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Una visita inesperada

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Valentina Fernández Giraldo

Me sentía mal, una pequeña agonía invadía mi corazón, mis entrañas, y crecía cien veces consecutivas por segundo. Esta es la hora en que aún no sé a qué se debía esa desagradable y tormentosa visita.

Estaba en casa, sola, como de costumbre, con un hambre que se radicaba de aquella agonía, así como los animales, plantas y nosotros los seres humanos nos radicamos de algo, es como si fuéramos clonados de alguien a quien no nos parecemos, por explicarlo de una manera más fácil, ya que a veces ni alcanzo a digerir y entender por qué razón llegan tantas ideas descabelladas a mi mente, a tal punto que he sentido que mis ojos dan vueltas como dos molinos descarriados. Pero continuando con este suceso, recuerdo que ese día al levantarme me sentí como si no estuviera viva, no me sentí en esta dimensión, era todo confusamente extraño.

Sentía repentinamente una punzada en el corazón, en lo más interior de mi sentía cómo segundo tras segundo algo escarbaba en aquella máquina que bombeaba sangre con la función de mantenerme en pie, sin mucho sentido que digamos. La verdad, no me inmuté mucho por aquella extraña sensación. Decidí tomar una ducha, comer algo y tomar un libro que alguien había dejado en un pequeño estante, pero algo muy singular para mí u ordinario para aquel contexto sucedía, no sentía el agua al bañarme, mi paladar no degustó el bocado de comida y las letras de aquel libro se me hacían descomunalmente inciertas. Pero de cierto modo, algo más allá de mi interior no me permitía entrar en razón.

Decidí dormir. Quizás eran secuelas del ataque esquizofrénico que había sufrido días atrás; en realidad estos ataques no eran mucho impedimento para mi vida, ni para mi cotidianidad, incluso por más absurdo que suene me sentía bien, me agradaba convivir con ellos en esas insuficientes ocasiones.

Desperté a eso de las 4:00 de la tarde. En ese momento fue donde pude sentir que nada había cambiado, esa forzosa agonía y esa atosigante hambre persistían y se apoderaban más de mí, pero acá, siendo realistas, no tenía hambre de la que por inercia sentimos todos ¡No! Sentía un hambre desmesurada, pero no lograba razonar, que era lo que en realidad deseaba. En cuestión de un minuto, toda esa tranquilad que había sentido en el día, sin darme cuenta por qué, se tornaba de otro color, tomaba otra forma. Yo comenzaba a sentir la desesperación, la irritación más confusa y más incógnita que había podido sentir en mis años de existencia. Era tan fuerte esto, que mi cuerpo no resistió más y se desplomó en el suelo como una pesada pluma que no tiene un rumbo definido.

No tardé mucho en despertar. Solo sé que fue molesto y agotador hacerlo. Duré unos minutos para poder tomar conciencia de qué sucedía y de por qué y cómo había llegado a aquel extraño y grotesco lugar. Corrí por un tiempo indefinido hasta toparme con una habitación de una clínica. En aquel lugar se encontraban una cantidad de médicos y policías hablando desconcertadamente de un tema que no me era conocido, pero en un momento de silencio absoluto en la habitación pude escuchar cuando uno de los médicos dijo las siguientes líneas, con algo de severidad: “Canibalismo, lo que acaba de cometer esta pequeña criatura, devorando por completo sus propios órganos, sin dejar a salvo uno…”, decía, mientras observaba un cuerpo idéntico al que yo podía observar cuando me paraba frente a un espejo.

Y en ese momento, con mis pensamientos hechos ruinas, entendí que por alguna razón nunca fui de carne de y hueso, y que nunca había pertenecido a esa dimensión a la que muchos le dan por nombre vida.

Imagen tomada de eltonodelavoz.com, de Tarsila do Amaral

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