Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Ada Lovelace (1815-1852)

Lord Byron, poeta romántico, tuvo solamente un hijo. O así lo quería él, pero la suerte lo premió con una mujer. A pesar de su sexo el poeta la amo, y fue él mismo quien la bautizó con su nombre: Ada; pero un mes después de que ella hubiera nacido la alejarían para siempre de su lado y jamás volvería a verla. Los padres de Ada se separaron y su madre, Lady Byron, se empeñaría en apartar a su hija del poeta, en destruir su imagen paternal, e incluso en ocultar a Ada su cierta procedencia. Cuatro meses después de la separación Lord Byron abandonaría Inglaterra y no regresaría nunca. Un escrito de despedida permite entrever que el poeta amaba a su pequeña: ¿Es tu rostro como el de tu madre, mi bella hija? ¡Ada! Hija única en mi casa y en mi corazón.” Finalmente el poeta morirá durante la Guerra de Independencia de Grecia, cuando su hija tenía 8 años, y no sería sino hasta pasados diez años cuando Ada se daría por enterada de quién era su verdadero padre. Por otro lado, la relación con Lady Byron no fue la más afectuosa. La madre quería brindar a su hija una educación de alto rigor intelectual, instruirla en idiomas, ciencia y arte, empaparla de cultura y encantarla de alguna manera con el mundo de los números. Desde los 4 años su tarea de formación estuvo encomendada a destacadas institutrices y profesores privados. Las exigentes jornadas de estudio incluían aritmética, francés, música y deberes del hogar, para luego reanudar sin demoras la misma rutina de aprendizaje. Casi no le permitían el contacto con otros niños, ya que la madre prefería que su niñita se relacionara mejor con las personas adultas. Su sistema pedagógico estaba diseñado sobre el método de castigos y recompensas intelectuales, por lo que Ada sería instruida para convertirse en una estudiosa aplicada a la que le sobraba dedicación y disciplina. Sin embargo su salud no gozaría de ese poderío intelectual que demostraba, y desde muy niña la aquejaron las jaquecas y algunas infecciones estomacales, digestivas y respiratorias, por lo cual era tratada con opiáceos, generándole cambios de humor y dolencias que solían dejarla en cama durante meses, tiempo que tampoco desaprovecharía para continuar insistiendo con sus estudios. A los 11 años se había obsesionado con volar. Quiso construir una máquina que consiguiera desplazarse por el aire, para lo cual reunió toda clase de herramientas y materiales y empezó a diseñar sus propias alas: observó el diseño de las aves, estudió a profundidad su anatomía y detalló cada uno de sus movimientos. A estos bocetos y a sus primeras anotaciones las compiló en un libro que tituló Flyology, un material que poco tenía de infantil, cuando su espíritu mismo reclamaba el “arte de volar”. Ser alado, en su librito inédito de apuntes, Ada dejaría un itinerario de cómo sería atravesar Inglaterra de costa a costa empleando el camino más directo, el camino recto, el camino del viento. A los 14 años la enfermedad del sarampión le causó la parálisis de sus piernas, por lo que tuvo que estar postrada en su cama durante tres años. La madre y su hija se mudaron a los suburbios de Londres, en un barrio prestante de la aristocracia, donde Ada podría empezar a relacionarse con otros jóvenes, y en donde tendría su primer amorío juvenil, y al que la controlada adolescente tendría que renunciar porque su madre así lo quiso. Y sería también en este proceso de recuperación cuando surgiría su seducción irresistible por ese mundo que su madre había querido inculcarle, el mundo de las matemáticas. Una vez alcanzada la edad de los 18, a la agraciada matemática se le permitiría comenzar a asistir a los banquetes y bailes que ofrecía lo más selecto de la alta sociedad londinense. Fue allí donde conocería a su mentor y amigo para el resto de su vida, Charles Babbage, quien ya era un hombre reconocido por sus conocimientos en mecánica, y que por aquellos días andaba ideando una máquina a la cual solamente le faltaba una única pieza: Ada Lovelace. El matemático pretendía diseñar una calculadora mecánica que funcionara por sí sola, y a la que llamaría “máquina diferencial o analítica”. El telar de seda diseñado por Jacquard tenía asombrada a Lovelace, que al conocer de su reciente invención y su funcionamiento, pensó en la posibilidad de fabricar una máquina semejante, pero que permitiera realizar procesos y operaciones complejas de forma sistemática, como un telar aplicado a los números. La máquina que planeaba Babbage seguía estos mismos intereses, e incluso Ada pensaba en la posibilidad de fabricar un día una rara máquina capaz de hacer volar a los seres humanos, era lo que fantaseaba la genial jovencita. Para 1834 Ada ya estaba convencida de que su vida estaría dedicada por entero a los números, era su obsesión y su anhelo, el sueño que deseaba perseguir, pero su imaginación no podría sopesar que otras tareas a las que parecía predestinadas y que aún no había contemplado, truncarían su más honesta vocación numérica: los hijos y la vida matrimonial. Antes de conocer a quien fuera su marido, el acaudalado aristócrata William, lord King, Ada y su madre harán un corto viaje por algunas factorías inglesas, queriendo descubrir el funcionamiento de esa maquinaria que impulsaba el creciente progreso industrial. Sería en una de estas visitas cuando Ada finalmente se topó con el telar de Jacquard, esa máquina que despertó su curiosidad y que imaginó convertida en una máquina capaz de fabricar mucho más que tejidos. Ada se codea con personajes prestantes del mundo científico e intelectual, como el caso de Michael Faraday y Charles Dickens, pero se destaca especialmente la relación de amistad que tuvo con la científica escocesa Mary Somerville, a quien conocería por esta época, y que le sirvió de mentora, consejera, una cómplice y el gran estímulo que necesitaba. Para 1837 contrae pues matrimonio con William, conde de Lovelace, por lo que de inmediato asume también su apellido. La pareja se mudaría a una imponente casona, cuando no se decidía a pasar un tiempo en alguna de las muchas mansiones veraniegas pertenecientes a la familia del conde. Y a pesar de que en un comienzo su vida conyugal gozaría de estabilidad y armonía, con el pasar del tiempo la mujer de mundo y ciencia que era Ada Lovelace parecía estar desencantándose con la vida. En 1839, después de su tercer y último parto, Ada tendría que guardar reposo durante varios meses, no solo por su precario estado de salud física, sino además por una suerte de trastorno depresivo postparto. Un marido poco ambicioso y su deseo de descubrir la forma de echar a andar la máquina capaz de hacerlo todo posible, no parecían combinar muy bien, por lo que según parece la inquieta matemática no sólo volvería al territorio de los números, sino que empezaría a trasegar los terrenos masculinos, e involucrarse con otros hombres. No sabía cómo combinar su oficio de ser madre y esposa con aquella vocación natural que le reclamaba ser mujer, ser científica. Todas estas inquietudes y preocupaciones las compartía Ada con su amiga Mary Somerville a través de misivas, y en todas ellas quedará en claro la tremenda frustración que Lovelace estaba experimentando al sentir que la maternidad había relegado todo lo demás en su vida.​ Así mismo fue crucial la intervención de su madre, quien siempre la exhortó a desarrollar una pasión que también era la suya, y a que no declinara de sus estudios de matemática. Ada empezaría entonces una instrucción personalizada con uno de los más prestigiosos profesores del entorno, que pasados pocos días ya estaría quejándose ante la madre de que su hija era demasiado inquieta, demasiado preguntona, que a veces parecía no entender nada, a juzgar por las disparatadas asociaciones con las que pretendía explicarse cada asunto. Para Lovelace las abstracciones podían solucionarse con números y poesía, en sus anotaciones se compaginaban ciencia y metafísica, y su profesor se quejó que incluso su imaginación la llevaba a mezclar las matemáticas con los duendes. Estaba convencida que las ciencias exactas podían sugerirnos explicaciones para esos “mundos invisibles que nos rodean”. Ella misma se definió como una “científica poetisa y una analista metafísica”. Sin embargo su nuevo mentor no le daría crédito a sus tantas ocurrencias, descartando que las mujeres pudieran ser competentes en los campos científicos, pese a lo cual dejaría una constancia escrita donde le señalaba a Lady Byron, que su hija sí que podría llegar a ser una “investigadora matemática, quizás de eminencia de primer nivel”. Y es que para ese entonces ya nadie podía dudar de la genialidad de quien se convertiría un día en la pionera de la ingeniería informática. En 1841 Lady Byron le confiesa a su hija quién fue su verdadero padre, y poco se conmocionará la joven, que confiesa haberlo sospechado siempre. Escribe en sus diarios: “No estoy ni siquiera sorprendida. De hecho, simplemente me ha confirmado aquello de lo que, por años, no tuve la más mínima duda…” Por esos años Babbage aún andaba buscando alguno que apoyara su ambicioso proyecto, y sería Ada quien empezaría asistiéndolo al traducir un artículo del ingeniero militar Luigi Menabrea respecto a la máquina que ambos soñaban con fabricar, y que la inquieta traductora complementó con una serie de anotaciones que terminarían excediendo e incluso superando a la misma obra. Estos apuntes los realizó durante los años 1842 y 1843, y los bautizó sencillamente como Notas, siendo estas sencillas notas los primeros bosquejos de la programación de ordenadores, el primer intento por diseñar algoritmos codificados capaces de ser reconocidos, interpretados y procesados por una máquina. Se trataba así de ese mismo telar de Jacquard que tanto la había inspirado, sólo que “la primera teje dibujos algebraicos, del mismo modo que el telar de Jacquard teje flores y hojas”, señalaba en sus Notas. Un artilugio impensable, Ada se las ingeniará para describir al detalle los tecnicismos de los que debe valerse dicha máquina para poder operar, haciendo una distinción particularizada entre los datos y el procesamiento, en un intento por crear lo que hoy se conoce como la informática, un pensamiento revolucionario al cual ella llamaba la ciencia de las operaciones. Pensaba en una máquina que tejiera tarjetas agujereadas, y nacía, pues, la idea de las computadoras. Profetisa de otro tiempo futuro, genia de las matemáticas, Ada advertía que el descubrimiento podría ir incluso más allá. Tenía una visión distinta de la de Babbage, a quien poco le interesaba la practicidad de la máquina, mientras que Ada creía que dicho dispositivo podía tener múltiples e insospechadas aplicaciones, hasta convertirse en una máquina capaz de computar mucho más que cálculos numéricos. Visionaria, imaginó que la computadora podía “producir arte”, como lo señaló en sus Notas, que la máquina podría eventualmente llegar a componer literatura o a digitalizar la música: “La máquina podría componer piezas musicales todo lo largas y complejas que se quiera”, que dicha máquina pudiera ejecutar cualquier tipo de orden al que el humano la obligara. Un gran progreso tecnológico que se daba al interior de una mente capaz de interpretar los números como otro tipo de lenguaje con el poder de representar otras cosas distintas, más allá de simples cantidades. La máquina manipularía estos números y los convertiría en letras, notas, líneas, y en cualquier símbolo para el cual hubiera sido programada y reprogramada, pasando de un sencillo procesador de números a la invención de un computador sofisticado. Las Notas estaban etiquetadas alfabéticamente de la letra A a la G, y la revista Scientific Memoirs las publicaría con las iniciales A.A.L, en un intento por ocultar lo que le haría perder todo su valor: que fueron pensadas por una dama. Finalmente la máquina nunca podría convertirse en una realidad, y Ada concluiría además que sólo podría brindar información ya conocida, puesto que no podía generar conocimiento. Tuvo que pasar casi un siglo para que su trabajo fuera por fin reconocido. En un principio no se le prestó atención, ya que se trataba de una mujer pretendiendo hacer ciencia, y poco crédito podían darle a semejante prodigio antinatura. Los últimos años de su vida Ada no contaría con la riqueza de la que siempre dispuso. Una última apuesta, consistió precisamente en tratar de diseñar una máquina que le permitiera predecir con asertividad la probabilidad de que un caballo ganara una carrera, por lo que no sólo se obsesionó con la creación de la máquina sino además con las carreras equinas. En ambas fracasó rotundamente, generándole deudas y nuevas frustraciones que tuvo que afrontar ante su esposo, que hasta entonces desconocía los hábitos de jugadora de su mujer. No volvió a trabajar, siguió con sus apuestas y tuvo un par de amoríos más que le costaron su matrimonio. En el año de 1852 la salud de Ada se debilita. Llevaba ya unos años padeciendo un agotamiento general, y sería entonces cuando descubrirían que su malestar radicaba en el cáncer que ya ganaba terreno desde su útero. Por estos años su madre no dejaría de celarla, y fue así como se encargaría personalmente de cuidarla con sus medicamentos y asistir su larga convalecencia, e incluso de influenciar su pensamiento científico para que adoptara algunas ideologías religiosas y se arrepintiera de su vida licenciosa. Nunca dejó de escribirse con su amigo Babbage, hasta esa mañana de finales de noviembre cuando moriría acompañada de su madre y del conde, a la edad temprana de los 36 años. Murió muy pronto una mujer con una visión que miró más allá de su época. Tal como fuera su voluntad, fue enterrada junto a su padre en un cementerio cercano a la abadía de Westminster. El Departamento de Defensa de los Estados Unidos ha llamado a su lenguaje de programación con el nombre de Ada, en honor a la prestigiosa matemática. Desde 1981 la Asociación de Mujeres en Informática otorga el Premio Ada Lovelace, como incentivo para aquellas mujeres que se destacan en el campo de las ciencias matemáticas, de los ordenadores y la programación, y con este mismo propósito desde 1998 la British Computer Society (BCS) otorga anualmente la Lovelace Medall. Son varias las instituciones y centros de capacitación e incluso universidades que han sido bautizadas con su nombre. En el 2018 el Senado de los Estados Unidos declaró el 9 de octubre como el Día Nacional de Ada Lovelace. Actualmente se conservan seis copias originales de la primera impresión de sus Notas; algunas de ellas están en posesión de universidades y museos, y en años recientes un coleccionista privado pagó cerca de cien mil euros para hacerse a una de estas. La misma tecnología soñada por Ada permite que hoy conozcamos su Notas, disponibles en la web, y que podemos consultar a través de esa misma computadora que tenía Ada metida en el cerebro.

ADA LOVELACE

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