«No sé si es el clima el que curte el carácter, pero los norteños somos parcos, directos, las frases son como flechas que van directo al centro, como decía Horacio Quiroga que debían de ser los cuentos»

En esta ocasión, dentro de la serie Cuentistas latinoamericanas, les presento a la escritora Liliana Pedroza, quien nació al norte de México en 1976, en Chihuahua, donde el desierto es ilímite y el sol nos hace creer que el sueño es lo real y la vigilia el espejismo. Es autora de un libro de ensayos, Andamos huyendo, Elena (Tierra Adentro, 2007), y del catálogo historiográfico Historia secreta del cuento mexicano (1910-2017) (UANL, 2018), movida por el rigor de la escritura académica — es licenciada en Letras Españolas y doctora en Filología Hispánica—, pero en la escritura de cuento, en su arte secreto, en la construcción de múltiples personajes que narren su estética, su visión de mundo, ha encontrado su vocación y cada vez más sus libros Vida en otra parte (Ficticia Editorial, 2009) y Aquello que nos resta (Tierra Adentro, 2009) encuentran más lectores en México y Latinoamérica.
Parte de la obra de la cuentista ha sido traducida al francés y griego, y obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2009, el Premio Chihuahua de Literatura 2008 en el género de cuento y la Mención de Honor del Concurso Nacional de Cuento Agustín Yañez en 2007.
A continuación, leamos sus palabras a propósito de su oficio, seguidas de una muestra de sus cuentos:
En un panorama editorial, si se quiere hegemónico, donde la novela pareciera dejar menos terreno para otras formas de escritura, ¿por qué escoger el cuento?
Quizá haya sido el cuento el que me ha elegido a mí. Me interesa la brevedad, las elipsis, la contención de una atmósfera o un momento climático en una frase o en un silencio. Crecí en una ciudad al norte de México, en pleno desierto, no sé si es el clima el que curte el carácter, pero los norteños somos parcos, directos, las frases son como flechas que van directo al centro, como decía Horacio Quiroga que debían de ser los cuentos. Yo creo que es por eso me ha sido natural llegar al territorio del cuento.
A propósito de Quiroga, quien abrió su célebre Decálogo del perfecto cuentista recomendando creer en un maestro como en Dios mismo, ¿qué opinión te merecen los nombres de Chéjov o de Silvina Ocampo, por ejemplo? ¿Qué piensas de tener un maestro, una maestra?
Tanto Antón Chéjov y Silvina Ocampo son unos maestros del cuento cada uno a su modo. Los cuentos de Silvina Ocampo los conocí cuando conseguí sus libros en un viaje a Buenos Aires porque en México es imposible tenerlos. Vuelvo a ambos de vez en cuando porque siempre tienen algo que decir, sus cuentos son inagotables, encuentro una maravilla en cada relectura.
Yo he tenido algunos maestros y me parece imprescindible guiarse por ellos sobre todo mientras uno busca su propia voz, luego hay que soltarlos para continuar uno con su propia búsqueda. Mi maestro de cuento es Guillermo Samperio a quien busqué en su taller literario luego de haber leído todos los libros que encontré de él. Samperio es uno de los grandes cuentistas mexicanos contemporáneos. Él me ayudó a trabajar mis primeros cuentos y aprendí mucho cuando aconsejaba a mis compañeros. Pero mis maestros también son aquellos que leo y que siento una afinidad en los temas que tocan o en las técnicas que emplean, entonces mi lectura no es solo por gozo sino una mirada que disecciona para intentar encontrar los engranajes de su escritura, como la de Carson McCullers, Eudora Welty, Elena Garro, Inés Arredondo, Alfredo Bryce Echenique, por mencionar algunos que me vienen a la mente.

¿Qué relación le encuentras al cuento con otros géneros? ¿Con la poesía, tal vez?
El cuento es un género anfibio y traspasa los límites de otros géneros como la poesía, el ensayo, la greguería. Los teóricos más conservadores creerán que eso es una aberración porque aguardan siempre la llegada del cuento clásico. Pero el cuento es un género muy versátil y eso nos permite seguir contando las mismas historias de diferente manera. El cuento breve o minicuento se aproxima más a la poesía porque tiene que buscar la manera de contener un universo en unas cuantas frases y para eso se tiene que valer de las metáforas.
Lee aquí Ventanas y Samalayuca, cuentos de Liliana Pedroza.
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¿Qué cuentistas latinoamericanas me recomiendan?🤔
— Albeiro M. Guiral (@amguiral) July 9, 2020