El Peatón

Publicado el Albeiro Guiral

Don Quijote y el elogio de la poesía

El Caballero de la Triste Figura consideraba a la poesía «una milagrosa ciencia»

Detalle de la portada de la primera edición de El Quijote. Madrid, Juan de la Cuesta, 1605 (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).

A más de cuatrocientos años de la muerte de Cervantes es poco lo que sabemos acerca de su vida. Es muy comentada su participación en la guerra, el suceso de Lepanto y su filiación burocrática que, entre otras anécdotas y líos legales, le causó inclusive tanta curiosidad por venir a trabajar a nuestro continente que, con una letra trémula y casi imperceptible, le dirigió una carta al rey, fechada el 21 de mayo de 1590, solicitándole la asignación «de un oficio en las Indias de los tres o cuatro que al presente están vacantes, que es el uno la contaduría del nuevo reino de Granada, o la Gobernación de Soconusco en Guatimala, o contador de las galeras de Cartagena, o Corregidor de la ciudad de la Paz». Las vicisitudes que  hubiese padecido el español en Cartagena de Indias para escribir El Quijote, en medio del sopor abrumador, de la música sensual del Caribe y en compañía de una morena hermosísima llamada nada más y nada menos que Piedad, las fabula muy bien Pedro Gómez Valderrama en su cuento En un lugar de las Indias.

Lo cierto, entre tantas fabulaciones alrededor del genio, entre tanto misterio que llena de bruma su biografía y al tiempo la sublima, la hace legendaria, si se quiere, es el hecho de que todo lo que conocemos de él, de su pensamiento, lo encontramos en su obra numerosa y, sobre todo, en El Quijote, su cumbre y su fin, como nos recordaría Augusto Monterroso: «El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote». Es memorable la crítica literaria que hace el escritor en la primera parte del libro (Cap. VI), cuando el cura y el barbero realizan el escrutinio de la biblioteca que provocó las alucinaciones de su buen amigo. Y así, entre otras participaciones que hace Cervantes dentro de su propia obra, a pesar de que nos diga, para tomar distancia, que la autoría es de Cide Hamete Benengeli, tal vez sea el capítulo XVI de la segunda parte aquel que mejor evidencia el amor exacerbado que sentía por la poesía.

En este episodio, como anota Randolph D. Pope, la aparición del Caballero del Verde Gabán, después de que el Quijote acaba de ganar una batalla contra El Caballero de los Espejos, y se encuentra enardecido y valeroso, va más allá de lo fortuito y podría significar un llamado a dejar las armas:

Don Quijote describe su oficio de caballero andante y esboza un retrato de su persona, a lo que responde don Diego con una descripción de su vida acomodada, discreta y medianamente generosa. Los dos tienen una edad semejante, pero difieren marcadamente en los recursos de que disponen y en su vocación. Más que una simple conversación, se trata de un conflicto soterrado: es frecuente en las historias de héroes y santos enfrentarlos a otras posibilidades de vida, tentándolos con una vida más segura y menos esforzada.

Sin embargo, aparte de conflictuar a su personaje, y de irle mostrando a su «desocupado lector» el camino que le espera a este en lo que resta del libro, Cervantes aprovecha la oportunidad para conmovernos con su hermoso discurso sobre la poesía. El Caballero del Verde Gabán comenta que tiene un hijo que se ha pervertido por el arte de hacer versos y, como buen padre preocupado por la economía y buenas maneras de los suyos, dice temer por su futuro. Don Quijote toma entonces la palabra y se arrebata en una tremenda lucidez que deja perplejo a su interlocutor, que hasta el momento lo había considerado un «mentecato».

En primer lugar nos sorprende al definir la poesía como «milagrosa ciencia»… Definición compleja y por lo demás indescifrable si se entiende que hace converger en una sola línea dos términos tan opuestos como el milagro y la ciencia. Y como si fuera poco, nos dice que

La poesía, señor hidalgo, a mi parecer es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella…

Una ciencia milagrosa, sí, pero la más grande y para la que todas las demás trabajan, que no «quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios». Ciencia, concepto que podríamos entender como oficio, arte, devoción, que para el escritor debería estar alejada de las cortes, una crítica tal vez para los poetas que entonces vivían como bufones del rey y que en esta época podemos ver en ocasiones tan bien representados. Una crítica para los truhanes y para el ignorante vulgo «incapaz de conocer ni estimar los tesoros que en ella se encierran. Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde, que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo».

De este modo, el caballero andante servía de portavoz, como por arte de encantamiento, de Cervantes. Después de hacer una apología de la poesía y de pedir para ella el trato que se le da a lo sagrado, también pedía en aquella época que se respetaran las nuevas formas, como el romance, y que se tuvieran por iguales de los clásicos a los poetas que no escribían en griego o en latín y cuyas obras estaban tomando fuerza. Todas las palabras del discurso podrían ser problemáticas, discutibles y de hecho darían para largas conversaciones en contexto, pero es innegable la vigencia que tienen hoy, como el libro mismo que es un poema sublime, cuando la poesía sigue siendo la más grande de las artes, la más milagrosa y del mismo modo, tal vez, la más subestimada.

Ojalá los poetas no olviden las palabras de don Quijote en este episodio, y no olviden el entusiasmo con que citó a Juvenal: «Hay un dios en nosotros».

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* Todas las citas de El Quijote pertenecen a la edición del Centro Virtual Cervantes.

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