“¿Qué tanto murmuras?”, me preguntó un día Jacobo. “Es un poema”, le contesté. Desde entonces Jacobo insiste en que estoy un poco loca y que vivo en un mundo de fantasías poéticas. Afortunadamente no estoy sola, porque, diga lo que diga, él secretamente me acompaña.
Sucede que de las 24 horas que tiene el día debo dedicar 8 a una trabajo que dista años luz de la literatura y el periodismo, entonces, a veces, los poemas como que se cuelan por rendijas insospechadas, como los cajoncitos de una planilla excel, las líneas de un talonario de cheques o las anillas de un archivador gordo y pesado. A veces me pregunto si yo persigo a la poesía, o es ella la que me busca y se aparece por todos lados. Si soy yo la que se obsesiona con los poetas o son ellos los que me fijan como objetivo de sus dagas de versos. No lo sé.
A veces miro de reojo el Romancero gitano de García Lorca, por ejemplo, me tiento y no puedo evitar el recuerdo de aquel golpe de gracia y sonoridad que me provocó leer por primera vez “La casada infiel”, que me parece el más bello poema de ese libro: “Y que yo me la llevé al río/pensando que era mozuela/pero tenía marido”… Y que no me canso de repetir. Y como de niña me acunaron con “A Magarita Debayle” del gran Rubén Darío, ahora, no pocas noches me he ido a dormir con sus versos retumbando en la punta de mi lengua “Margarita, está linda la mar/y el viento tiene esencia sutil de azahar/ tu aliento / Margarita, te voy a contar un cuento”. Hace poco encontré en Youtube una bellísima adaptación de este poema que pongo al final de esta entrada.
Ahora bien, es cierto que estoy en tierra de poetas y ese detalle cuenta, pero Chile no es solamente Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Recuerdo que el escritor argentino Rodolfo Fogwill dijo hace poco que: «La poesía chilena es la poesía magistral de América», y tiene mucha razón, pero esta poesía no se suscribe solamente a los dos premio nobel, también están Gonzalo Rojas, Pablo de Rokha, Nicanor Parra, Raúl Zurita y mi preferido, el más feliz descubrimiento literario en Chile: Vicente Huidobro, autor de “Altazor, o el viaje en paracaídas”.
Sé que en aquellos momentos en que soy yo la que busca a la poesía – y a veces la busco insistentemente – la encuentro en el Altazor:
Altazor ¿por qué perdiste tu primera serenidad?
¿Qué ángel malo se paró en la puerta de tu sonrisa
Con la espada en la mano?
¿Quién sembró la angustia en las llanuras de tu ojos como el
adorno de un dios?
¿Por qué un día de repente sentiste el terror de ser?
Y esa voz que te gritó vives y no te ves vivir
¿Quién hizo converger tus pensamientos al cruce de todos los
vientos del dolor?
Se rompió el diamante de tus sueños en un mar de estupor
Estás perdido Altazor
Solo en medio del universo
Solo como una nota que florece en las alturas del vacío
No hay bien no hay mal ni verdad ni orden ni belleza
¿En dónde estás Altazor?
La reacción que más frecuentemente asociamos a la lectura de poesías es la del suspiro. Suspiramos cuando leemos poesía. ¿Por qué? Porque (aunque lo del suspiro se pueda transformar peligrosamente en un lugar común romántico) la poesía produce ese efecto de plenitud en el pecho, de alguna manera toca primero los sentidos, es sensual. Esto no sucede con cualquier poesía, claro, no todos los versos nos llenan el pecho con esa sensación de haber sido testigos de la belleza vuelta palabra, de ser los depositarios de un momento creativo, único e irrepetible, de otro ser humano: el poeta, así como no todas las obras de arte llenan nuestra mirada. Sin embargo, si echamos a andar hacia atrás en la historia universal, pero bien hacia atrás, y nos venimos caminando rápidamente para no hacer muy largo y pesado el viaje, nos encontraremos que siempre el hombre ha deseado profundamente hacer poesía.
Está demás decir que le debo mucho a los poetas. No sólo momentos de inolvidables lecturas, también respuestas que a priori uno no puede dar. Por ejemplo, hace años Jacobo no me preguntaba “¿qué murmuras?” sino “¿por qué escribes?” Y yo nunca supe darle una respuesta; es una respuesta difícil esa.
“¿Por qué escribe usted?” ¿Por qué? No, no sé. Hasta que apareció un poeta en mi camino, un poeta chileno que se llama Oscar Hahn y que responde perfectamente a esa pregunta y desde entonces su respuesta es también mi respuesta y como se la debía a Jacobo, a quien además le gusta mucho Oscar Hahn, me despido transcribiéndola:
¿Por qué escribe usted?
Porque el fantasma porque ayer porque hoy:
porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin:
porque la bomba porque el medio porque el jardín
Porque Góngora porque la tierra porque el sol:
porque San Juan porque la luna porque Rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel:
porque la carne porque la tinta porque la piel
Porque la noche porque me odio porque la luz:
porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed
porque el amor porque el grito porque no sé
Porque la muerte porque apenas porque más
porque algún día porque todos porque quizás
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Video «A Margarita Debayle» de Rubén Darío.
http://www.youtube.com/watch?v=fCIEGACT9uc