Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Bertha von Suttner (1843-1914)

Una mujer nacida para la paz. Perteneciente a una familia aristocrática y de un linaje que se remontaba a varios siglos atrás, Bertha von Suttner nació en Praga, región que en su momento hacía parte del territorio del Imperio austro-húngaro. Su padre era un conde septuagenario que no vivió para conocer a su hija, y por lo que sería su madre, Sophie, quien tendría que criar sola a su pequeña. Destacada por ser una niña memoriosa e interesada en la cultura, Bertha se apropió de los libros de la biblioteca de su padre para enterarse de historia y empaparse de piezas clásicas de la literatura. Recibió formación en varios idiomas: francés, italiano, inglés y alemán. Su vocación infantil era un día poder convertirse en una cantante de ópera, por lo que también recibiría lecciones de piano. Durante su adolescencia, y antes de que su madre despilfarrara el dinero que heredara de su esposo, y esto debido a su irrefrenable ludopatía, Bertha tendría el privilegio de realizar varios viajes por distintas regiones del vasto imperio. Su formación había tenido el tinte militarista, estricto y casi castrense que le había legado su padre, y por lo que tal vez podría haber despertado en su hija un sentimiento encontrado, contradictor, y finalmente opuesto, una visión ya no bélica de la historia sino todo lo contrario, una ideal pacifista, un mundo libre de armas y sin el estúpido recurso de la guerra. Ante el derroche económico y la posterior quiebra, Sophie intenta casar a su hija con un adinerado barón, y a lo que Bertha se opondría decidida a anular el compromiso. Con treinta años, y aunque resultara extraño para una mujer -y más aun tratándose de una mujer perteneciente a la alta alcurnia-, Bertha prefiere trabajar, y será a través de su propio esfuerzo como sabrá mantener sus gastos y los de su madre, sin necesidad de unirse a un hombre por un simple interés económico. De esta manera Bertha desafiaba con valentía a una sociedad, que para entonces ya le permitía tener un empleo con el cual devengar un sueldo, y su oficio fue el de institutriz encargada de aleccionar a los hijos del barón Karl von Suttner, instruyéndolos en música e idiomas, y de cuyo hijo menor acabaría enamorándose. Arthur era siete años menor que Bertha, y la madre de éste desaprobaba la relación, por lo que sencillamente decide despedirla como institutriz. Por esos días Bertha responde a un anuncio en París que buscaba a una secretaria, siendo ella la elegida para servir de asistente personal, nada menos que del magnate de la industria dinamitera, el prominente Alfred Nobel. En 1876 se muda a la capital francesa, y pese a que el trabajo con Nobel duró un par de semanas, sería tiempo suficiente para que estas dos almas congeniaran y labraran una amistad que perduró hasta el día en que murió Alfred. Para junio de ese año Bertha regresa a Viena y contrae matrimonio en secreto con Arthur. La familia no tarda en enterarse y deciden retirarle todo tipo de patrocinios a su hijo, y viéndose como en una especie de destierro la pareja se asentará durante los próximos nueve años en las tierras del Cáucaso. En esta región de Georgia los Suttner contarían con el apoyo de la reina Ekaterina Dadiani von Mingrelien, y para solventar sus gastos se valieron de la producción de novelas de entretenimiento y traducciones. Arthur comenzaría a cobrar notoriedad con la publicación de novelas acerca de las guerras y escribiendo algunos artículos para semanarios alemanes. Por su parte Bertha dio inicio a una cerrera como periodista, colaborando con ensayos y reportajes de viajes o artículos relacionados con asuntos de guerra, y bajo el seudónimo de B. Oulet conseguiría un reconocimiento a la par de su marido. Para 1885 la familia de los Suttner se reconcilia y es entonces cuando la pareja regresa a Austria, y será durante esos años en los que Bertha se dedicará a componer las partes estructurales de su pensamiento y a escribir lo más destacable de su obra. Para 1886 publica High life, en el que ya aborda el tema del pacifismo, centrándose en las libertades humanas y el respeto por la consagración de éstas. Un año más tarde se interesa por la International Arbitration and Peace Association, fundada siete años atrás por el británico Hodgson Pratt, cuya sede estaba en Londres, y que tenía por objeto el de “movilizar a la opinión pública con el fin de conseguir la creación de un tribunal internacional que remplace el combate armado como medio de resolución de las disputas entre naciones.” El movimiento pretendía hacer presencia en otros países y de esta manera convertirse en una confederación con carácter internacional. Consideraban que la paz “se alcanzaría si las naciones civilizadas estuvieran preparadas a considerar que los intereses comunes son la base de una coexistencia armoniosa.” Se alentaba de esta manera para la creación de un tribunal internacional que por convenio entre las naciones fuera el encargado de tramitar y dirimir aquellas disputas entre países, antes de considerarse la guerra como una opción para la solución de los conflictos. Esta iniciativa se concretaría poco tiempo después como la Corte Permanente de Arbitraje Internacional, y que en la actualidad estaría operando con su famosa sede en la ciudad holandesa de La Haya. Así mismo, dos emblemáticos parlamentarios -uno francés y el otro británico- crearon la Unión Interparlamentaria (IPU), que sería un primer peldaño para constituir lo que décadas después sería la Organización de Naciones Unidas (ONU). Para 1889 Bertha publica La era de las máquinas, y en donde interroga algunos valores sociales de la época, destacando el desarrollo científico y tecnológico como un bastión del progreso, así como previniendo sobre el futuro de unas sociedades regidas por nacionalismos y acompañadas de un inmenso arsenal armamentístico. Pero sería ese mismo año, a sus 46, cuando da a conocer su novela más emblemática: Die waffen nieder! (¡Abajo las armas!) La novela se popularizaría en muy poco tiempo y su importancia sería apreciada de inmediato por un naciente movimiento pacifista, que ya destacaba a este libro como un clásico literario. ¡Abajo las armas! fue traducida a varios idiomas y fue llevada al cine en 1914, e incluso el mismo Tolstoi destacaría el valor de la novela, y así se lo manifestó a su autora a través de una misiva: “En verdad me place su obra, y se me ocurre la idea de que la publicación de su novela es un feliz acontecimiento. La abolición de la esclavitud fue precedida por el famoso libro de una mujer, la Señora Beeche Stowe (autora de La cabaña del tío Tom); quiera Dios que la abolición de la guerra siga a la publicación de la suya.” En su destacada obra, Bertha pondrá de manifiesto el punto de vista de una mujer involucrada en un ámbito de guerra, la mujer como figura principal del relato en un contexto bélico donde espera que sus hijos y esposos no mueran en batalla y regresen un día a su hogar. Algunos lo tildarían de emocional, sensacionalista, un cuento motivado por el amarillismo y carente de rigor científico e histórico, y que sólo pretendía tocar fibras sensibles de la sociedad, despertando también los debates sobre la guerra. En su contenido, la autora dejará en claro sus posturas anticlericales y liberales y su defensa por los derechos de las mujeres. Influenciada por las ideas de Herbert Spencer y Charles Darwin, el pacifismo que promulgaba Suttner se basa en un principio ético y moral de cada individuo, capaz de entender la guerra como un mecanismo que no resuelve ningún conflicto, generando destrucción, y que por lo mismo la humanidad debería fijar un fin definitivo a la batalla bélica. En eso creía la ferviente feminista: ¡Abajo las armas! Para ese momento ya la figura relevante en la que se había convertido, la llevaría a dictar charlas y conferencias y su activismo se vería involucrado en toda clase de encuentros, reuniones y congresos que promovieran proyectos y actuaciones en pro de la paz mundial. En 1890 Bertha se muda junto a su marido a la ciudad italiana de Venecia, donde conoció al marqués Benjamino Pandolfini, que bajo el modelo la UPI creada en Londres, sería quien fundara la “Sociedad de la paz en Venecia”, y que finalmente motivaría a Bertha para regresar al año siguiente a Austria y ser ella quien creara en su país una nueva sede de una naciente asociación internacional parlamentaria. Su iniciativa la manifestó durante el Congreso de Roma de 1891, y a partir del cual comenzaría a ser conocida como la “Generalísima” del movimiento por la paz, también llamada “Comandante en Jefe”, y en medio de un evento liderado por hombres levantó su proclama y aprovechó para señalar la falta de presencia femenina al interior de un movimiento que compromete al ser humano sin distinción alguna. De su retórica se diría: “Encontró su estilo que mantuvo para el resto de su vida. Nunca arengaba a su público; hablaba siempre pausadamente y sin muchos gestos. Dejaba que las palabras que había escogido cuidadosamente hicieran su trabajo.” Participa del Consejo Internacional de Mujeres, denunciando en su discurso que muchos hombres consideraban a las mujeres como incapaces para hacer parte de los asuntos políticos, por lo que estos temas de guerra sobrepasaban según ellos su limitado intelecto. De esta forma la suspicaz Bertha invita a las mujeres para unirse en un asunto que quizás conozcan mejor que los hombres: la paz. Su imagen es ya conocida como una bandera del pacifismo, y es así como en 1892 funda una revista que bautizará con la síntesis de su lucha y que llevará hasta finales de esa década: ¡Abajo las armas! Durante dos décadas Bertha von Suttner y Alfred Nobel mantuvieron sus lazos de amistad, compartiendo y debatiendo sus puntos de vista respecto a la paz y a la guerra, al uso de las armas, y que se reúne en una copiosa correspondencia compuesta por casi un centenar de cartas. Bertha mantenía su postura pacifista, convencida de que no era la guerra y su fin lo que consagraba la paz, tal cual pensaba Nobel, y de allí que éste apoyara con su invención y su industria las políticas armamentísticas como una forma de preservar y defender la paz. Sin embargo para el final de su vida el acaudalado inventor del TNT, cambiaría de parecer y se dejaría convencer por las razones y motivos que su amiga defendió durante toda su vida, siendo así que en su testamento destinó una gran parte de su fortuna para la creación de un premio que le fuera otorgado “a quien halla laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de Congresos por la paz.” Así también para “aquellas personas que hubieran dedicado de manera excepcional su vida a la Literatura, la Física, La Química y la Medicina” El premio de Economía sería incluido en 1968. En adelante Bertha von Suttner no declinaría en su guerra por la paz, tratando de disuadir a diplomáticos, mandatarios y jefes de Estado del mundo entero para que pactaran el desarme global, y entendieran finalmente que en la solución de los conflictos no debería estar presente la alternativa de la guerra. “Es extraño lo ciega que está la gente. Se horrorizan ante las cámaras de tortura de la Edad Media, pero están orgullosos de tener sus arsenales llenos de armas”, decía. Junto a su marido, los Suttner no declinarían en su causa pacifista, logrando para 1899 el apoyo para el Manifiesto del Zar y la Conferencia de Paz de La Haya, y pese a que su compañero de toda la vida moriría para el año de 1902, Bertha continuaría perseverando en su batallar, siendo así que para el año de 1905, en la cuarta entrega de los Premio Nobel, Bertha von Suttner es distinguida en la categoría de la Paz, convirtiéndose en la segunda mujer a la que se le confería el galardón (dos años atrás Marie Curie había sido laureada en la categoría de Física). Entendía que los grandes avances humanos y las conquistas sociales son un producto lento, pero que en su proceso no hay que permitir a las revueltas, los conflictos y descontentos escalar al grado de confrontación bélica. Planteó la posibilidad de que cada país contara con un Ministerio de la Paz que favoreciera el desarme, y así mismo abogaba por la libertad de expresión de una prensa independiente. No era considerada una idealista utópica, sus propuestas no eran para nada descabelladas, se trataban de planteamientos que gozaban de lógica, razón, humanidad, instinto. Le aportaba realismo a su visión cuando confesaba que esta tarea será imposible mientras las naciones no se comprometan económica y financieramente con este tipo de proyectos. A Suttner también se le conocerá como la Conciliatrix (Conciliadora), destacándosele por servir de mediadora en la resolución de toda clase de conflictos. En 1907, en el marco de la Conferencia de la Haya, la adelantada pacifista advirtió del panorama trágico que le esperaba a una Europa amenazada por la creciente demanda de armamento por parte de sus principales potencias. Tres años más tarde publicó sus memorias, y para 1912, casi septuagenaria, un último esfuerzo por la paz la llevaría a realizar una segunda visita a los Estados Unidos para asistir a congresos y dictar charlas y conferencias. En 1913 vuelve a participar activamente en el Congreso anual celebrado en La Haya, y para fines de junio de 1914 -a escasos días de que se desatara la aciaga premonición de una guerra latente que habría vaticinado-, Bertha von Suttner moriría a causa de un cáncer estomacal. Tenía planeado servir como anfitriona de la Conferencia de Paz que se celebraría ese año en Viena, y que luego sería cancelada por el inicio de la Gran Guerra. En 1917 el escritor Stefan Zweig le rindió un tributo a su memoria durante la celebración en Berna del congreso internacional de las mujeres para la comprensión de los pueblos. En Alemania y Austria su nombre ha bautizado parques, escuelas, bibliotecas, plazas, calles y fundaciones como una forma de recordar los méritos de su vida y obra. En 1966 Austria utilizó su imagen para el diseño del billete de 1.000 chelines, y en años recientes retomó el grabado de su perfil para acuñar las monedas de 2 euros. Un asteroide también fue bautizado en memoria suya: (12799) von Suttner, y 114 años después de haber recibido el Nobel, Google le rendiría su tributo dedicándole uno de sus conocidos doodles. “Los defensores del pacifismo son conscientes de la influencia de los valores que defienden. Saben que todavía son pocos, pero son conscientes de que sirven a la mejor de las causas posibles”, diría nuestra recordada pacifista. 

BERTHA VON SUTTNER

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