El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

La lluvia nos trae a los muertos

Foto: @Saragapi.
Foto: @Saragapi.

Hay un hombre a quien amo. Lo estoy recordando, ahora, a cuatrocientos kilómetros de donde, seguro, debe estar dormido. A cuatrocientos kilómetros de casa y a una fracción de eternidad de la niñez. Una tarde sepia en que recolectábamos café, la lluvia cayó de súbito entristeciendo a los perros y haciéndonos ocultar a él y a mí bajo la ancha fronda de un palo de lembo. No había silencio, había un viento estruendoso con el que las palabras de aquel señor llegaron a mí: «Este sábado tendrás la plata completa para comprar tu máquina de escribir. Tu trabajo de todos estos días ha valido la pena».

Ahora don Pedro duerme. Esta tarde en la que escribo, no en la máquina en que hice mis primeros poemas, y que sorbo un café que no recolectaron sus manos, mi abuelo duerme. La lluvia me lo trae desde la alta montaña risaraldense hasta una calle de la vieja Bogotá. Es la lluvia, que algún día tocó sus manos, la que ahora me acaricia el rostro. Esta lluvia, que ahora adquiere el sabor melancólico de mi piel, tal vez mañana va a caer sobre el pasto de su tumba y va a filtrarse hasta su cuerpo para fertilizar su corazón. Un árbol de cafeto o una platanera que amen los turpiales podría brotar de ese corazón enterrado.

También tengo ahora el recuerdo de los recolectores envueltos en plástico, inmóviles, de manos arrugadas y cabezas gachas, bajo la misma lluvia. ¿Qué esperaban aquellos hombres jóvenes, morenos, cuando escampase? ¿Que cuando se disipara el lampo de agua hubieran pasado años y que sus cuerpos, revueltos en la tierra con hojarasca y lombrices, ni siquiera las gallinas ciegas en su hambre infinita, al escarbar, pudieran encontrarlos?

Hay, sin embargo ˗y esto es una súplica de amor˗ una imagen, un recuerdo de la lluvia que no quiero tener:

Hace apenas días

Hace apenas días murió mi padre,
hace apenas tanto.

Cayó sin peso,
como los párpados al llegar
la noche o una hoja
cuando el viento no arranca, acuna.

Hoy no es como otras lluvias
hoy llueve por vez primera
sobre el mármol de su tumba.

Bajo cada lluvia
podría ser yo quien yace, ahora lo sé,
ahora que he muerto en otro.

Este poema magistral es de Hugo Mujica. Me rehúso a que un día llegue a conmoverme por algo más que la novedosa unión de sus palabras. Su imagen duele, no se lee sino que se ve caer, sin remedio, en los charcos de la mente. Me rehúso a leerlo un día y que me duela más allá de sus palabras. La poesía a veces nos permite perpetuar a las personas. La lluvia no: la lluvia nos trae a los muertos. Óscar Milosz bien lo decía: «Los muertos están ebrios de lluvia antigua y sucia».

twitter.com/amguiral

Comentarios