Marcela Joya (*)
Miedo al silencio que crece,
al silencio que emana de mi boca
y se despliega en el humo de un cigarrillo,
impregna mi casa. Huele a sigilo.
Miedo al vacío
inmediato a la dicha desvanecida,
suspenso en el cuerpo de una memoria holgazana
que no quiere recordar.
Miedo a la felicidad,
cuando al suspiro se prolonga
mezquina
no me pertenece
es de otra,
de aquella que se ensaña en exhibir su vanidad,
y de la vanidad, otra forma de felicidad.
Miedo al deseo que será capricho que será obsesión
y al final el absurdo o lógico convencimiento de que,
algo alguien eso aquello,
es para mí.
Miedo a que realmente lo sea.
Miedo al miedo, el más grande de los grandes,
el único.
Miedo del miedo que soy yo,
la existencia sin culpa de otros.
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(*) Colaboradora.