(Primera Parte)
Por: Claudia Quintero
El agua corría por su rostro, desde la frente hasta los labios. Sus manos rozaban su cuello, que empapado escurría el agua hacia la espalda. De repente, contempló su imagen en el espejo que se encontraba al frente de la ducha. Luego, recordando un viejo placer infantil, comenzó a dibujar en la puerta de la bañera. Se empeñó en hacer un pequeño girasol, el cual debido a las circunstancias parecía más un espantapájaros que una flor.
Ese día, un 23 de septiembre, Catarina Dannerhoff García, de 45 años de edad, iba a su primera entrevista laboral. La cita estaba programada para las 10:00 am. Eran las 9:20 y como diría ella misma, estaba “sobre el tiempo”. Adicionalmente, la Galería Monteallegro (el lugar en donde aspiraba trabajar), se encontraba precisamente en el otro extremo de la ciudad. Teniendo en cuenta el tráfico bogotano, podría considerarse una hazaña el hecho de que lograse llegar a tiempo a aquella cita.
Al percatarse de la hora, apretó desesperadamente la botella de champú sedal para cabellos lisos, pero ni una gota cayó sobre su mano. De esta forma, se vio obligada a usar el champú Ego de su marido, prefería esto antes que no lavarse el cabello para la que podría ser la única entrevista de toda su vida. Posteriormente, se dispuso a enjabonarse con la pequeña barra amarilla de Jhonson`s Baby, cuyo tamaño era inferior a los 5 cm. Después de haber tomado lo que ella por alguna razón consideraba un “baño europeo”, enrolló su pelirroja cabellera en una toalla blanca. Tras haberse puesto su bata azul, Catarina giró la perilla de la puerta y esta cayó al suelo.
En ese momento, Catarina hizo lo posible por mantener la calma, se convenció a sí misma de que debería haber alguna manera de salir. Como muestra de su ingenio, trató de abrir la puerta introduciendo un pasador en el agujero que antes sostenía la perilla, pero todo fue en vano. Se había quedado encerrada en el baño de su casa. Para su más profundo horror, su marido trabajaba hasta las 8:00 pm; sus hijos llegaban del colegio a las 5:00 pm; su empleada tenía el día libre.
Entre el enojo y la frustración, Catarina lanzaba improperios a su marido diciendo: Y cuál es el hombre de la casa?, aquel zoquete al que le vengo diciendo desde hace más de un mes sobre el mantenimiento de las puertas, ese inútil que debe estar tomando felizmente su taza de café y coqueteándole a su secretaria. Mientras yo veo cómo se derrumban ante mis ojos todos los sueños de vender mis obras de arte, pero a ese desconsiderado cómo le va a importar, si no hace más que ignorarme.
Al haber pasado cinco minutos en su inusual cautiverio, Catarina encontró un cortauñas del que se desprendía una pequeña navaja. Pensó que tal vez podría cumplir la misión en la que el pasador había fracasado, nuevamente no hubo ningún resultado. Tendría que ocurrir un milagro. De lo contrario, seguiría recluida en aquel lugar de siete metros cuadrados, cubierto del baldosín blanco, que Catarina se empeñaba en cuidar usando desde decol hasta los productos de limpieza que traía su marido desde los Estados Unidos.
Antes, esto solía molestarle. Pues veía cómo el único propósito en su vida se convertía en mantener su casa como una obra de arte. Irónicamente, este era uno de sus más íntimos placeres, ya que siempre podía involucrar sus dos pasiones, la escultura y la pintura.
Tras el fracaso de cortauñas, Catarina trató de abrir la puerta lanzándole una patada que tampoco funcionó. Al contrario, le dejó un pequeño moretón en el dedo pulgar. Después de mirar la hora en el pequeño reloj amarillo del lavamanos, 9:40 a.m., sus posibilidades de llegar a tiempo se habían reducido a cero. Ya podía imaginar a aquellos jóvenes recién graduados llegando cinco minutos antes a la entrevista, se habrían formado en París, tendrían un talento indiscutible. Mientras ella, una ilusa ama de casa con ínfulas de artista, le había ocurrido el patético accidente de quedarse encerrada en el baño de su propia casa.
En un arranque de ira, Catarina le dio cuatro puñetazos a la puerta, como si esto fuera a derrumbar la estructura de madera de 4 cm de espesor. Nuevamente maldecía a su esposo, al carpintero, al cerrajero (a este con especial furor), a la vida, al destino, etc. Eran ya las 9:55, según el reloj del baño. Catarina, consternada, se había acurrucado semidesnuda sobre la tapa del retrete. Había metido su cabeza entre sus rodillas, mientras sus ojos miraban con callado espanto el borde del inodoro.
¿Qué se supone que debería hacer? La gente elaboraba planes de emergencia para todo, desde incendios caseros hasta catástrofes nucleares, pero qué medidas hay que tomar si el baño de tu casa te encierra y te impide tomar la oportunidad de tu vida. No había absolutamente nada que pudiera sacarla de aquella prisión. Tras quince minutos de permanecer acurrucada en el retrete, Catarina aceptó con resignación su inevitable destino como aquella ama de casa dependiente de su marido e ignorada por sus hijos.