Conocí al extraordinario poeta que es Raúl Zurita, por su discografía. Y aún hoy no puedo sacarme de la cabeza su voz de viento de los acantilados chilenos, sus poemas cantados con el ritmo de las temibles olas del Pacífico Sur. Conocí a uno de los grandes poetas de la lengua castellana, de Sudamérica ‒como a él le gusta reconocerse‒ por el álbum de rock donde fue vocalista acompañado por la banda Gonzalo y los asistentes: «Desiertos de amor» (2011). Pero esa maravilla que fue escucharlo cantar, leer, declamar como nadie, se acrecentó más y más al acercarme a su obra escrita en papel, en el cielo y en el desierto.

Sí, Raúl Zurita ha sacado la poesía del papel y la ha llevado a la vida, a donde pertenece. Su primer poema lo escribió en su propio rostro. En mayo de 1975, después de haber sido detenido y ofendido por una patrulla de la aborrecible dictadura, entró al baño y se quemó la mejilla con un hierro que había calentado al rojo vivo. Una foto de esa herida, que no era la herida de su piel sino la herida de Chile entero, acompañaría la publicación de su primer libro, Purgatorio, en 1979. Sin embargo, en el documental que le realizó Alejandra Carmona Cannobbio en 2018, «Zurita, verás no ver», profundo y demoledor, el poeta aclararía que esa acción no tuvo nada de performance, sino que consistió en la única acción que podía realizar un hombre llevado al borde de la desesperación, por lo que acababa de ocurrirle, y por lo que le venía ocurriendo a su país desde 1973.

Y el 2 de junio de 1982 usó el cielo de Nueva York como página. Escribió, usando cinco aviones como plumas de humo, los quince versos del poema La vida nueva, trazados a 4000 metros de altura. Cada verso medía 8 kilómetros aproximadamente, por lo que pudieron ser vistos, leídos, desde amplios sectores de la ciudad. El poema se incluyó en el libro Anteparaíso, publicado el mismo año burlando a los burócratas de la dictadura. 

Como vemos, el poeta Zurita nace, paradójicamente, con el ascenso de Pinochet, con el arrebato de la esperanza humana por parte de este abominable verdugo. Su obra se va a oponer a esa barbarie, la va a narrar desde adentro, va a llorar a los desaparecidos, los va a nombrar con sus propios nombres, los va a escuchar, muertos como están en fosas comunes en los desiertos, arrojados al mar, y va a llevar sus voces por el mundo, y los van a tener que escuchar cada vez que el poeta sube a un escenario o empieza un recital.

A tres años de haber caído el Régimen Militar, ya en 1993, escribió el verso «ni pena ni miedo» sobre el desierto de Atacama, usando retroexcavadoras, como un recordatorio para sí mismo y para Chile. Las palabras miden 3140 metros y para apreciarlas bien es necesario verlas desde el cielo. Tal vez desde ese cielo que se vuelca en sus poemas sobre el mar y las montañas, que se abalanza sobre el mundo y cae en oleadas para pedir el fin de la ruindad humana.

Es indudable que al hablar de Raúl Zurita hablamos de un poeta que no necesita presentación, no sólo por su vida, permeada por el arte, por la oposición a la violencia, sino porque esa misma vida supo convertirla en su obra. Por eso sus libros son un testimonio del ser humano, del ser suramericano, si se quiere, enfrentado a la transición de un milenio sangriento a otro peor. Las siguientes palabras, que pronunció en 1995, en un programa de la televisión chilena llamado La belleza de pensar, parecen hoy aplicar para él mismo:

La poesía es hoy la más frágil y la más poderosa de todas las artes. La más frágil, porque es evidente que está a punto de desaparecer. Pero ¿en qué contexto está a punto de desaparecer? O sea: vivimos en una civilización donde lo que predomina es el ruido, esta especie de capa que envuelve la tierra, una especie de un rumor generalizado: el rumor de los espectáculos de masa, el rumor de la televisión, el rumor de la publicidad, el rumor de las noticias; donde nada es claramente distinguible al mismo tiempo que podemos estar informados de todo, viendo un noticiario, la CNN, por ejemplo. Incluso saber que eso que estamos viendo está exactamente sucediendo, y al mismo tiempo sustraernos de todo eso y transformarlo todo en un espectáculo; como se ve en cualquier noticiario de televisión, en cualquier diario, que, al lado de un aviso de venta de autos, de un aviso de publicidad, está la foto de los niños muriendo cubiertos de moscas en Ruanda. Todo esto se transforma en un rumor aceitoso que envuelve.

Bien, el único arte, que realmente es antitético a eso, es el arte de la poesía. Ahora, esta civilización está creando al mismo tiempo sus grandes anticuerpos, o sea: sus grandes nostalgias. Entonces yo creo que estamos asistiendo, al mismo tiempo que a la imposición casi absoluta de este ruido, al surgimiento de poetas absolutamente inmensos, de poetas de grandes, grandes, grandes dimensiones, de grandes alientos. Y en ese sentido nada tal vez me ha entusiasmado más, en muchos años, que leer a Derek Walcott, su Omeros, donde está realmente esto del decir y del escuchar, o sea:  esto del comunicar en el sentido más primigenio del término, y creo que en realidad asistiremos cada vez más a la emergencia de poetas de estaturas no vistas, precisamente porque son la antítesis de un fenómeno también de una vastedad enorme. Creo que surgirán poetas tan vastos, tan intensos, como la vastedad de este ruido que se les opone.

Tenía tanta razón: surgieron poetas tan vastos, de estaturas no vistas, como él mismo. Porque en este punto Zurita es un poeta sólo del parangón de Walcott o de Aimé Césaire, un poeta sin proporciones que le devuelve a la vida humana parte de su dignidad, un poeta que, atravesando los círculos dantescos del infierno, nos devuelve al Paraíso. Por otro lado, él mismo es un argumento vivo de que la poesía de más alta envergadura se está escribiendo en los países que fueron colonias, y si es tan fuerte y golpea tan duro, es porque el dolor de nuestros países es cada vez mayor.

Termino esta carta de amor volviendo al documental antes citado de Carmona Cannobbio, de una belleza conmovedora, donde el poeta habla de la razón de ser de la poesía, de sus libros en específico, donde ha sabido narrar, pintar, esculpir, cantar el horror de la dictadura. Me aferro a sus palabras como a una poética, porque creo también, con fervor, que la poesía es la más alta forma de resistencia:

No siento ningún orgullo de haber escrito los poemas que he escrito. Porque el gran poema sería que estos nunca hubiesen sido escritos, lo que significaría que lo que sucedió nunca sucedió. El gran sueño humano es que algún día los poemas no sean necesarios, porque habrán dejado de existir las causas que hacen a los poemas necesarios. Y ese será el gran poema humano. Y ese será el gran poema humano.

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Referencias

Zurita, Raúl. Anteparaíso. Madrid: Visor, 2016.

Zurita, Raúl. La belleza de pensar. con Cristián Warnken. Televisión. 1995. 20 de Junio de 2020. <https://www.youtube.com/watch?v=fDqRpKiveDk&list=PLN-KiJJPyLmHu-dB8lvsITTlcze72NCq7&index=4>.

—. Verás cielos en fuga. Antología. Bogotá: Universidad de los Andes, 2016.

Zurita, verás no ver. Dir. Alejandra Carmona Cannobbio. 2018. Online.

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