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Una triste historia

 

 

 

A Quiet Place, Flickr, Jimmy Brown
A Quiet Place, Flickr, Jimmy Brown

 

 

Manuel Mejía (*)

Mañana se cumple un nuevo aniversario de la muerte de la abuela Rosario. Es un día triste, nosotros vamos como a medio día al cementerio, papá, mamá y nosotros tres. A Daniel y a mi nos ponen corbata y a Pili la visten de princesita. Mamá llora y vemos todos a lo lejos al tío Eufracio y su familia, más allá de la verja, quienes entran solo cuando nosotros ya hemos salido.  Ya ni se hablan y parece que se odian. En eso llevamos dos años, y entre el tío Eufracio y mamá se echan las culpas de todo. Habíamos ido a la laguna a pasar el día, jugamos con los primos, la abuela estuvo rico sentadita a la orilla, mirando el agua que tanto le gustaba, resguardada con su frazadita, almorzamos hamburguesas con papitas fritas y a la tarde, ya cuando el frío tomaba confianzas, cada cual cogió su carro y de la vuelta a la ciudad.DA Quiet Place, Flickr, Jimmy Brown[/caption]

 

 

Manuel Mejía (*)

Mañana se cumple un nuevo aniversario de la muerte de la abuela Rosario. Es un día triste, nosotros vamos como a medio día al cementerio, papá, mamá y nosotros tres. A Daniel y a mi nos ponen corbata y a Pili la visten de princesita. Mamá llora y vemos todos a lo lejos al tío Eufracio y su familia, más allá de la verja, quienes entran solo cuando nosotros ya hemos salido.  Ya ni se hablan y parece que se odian. En eso llevamos dos años, y entre el tío Eufracio y mamá se echan las culpas de todo. Habíamos ido a la laguna a pasar el día, jugamos con los primos, la abuela estuvo rico sentadita a la orilla, mirando el agua que tanto le gustaba, resguardada con su frazadita, almorzamos hamburguesas con papitas fritas y a la tarde, ya cuando el frío tomaba confianzas, cada cual cogió su carro y de la vuelta a la ciudad. El problema fue al día siguiente, cuando todos pensamos que la abuela había viajado en el otro carro. Cuando fueron a buscarla, mamá dice que seguía en la orilla, sentadita y fría. Parece que quedó como un pollito.

El maestro Tapias

 -¡Mierda!, gritó a la vez que alzaba los brazos como si fueran las aspas de un gran ventilador, y todos nos quedamos aterrados viendo al maestro Tapias, tan formal siempre, recto, educado y cortés, de los que se levanta cuando se acerca alguien a la mesa, de los que arrastra el asiento de las damas cuando éstas se sientan, a quienes besa con delicadeza la mano, haciéndolas sentir condesas por un minuto. ¡Él, diciendo mierda! El maestro Tapias, que tendrá unos cincuenta años y pareciera vivir en el siglo diecinueve, con tirantes plásticos que le aguantan las medias y siempre un pañuelito florido en el bolsillo del saco, otro blanco en el bolsillo del pantalón para ayudar en las emergencias, para prestárselo a quien lo necesite, no vaya a ser que una dama se haga un sucio, había dicho, cuando nadie de sus labios había oído algo parecido, la palabra mierda. Nadie osó mirarle o saber qué había ocurrido, pero sí

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