El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

Punto de encuentro

El poeta Orlando Sierra fue asesinado hace 16 años por la politiquería de Caldas. Nuestro país sigue siendo tan violento como entonces…

Procesión fúnebre de Orlando Sierra (1 de febrero de 2002). La Patria, domingo 3 de abril de 2011.

El 30 de enero de 2002, a la 1:49 de la tarde, un sicario contratado por políticos de Caldas le disparó a Orlando Sierra Hernández en dos oportunidades. Acompañado por su hija, Beatriz Sierra Agudelo, el poeta regresaba a las viejas instalaciones del periódico La Patria de Manizales –donde trabajaba en el momento como Subdirector– cuando el asesino, que lo había estado esperando con una paciencia inaudita en el carrito de dulces al lado de la entrada, le dejó en estado de coma. El poeta se aferró a la vida, como si ensalzara con su fuerza las palabras de Gonzalo Rojas: «No tengo otro negocio que estar aquí diciendo la verdad/ en mitad de la calle y hacia todos los vientos:/ la verdad de estar vivo, únicamente vivo,/ con los pies en la tierra y el esqueleto libre en este mundo», pero la muerte cerró sus ojos para siempre el 1 de febrero a las 8:35 de la noche.

Con angustia, acepté la invitación para presidir este homenaje a su memoria en la que fue su tierra natal, nuestra tierra natal. Angustia porque coincido con la idea de que el mejor homenaje póstumo para un autor es la lectura y la divulgación de su obra, pero en este caso me parece necesario recordar que Sierra Hernández forma parte de la larga, e interminable, lista de crímenes cometidos por la politiquería en Colombia. Y no hablo sólo de las mujeres anónimas que quemó o fusiló la Inquisición atemporal ni de Jorge Eliécer Gaitán ni de Julio Daniel Chaparro Hurtado ni de Jaime Garzón Forero. No. Hablo también de las personas que han caído por defender los derechos humanos, por pensar en lo comunitario como una clave para sobrevivir a este siglo perverso, por pensar en proteger el agua y dejar bajo tierra los minerales que veían como ornamento los Quimbayas, de quienes fueran originalmente estas tierras, y donde mi palabra quién sabe si tendrá un eco. Hablo también de las madres de Soacha que luchan, del mismo modo que las abuelas de la Plaza de Mayo en Argentina, en la búsqueda de la justicia, pero que a diferencia de estas jamás verán volver a sus hijos.

Por eso, este homenaje lo dirijo, tal vez con arbitrariedad, a hacerles algunas breves invitaciones.

En el Parque Los Fundadores, hay un busto de Platón que la mayoría de mis paisanos habrán pensado toda la vida que se trata de Fermín López. El escultor, acaso, ya lo tenía en su taller y lo hizo pasar como la viva estampa del egregio colono para ganarse unos pesitos. Error del momento, estafa del artista o especulación mía, veo en ese detalle parte de nuestra idiosincrasia: en aras de conmemorar la hazaña de arrasar bosques y aglomerar riquezas y tierras en unas pocas manos, terminaron por enaltecer nostálgicamente la figura de un filósofo monumental sí, pero paradigmático, ayudados por un gesto de despreciable viveza paisa. Así, pues, la primera invitación es a seguir los pasos de otro poeta santarrosano, Amílcar Osorio, quien saltó, como Sierra, los balcones del seminario La Apostólica en el mismo parque, para irse a fundar el Nadaísmo con Gonzalo Arango y después a Estados Unidos a gozar de su homosexualidad en los brazos de la Generación Beat.

Saltemos los balcones de la rancia clericidad y, si no nos vamos a dar a la libertad del amor, respetemos a quienes si van a incendiarse en sus llamas. Saltemos los balcones de la nostalgia de una Grecia a la cual nunca pertenecimos y pongamos el respeto a la vida por encima de las ideas.

Saltemos los balcones de la vergonzante santarrosanidad, de todo comarquismo.

No seamos indolentes con las víctimas del Estado, ni con las de los terratenientes de turno que ocupan los Concejos y las Alcaldías por encima de quienes los desenmascaran ante el pueblo, como había hecho Orlando Sierra con sus asesinos.

No satanicemos a los estudiantes que tanto amó y defendió el poeta y periodista homenajeado en esta noche. Tal vez su protesta sea una de las más legítimas que haya en Colombia y, asimismo, de las más calumniadas por los recaudadores de impuestos y repartidores de cianuro.

La columna del escritor de tres libros de poemas y dos novelas se llamaba Punto de encuentro. Allí compiló él mismo su pensamiento político y social. Reunámonos siempre al calor de la palabra, su palabra; puede que el lenguaje sea un hogar, una tierra natal donde quepan todas las personas. Que la poesía, en medio de la catástrofe política que somos como país, sea nuestro punto de encuentro.

Hace 16 años mataron a Orlando Sierra. ¿Cuándo, les pregunto, cuándo se nos acabó el dolor?

Palabras pronunciadas en el primer Festival del libro de Santa Rosa de Cabal, 24 de noviembre de 2018.

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