Voy a esperar tu regreso todos los días de mi vida.
Voy a esperar tu regreso todos los días de mi vida.
Hace algunos meses recibí una llamada que me decía que mamá se había ido. Había vuelto con sus padres, a un lugar que espero sea digno de su belleza, de su bondad, de su corazón infinito. Había vuelto a ser un ángel. Para decirlo mejor, siempre fue un ángel que este mundo no merecía; con sus manos perfectas, durante más de veinte años, día a día, sin tregua, embelleció su pueblo en Estilo y Corte, su peluquería de la 13 con 14, enfrente de la Galería, mi lugar favorito en el mundo, el lugar favorito de muchos niños y niñas que amaban que ella les cortara el cabello con amor; de señoras del campo que le traían los sábados bananos para sus hijos y nietos, guayabas, piecitos de geranios; de andariegos que no tenían con qué pagar y ella los dejaba presentables para su soledad, y les enviaba de vuelta a la calle con un café y un buñuelo en las manos. De señores de la montaña que entraban a la peluquería con el ceño fruncido, con su barba huraña y su cabello de náufragos, y salían de allí como galanes de telenovela, sonriendo. Mamá había sido recolectora de café en su juventud, para poder costear sus estudios en peluquería, y estaba muy orgullosa de haberlo sido. Es más: todavía se consideraba una recolectora; creo que en su trabajo encontraba una conexión con el campo, con nuestros orígenes, que la hacía sentir feliz.
Mamá era una contadora de historias como pocas. Tenía vivos sus recuerdos de infancia, y los recuerdos de sus padres adorados, que nos transmitía con gracia mientras sus tijeras bailaban en nuestra cabeza. Era también consejera de sus clientes, y sus secretos siempre estaban seguros con ella. Iban a su peluquería a desahogarse, a motilarse el alma; cuando se paraban del sillón, se encontraban a sí mismos más jóvenes, y bellos, muy bellos, por dentro y por fuera.
De niña había querido ser profesora, pero su sueño se truncó por culpa de la aspereza de los caminos rurales. De joven tenía un cuaderno de versos donde transcribía poemas que le gustaban, y escribía los suyos con sus manos sagradas, describiendo los anhelos de su corazón en un tono más bello que el del turpial más enamorado. Muchas veces leí su cuaderno, maravillado; infortunadamente se perdió en alguna de las innumerables mudanzas que tuvimos por las veredas de Risaralda, en muy pocos años, antes de que ella con el trabajo de sus manos construyera nuestra casa. No pudo ser profesora, pero estuvo muy feliz de verse reivindicada en sus dos hijos que sí lograron ser profesores, a pesar de los mismos caminos rurales… Poeta siempre fue y siempre será, aunque no haya vuelto a escribir y su cuaderno de versos sólo esté en mi memoria de niño.
Hace algunos meses recibí una llamada que me decía que mamá se había ido. De inmediato hice maletas, renuncié al trabajo y volví a vivir en mi pueblo. Todos los días voy en algún momento del día al Alicachín, pido un tinto como el que tomábamos juntos, y me dispongo a mirar al frente, hacia Estilo y Corte. La imagino leyendo El Faro o El Espectador, que un amigo bondadoso le hacía llegar sin falta, buscando un poema de su hijo mayor, o una pintura de Leo, y sonreír, satisfecha. Todos los días me siento en su peluquería, y sigo viendo la gente pasar, con sus colores y su sombra, y mi corazón se ensancha y se acelera al imaginar que vuelve, que aparecerá desde la calle, se pondrá su delantal y le dará vida a todo con sus manos de ángel. Voy a esperar su regreso todos los días de mi vida.
Albeiro Guiral
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Publicado originalmente en el periódico El Faro de Santa Rosa de Cabal en agosto de 2023.
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