“Menudo regalo de Navidad debí ser para mis padres, que ya tenían cuatro hijas y dos hijos. Yo les hacía tanta falta como un disparo en la cabeza”, comentó alguna vez la lumínica estrella que alumbró en este mundo justamente en la fecha de Nochebuena. Su infancia campestre entre los sembradíos de tabaco y algodón se vería interrumpida cuando sus padres deciden mudarse a la ciudad en busca de mejores oportunidades para la familia. En principio probaron suerte en Rock Ridge, Carolina del Norte, y luego se trasladarían a Newport News, Virginia, pero al poco tiempo decidieron regresar a Rock Ridge, donde el padre consiguió trabajo en un aserradero y la madre un empleo como ama de llaves en el colegio mayor de Brodgen. A los 13 años Ava y algunos de sus hermanos asisten a la escuela del suburbio de Wilson, y dos años después tendrán que vivir la muerte de su padre, quien no podría superar una severa bronquitis. Con tan sólo 18 años, Ava se ha convertido en una mujer de una hermosura cautivante, natural, exótica, pero no atendiendo a sus atributos especiales, se matricula en el Atlantic City Christian College para recibir clases de secretariado. Por esos días visita a su hermana en New York, y al esposo de ésta le pareció que su belleza merecía ser fotografiada, y fueron tan reveladoras las fotos que decidió exponerlas en la vitrina de su negocio de fotografías en la Quinta Avenida. Un cazatalentos llamado Barnard “Barney” Duhan reparó en las fotos al pasar, y casi con urgencia consiguió que contactaran a aquel prodigio de belleza para que se presentara en las instalaciones de la productora Metro Goldwyn-Mayer. Ava se manifestó ya en cuerpo presente y su hermosura deslumbró a los directivos, quienes apenas se habían dejado seducir por una imagen a blanco y negro, y que ahora gozaban al presenciar aquellos ojos color esmeralda y su exuberante pelo color castaño. En ese momento los ejecutivos no vacilaron y bajo su hechizo le ofrecieron firmar un contrato por siete años. Al año siguiente asiste a clases de arte dramático, haciendo énfasis en trabajar su acento campesino por medio de intensas sesiones de dicción y fonética. Apenas se instala en Hollywood y casi de inmediato contrae matrimonio con el actor Mickey Rooney, relación que un año después terminaría en divorcio. Durante los años siguientes protagonizó películas de bajo presupuesto, entre las que se destaca una de las últimas comedias del director Béla Lugosi, La casa encantada, de 1943, y Three men in white de 1944. Un año más tarde, en Nochebuena, y como motivo de su cumpleaños, anunciará su matrimonio con el director de orquesta y clarinetista, Artie Shaw, de quien no conservaría muy buenos recuerdos, ya que siempre se sintió menospreciada por él, y por lo que acabarían separándose apenas pasado un año de haberse anunciado la boda. Para 1946 la carrera de Gardner despegaría finalmente luego de estelarizar la película Whistle stop, y más adelante Los asesinos (Forajidos), que también significaría el despegar de la carrera de su compañero de reparto, Burt Lancaster, y por la que la actriz sería por primera y única vez nominada al Premio Oscar. A partir de ese momento Ava se destaca como una prestante y reconocida figura del mundo hollywoodense. Comienza a trabajar en una serie de películas y en muchas de ellas a involucrarse con sus coprotagonistas: En 1949 The hucksters junto a Clark Gable, Venus era mujer y sobornos junto a Robert Taylor, El gran pecador con Gregory Peck, y Mundos opuestos con James Mason. Y aunque nunca aceptó su propuesta de matrimonio, durante años sería pretendida por el magnate y dueño de la productora RKO, el excéntrico seductor Howard Hugues, quien de varias maneras intentaría cortejarla, como cuando le dio de regalo un lujoso Cadillac para el día de su cumpleaños. En quien sí repararía, convirtiéndose en el hombre de su vida, y a pesar de que muchos fueron sus amoríos, sería en la famosa celebridad musical del momento, “La voz”, como era conocido, el cantante y prestante mujeriego Frank Sinatra. Se vieron por primera vez a finales de los cuarenta, cuando se cruzaron en un restaurante, y Frank bromeó diciéndole que era una lástima que no la hubiera conocido antes que Mickey, ya que “hubiera podido ser yo quien se casara contigo”. Años más tarde coincidieron como vecinos en el prestigioso condominio de Sunset Towers, donde el cantante solía celebrar escandalosas fiestas, y en las que a veces aprovechaba para gritar en medio de la noche a su vecina: “Ava, ¿me oyes, Ava? Ava Gardner, sé que estás ahí abajo. ¡Hola!” El coqueteo continuaría hasta que una noche tuvieron la oportunidad de coincidir en una fiesta en Palm Spring, y la química se desató de inmediato. Sinatra se prestó para llevar a Ava en su coche, pero antes le propuso dieran un alocado paseo nocturno por las afueras de la ciudad y hasta llegar a un descampado en el pueblo de Indio. Entre la complicidad del desierto, el cantante quiso poner a prueba su puntería y desenfundó un par de pistolas que ocultaba en la guantera. A Gardner le gustó la propuesta, y ambos se pusieron a disparar tiros al aire, por lo que acabarían siendo detenidos por una patrulla policial. Gracias a las influencias de ambos, la pareja consiguió que el escándalo no pasara a mayores, pero desde ese mismo día los dos quedarían prendidos del alma del otro, y en adelante se daría inicio a una escabrosa historia de amor que protagonizarían a lo largo de ocho años. En sus memorias tituladas The secret conversations, la actriz comentaría: “Se han escrito muchas tonterías sobre lo que ocurrió entre nosotros en Palm Spring, pero la verdad es más emocionante, y a la vez menos. Bebimos, nos reímos, hablamos y nos enamoramos.” Frank era un hombre casado, y a pesar de su reputación de casanova, la relación con Gardner lo llevó a dejar a su esposa para prometerse a la actriz en matrimonio. La prensa mantuvo la noticia en caliente y no dejó de ser un escándalo sonado durante varios meses. Ava era repudiada por quienes la consideraban una destructora de hogares, y por un tiempo le llovieron cartas condenando su vida licenciosa, y hasta el mismo Vaticano le reprochó haberse involucrado en el matrimonio del señor Sinatra. “Lo único que había hecho era enamorarme. Pero desgraciadamente, me había enamorado de un católico casado”, explicaba Gardner. A pesar de las misivas que recibía a diario con el saludo: “Querida puta”, Ava supo encarar su relación con el cantante, y la pareja muy pronto empezó a verse como la unión de dos estrellas del cine cuyos destinos inevitablemente se habían unido por fuera de las pantallas. Se les veía amorosos en las fotos de los diarios, como en aquellas imágenes en las que hacia 1950 posaban junto a Rags, el perro corgi que el cantante le había regalado a la actriz. La canción escrita por Sinatra, I’m a fool to want you, una canción “muy personal”, según la definió Ava, contaría un poco de esta historia, y sería esa la canción que la actriz seguiría escuchando hasta el final de sus días. Aguardaron a que “Francis” -como le llamaba Ava por cariño- consiguiera sus papeles de divorcio, y para finales de 1951 lograron por fin casarse. La boda estuvo por interrumpirse cuando unas horas antes la actriz recibió el comunicado de una prostituta que declaraba estar manteniendo una relación con Francis desde hacía unos cuantos meses. Pese a que no sería solamente un rumor, Ava prefirió hacer caso omiso y continuar con los preparativos, dando inicio a una relación que no comenzaba precisamente con el pie derecho, y que así mismo sería un continuo cojear. Gardner, quien tampoco vistió de blanco en sus dos bodas anteriores, eligió un vestido morado y un collar de perlas y diamantes, y apenas acabada la boda hicieron sus maletas para culminar con una luna de miel en Miami. La relación comenzó a resquebrajarse desde el principio por las múltiples infidelidades provenientes de ambos bandos. Meses antes Ava había tenido un breve romance furtivo con Robert Mitchum mientras filmaban la película Mi pasado prohibido, y apenas acabada la luna de miel ya la actriz se vería involucrada en una nueva aventura de amor que le traería uno y muchos amantes: esta vez se enamoraría de un país. Sucedió durante el rodaje en España de la película Pandora y el holandés errante. “Un viaje al extranjero, cariño, y ya casi nunca eché la vista atrás”, comentaba Ava acerca del país ibérico que la había seducido, detallando sus encantos: “Sentí una especie de parentesco con el flamenco; entonces estaba vivo, era puro. Las corridas eran espectáculos bellos y emocionantes, lo mismo que las fiestas populares, cuando todo el mundo se vestía con aquellos maravillosos trajes regionales. Todo era maravilloso, y continuaba sin tregua día y noche. Me encantaba… Me encanta España porque se parece a mí: es violenta, rural, caprichosa.” Y es que nada parecía más acorde con aquella personalidad noctámbula, bohemia y festiva de Ava Gardner, que al instante quedaría prendada del poder seductor de los toreros. El primero de ellos sería Mario Cabré, quien luego de su faena con Ava, tendría que salir a contar los pormenores detallados de la corrida, haciendo pública su aventura con la famosa actriz estadounidense: “He recibido muchas cornadas, pero Ava me ha golpeado más fuerte que el asta de un toro.” Pasados muchos años, la actriz declararía con respecto al episodio: “Después de una de aquellas noches españolas románticas, llenas de estrellas, de baile y de copas, me desperté y me encontré en la cama con Mario Cabré.” Ava no descuida su carrera y filma Magnolia, una versión del musical de Broadway, y más adelante rodará junto a Gregory Peck la adaptación de una novela de Ernest Hemingway -la segunda en la que participa-, Las nieves del Kilimanjaro. Se traslada al Congo para grabar en compañía de Grace Kelly y Clark Gable la película de 1953, Mogambo, y será durante las grabaciones cuando se enterará que se encuentra en embarazo. Ava no creyó que era el momento conveniente para afrontar la maternidad, y decide interrumpir su embarazo practicándose el aborto, y sin haber enterado de nada a su marido. “No creo que sea el momento adecuado para que tenga un hijo. Mi vida entera es como un torbellino, y va a seguir siendo así muchos años”, declaró Gardner en sus memorias, pero apenas dos meses después volvería a repetirse el episodio, quedando nuevamente en embarazo. Esta vez sí se lo comunicó a Sinatra, quien estaba entusiasmado con tener un hijo con Ava, pero que no podría interponerse ante una decisión que ya Ava había resuelto desde antes. “En aquellos días, el aborto estaba permitido en Inglaterra, pero sólo podía realizarse por lo que el sexo varón consideraba los motivos correctos: los suyos”, explicaba la actriz, que pesar de no contar con el consentimiento de su marido consiguió practicarse otro aborto. Así recuerda aquel día: “Alguien debió de decirle lo que yo estaba haciendo, porque mientras viva jamás olvidaré el momento en que me desperté después de la operación y vi a Frank sentado a mi lado con los ojos llenos de lágrimas. Pero creo que hice bien. Todavía creo que hice bien.” Y seguramente así fue. Ava no quería poner fin a su vida festiva y de andariega, y sin embargo confesó en su momento que le dolía “tremendamente que la vida me haya privado de la alegría de ser madre.” La actriz no se detiene y continúa con producciones de poco interés para el público, la crítica y para ella misma, pero en la que seguiría codeándose con grandes de la industria, como los actores Robert Taylor y Mel Ferrer en la película Los caballeros del rey Arturo, y luego junto a Humphrey Bogart en el papel inspirado en la vida de Rita Hayworth, La condesa descalza, y que algunos consideran la mejor de todas sus actuaciones. “Incluso en los papeles más triviales, ella brilla con un fuego inconfundible, como si sólo le bastase con estar allí para sublimar cualquier material, por mediocre que fuese”, comentaba un ejecutivo de la industria respecto a la actuación de Ava Gardner. En 1953 la actriz se encontraba en España, su “refugio espiritual”, como solía llamarle, y aprovechando una gira de conciertos por Europa su esposo le propuso se encontraran en Roma, y a cuya cita llevaría el pastel de coco que tanto gustaba a su mujer por recordarle la infancia, y como una estrategia para reconquistar una relación que parecía venirse a pique. Un testigo contó que al regresar de su encuentro con Sinatra, Ava tiró el pastel a la caneca de la basura como un acto de total desprecio. Meses más tarde Gardner se trasladó a Madrid, alojándose en casa de una pareja de espías que siempre la acogieron mientras se pasaba por la capital. En casa de éstos conocería al torero Luis Miguel Dominguín, y al parecer los matadores serían su debilidad, ya que de inmediato comenzarían un sonado y escandaloso amorío. La prensa se había enterado y desde luego también su marido, quien viajó hasta Madrid para increpar a Ava por su supuesto amorío, que ella negaría vehementemente, y pese a lo cual la separación ya parecía un asunto inminente. Así lo comunicaba la productora MGM en octubre de ese año, anunciando que la pareja había decidido tomar rumbos separados. Ava pasó una corta temporada en Palm Spring antes de regresar a Europa, esta vez a Italia, y continuar con su carrera de actriz. De Sinatra se dice que una depresión lo llevó a recluirse unos días en la casa de un amigo, donde intentó opacar su frustración y despecho a través de una prolongada fiesta, luego de la cual se haría un par de cortes en las muñecas y que luego la prensa justificó diciendo que se trató de un accidente con un vaso que se le quebró en la mano. Sinatra sobrevivió a la pena de amor, y nunca se olvidó de llamar a Ava o de hacerle llegar una nota de felicitación el día de su cumpleaños. “Es un sentimental”, comentaba con encanto Ava. Le preguntaron si alguna vez lo llamaba, a lo que respondería: “Nunca, es un hombre casado, cariño.” Y es que, pese a sus tantos desencuentros, su amistad no declinó nunca, y no tenían reparos para tratarse en público con su habitual ironía, como aquel comentario sarcástico de Ava, cuando años más tarde el veterano Sinatra logró conquistar a la joven Mia Farrow: “Siempre supe que Frank se acabaría acostando con un chico.” Para ese entonces la carrera de Sinatra parecía estar en declive, y será la misma Gardner quien correrá tras él para darle un empujón, sugiriéndolo para la película que le devolvería su fama y esplendor, De aquí a la eternidad, y que le valdría a Frank el Premio Oscar como Mejor Actor de Reparto, y por lo que se reactivó su carrera presentando nuevos trabajos discográficos, celebrando varias giras de espectáculos (principalmente en Las Vegas o en el lago Tahoe), y así como participando de otras producciones cinematográficas como El hombre con el brazo de oro. No existía entre ellos una competencia artística. “Era otra clase de celos los que sentíamos en los huesos. Celos primitivos, apasionados, amargos, punzantes, elementales, de dientes ensangrentados, celos románticos, ése era nuestro veneno. Acusaciones y contraacusaciones, de eso se trataban nuestras peleas”, lo explicaba la actriz años más tarde. La relación estuvo llena de episodios dramáticos que parecían extraídos de los guiones de películas, como aquella vez en que Sinatra disparó una de sus pistolas fingiendo haberse suicidado, o aquella ocasión en que Ava abandonó a Sinatra en medio de la noche, y en compañía de su empleada de toda la vida, Reenie, para acabar casi naufragando mientras se dirigía a Los Ángeles, y entonces enterarse de que su marido había ingerido una cantidad letal de barbitúricos y ahora mismo la esperaba en el hospital para que se reconciliaran. Y así fue. Su relación era un caótico y desenfrenado ir y venir, infidelidades de parte y parte y una apasionada vida sexual. Ante el reproche de uno de sus amantes por haberse enamorado de un hombre de corta estatura parecido a un “renacuajo”, Ava comentaría que “hay en Frank 7 kilos de hombre y 43 de pene.” Se identificaban en el otro: fiesteros, nocturnos, amantes de los cigarros y el alcohol, protagonistas, con historias parecidas, de aquellas personas que nacen en contextos humildes y a los que a fuerza de trabajo y talento consiguen escalar hasta lo más alto. Eran afectivos con su público, queridos por la prensa, estrellas del firmamento. “Tanto Frank como yo somos personas muy excitables, posesivas, celosas, propensas a explosiones rápidas… Cuando pierdo los estribos, encanto, no los encuentro por ninguna parte. Tengo que desahogarme, y él es igual que yo”, comentaba Gardner. Sería Sinatra quien la definiría con el rótulo con el que todos le reconocían: “El animal más bello del mundo”, apelativo que Gardner confesó haber detestado siempre. En 1954 decide mudarse a España. El cambio del dólar a la divisa española le permitía vivir como una multimillonaria. Adquirió una casa en La Moraleja, a las afueras de Madrid, y unos años después se muda a la capital, en el barrio residencial de El Viso, donde a través de sus bullosas parrandas y sus constantes escándalos mantendría los nervios de sus vecinos alterados, y entre los que se destacaba el exiliado expresidente argentino, Juan Domingo Perón. En el país ibérico la rumba era de nunca acabar, siguiendo los horarios de una fiestera empedernida como Ava Gardner, que desayunaba a mediodía y almorzaba al caer la tarde, porque ella había nacido para festejar la vida, y había encontrado en España el lugar para celebrar sus noches: “Vine a este mundo a las diez de la noche y, a menudo, pienso que tal vez por eso me convertí en un ave nocturna. Cuando se pone el sol, me siento más despierta. Se necesita talento para vivir de noche y esa es la única habilidad que siempre he estado convencida de poseer.” No se consideraba buena para su oficio, y ni siquiera una actriz, tenía bien claro que lo suyo se trató de gozarse la vida y no tenía reparos para confesárnoslo: “Nunca fui una actriz, ninguna de las chicas de la Metro lo fuimos. Sólo éramos unas caras bonitas… Yo no intento ser una buena actriz; me conformo con ser bella.” Vitalista, estaba convencida de que esta vida era una sola y que no valía la pena tomársela tan en serio: “En el fondo, soy bastante superficial.” Fumaba desde los 8 años y era así como soñaba morir, en su salsa: “Cada vez me resulta más difícil divertirme, y cuando ya no consiga ni aburrirme, será el fin… Deseo vivir hasta los 150 años, pero el día que muera, deseo que sea con un cigarrillo en una mano y un whisky en la otra.” En España Ava podría pasar un poco desapercibida, y a pesar de esto nunca se habrá sentido más estrella. Así lo describía Reenie, la única mujer negra en el barrio y que era ya una celebridad, y cuya historia se ve reflejada en la serie para televisión, Arde Madrid, y en la que desde el punto de vista de sus empleados se cuenta de la vida licenciosa que llevaría la diva hollywoodense entre un barrio residencial donde moraban prestantes vecinos. Según cuenta Reenie, Ava se paseaba por las calles madrileñas sintiéndose una dueña del mundo, y no tenía reparos en desafiar a la policía o al mismísimo Generalísimo: “Le decís a Franco…”, fue lo que le oyó decir Reenie en más de una ocasión a la desmedida actriz cuando se enfrentaba a la gendarmería. Se la pasaba de juerga y ese era el estilo de vida que más disfrutaba. “La verdad es que los únicos momentos en que realmente soy feliz es cuando no hago nada en absoluto. No entiendo a la gente a quien le gusta trabajar y hablan de ello como si fuera un puñetero deber… No hacer nada es como estar flotando en el agua caliente. Encantador, perfecto.” Finalmente, para 1957, mientras Ava rodaba otra adaptación de Hemingway al cine, Fiesta, la pareja de leyenda concretaba su divorcio. “Todo lo que saqué de mis matrimonios fueron mis dos años de psicoanálisis”, comentaba con su habitual ironía, recalcando en que el fracaso en sus matrimonios seguramente tuvo que ver con ambas partes: “Teniendo en cuenta que entre mis tres maridos han reunido una colección de veinte esposas, no creo todo fuera culpa mía.” Trabajadora incansable, inagotable a pesar de su ritmo de vida bohemio, la imparable Gardner continuará con un ciclo de películas, entre las que se destacan el drama romántico Destinos cruzados; la adaptación al cine de la comedia de teatro, La cabaña; On the beach, película que aborda el tema de la bomba nuclear; y el filme que cuenta la historia de la Duquesa de Alba en La maja desnuda. “Deben ser mis genes de campesina los que me mantienen fuerte y saludable. No importa los esfuerzos que hago por autodestruirme, me las arreglo para sobrevivir.” Estas eran las palabras de una mujer vitalista que no se detendría. Para la década de los sesenta, sin embargo, ya no estará tan activa como siempre, y aunque no abandonará los sets de grabación ni menos los contratos que las productoras tenían para ofrecerle. De 1960, filmada en Italia y aunque en el contexto de la Guerra Civil Española, El ángel se viste de rojo; en 1963 dos películas: 55 días en Pekin junto a Charlton Heston, y Siete días de mayo junto a Kirk Douglas. Para 1964 la veremos junto a Richard Burton en la adaptación de la obra de Tennessee Williams, La noche de la iguana, más adelante en la gran producción de 1966, La Biblia, y dos años más tarde junto a Catherine Deneuve encarnando a la excéntrica emperatriz Sissí. Sin embargo a lo largo de esta década dejaría de lado propuestas que tal vez le hubieran valido un gran reconocimiento, como El dulce pájaro de la juventud, La pantera rosa o la aclamada cinta de El graduado. Pero es que a Gardner no le interesaba tanto el reconocimiento como sí patentar su estilo de vida revoltoso, desfachatado, lúbrico. “Nunca he sido actriz, pero no sé escribir, ni pintar, ni hacer ninguna otra cosa… ¿Por qué sigo haciendo películas? Por el dinero, encanto, siempre por el dinero”, confesaba. Y es que las famosas fiestas navideñas de Ava darían para una película, grandes banquetes que celebraban la música, el vino, la noche en todo su esplendor. En Deiá, Mallorca, será recordada la Nochebuena de 1961, en la que Ava Gardner fue rechazada por primera y única vez en su vida, cuando quiso sacar a bailar a un guardia civil que estaba de turno, pero éste tuvo que negarse por no faltar al cumplimiento de su servicio. Más de uno se hubiera hecho castigar con la muerte de haber sido invitado a bailar con la gran diva de Hollywood, pero el gendarme pasaría a la historia como un valiente capaz de resistirse a la más grande tentación por el cumplimiento de su tarea. En su residencia conocida como La bruja, en La Moraleja, se cuenta de una Nochebuena de 1966 en la que Gardner recibió a una cantidad enorme de comensales, presentándose con un atuendo estrafalario color rosa y negro. Así lo reportó uno de los enterados: “Un árbol de Navidad con bolas japonesas y un espléndido bufete presidido por un gigantesco jamón Virginia. Junto al jamón, dos pequeños pasteles caseros, uno de coco y otro de chocolate… La fiesta duró desde las ocho de la tarde a las ocho de la mañana. Y hubo mucha alegría en los rostros.” No era, sin embargo, ninguna libertina, y bromeaba con que seguramente tendría fama de ninfómana empedernida. Ella explicaba así su forma de celebrar el amor: “Siempre amé demasiado bien, pero nunca sabiamente.” En 1968 su historia con España llegaría a su fin. El fisco la obligaba a cumplir una deuda de impuestos, y muy a su estilo la intrépida Gardner prefirió evadirse de pagar, mudándose a Londres, donde tendría como vecino nada menos que al prestigioso dramaturgo Tennessee Williams. “Mis vicios y mis escándalos son más interesantes que lo que cualquier novelista pueda fantasear”, comentaba Gardner después de sus tantas y escandalosas correrías. Es así como termina los años sesenta con la película La balada de Tam Lin, y en la siguiente década se destacan producciones taquilleras tales como The life and times of judge Roy Bean (1972), Terremoto (1974); junto a Timothy Dalton en la película de 1975, El hombre que decidía la muerte; en 1976 una coproducción estadounidense y soviética, y poco taquillera a pesar de contar con Jane Fonda y Elizabeth Taylor, El pájaro azul; al año siguiente las películas La centinela y El puente de Cassandra, esta última en compañía de Sophia Loren; y luego cerraría una exitosa década con Emergencia de 1979 y El secuestro del presidente de 1980. Quedarían dos películas más en su prolífica carrera: la película de 1981 que narra la historia del escritor D.H. Lawrence, El sacerdote del amor, y un año más tarde junto a Anthony Quinn, Regina, grabada en su totalidad en los estudios Cinecittá. No volvería al cine y en adelante aceptaría actuar en algunas producciones televisivas que le permitieran seguir manteniéndose en el firmamento. Junto a Omar Sharif realizó la producción Harem; junto a Cybill Sheperd le dio vida a la terrible Agripina, madre de Nerón, en El largo y cálido verano, y finalmente una serie llamada Maggie, y que no pasó de ser un proyecto piloto. Actuó con todos y todas, fue dirigida por los más prestantes y, sin dudarlo, no se perdió de ninguna fiesta. En 1988 sufre una apoplejía y será su amado Sinatra quien se encargará de traerla a Estados Unidos y atender a todos sus cuidados. Meses más tarde se somete a una histerectomía y regresa a Londres, donde morirá dos años más tarde debido a una neumonía. Sus restos reposan en el Sunset Memorial Park de Smithfield, en Carolina del Norte. Y a pesar de que considerara que “no valgo una mierda actuando”, la American Film Institute la incluyó en el listado de las 25 figuras más representativas del cine de Hollywood de todos los tiempos, ocupando precisamente el puesto 25. Ava Gardner será recordada por su belleza fotogénica, su cautivante desparpajo, sus ojos seductores y por esas ganas locas de vivir cada día como si fuera el día de Nochebuena.
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