Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Alfonsina Storni (1892-1938)

Sus padres eran los propietarios de “Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía”, cervecería que ya había ganado cierto prestigio en la ciudad de San Juan, Argentina. Sin embargo la pareja quiso regresar a su país de origen, Suiza, y sería allí, a pocos kilómetros de la ciudad de Lugano, donde Alfonsina Storni abriría los ojos a este mundo. “Ah, que tus ojos despierten, alma, y hallen el mundo como cosa nueva…”, dice en uno de sus poemas. Tal vez no le importó dónde nacía, como sí el hecho de haber nacido mujer. Renegó desde siempre de su condición no de feminidad, como sí de esa condición que por su género parecía encasillarla en un destino servil e ineludible para cualquier mujer. Le pesaba ese cuerpo de dama, sentía que adentro la habitaba otra alma más parecida, al menos, al comportamiento masculino. Decía que tenía una mente varonil, y que la habían llamado Alfonsina porque quería decir “dispuesta a todo”. En el poema A mi padre la poeta describe a un tipo “melancólico y raro”, bastante indiferente con sus afectos y atenciones: “Que por días enteros, vagabundo y huraño no volvía a la casa, y como un ermitaño se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo…” A la madre por otro lado la pinta como a una mujer abnegada y consecuente, sumisa al aceptar con resignación ese oficio maternal que parecía imposibilitarla para realizar cualquier otra tarea: “Dicen que silenciosas las mujeres han sido. De mi casa materna… Ah, bien pudieran ser. A veces, en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero se le subió a los ojos una honda amargura y en la sombra lloró”. Sin embargo, y a pesar de tratarse de una mujer criada para los cuidados del hogar, la madre de Alfonsina pudo intuir en su hija un potencial superior al de sus otros hermanos, y de allí que hubiera sido la única con la que hizo la apuesta de educarla de manera formal, y apenas regresaron a la Argentina envió a su pequeña a un instituto de formación pública. Alfonsina era una niña de 4 años que apenas sí sabía parlar il italiano, y comenta que sus recuerdos más remotos datan de este momento: “Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”. Quería leer, o al menos pretender que lo hacía. Una pequeña traviesa, su creatividad estuvo siempre encendida: mentía, fabulaba historias ficticias, engañaba a sus maestros, y así mismo robaba o inventaba anécdotas falsas para deslumbrar a los demás niños. Para el año de 1900 nacería su hermano, y sería Alfonsina la que tuviera por suerte hacerse cargo del pequeño Hildo Alberto. La cervecería comenzó a venirse a pique, y con el poco dinero que pudieron sacar de su liquidación, la familia se mudó a la ciudad de Rosario en busca de un mejor porvenir. Allí su madre se aventuró fundando un instituto académico que finalmente le dejaba poco dinero a la familia y una carga laboral enorme, por lo que el padre de Alfonsina lo intentaría desde otro frente, montando un negocio de comidas al que llamó Almacén Café Suizo. Las condiciones obligaron a que Alfonsina desertara de sus estudios para que a los 10 años se pusiera a trabajar en cuanto oficio encontrara: trabajó en una fábrica de gorras como costurera y en una empresa de aceites, e incluso hizo de celadora nocturna. Finalmente asiste a su padre en el café lavando pisos y vajilla y sirviendo como mesera, y a esto sumado los deberes y cuidados de su hermano menor, por lo que, fatigada, su alma de poeta la llevaría a abandonar a su familia. Su padre no hacía otra cosa más que embriagarse y el negocio iba cada vez peor, y ante unas circunstancias que la aprisionaban y le impedían desfogar su espíritu libertino, Alfonsina empezaría a tener contacto con las palabras como una manera de desfogar sus pesares. “A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones frenéticos pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan”. Alfonsina se independiza y encuentra trabajo como actriz en un teatrillo local, y luego estaría como directora de una pequeña institución de aprendizaje. Por aquellos días publica algunos de sus primeros poemas en algunos medios regionales como la revista Monos y Monadas y Mundo rosarino. El público destacó uno de sus poemas inspirado en un ombú representativo para la ciudad rosarina y al que tituló Anhelos. Por aquellos años la poeta se deja seducir por un hombre veinticuatro años mayor que ella y de quien quedará embarazada, para luego sufrir la decepción del rechazo y el abandono que la llevarían a criar sola a su hijo. Y a pesar de sentirse descontenta con su condición de mujer, Storni escribiría meses antes de dar a luz: “Señor, el hijo mío que no me nazca varón”. Alfonsina se siente avergonzada y con menos de 20 años se mudará a Buenos Aires para tener allí a su bebé. No desiste en su empresa de seguir persistiendo con las palabras, y para 1916 se las arregla para conseguir 500 pesos con los que entonces podrá imprimir y publicar quinientos libros de su primer poemario titulado La inquietud del rosal. Dos años más tarde publicaría Dulce daño y un año después llegaría Irremediable. Pero sería al año siguiente cuando su nombre comenzaría a cobrar importancia en los círculos intelectuales, al ser galardonada con el primer Premio Municipal de Poesía, y ese mismo año alcanzará el segundo puesto en el Premio Nacional de Literatura con su libro Languidez. A partir de entonces sus palabras irán dirigidas a denunciar la condición de la mujer sujeta al yugo del hombre, señalando el estereotipo de madre y esposa dominada, entregada, cumplidora. En su libro siguiente, Tú me quieres blanca, Alfonsina describe a esa mujer pura y virginal que los maridos anhelan, cuando quizás a la mujer no le resulte tan agradable y tampoco sea su vocación la de encarnar esa supuesta blancura. Hombre pequeñito será ese poemario en el que expondrá la situación de desventaja en la que ha estado la mujer respecto al hombre, y cómo la relación de pareja se convierte para ella en lo más parecido a una celda, pugnando de esta forma por un espacio para que la mujer pueda aspirar a un merecido equilibrio intelectual. Storni estaba hablando por muchas. Su voz también se hizo escuchar por medio de varios artículos que fueron publicados por el diario La Nación, donde escribió bajo el seudónimo de Tao-Lao, y en donde era común su defensa por los derechos de las mujeres y su lucha por legalizar el sufragio femenino. Ya Alfonsina se había ganado un puesto entre los más destacados intelectuales de la capital argentina, donde solía frecuentar La Peña, lugar de encuentro de artistas y bohemios que se reunían para compartir sus más recientes canciones y escritos. En 1921 trabaja en la dirección del Teatro Infantil Municipal Labardén, y dos años más tarde será profesora de Lectura y Declamación en La Escuela Normal de Lenguas Vivas. Ese mismo año dicta cátedra en el Nacional de Música y Declamación, y durante estos años de trabajo escolar la pluma de Alfonsina Storni no se detendría. En 1925 publica uno de sus libros más reconocidos: Ocre. Con un estilo más depurado, rico en cinismo, ironía y mordacidad, la poeta no puede evitar su resentimiento frente a los hombres, a quienes señala como pasivos y cómodos en su condición de soberanos. Para 1930 realiza un viaje por Europa, donde podrá conocer a uno de los poetas más prestantes de todos los tiempos, Federico García Lorca, así como a otros personajes literarios y artistas de los más célebres. A mediados de los años treinta viaja a Uruguay, y es allí donde conocerá al escritor Horacio Quiroga, con quien compartirá escritos y afectos, entablando una amistad que se pronunció más allá de las palabras. Sin embargo para 1937 el escritor decide poner fin a su vida, y su suicidio dejará desolada a la enamoradiza poeta, que una tarde bañándose en el mar sería golpeada por una ola en su pecho: entonces lo sintió: los médicos le comprobaron lo que ya sabía, y a los pocos días Storni tuvo que ser intervenida en una cirugía donde se le extrajeron las mamas, generándole cicatrices en el pecho y más adentro, y de las cuales no volvería a recuperarse. Para 1938 su condición se empeoraría cuando le diagnosticaron que el cáncer le estaba invadiendo la garganta. Varios periodistas y amigos le alentaban a iniciar un tratamiento médico, pero la rebelde poetiza se negaría incluso a tomar sus medicamentos, recluyéndose en su casa e impidiendo si quiera que alguno la visitara. Se obsesionó con la asepsia y se la pasaba desinfectándolo todo con alcohol para así evitar cualquier contagio de bacterias. Se apartó del mundo y empezó a abrazar al mar. En sus últimas composiciones evoca las aguas que la contienen, el mar que la mece con encanto, un océano que pareciera estarla esperando en lo más profundo. Y hasta que un día tomó un bus con destino hacia Mar del Plata. Se instaló en un hotel y allí pasó dos noches. A la mañana salió y se dirigió a la redacción del periódico La Nación, dejando el que fuera su último poema, Me voy a dormir. Al momento en el que algún desprevenido leía su poema en la prensa, Alfonsina Storni, de 46 años de edad, se arrojaba al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres. Otros dicen que se sumergió lentamente en el agua; no ha quedado claro cómo fue que finalmente acabó hundiéndose en el océano Atlántico, pero de este último acto surgió luego una canción, Alfonsina y el mar, interpretada por una variedad de artistas, destacándose en especial la de la afamada Mercedes Sosa. Para Storni el suicidio era una opción incuestionable si se apelaba al llamado libre albedrío, y así lo expresaba en unos versos que dedicó a su amante y amigo, también escritor suicida. Sus restos reposan en el emblemático Cementerio de Chacarita, en Buenos Aires. Con su nombre han sido bautizados teatros, calles, institutos, premios, y así mismo se han levantado bustos y estatuas con su figura. De un estilo posmodernista, la prosa y el verso de Storni fue impregnándose cada vez más de un feminismo contestatario, enardecido con motivos de sobra y que no tuvo reparos en compartir. Abrió un camino por el cual otras mujeres luego pudieron transitar, desatendiendo la presencia de la mujer en las letras como una figura erótica, para enfocarse más en su esencia mística, abstracta, espiritual. Consideraba que el sexo era una especie de estigma que perseguía a las mujeres, y en sus composiciones se hace manifiesto este y otros desencantos de su sexualidad, así también como la exposición de sus angustias, miedos y privaciones. Sus versos son a veces un clamor dolorido, un testimonio de su nerviosismo y sus depresiones, y un encanto por el advenimiento de la muerte. “He amado hasta llorar, hasta morirme. Amé hasta odiar, amé hasta la locura. ¿En dónde está el que con su amor me envuelva? Ha de traer su gran verdad sabida… Hielo y más hielo recogí en la vida: yo necesito un sol que me disuelva.” En la capilla suiza donde fue bautizada, a un fraile se le ocurrió recordarla con una placa que aún permanece: “Grande poetesa morta al mar della Plata”.

ALFONSINA STORNI

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