante se le otorgará otra beca para que continúe con un postgrado su prometedora carrera de psicóloga, pero para 1947 se casó con un director de tetro y ejecutivo publicitario y con quien tendría tres hijos, despidiéndose de sus aspiraciones personales para consagrarse -como un reflejo de su propia madre-, a desistir de su más honesta vocación, para cumplir con sumisión aquel rol para el cual la sociedad la había destinado: “Objeto sexual pasivo, madre, sirvienta, esposa”, diría luego en sus escritos. Betty se preguntaba si todos estos cuestionamientos serían muy personales o si acaso estarían inquietando también a las demás mujeres. Hizo un minucioso cuestionario entre algunas mujeres con las que trabajaba, para luego aventurarse a una investigación de campo en donde se entrevistaría con casi un centenar, concluyendo finalmente que sí se trataba de un malestar que era común a todas las mujeres de esa década de los cincuenta, y sin importar cuál fuera su estrato social o su nivel de formación, todas estaban “convertidas por la sociedad en amas de casa sin recursos propios”. Así mismo, siendo un problema común a todas, merecía que todas se unieran para exigir. Pretende exponer sus primeros esbozos de estas ideas en un ensayo que bautizaría: I say: women are people too, y que sería rechazado por varias revistas dedicadas a la mujer, en las que eran comunes la exhibición de artículos decorativos o aparatos de cocina, cosméticos y maquillaje. “La realidad es que a los cómicos de la televisión o de los clubes nocturnos les basta con ponerse ante un micrófono y decir las palabras “mi mujer” para que todo el público estalle en risas culpables, maliciosas, obscenas”. Analiza la situación de sometimiento y dominio a la cual se ve sujeta la identidad femenina, figurando como mujeres desinteresadas de los asuntos que están por fuera de su hogar, siendo que sus capacidades y deseos quieren también ocupar otros espacios en el sector laboral, y en donde mucho podrían ofrecerle a la sociedad. Hace una crítica severa a esa complacencia que imperaba en aquellos tiempos de la postguerra, relegando a la mujer a un puesto secundario, pasivo, complaciente, y para nada parecido a esas vidas satisfechas que representan los anuncios publicitarios y los comerciales televisivos, donde la realización de una mujer está en la adquisición de un electrodoméstico o de un detergente. “¿Quién soy? ¿Qué quiero hacer con mi vida?” Eran las preguntas básicas que Betty le hacía a las mujeres de su generación, temiendo la pérdida colectiva de su identidad por querer cumplir con una identidad que les fue designada por otros, impuesta por otros, y la mujer acepta como víctima para perderse también así misma, una imagen que discrepa con sus intereses personales y su realidad, la imagen a la que entonces llamará “la mística de la feminidad”. “Que no permitamos que nos definan lo que es o no femenino”, dice, y con respecto a la maternidad se refiere de esta manera: “La maternidad es una pesadilla prácticamente por definición; o, como mínimo, lo será en parte mientras se obligue a las mujeres a ser madres -y sólo madres- contra su voluntad… dependen en extremo de sus maridos; y, por lo tanto, están destinadas a descargar en ellos y en su descendencia una gran cantidad de resentimiento, afán de venganza, rencor inexpresable e ira… Han canalizado su violencia atacando a sus hijos y a sus maridos de forma inadvertida, insidiosa y sutil, y algunas veces no tan sutil… Sólo entonces podrán abrazar la maternidad, cuando puedan definirse a sí mismas como personas para quienes la maternidad es una parte de la vida escogida con libertad… entonces, sólo entonces, la maternidad dejará de ser una maldición y una atadura”. Es así como Betty se sumerge en las investigaciones que serían claves y que finalmente expondría a modo de conclusiones de este naciente movimiento de feminismo libertario, a través de su más reconocido escrito: La mística de la feminidad. La ama de casa colaboradora y abnegada, dependiente, se rebela por fin para romper con los estereotipos de la mujer convencional, y aunque esto representara para ella el rechazo de la sociedad. En su libro define a las mujeres como seres psíquicos con una identidad individual confrontada con sus relaciones sociales, en lo que denominó “el problema que no tiene nombre”, manifestando que es a través de este problema que la mujer logra despertar su resentimiento, derivando en conductas autodestructivas, patologías como un deseo sexual incontrolable, neurosis, alcoholismo, ansiedad y hasta suicidio. Quería que la mujer despertara de su letargo. Publicado en 1963, La mística de la feminidad se convirtió muy pronto en récord de ventas, siendo ese año el libro más vendido de no ficción con casi tres millones de ejemplares. Un año después es premiado con el Pulitzer. Su libro es comparado con El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, no solo por sus planteamientos certeros, nuevos, urgentes, sino por el alcance que tuvo su obra. Muchas de las mujeres se vieron aludidas, correspondidas, identificadas con el pensamiento de Friedan: “La verdadera revolución sexual es que las mujeres abandonen la pasividad y que pasen de la situación en que son las víctimas más fáciles de todas las seducciones, el derroche, la adoración de falsos ídolos en nuestra sociedad acomodada, a una situación en que alcancen la plena autodeterminación y la dignidad”. Discutía a los psicólogos que reducían la problemática sexual, arguyendo en que no era allí donde radicaba el verdadero problema, y aunque la sexualidad se viera trastocada y comprometida por esa misma identidad que a la mujer le corresponde encarnar: “Las mujeres son invisibles para los hombres, pese a lo visible que resulta su papel como objeto sexual”. En su discurso de apertura del Congreso Nacional de Mujeres celebrado en 1969, Betty ahonda más en el asunto de la denigración sexual: “¿Estoy diciendo que las mujeres deben ser liberadas del sexo? No. Estoy diciendo que el sexo debe ser liberado para convertirse en un diálogo humano” Se abre pasó así a lo que se conocerá como la “Tercera ola del feminismo”, y que coincidirá con los tantos movimientos de protesta que se vivieron durante la década de los 60’s y 70’s. Fue Friedan quien supo retomar la herencia de los trabajos de las feministas clásicas ilustradas como Mary Wollstonecraft, de las sufragistas, y así como los conceptos más relevantes de la Declaración de Seneca Falls. Presta un interés particular en reivindicar el concepto de “razón”, que los estatutos legales reconozcan a las mujeres como “seres humanos” dotados de entendimiento, queriendo desarticular su concepto de “lo que no tiene nombre”. También rescata del feminismo ilustrado la idea de que la identidad de la mujer no puede definirse únicamente por sus funciones biológicas (reproducción y crianza). En 1966 se convierte en cofundadora y presidenta de NOW (Organización Nacional de Mujeres), institución pionera del movimiento femenino, y que hasta la fecha se mantiene vigente. Para 1969 se divorcia de su marido, de quien confiesa haber sido víctima de algunas golpizas, y que incluso en algunas ruedas de prensa tuvo que disimular con maquillaje los moretones que le habían dejado sus puñetazos. Esto desató una polémica que Betty quiso apaciguar, insistiendo en que su exesposo no era tampoco un abusador, ni ella una mujer sumisa, y que se trató siempre de discusiones acaloradas en las que se peleaban, “y él era más grande que yo”. Un año más tarde hace parte de las cincuenta mil personas que se congregaron en lo que se conoció como la Huelga por la igualdad de las mujeres, convocados en conmemoración del quincuagésimo aniversario del sufragio femenino. A comienzos de los 70’s tuvo un papel activo en la lucha para la aprobación de las leyes sobre el aborto: “Al cambiar los términos mismos del debate sobre el aborto para garantizar el derecho a elegir de la mujer y para definir los términos de nuestras vidas, hacemos que las mujeres se acerquen más a la dignidad humana plena”. Las posturas renovadas de las juventudes, que para ella resultarían radicales -y que por su parte sería tratada como una retrógrada- la harían apartarse del movimiento, confesándose inspirada a crear este tipo de instituciones, pero a no tener paciencia para administrar ni menos para ajustarse a los tantos reglamentos: “No estaba hecha para las decisiones colectivas”. El individualismo fue la noción central de su teoría. Esto no le impidió que un año más tarde estuviera fundando de nuevo un movimiento feminista, el National Women’s Political Caucus, esta vez interesada en promover y apoyar la presencia femenina dentro del marco de la política, y que fundaría en compañía de otras destacadas feministas como Gloria Steinem y Bella Abzug. En 1973 hace parte de los firmantes del Manifiesto Humanista II. En 1981, bajo un contexto político con Ronald Regan a la cabeza, Friedan publica otro libro fundamental para el feminismo, y que sin embargo no tuvo tanto impacto como el primero: La segunda fase. En este libro aborda la disparidad entre los géneros con respecto al ámbito laboral. Si bien ya era una conquista que las mujeres podían emplearse en cargos públicos y trabajar en el sector privado, los salarios, garantías y condiciones de trabajo eran desde todo punto de vista desiguales y desfavorables para las mujeres. Señalaba el ejemplo de las mujeres con hijos y que aparte cumplían con dobles jornadas laborales, llamando a esta clase de heroínas como la “supermujer”. En 1993 dedica sus escritos para meditar sobre la edad dorada y en especial sobre la menopausia, en un libro que titulará La fuente de la edad: vivir la vejez como una etapa de plenitud, año en el que pasa a integrar el Salón Nacional de la Fama de Mujeres. Para el 2000 escribe su autobiografía, y sus memorias quedarán compiladas bajo el título de Mi vida hasta ahora. Betty se preocupó además por involucrar a los hombres dentro de las ideas que impulsaba, considerando que también ellos son víctimas de una crianza, y lo conveniente que resulta la libertad femenina para que el hombre pueda también alcanzar su propia libertad: “¿Estoy diciendo que las mujeres tienen que ser liberadas de los hombres? ¿Qué los hombres son sus enemigos? No. Estoy diciendo que los hombres sólo tendrán verdadera libertad para amar a las mujeres y realizarse con plenitud cuando las mujeres tengan plena libertad para gozar de verdadero poder de decisión en sus vidas y en su sociedad. Hasta que esto no ocurra, los hombres soportarán la carga de culpabilidad por el destino pasivo al que han abocado a las mujeres, el resentimiento reprimido, la esterilidad del amor cuando no se da entre dos personas totalmente activas y felices, sino que contiene el elemento de la explotación. Los hombres no tendrán la libertad de realizarse en todos los aspectos mientras deban vivir supeditados a la imagen de la masculinidad que veta toda ternura y sensibilidad a su sexo, todo lo que podría ser considerado femenino. Los hombres poseen enormes cualidades que debe reprimir y temer para poder responder a una imagen obsoleta de la masculinidad, brutal, aniquiladora… no se les permite admitir que algunas veces están asustados. No se les permite expresar su sensibilidad… a los hombres no se les permite llorar. Por ello, son humanos sólo a medias, igual que las mujeres serán humanas sólo a medias hasta que logremos dar este paso adelante. Todas las cargas y responsabilidades que los hombres deben soportar sólo los obligan, en mi opinión, a estar resentidos porque la mujer se encuentra sobre un pedestal, tanto como la mujer siente ese pedestal como una carga.” Quería al hombre y a la mujer “como compañeros, como colegas, como amigos, como amantes. Y sin tanto odio, celos, resentimientos e hipocresías reprimidos, surgirá una nueva noción de amor que hará palidecer a lo que calificamos como tal el día de San Valentín.”