A sus 28 años murió su padre, y antes de cumplir los 30 también habría perdido a su madre. Cualquiera podría decir que ya no hablamos de una pobre huérfana, una niñita desahuciada que se ha quedado sola e indefensa en este mundo. Pero lo cierto es que, de alguna manera, sí sería así. Maud había sufrido artritis reumatoide desde la infancia, apenas superaba la estatura de una enana, y sus huesos frágiles, sus manitas retorcidas y una vocecita aflautada, hacían de ella un ser vulnerable que en cualquier caso requería unos cuidados especiales. Sería su hermano quien en un principio se encargaría de administrar la herencia de los padres, pero después de un tiempo la tenaz Maud Lewis decidiría comenzar a abrirse un camino propio, y abandonó su natal Nueva Escocia para mudarse con su tía Ida. La experiencia sería, sin embargo, bastante desafortunada, ya que la tía no le daba un buen trato a su sobrina, recalcándole sus incapacidades y limitaciones y subestimando de cualquier forma las posibilidades de Maud. Fue por esto que, aunque endeble y sin ningún amparo, Lewis respondió a un anunció que vio en una tienda, donde se requerían los servicios de limpieza de una mujer, y aparte que pudiera brindar los cuidados de un hombre de 40 años. Maud se presentó en la puerta del cuarentón, que resultó ser un vendedor de pescado de talante agreste, de aspecto brusco, solitario e inculto, que sin embargo dejó ingresar a su hogar a ese ser dulce que llamaba a su puerta, y a quien le bastaron pocos días para ganarse su respeto y su cariño. Maud se encargó con diligencia de los quehaceres del hogar, y asistió con esmero a ese huraño quien, en menos de un mes, le pidió que se casaran. Así sucedió. La pareja se instaló en esa pequeña casa de 12 metros cuadrados que sería su hogar hasta sus últimos días. Y es que bien valió la pena jamás abandonar esas paredes en las que abundaba el cariño y el arte. Maud se esmeró por cubrir cada resquicio de su casa, incluso llevándolo al extremo de colorear la estufa y otros artefactos de cocina, y así mismo decoró cortinas y sábanas, pintó las paredes y los techos y convirtió su casa en una obra de arte por sí misma. Su madre le había enseñado labores manuales, y en especial le llamó la atención las tarjetas navideñas que dibujaba en acuarela, y fue así como Maud tuvo la iniciativa de producir sus propias pinturitas. Debido a las limitaciones físicas, a Lewis le resultaba más cómodo pintar en retablos pequeños, no más grandes de 25 x 25 centímetros, sirviéndose en un principio de tablones para dibujar, pero que luego acabarían plasmándose en todas las superficies. Apenas pintó unos pocos cuadros de mayor tamaño. Su método consistía en cubrir de blanco la superficie, para luego diseñar las imágenes que conformaban el cuadro, evitando siempre la mezcla de colores. Fue así como empezó por acompañar a su marido en las visitas que éste realizaba a sus clientes, a quienes ofrecía cada una de sus pinturas por 25 centavos de dólar. En adelante, sería su esposo quien la motivaría para que se animara a seguir pintando, apoyándola con una caja de óleos y destinando un rincón de su casa para que Maud explorara su faceta como pintora. Sus composiciones intentaban traducir esas imágenes de su infancia: trineos jalados por caballos, muchas flores y pájaros, especial predilección por los gatos, hielo y nieve, patinadores y retratos de niños. De un colorido brillante y de trazos un tanto aniñados, las pinturitas de Maud pronto empezaron a cobrar notoriedad. Durante la década de los cuarenta varios turistas se detenían en mitad de la ruta que conducía hacia Nueva Escocia, y en donde una mujer pintoresca que moraba una casa colorida, ofrecía a los viajeros los retratos y pinturas por los que pagaban cualquier moneda y que un día se transformaría en una fortuna. En 1964 la revista de Toronto, Star Weekly le dedicó un artículo a la particular pintora de folklor canadiense, quien pese a su enfermedad de reumatismo había sabido sobreponerse y ahora sus pinturas comenzaban a cobrar notoriedad. Un año más tarde Maud aparecería en un programa televiso de la CBC, pero sería durante los años setenta cuando el presidente estadounidense Richard Nixon se interesara por la obra de Maud Lewis, cuando el mundo al fin podría conocer el talento de esta simpática mujer colorida. Nixon quiso decorar las oficinas de la Casa Blanca con un par de pinturas de Lewis por las que pagaría una suma cercana a los U$16.000. Pese a esto, Maud siguió ofreciendo sus cuadros a un valor irrisorio, por lo que cada pintura podía ser adquirida por menos de U$10. En sus últimos años, cuando ya gozaba de cierta popularidad, e impedida por su discapacidad, ya solamente empleando un brazo, Lewis tuvo que dejar de lado varios encargos, dedicándose a dibujar lo que le resultara más sencillo. La pareja no se mudaría pues del hogar que Maud consagró como su estudio y una obra en su conjunto. Años después de su muerte, y ante el eventual deterioro, un grupo de colaboradores fundó la Lewis Pianted House Society, en un intento por preservar la obra de la afamada pintora. La vivienda ha sido restaurada y posteriormente trasladada de la ciudad de Digby a la provincia de Nueva Escocia, donde actualmente se puede apreciar como parte de la Galería de Arte. Treinta años después el comercio de arte ha valorado las pinturas de Maud Lewis, estimando una cifra que supera por miles ese precio risible que la pintora ofrecía en vida. A family outing y A view of Sandy Cove son dos de sus cuadros que fueron vendidos cada uno por un valor superior a los U$20.000, y en el 2017 su cuadro titulado Retrato de Eddie Barnes y Ed Murphy, pescadores de langostas fue subastado por un valor de U$45.000. Su vida al detalle está descrita en su más completa biografía titulada La luminosa vida de Maud Lewis, y en años recientes la película Maud, el color de la vida, ha querido dar a conocer su historia a través del relato fílmico. Tres documentales realizados por la National Film Board de Canadá también nos cuentan su historia. Tierna, imaginativa, de un aspecto definitivamente conmovedor, cadavérica y algo deforme, como una muñequita jugando a los dibujitos, Maud Lewis creó un mundo de colores, y fue de esta forma como logró sobreponerse a su enfermedad, a las burlas y a la condena prejuiciosa de que una persona con sus condiciones nada podría aportar, ni siquiera para su propia vida. Pero no fue así, y la gran pintora folklorista es sin duda un claro ejemplo de superación personal. En sus últimos años las múltiples dolencias que la aquejaron durante toda su vida la llevaron a permanecer largos períodos en el hospital, hasta que a mediados de 1970 muere como consecuencia de una neumonía. Su esposo sería asesinado nueve años después, cuando un ladrón ingresó a su casa y acabó quitándole más que su dinero. Al parecer Maud tuvo a su lado a un compañero que supo apreciar el valor humano de su pareja, ya que se despidió de este mundo con una hermosa confesión postrera: “Fui amada.”
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