El Último Verso

Publicado el

Una palabra llamada distancia – Pavel Stev Salazar

En medio de esta obligada lejanía que nos ha puesto a prueba desde nuestras entrañas, se celebra hoy, como nunca, un día del idioma bastante atípico. Puede que esta celebración se dé con mayores reverencias, en este periodo de aislamiento un libro nos ofrece un vínculo que despierta alguna parte de nosotros y  aliviana esa soledad de los abrazos que no ocurren, de las caricias que han pasado a ser gestos a lo lejos, de los besos que ahora son iconos pixelados que, desde la virtualidad, nos expresan ese cariño impenetrable que aún nos tenemos pero que también testifica cómo nos cambió el mundo a todos.

Dice Juan Gossain en quizá uno de sus grandes aciertos literarios Las palabras más bellas; “si ustedes supieran lo que uno puede entretenerse mientras juega con el lenguaje, con sus sorpresas y curiosidades, con las bromas que se pueden hacer, con las locuras que se pueden armar”. Y precisamente este juego con el que enriquecíamos nuestra concepción del mundo, es ahora una necesidad, jugamos a descubrir con las palabras caricias que se emanan en el viento, mimos que esperamos se reproduzcan en la memoria de quienes amamos. Surge la palabra recordar,  rememorar escenarios y nombres que alientan nuestros días desde el confinamiento. El recuerdo es un beso del pasado,  una caricia nueva en alguna parte de nuestro cuerpo que ansiaba llamarse olvido, un esbozo de la vida cuando no sabíamos que era tan auténtica, un trazo que siempre tuvimos en el alma.

Esta necesidad por sobrellevar tanta distancia me transportó a un libro que me ayuda a no olvidar lo que siento; el libro de los abrazos. En esta obra de Galeano encontré hace algunos años un texto que lleva un título esperanzador La pasión de decir, en este pequeño relato una mujer de Oslo, entre canción y canción, cuenta historias, y esas historias están llenas de gente por doquier, gente que revive, gente que va resucitando, olvidados a quienes la soledad vuelve a pronunciar por nombre propio, y apenas ahora lo entiendo; esos silencios somos nosotros. Esas ganas de pronunciarnos y saber que la voz recorre micro distancias antes de anidarse en el oído y cosquillear despacio nuestro vientre cuando es de quién aguardamos, una voz que siempre fue el preludio a un abrazo.

Ahora el dolor tiene una connotación de esperanza, el duelo es crecer  y eso de aislarnos, es realmente estar más cerca que nunca de los que siempre tuvimos en casa, el amor,  es resguardarse en la fe de que mañana por un asunto de convicción y paciencia podremos decirlo  todo de nuevo sin pronunciar palabras.

                                                                                     Pavel Stev

Comentarios