
Isabella Portilla (*)
El correo postal del señor Bond colinda con el letrero del buzón de su vecino, que todavía reza “C. Gasko”. La inscripción del apellido judío está ubicada en el apartamento 303 del edificio Princess Eugenia, una propiedad californiana de 28 apartamentos que refleja confort por fuera, pero por dentro no deja de provocar descuido.
Hace diez años rentó ese apartamento. En el último año pagó 1148 dólares mensuales por habitarlo. 1148 dólares: más o menos dos millones cincuenta mil pesos, cifra menuda para la categoría del sector. Se llamaba Charles. Solía salir a caminar en las mañanas frente al océano pacífico, a tan sólo tres cuadras de su casa. Caminaba solo, o con su esposa Carol, su única compañía. Lo que podría ser una constante, según sus vecinos, era verlo retornar a casa de mal humor.
Tenía 81 años, pero ni los porteros de su edificio, ni el dueño del supermercado que solía frecuentar después de sus caminatas matutinas sabían algo de su vida. Tampoco Barbara Gluck, su vecina, la ex fotógrafa del New York Times que se limpiaba los ojos una y otra vez al conocer la verdadera identidad del hombre que vivía a dos puertas de su hogar.
Charles no hablaba con nadie y el ceño fruncido que iba adjunto a su cara, como plomo a escopeta, le servía de escudo para que ni el más intrépido o desatento ser humano se aventurara a acercársele.
El miércoles que acaba de pasar, la Policía de Los Ángeles y los agentes del FBI sitiaron el apartamento de Santa Mónica que colinda con el del señor Bond. La tarde estaba fresca y todavía se olía el celaje del mar cuando Charles y Carol dejaron de ser ellos. Gracias a los melindres mediáticos, sus vecinos y el mundo se enteraron del rompimiento de un mito: el gánster más buscado en Estados Unidos y su esposa habían sido arrestados.
Charles Gasko era en realidad James “Whitey”Bulger, el hombre más perseguido de los Estados Unidos, el número uno en el top ten de los más buscados por el FBI, después del fallecido Osama Bin Laden.
Era el ex jefe de la sanguinaria pandillade Winter Hill, en Boston, en un barrio de inmigrantes italianos e irlandeses a quienes se les facilitaba el intercambio de droga y armas.
Al hombre se le acusa de haber matado 19 personas. Está sindicado por narcotráfico, extorsión, lavado de dinero y conspiración. Catherine Greigo o Carol Gasko, su esposa––quien por amor cambió su identidad y puso en peligro su vida durante más de 20 años–– fue su anzuelo.
La captura de Bulger se consiguió después de que el FBI empezara una campaña en radio y televisión para localizar a la compañera sentimental del gánster. La idea era dar a conocer las aficiones de la mujer: sus constantes visitas a las peluquerías y centros de cirugía plástica, el cariño hacia los perros y su posible profesión actual: odontóloga. Como si fuera un estudio de mercadeo, se planeó emitir la campaña en programas cuya audiencia comprendiera la misma edad de la mujer.
Ya se sabe cuál fue el resultado.
Martin Scorsese, junto a William Monahan, el guionista de The Departed (Los infiltrados), se inspiró en la vida de Bulger para dotar de poderío a Frank Costello, interpretado por Jack Nicholson, el temerario jefe de la mafia de la mayor banda de crimen organizada de la ciudad.
La última vez que el FBI supo de él antes de su arresto fue en 2006. Una llamada anónima decía haberlo visto entrar a un cine que proyectaba una película sobre criminales americanos de Scorsese.
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(*) Periodista de El Espectador.