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Un crepúsculo en un sueño

olvido

Santiago Ramírez Gutiérrez

La huella del hombre sólo es borrada por la torrencial tempestad del olvido. Olvido que roe la imagen del niño que danza en mi recuerdo. Uno está hecho de eso: recuerdos y más recuerdos que viven en tropel: un recuerdo borra otro. Así se vive: olvidando. Viene la imagen: el enrojecido cielo sopla remembranzas de aquellos niños que se zambullían en las praderas verdes del potrero; un potrero impreciso y vago como los rostros que fluyen en el discurrir de la vida. Este cielo es como el mar: siempre presente y cambiante. Todavía veo las arreboladas nubes sobre la pequeña cabeza de esos niños. ¡Sobre nuestras cabezas! Nuestros desnudos hombros que cargaban con el peso del sol ardiente. Aún mi rostro fluctúa al otro lado del cristal. El día se desgastaba y sus marchitos colores morían: ya habría llegado el negro. Sobre nosotros recaía un peso vespertino; éramos testigos de aquel crepúsculo visto desde los verdes paredones. Aún me repica el corazón: un rostro furtivo en alguna hondonada es la única huella que deja el hombre. El hombre es por su memoria: lo que uno recuerda es lo que ha vivido; y lo que olvidó ha muerto. El brillo de los niños sobre el jovial pasto observando encantados el anochecer: allá lejos, en el horizonte, subían negras mariposas que se deslizaban por el cielo. Inundados. Perplejos. Melancólicos. La noche sacudió nuestros corazones. Ahora estos días anodinos son los botones del traje del tiempo. El crepitar sonoro y sordo de la lluvia revive más imágenes: la polvorosa danza de las muchedumbres en la plaza y los tiernos ojos que observaban desde el potrero. En cada uno de los niños –encada uno de nosotros- se ha ido borrando ese instante; se ha ido perdiendo en la eternidad misma que nos parió. ¡Asesinos! Asesinos de tiempo: acaban con la esencia del hombre cuando olvidan, acaban con el instante. Yo soy una vasija repleta de instantes pasados. Las pequeñas semblanzas se confundieron en una sola: la mirada perdida en la insondable eternidad de ese instante. La imagen-recuerdo vive en mí, en mi vida fragmentaria, como rescoldo adherido a mi espíritu, inspiración de mi alma, preludio de mi muerte. Y el casto niño desaparecerá por entre la sinuosa nada de donde vino. Morirá conmigo. Con mi muerte desaparecerá el crepúsculo, los niños, el potrero ardiente bajo el ocaso y, acaso, un resquicio de belleza se abrirá sobre mi tumba.

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