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¿Y el cuento qué?

Flickr, Dawn Huczek
Flickr, Dawn Huczek

En Barranquilla se reúnen desde ayer cinco escritores para relatar su visión del cuento latinoamericano, sus carencias y su historia, a veces tan atropellada y escondida, en el XXIV Festival de la Cultura Universidad del Norte.

Juan David Torres Duarte (*)

Cuenta el escritor Ramón Illán Bacca que José Félix Fuenmayor, al final de su vida, quiso realizar una antología del cuento colombo-venezolano. Fuenmayor, gran lector, a ratos gran escritor, decidió hacer una depuración hipotética de dicha lista. Luego de un trabajo continuo —sigue Bacca—, sólo quedaron dos cuentos: uno de Gabriel García Márquez y otro de Álvaro Cepeda Samudio. Del primero permaneció la estructura completa, del modo más idóneo posible; del segundo, sólo se salvó el epígrafe, que no era de Cepeda.

En esas palabras, y en ese aliento, se inauguró el encuentro sobre “El estudio crítico del cuento latinoamericano” en el XXIV Festival de la Cultura de la Universidad del Norte en Barranquilla. Allí, cinco escritores contaron, en suma, su visión del género cuentístico.

De mirada dura, el escritor monteriano José Luís Garcés, ganador del concurso de cuentos de Ibraco y también autor de novelas, hizo memoria de sus lecturas, de Manuel Cofiño López (cubano) y de Lenito Robinson Bent  (de la isla de Providencia). Y dijo, vehemente, seguro, con la mirada en alto, que de los cuentos saldrían algunas enseñanzas, ejemplos de vida para enfrentar esta vida “farsante”, dijo, vehemente. ¿Deja enseñanza la literatura, el cuento? ¿Es su obligación ética?

De Montería pasaron a Cali, a Cali calabozo, a la generación de jóvenes que tocaron rápido el abismo, que tomaron el lenguaje del cine, de la calle, del bolero, del rock. La generación de Andrés Caicedo y Humbero Valverde, que se hundieron en el gótico y lo retrataron en el trópico, en las aceras duras de la ciudad. “Cada roce, cada paso es ciudad”, dijo Adolfo Caicedo, escritor caleño. El cuerpo y la ciudad son lo mismo, pues. De modo que en el microcosmos, y en el caminante y en la ciudad, se encuentra el mundo entero.

Y de Cali, despacio, a Cuba. El escritor y ensayista isleño Alberto Garrandés, un hombre de sonrisas amplias pero poco ruidosas, habló de los realistas cubanos y de otros que quieren alejarse de ellos, en un eterno enfrentamiento entre talento y tradición, esa cosa que perdura y que fastidia y que es padre y víctima a un mismo tiempo. Tradición que se ha desdibujado en esta ciudad, en Barranquilla, porque, dice el escritor Ramón Illán Bacca, aquí ya no hay grupos literarios, aquí quedan pocos escritores, no hay medios, no hay cómo escribir sin estar en riesgo de morir hambriento. Porque no es posible vivir del cuento, pero sí vivir el cuento.

Entonces Ricardo Chávez —mexicano, ganador de mil y un premios, escritor de 40 libros— tomó la palabra y dijo que nuestra época era un hecho hiperrealista y que por hiperrealista estaba perdiendo la fe en el cuento, no lo leía ya, no leía ficción porque era mentira, pero es más mentira, dijo, la verdad de los noticieros, de las crónicas, que sólo se fijan en la apariencia, dijo, y dijo también que un hermano de un amigo suyo había muerto, saltado desde un puente, y que allí se dio cuenta, dijo, de que los cuentos comienzan cuando terminan y lanzó frases citables, frases de bella gramática, “el cuento recoge la bisagra de una existencia”, “el cuento caza los instantes en que se define la vida”, “el cuento es el desarrollo de una triste sabiduría que perfeccionará el conocimiento de la condición humana”.

Y luego se calló y lo aplaudieron.
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(*) Periodista de El Espectador.

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