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Un tiempo para el amor

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Por: Luisa María Rendón

Una vez logré describir en algunas letras lo que sentí cuando sostuve por primera vez unas manos que no se sentía en los dedos, sino en el pecho, en la respiración, en el tiempo y a veces en el espacio. Cuando sostuve por primera vez esas manos, logré atreverme a decir que fueron esas  las que con un orgasmo me habían hecho acariciarle el alma a Dios.  Luego tuve como teoría que no cualquier persona de este planeta era quien me había hecho sentir eso de coger una mano y susurrarle al tiempo que ahora quien estaba venciendo era yo. Me sentía tan victoriosa que cuando sus manos me llevaban a contemplar cada espacio de su rostro y lograba encontrarme con sus ojos,  me sorprendía al descubrir  unas pupilas que no se cansaban de mirar un cuerpo que estaba buscando amar el suyo. Y claro, cuando sentía que la respiración se acababa porque su boca se alejaba de mí y eso me obligaba abrir los ojos y apreciar que el tiempo seguía y nuestros cuerpos permanecían en algún espacio de la tierra, lograba entender que no era sólo acariciarle su rostro sino que además me estaba apropiando de su tiempo sólo con sostenerle sus manos, era como si estuviese situando su presencia en un lugar de mi memoria.

Pero ahora, que  me toca decirle al tiempo que no sólo sus manos son de él sino también su presencia, me he encargado de confirmar otra teoría. En estos tiempos en los que amar abre más caminos en direcciones contrarias que en  los tiempos pasados; en estos tiempos en los que acariciar un espacio de la cintura es tan efímero como la bendición de Dios o como la suerte del diablo, en donde hablarle bonito a un corazón cuenta como si fuese una batalla y no la guerra completa; donde los medios nos sofocan con las noticias del despilfarro del país y no en la construcción de un ideal que nos mantenga firmes para construir;  en donde el prototipo  de los pingüinos que mueren juntos es tan utópico como creer que el agua en algún momento se va acabar; es en estos tiempos en donde la palabra libertad nos dirige hacia cualquier vulva o en donde la sed no se busca en una boca sino en el desierto de cualquiera; en estos tiempos en donde el sufrimiento de un amor tardío es aturdido con cualquier voz que venga a sostener el puente antes construido; es en estos tiempos en los que buscar una llamada en un bosque se vuelve tan efímero como encontrar el aire de la luna en el cual se obtuvo un espacio mientras se soñaba con un mundo mejor.

No estaba tan loca la abuela cuando decía que en estos tiempos las cosas parecen ser más fáciles, que en estos tiempos, mija, amar se ha vuelto como cargar con un montón de muertos que han dejado las malas experiencias y que el hueco no se llena con un cuerpo sino con cualquiera que pueda caber en el. Tampoco es mentiras lo que decía mi padre cuando expresaba que el dolor más grande lo había sentido por el amor, pero que la recompensa más fructífera de la vida  fue la de haber amado antes de que la muerte se lo llevara. Por lo que siento, tampoco es mentira el reproche que me hace mi perro cuando llegan a mi casa un montón de manos acariciarle su lomo y no son las mismas manos que le acariciaron el alma a Dios.  Por ahora me queda saber que esta teoría no se acaba tan rápido hasta descubrir hasta qué punto el amor se ha vuelto solo en palabras y no se siente como el de los caballitos de mar.

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