Ambición y lujuria, eso define a esta mujer que nunca fue reconocida como gobernante, pero que ciertamente supo ejercer su dominio desde la cama, y entre sábanas sería la voz que le dictaba a los emperadores las decisiones que debían tomar y las acciones que era preciso encarar para satisfacer sus deseos personales. Desde siempre rodeada del poder. Su bisabuelo fue nada menos que el gran Marco Antonio, su hermano fue el carnavalesco Calígula, fue sobrina y esposa del emperador Claudio y nada menos que la madre del abominable Nerón. Quería imponer su propia ley, y no tenía miramientos ni escrúpulos en contra de todo aquello que se cruzara en su camino. A los astrólogos caldeos les preguntó si su hijo Nerón sería rey. El oráculo profetizo: “Será rey, pero matará a su madre”. La contestación de Agripina revelaría sus ansias desmedidas de gobernar: “Occidat, dum imperete!” (“¡Que me mate con tal de que reine!”). La profecía comenzaría a cobrar forma cuando contrajo matrimonio a los 13 años, y fue su mismo esposo quien auguró un oscuro porvenir en las entrañas de su pecaminosa mujer: “De la unión de Agripina y yo sólo puede salir un monstruo”. A sus 25 años enviuda por primera vez. La muerte de su marido quedará como un asunto sin resolver, en el que la historia no descarta la posibilidad de que fuera la misma Agripina quien se encargara de envenenarlo. Por esa época su hermano Calígula se proclamó emperador, y acompañada del resto de la familia, solía participar en dionisiacos saturnales y en los bacanales orgiásticos con los que el emperador celebraba los privilegios del poder. Se prostituye con los más altos representantes políticos, y es así como su sed desmedida por controlarlo todo a su alrededor, la involucraría pasionalmente con su hermano Calígula, de quien podía esperarse cualquier exceso, como aquel de nombrar cónsul a su caballo conocido como Incitato. Sin embargo estos derroches y locuras lo llevarían a perder casi por completo el juicio, y fue así como cada vez se le vería más distante de Agripina y sus demás hermanas, quienes no contentas con abandonar su mundo de lujo y despilfarro, conspiran para asesinar a Calígula, el cual ya está enterado del complot, y desmantela el operativo en el que ejecuta a los amantes de sus hermanas involucrados en la conspiración, mientras que a estas las condena al destierro, exiliándolas en la diminuta isla de Poncia. Agripina la Menor, como se le llamaba para distinguirla de su madre, es pues separada de su hijo Nerón, y sometida a cargar con las cenizas de su amante como una forma de penarla al escarnio, la condena y la humillación pública. Finalmente Calígula caería a manos de otros conspiradores, y esta vez sería su tío Claudio quien lo sucedería en el trono, permitiéndole a Agripina y a sus hermanas retornar a Roma y reconquistar sus privilegios. No pierde el tiempo y casi de inmediato se casa con el cónsul que fue su antiguo cuñado, y quien unos años más tarde morirá en condiciones sospechosas de envenenamiento. Su relación con su tío Claudio es cada vez más estrecha. Agripina necesitaba estar más cerca del poder, y fue así como sedujo a su tío con ese arte misterioso de engatusar a los hombres, hasta el punto de que el emperador parecía obedecer a cada palabra que Agripina le dictaba para cumplirle a sus propios deseos y veleidades personales. Primero empezó por desembarazarse de su esposa Mesalina, madre de sus dos hijos, Británico y Octavia, ejecutándola bajo el pretexto de adulterio e infidelidad. Luego casó a Octavia con Nerón, y después siguió la recomendación puntual de Agripina de que se olvidara de su hijo legítimo, Británico, y adoptara a Nerón como su real heredero. Lo siguiente fue casarse, y aunque el matrimonio entre tío y sobrina era ilegal por considerársele como incestuoso, a la poderosa pareja no le importó forzar y contradecir las leyes impuestas por un senado con tal de cumplirle a sus propios caprichos. A sus 34 años Agripina se casaba por tercera vez, obteniendo esta vez el título de emperatriz y Augusta, retomando su vida licenciosa y pletórica de excesos carnales, de vanidades, excentricidades y disparates de todo tipo, y cuyas sórdidas historias han inspirado las leyendas de los más concupiscentes. Una vez legalizada la adopción de Nerón por parte del emperador Claudio, el mandatario se sentará a la mesa y comerá el plato rebosante de setas silvestres que ha preparado para él su esposa, y tras la ingesta sufrirá unos cólicos terribles que lo llevarán a convertirse en el tercer ex marido de la siniestra Agripina. Con 16 años Nerón ascenderá al trono. Su madre teje y desteje los hilos de Roma. Es ella quien toma las decisiones que mañana serán proferidas por la voz pueril de su hijo el rey, con quien se cree mantenía una relación que iba más allá de lo maternal, para introducirse en ese ámbito deleznable del incesto. Sin embargo al joven Nerón le resultaría difícil de soportar la insistente custodia de su madre, y en adelante esta relación se convertirá en una apasionada intriga de escándalos públicos. Agripina se involucró con Británico, y un tiempo después éste sería asesinado en un banquete, al parecer por órdenes directas del emperador Nerón. La misma desdicha correría otro de los amantes de su madre, Aulo Plaucio, con quien al parecer complotaba para apoderarse del trono, y a quien según la leyenda Nerón obligaría a practicarle sexo oral antes de ejecutarlo, para luego sentenciar esas palabras que hoy se discuten si son ciertas: “Que venga ahora mi madre y bese a mi sucesor”. La guerra entre madre e hijo estaba declarada, pero el final de una de sus partes llegaría cuando Nerón se unió a Popea Sabina, y tuvo que ser otra mujer quien le dictara al emperador la sentencia que le correspondía ejecutar: matar a mamá. Se dice que intentaron envenenarla varias veces, o que incluso intentaron derribar la habitación en la que dormía, y que en una ocasión el emperador le tendió una trampa a su madre invitándola a la reconciliación a bordo de un barco, pero al parecer Agripina descubrió los planes de hundir la embarcación y huyó nadando, escapándose una vez más de aquella profecía que de todas formas acabaría por encontrársela. Sospechando que su madre seguiría evadiendo a la muerte una y otra vez, Nerón persigue las vías legales y acusa a Agripina de pertenecer a una conspiración en contra de su gobierno, y finalmente es sentenciada y ejecutada por mandato legal. El espíritu de Agripina no dejó descansar nunca a su hijo. Se dice que éste solía verla toda el tiempo envuelta en llamas, como en llamas envolvería un día a toda la ciudad de Roma.
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