Tomando distintos nombres y formas, Afrodita ha sido adoptada como una divinidad por culturas de todos los tiempos y lugares, confirmando su poder entre los sumerios, asirios, etruscos, romanos (que la llamaron Venus), e incluso aztecas, entre muchas otras civilizaciones. Al parecer su leyenda nació entre los fenicios que habitaban la región palestina de Citera, cerca de Pafos (Chipre). Según el relato mitológico descrito por Platón, el dios Cronos, valiéndose de una afilada hoz diamantina, cortó de un tajo los testículos de su padre Urano para luego arrojarlos al mar. Hesíodo cuenta en su Teogonía que los genitales serían transportados por las aguas recorriendo todo el piélago durante mucho tiempo, y que a su paso iban dejando una espuma blanca y divina de la que luego emanaría la presencia sublime de una mujer. “Espuma”, como traduce su nombre, la diosa Afrodita surgiría así de los océanos. En el libro V de La Iliada, Homero sugiere que la diosa nació de la unión de Zeus con Dione, una diosa incorpórea que parece tener su símil con la diosa Gea, la Madre Tierra, siendo así como se distinguen dos Afroditas distintas: la mayor, virginal y conocida como Urania, representación de lo celestial, y la más joven y común, conocida como Pandemos. La diosa del amor y la belleza nació adulta, y como es de suponerse, inevitablemente hermosa. Su mismo padre intentó en vano cortejarla, y al no conseguir sus lascivos e incestuosos propósitos, y temiendo que el acecho insistente de los cientos de pretendientes que a todo momento reclamaban su amor pudiera despertar una revuelta entre los dioses, decidió casarla en el panteón con el dios olímpico del fuego, conocido como Hefesto (Vulcano para los romanos). Otro relato afirma que Hefesto, cojo y deforme como nació, sería despreciado por su madre Hera, y arrojado a la Tierra en una caída que le llevaría nueve días. Hefesto quiso vengarse capturando a su madre y exigiéndole para su liberación que le fuera concedida la mano de la más hermosa entre todas las diosas. De una u otra manera Hefesto conseguiría su alianza con Afrodita, con la que tendría tres hijos (y cuya paternidad es en todo caso discutible), y a la que colmaría de joyas y alhajas que él mismo le fabricaba, así como un cinturón especial que ceñido a su cintura la hacía lucir aún más irresistible. Y es así como tanta belleza no podría estar en manos de un solo hombre, y más si se trataba de un tipo hosco y bastante feo como el desagraciado dios del fuego, y sería por esto que Afrodita le sería tantas veces infiel a su marido. Uno de sus amantes más conocidos sería su impetuoso y temperamental hermano Ares, dios de la guerra, y cuyo romance ha servido de inspiración a decenas de artistas, siendo este idilio una de las escenas más retratadas. Según nos cuenta La Odisea, los encuentros furtivos entre los amantes se daban bajo la vigilancia de Alectrión, a quien Ares había encomendado la tarea de advertirle cuando regresara Hefesto, y así él pudiera solazarse con regocijo y tranquilidad en el lecho de su amada Afrodita. Pero ocurrió que una madrugada Alectrión no aguantó más y se quedó dormido. No pudiendo resistirse al sueño, Helios, dios del sol, se enteraría de la infidencia de Afrodita, y no dudó en comunicárselo a su amigo Hefesto. Iracundo por la felonía de su mujer, el artesano fabricó una fina red de apariencia invisible pero de un poder capaz de apresar a cualquiera de los dioses del Olimpo, y en la que finalmente caerían presos los dos amantes, dejando al descubierto su aventura furtiva. Hefesto quiso hacer un escarnio público e invitó a todos para que vieran a su mujer disoluta y licenciosa durmiendo con su amante. Se dice que las mujeres no acudieron por vergüenza, pero que, todo lo contrario, ninguno de los hombres quiso perderse del espectáculo de apreciar la belleza desnuda de la diosa Afrodita. La ofensa no le salió para nada bien al dios del fuego, y las burlas no se harían de esperar, por lo que el vehemente cornudo reclamó una suma exorbitante de dinero a cambio de liberar a la pareja. Hermes comentó que él gustosamente remplazaría a Ares para quedarse enredado con semejante esperpento de beldad, y Poseidón, también deslumbrado por el encanto de la diosa, se ofrecería para servir como garante de la deuda y permitir a los amantes recuperar su libertad. Finalmente las redes que apresaban a Ares y a Afrodita serían cortadas por Hefeso, que en últimas sería engañado, ya que nadie le pagaría por lo convenido. Ares huiría con su amada, no sin antes castigar a Alectrión convirtiéndolo en gallo, y obligándole a que cada mañana con el despuntar de la alborada alarme al mundo con un cántico que anuncie el nuevo día. Afrodita, por su parte, resolvería premiar el arrebato de Poseidón convirtiéndolo en su amante y dándole dos hijos, y la misma suerte corrió Hermes solamente por su comentario, y con quien tendría un hijo que sería conocido como Hermafrodito. Con Ares tendría varios hijos, entre los que se destaca el temible Fobos, y otros tantos dioses y mortales tuvieron el privilegio de gozar de sus encantos y de tener hijos con ella. Fue así como la deseada diosa tendría a Príapo con Dionisio (Baco para los romanos) y, libertina, polígama, lujuriosa, adoptó al hermoso Adonis cuando lo encontró siendo un niño y se lo encomendó a Perséfone (reina del Hades o del inframundo) para que fuera ésta quien lo cuidara, teniendo que disputárselo cuando entonces se descubrió al igual que Perséfone perdidamente enamorada del mancebo. Zeus intervino en el asunto para evitar que el conflicto llegara a mayores, turnándose entre ambas la posibilidad de estar en la compañía del bello Adonis. Y Afrodita también se enamoraría de un mortal cuando el mismo Zeus quisiera castigarla, y por medio de un embrujo la diosa quedaría prendada de un humano, un miserable pastor llamado Anquises y al que la diosa se le presentaría en carne propia para ofrecérsele sin mayor reparo. Fruto de esta unión nació el famoso Eneas, hijo sobreprotegido por su madre, y a quien asistió durante sus combates en la Guerra de Troya, salvando su vida cuando Diomedes casi estuvo a punto de matarle. Muchas son las historias en las que la diosa del amor aparece para hacer con la raza humana lo que se le venga en gana. Es así como un día sintió amenazada su belleza por la imponente figura de Psique, cuyos templos eran cada vez más concurridos por sus devotos, y quiso castigar su preciosidad enamorándola del hombre más feo sobre la Tierra. Para dicha misión envió a su hijo Eros (Cupido para los romanos), quien acabaría clavándose por accidente una de sus doradas flechas de amor, y sería él mismo quien entonces quedaría prendado de Psique. Para alcanzar el amor de un dios, Afrodita le encomienda a Psique el cumplimiento de cuatro pruebas, entre las que se incluye la visita a Perséfone en lo más profundo del Tártaro. También se destaca aquella boda de Tetis y Peleo, padres de Aquiles, en la que Eris, diosa de la discordia, y que no había sido invitada a la ceremonia, presentó sus respetos a los homenajeados y dejó de regalo una manzana con una sutil inscripción, indicando a quién debía ser conferida dicha fruta: kallistei “para la más hermosa”. El mortal Paris sería el juez a cargo de dirimir el conflicto. Hera (Juno para los romanos) propuso a Paris todos los imperios y la riqueza, Atenea (Minerva para los romanos) le ofreció no perder nunca ninguna batalla además del don de la sabiduría, mientras que Afrodita por su parte lo haría más simple, prometiéndole que si la elegía, ella a cambio le daría a la mujer más hermosa sobre la tierra, la reina Helena de Troya, dando inicio de esta forma a la conocida guerra, en la que además intervino salvando la vida de Paris cuando éste estaba a punto de ser asesinado por Menelao. Al escultor Pigmalión, renuente a casarse por no poder encontrar a una mujer que le diera su talla, le ofreció desposarlo con la mujer que él quisiera, por lo que el artista tomaría a una de sus esculturas llamada Galatea, siendo así que la diosa Afrodita la convirtió en una mortal de carne y hueso. Otras versiones aseguran que la diosa del amor transformó al escultor en piedra y así los amantes quedarían juntos y petrificados para toda la eternidad. También convirtió en roca a Anaxáreta luego de que se negara a corresponder al amor de Ifis, quien a la postre acabaría por suicidarse. Y en leones serían transformados Hipomenes y Atalanta, luego de que la diosa los hubiera bendecido con el amor, pero estos nunca se hubieran dignado a agradecérselo. Para estas culturas el amor era algo que sencillamente sucedía, como un mandato divino, una obligatoriedad inevitable a la que debían cumplir, víctimas del flechazo de Eros o del encantamiento de un dios, pero definitivamente un asunto que no comprometía a su voluntad. Afrodita rivaliza con Eros respecto a los dioses custodios del amor, aunque hay que notar que el amor al que se refiere la diosa tiene que ver con un amor proclive a la sensualidad y al erotismo. De su nombre proviene la palabra “afrodisiaco”, y de su nombre en romano palabras como “venerar” y “venérea”. Afrodita ocupa un lugar entre los doce dioses que conforman el Olimpo. En todos los rincones donde fue adorada y venerada se elevaron templos y santuarios en su nombre, y los más célebres escultores de todos los siglos la representaron en roca o en marfil, y erigieron bustos, estatuas y monumentos de su figura. Rodas la representó vestida y púdica acompañada de un cisne, y años más tarde Praxíteles le descubrió un seno, para que luego los romanos ya no tuvieran el recato de retratar enteramente desnuda a su Venus Genetrix, como sería conocida, siendo la Venus Anadiómena (Venus surgida de las aguas) de Apeles una de las más conocidas, y así desnuda se le ve en aquel bloque de mármol esculpido hacia el siglo V a.C, y que es conocido como Trono Ludovisi. Vanidosa, la iconografía de Afrodita siguió encantando a pintores y a todo tipo de artistas en todos los tiempos. Se le asocia con el mar, el mirto, la manzana y las rosas, aunque su símbolo más representativo es la paloma, y era así como su carruaje sería siempre piloteada por una yunta mirífica de estas aves. La vemos montando sobre un toro, una cabra o una tortuga, o sobre una concha abierta, rodeada de delfines, retratos que aparecerán en el Renacimiento, destacándose las pinturas de grandes maestros como Botticelli y Tiziano, o la famosa obra de Velásquez, Venus del espejo. Su imagen, junto a la del dios del mar, Poseidón, es una de las más utilizadas en las monedas acuñadas por las distintas culturas antiguas. Las prostitutas celebraban un festival llamado Afrodisias, y en cuyo ritual de fertilidad las sacerdotisas mantenían relaciones sexuales como una forma de adorar a la diosa. Hoy día los turistas suelen visitar la roca sobre la que sería concebida la diosa, deparándole a todo aquel que la toca la belleza eterna y la fortuna en el amor.