El nombre parece un derivado de la palabra ha-mazan, que en lengua iraní significa “guerrero”. La mitología dice que los padres de las amazonas fueron el dios de la guerra, Ares, y la ninfa marina llamada Harmonia. Un pueblo habitado únicamente por la presencia femenina, con sus tradiciones y su propio sistema de gobierno, y que un día dejarían su estilo de vida nómada para aposentarse en algún rincón de este mundo. Las tribus vecinas permitieron a las mujeres establecerse en aquellas tierras y respetaron su cultura, costumbres e ideologías. Bajo el mandato de la reina Hipólita, “la que deja sueltos los caballos”, las amazonas se dedicaban a la crianza de sus hijas, a tareas agrícolas como la recolección de frutos, a la caza y la pesca, y hay quienes sugieren que pudieron haber basado su dieta exclusivamente en carne y que no cocinaban el pan. Sus ropajes parecían inspirados en la diosa Artemisa, vestimentas ligeras de tejidos finos y túnicas ceñidas al cuerpo y que sujetaban al hombro, luciendo en ocasiones un sombrero estilo persa llamado cidaris. Así lo describe uno de los historiadores: “Su objetivo no era enseñar a los extranjeros que vestían un atuendo fantástico, sino indicarles explícitamente que eran mujeres y estaban guerreando contra hombres.” El caballo, que en griego se traduce hipo, sería un prefijo común en los nombres de algunas amazonas. Expertas en el cariño prodigado a los animales, las amazonas dominaban a los caballos, y a cuestas del animal conseguían las maniobras más audaces, y así es como lo expresa un historiador: “Podían bailar encima del caballo, levantarse cuando iban a galope, saltar de un caballo a otro y saltar sin silla a través del fuego.” Pero sin duda alguna sus mayores dotes serían las destrezas demostradas para el arte de la guerra. Consideradas por algunos como las primeras en labrar y forjar el hierro, la dotación armamentística de las amazonas consistía en un casco que parecía inspirado en el estilo de la diosa guerrera, Atenea, además de portar escudos con forma de media luna llamados pelta, lanzas y hachas, siendo su arma predilecta el arco y la flecha. Tiradoras infalibles, hay una leyenda en donde las amazonas se mutilaban el seno derecho a fin de manejar con mayor libertad y soltura su arco, y el mito cobra sentido cuando la palabra griega amazos traduce algo como “sin pecho”. Hipócrates se refiere a este asunto: “No tienen pechos derechos, pues cuando aún son bebés sus madres ponen al rojo un instrumento de bronce fabricado para este único fin y lo aplican al pecho derecho para cauterizarlo, de forma que su crecimiento se detiene, y toda su fuerza y volumen se desvía al hombro y el brazo derechos.” De esta manera su pecho derecho sería quemado o cercenado, y el izquierdo quedaría para dar de amamantar a su descendencia. Lo cierto es que los senos no representan ningún obstáculo para emplear con destreza el arco, y aunque en América también se cuenta de las mujeres guerreras que solían amputar uno de sus senos, la mayoría de las pinturas que las retratan nos muestran mujeres con su pecho intacto, pero que suelen dibujarse con uno de sus senos descubiertos. Sea cuento o realidad, lo cierto es que pronto la tribu vecina de los gargarios descubrirían en este particular estilo de vida cómo es que las amazonas se las hacían para resolver el asunto de la reproducción. Se enterarían ese día del año en que las guerreras ingresaron a sus territorios para tomar como esclavos a varios de sus hombres, y de esta manera someterlos a vejámenes sexuales que pudieran garantizarles un embarazo, manteniendo de esta manera la supervivencia de su especie. Algunos hombres serían mutilados de algún miembro o les arrancarían los ojos para dejarlos como sus sirvientes, y los más afortunados tendrían que batirse en un duelo desigual donde acabarían siendo derrotados. Sólo a unos pocos sobrevivientes se les perdonaba la vida. Sin embargo las amazonas no conservarían a sus hijos varones, enviándolos a la aldea de sus padres o abandonándolos, y hay quienes afirman que varios de ellos serían sacrificados. Únicamente se quedaban con las niñas, quienes serían criadas en este peculiar estilo de vida, perpetrando de esta manera la especie. Heródoto, que las llamaba “andróctonas” (asesinas de varones), da cuenta de la independencia masculina que defendían las amazonas y que se contraponía a la predominante cultura machista de los griegos: “A nosotras no nos es posible vivir en compañía de vuestras hembras, pues no tenemos la misma educación y crianza que ellas. Nosotras disparamos el arco, tiramos el dardo, montamos un caballo, y esas habilidades mujeriles de hilar el copo, enhebrar la aguja, atender a los cuidados domésticos, las ignoramos. Vuestras mujeres, al contrario, nada saben de lo que sabemos nosotras, sino que sentadas en sus carros cubiertos hacen sus labores sin salir a cazar ni ir a parte alguna.” Algo tenemos claro y es que las amazonas se presentan como las antagonistas de los griegos, anteponiendo sus creencias y costumbres y confrontándolos en disputas bélicas de las que pocas veces salieron bien libradas. Aun así se cree que hicieron estragos donde quería que iban, al tiempo que fundaban nuevas poblaciones. El término “amazonomaquias” se acuñó para referirse a las batallas que libraron con los humanos, porque también los héroes mitológicos más destacados y hasta el mismo dios Dionisio tuvo que enfrentar a igual nivel la furia de estas mujeres que, cabalgando sus caballos, se confundían fácilmente con la figura mítica del centauro. Al temido Belerofonte se le encomendó proteger al rey Yóbates ante el asedio de Licia por parte de las amazonas, y valiéndose de Pegaso, el caballo alado, conseguiría doblegar las fuerzas de las mujeres guerreras quienes tuvieron que replegarse y huir. Heracles (Hércules para los romanos) también tendría que vérselas con las amazonas, cuando una de las doce tareas que le fueron impuestas por Euristeo consistía en arrebatarle a la reina Hipólita el cinturón mágico que solía llevar ceñido al cinto y que hubiera sido un regalo de su padre. Unas versiones dicen que el semidios secuestraría a Hipólita para luego obligarla a despojarse del cinturón si que ésta quería recuperar su libertad, y otras fuentes sugieren que serían los protagonistas de una batalla que acabaría disputándose en los terrenos del corazón. Según la costumbre, las amazonas no se embarazaban de un cualquiera, y elegían al padre de sus hijas entre aquellos que pudieran contener sus destrezas en la batalla. Así lo comenta un historiador: “Antes de acostarse con un hombre, luchaban con él para probar si la fortaleza del elegido le hacía digno de gestar sus futuras hijas.” Esta versión sugiere que sería entonces Hipólita quien no pudo resistirse a resolver con la espada lo que podría solucionarse entre las sábanas, y sin oposición alguna le cedió su cinturón a Heracles y, ya libre de la castidad que la opresaba, le entregaría así mismo su virginidad. Por último la versión en la que Heracles le arrebata la vida a Hipólita luego de vencerla en el combate, y tras lo cual su amigo de campaña militar, Teseo, aprovecharía para raptar y tomar cautiva a su hermana Antíope. El poema de Etópida cuenta que en el marco de la Guerra de Troya el mismo Aquiles combatió cuerpo a cuerpo contra Pentesilea, la amazona a la que se le atribuye la invención del hacha, y quien se atrevió a vengar la muerte de Héctor, luego de que éste fuera asesinado por el guerrero de los pies alados y líder de los aqueos. En La Eneida el poeta Virgilio nombra a las amazonas como “las que luchan como varones”, y hace referencia a este desafío, concluyendo al igual que los demás relatos con la derrota de las amazonas. Se dice que luego de clavarle una lanza en el pecho y darle muerte a su adversaria, Aquiles le retiró el caso a Pentesilea descubriéndole el rostro, para entonces quedar prendado de su hermosura. Son muchas las amazonas mitológicas que aparecen en los diferentes registros, autores como Higino y Quinto de Esmirna citan algunas con nombres propios y sus hazañas: Talestria, que emprendió una campaña hacia la conquista de un corazón, y durante veinticinco días viajó en la compañía de trescientas doncellas para cortejar y seducir a Alejandro Magno y luego llevarse entre sus entrañas la descendencia del gran emperador; Mirina que con su ejército de treinta mil guerreras derrotó a los atlantes y a las gorgonas conquistando los territorios que hoy comprenden Libia; Pantariste que destacó por sus hazañas bélicas en las principales batallas, y la temida Antianira que fuera quien ordenara mutilar a los varones recién nacidos porque “los lisiados eran mejores haciendo el amor.” Julio César, Pompeyo Trogo, Plinio el viejo, Paléfato, Lisias, Pégolo, Marco Juniano Justino, Pausinas y Plutarco, todos ellos reconocidos autores, políticos o historiadores que citaron a las amazonas o dieron testimonio de su existencia. Heródoto las ubica en Sarmacia, en el río Tanai, conocido hoy como el río Don, en lo que es actualmente el sureste de Crimea; Esquilo cree que estuvieron viviendo en una zona limítrofe con Escitia, en la laguna Meótide, en el mar de Azov; Diodoro de Sicilia sugiere que pelearon su más famosa batalla en Temiscira; Filóstrato que estaban situadas principalmente en los montes Tauro; Amiano las ubica en las inmediaciones con los alanos, al este del río Tanis; Apolonio de Rodas las situó en las costas de Ponto Euxino en la desembocadura del río Termodonte, y Procopio decía que su lugar estaba en el Cáucaso. Los historiadores medievales las desplazaron más hacia el norte, hacia los territorios germanos, alcanzando los predios eslavos y llegando hasta el mar Báltico, y los historiadores más recientes que dan crédito al mito considerándolo como un hecho, concuerdan en su mayoría que la leyenda nace en Asia Menor, en tierras aledañas al Mar Negro, cerca a la actual Turquía. En el siglo XIII el mito se trasladaría a lugares remotos, contando con los relatos de Marco Polo, que en lo reportado durante sus viajes por Asia contaría de una isla habitada exclusivamente por mujeres, y posteriormente los colonizadores europeos avivarían las historias de unas guerreras indomables que habitaban por toda América. Cristóbal Colón se refiere a ellas en sus diarios y Hernán Cortés dice habérselas topado en Cihuatán, al noroeste del Valle de México, en la provincia de Colima, mientras que Juan Vásquez Coronado da fe de su encuentro temible en las playas de Costa Rica y el conquistador alemán Ulrico Schmidl asegura haberlas reconocido en la Cuenca del Plata, e incluso el pirata legendario Sir Walter Raleigh relata entre sus andanzas la presencia de las amazonas en las costas de Guyana. El sacerdote Gaspar de Carvajal narra que la expedición por el río Marañón y liderada por Francisco de Orellana se vio atacada en un tramo por un grupo de mujeres guerreras: “Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andan desnudas en cueros tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios; y en verdad que hubo mujer de éstas que metió un palmo de flecha por uno de los bergantines, y otras que menos, que parecían nuestros bergantines puerco espín.” A partir de allí el río Amazonas sería conocido con el nombre de estas guerreras, cuyos testimonios coinciden todos en varios aspectos y sin importar el lugar del mundo donde las hallaran: una isla poblada únicamente por la presencia femenina, donde cada tanto venían hombres, fueran sus esposos ausentes o guerreros de otras tribus que habían sido esclavizados, y luego de fornicar con ellos los varones abandonaban sus dominios o eran asesinados, y que después de parir las amazonas se quedaban al cuidado y la crianza exclusiva de sus hijas, mientras que los niños eran enviados a otras aldeas o abandonados a su suerte. Varios hablan de pueblos abundantes en perlas y oro y otras riquezas que seducían aún más a exploradores y aventureros. Podría discutirse si se trataban de comunidades que promulgaban la misandria (odio al varón), si acaso eran mujeres practicantes del celibato o si también se permitían gozar del amor de pareja e involucrarse eventualmente en una relación sentimental. La veracidad de su existencia no dejará de ser un mito enriquecido por la imaginación, pero lo cierto es que mujeres valerosas que participaban de las guerras, de capa y espada, han existido desde siempre en todos los tiempos y latitudes. Si estas amazonas que corresponden al mito original eran descuidadas con su aspecto o si en cambio se mostraban apetecibles y seductoras para lograr otros métodos de persuasión y conquista, serán datos que no podremos precisar y quedarán sujetos a la inventiva. Era común que las mujeres en tiempos primitivos se quedaran solas cuando sus maridos se alistaban en los ejércitos y se alejaban hacia campañas que en ocasiones se prolongaban por décadas. Las mujeres tendrían que arreglárselas para continuar las labores del hogar, atender la producción de alimentos y defenderse en caso de ataques, además del inconveniente natural de reproducirse. Todos estos pudieron haber sido motivos que dan cuenta de sociedades de mujeres acostumbradas a sostener con total independencia masculina sus propias reglas y asuntos políticos. Y aunque algunos historiadores no le dan crédito a una horda salvaje de hombres afeitados que serían confundidos con mujeres -explicando de esta forma el asunto de las amazonas-, lo cierto es que los hallazgos arqueológicos de tumbas encontradas en todos los continentes demuestran la veracidad de estos relatos, y sugieren que sin lugar a dudas las amazonas existieron allí donde un matriarcado luchó en el campo de batalla con la destreza y el entrenamiento de cualquier guerrero. Recientes excavaciones han dado con tumbas y sepulturas en todos los suelos de este mundo, que escondían cementerios con restos de mujeres que presentan evidentes signos de haber sido heridas con armas de guerra, muchas de ellas con estragos en su osamenta que son comunes a los jinetes más avezados, y en varias de estas necrópolis los cadáveres femeninos encontrados estaban enterrados con sus arcos, escudos, flechas y lanzas. En el antiguo mundo griego se contaba un sinfín de tumbas, altares y estatuas de amazonas, lugares que en su momento serían destinados a la adoración y al culto de las mujeres guerreras. Representaciones de la amazona se aprecian también en pinturas de mosaicos, su figura esculpida en vasijas y ánforas de cerámica, adornando los altorrelieves de los encumbrados sarcófagos o talladas en los elevados frisos de los palacios y templos. A lo largo de los años la figura de las amazonas se había venido representando como una amenaza de la masculinidad y una figura rival del hombre, y cuya presencia guerrera negaba a la clásica costumbre de criar a las mujeres como esposas devotas y consagradas a las labores del hogar. En un comienzo la leyenda estará inspirada en el distanciamiento que algunos matriarcados querían proponer respecto a los valores sexistas de los griegos, o quizás fueran los mismos griegos quienes inventaran estas historias para desacreditar a las mujeres que odiaban a los hombres, y por lo cual en muchos de sus relatos las amazonas acabarían siendo subyugadas tras ser humilladas por los machos, poniendo en ridículo la figura de la mujer que intenta en vano hacer parte de un asunto para el cual no es competente ni está en sus capacidades: la guerra. Fue así como los poetas y todos los demás artistas solían presentarlas en una condición de derrota después de haberse batido en duelo con un hombre, poniendo así de manifiesto la imagen de la superioridad del hombre sobre la mujer. Pero sería entrada la Edad Moderna cuando esa imagen deslustrada volvería a ser desempolvada para sacarle un poco de brillo. Surgen poemas épicos que enaltecen la figura de la mujer dueña de sí misma y de su destino, y hacia finales del siglo XV Las crónicas de Nuremberg reúnen las historias de las amazonas en una investigación que resume concretamente sus andanzas desde sus orígenes, la expansión colonial y la fundación de ciudades, las batallas épicas disputadas contra griegos de carne y hueso y contra dioses mitológicos, sus distintas costumbres detalladas y su estilo de vida independizadas de los machos y dedicadas con exclusividad a la crianza de sus hijas. Lo que en la antigüedad comenzaría como un mito se convertiría en realidad, y a partir de la llegada de los europeos al continente americano la connotación de amazonas sería el calificativo que se daría a la mujer guerrera en general. Para comienzos del siglo XX la leyenda de las amazonas ya era bien conocida, y su figura femenina que combinaba el intelecto y la belleza con el poder de la fuerza física, empezó a verse con simpatía y como el estandarte de la mujer poderosa, atlética, de altas condiciones motrices y con la capacidad de igualar a un hombre en su fuerza y destreza. Como símbolo de la mujer indomable, autónoma y desafiante, la amazona es utilizada desde hace años como una bandera del movimiento feminista, y así mismo ha servido de inspiración para las mujeres que integran la policía y organismos militares. La leyenda de las amazonas sería la cuna donde se gestaría a comienzos de la década del siglo pasado esa superheroína que en días recientes ha vuelto a cobrar notoriedad, convirtiendo a esta amazona en un referente renovado de la mujer moderna que encarna los valores y virtudes de una comprometida y valerosa heroína: Wonder woman. También vemos la aparición de las amazonas en series de televisión como Xena: la princesa guerrera, o en Futurama, así como en personaje de videojuegos o en los comics de animes.
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