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Un acontecimiento fantástico

 MISA SOLEMNE DE INICIO DE PONTIFICADO DEL PAPA FRANCISCO

Samuel Avila*

La elección del nuevo Papa fue un acontecimiento fantástico, literalmente. Devolvió, a las comunidades que a través de la tradición y de las noticias cayeron bajo el influjo de su elección, a un mundo absolutamente mágico, a un mundo en donde a la magia se le llama milagro. El milagro es la capacidad, sobre todo de los espíritus de los santos y santas, de actuar a distancia, de ejercer transformaciones sobre las vidas de los seres humanos. La creencia en otra esfera simbólica y cosmológica en la que habitan seres que fueron humanos y a quienes se les adjudica la intervención en los asuntos terrenales es una hermosa fantasía, para que la agobiante posibilidad del existencialismo, el temor a la muerte, para mil doscientos millones de personas, sea doblegada. El ritual para la elección del nuevo Papa buscaba renovar la creencia en la mente de quienes así lo necesitasen de que la existencia de Dios es real. Su medio de representación, el Espíritu Santo, se convirtió en la inspiración de 115 cardenales, hombres que tiempo atrás decidieron que sus vidas estarían lejos de las emociones y complicaciones del amor físico provenientes de lo femenino. Como hombres, según su ley, eso es lo único que biológica y culturalmente debería haberles atraído, en el caso de no haberse convertido en lo que son. Que solo 115 hombres fueran los encargados de elegir entre ellos al nuevo Papa, de entre los 400 mil sacerdotes que hoy hacen parte de la iglesia, habla de los sujetos especiales que son. Ellos –es lo que dice su título de cardenales- se habían dedicado con mayor fervor a alabar a Dios, y Dios los había premiado con una vida larga y saludable, y con el honor de tener las mayores responsabilidades en las batallas por la evangelización.

Cuando se observa de nuevo el rito que precedió al cónclave que eligió a Francisco, se entiende que el rito estaba allí enfocado, con ayuda de los medios audiovisuales, en afirmar la fe de los creyentes en esa realidad que habita el espacio exterior, junto con las galaxias y las otras posibilidades de vida. La misa de invocación al Espíritu Santo se convirtió en una de las más importantes celebrada en los últimos años en el mundo cristiano, por la concentración del poder espiritual humano en el acto de llamar, desde el último lugar del universo, el poder decisorio de Dios. Luego, la marcha lenta de los purpurados que hacían eco del ora pro nobis, con sus cartillas abiertas, avanzando por un camino que, desde la Basílica de San Pedro, los iba a comunicar con el cielo imaginado donde tendría lugar el cónclave. Los bordes de ese camino eran las paredes que cientos de años atrás la inteligencia cristiana transformó en divinas, porque los destacados artistas del Renacimiento pintaron los más inquietantes dramas de los habitantes míticos del cielo y del infierno. El conjunto de misa, poder, marcha y canto, estuvo enmarcado entonces por un fondo de colores vivos dado por la complejidad de los vestuarios, por los frescos, por el decorado de los pisos y columnas. El tránsito de los cardenales hasta el lugar en que ocurriría la votación fue, poco a poco, generando la inquietud por la cercanía del misterio, por la segura presencia de un Espíritu, Santo, allí. Finalmente, la capilla Sixtina pasó a ser a un paisaje que no era de la Tierra.

El misterio tomó forma del todo cuando la enorme puerta fue cerrada y se pronunció la frase en latín del todos fuera. Cuando esa puerta se cerró, cuando el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias se acercó dramáticamente a la puerta y nos la cerró a todos en nuestra cara, nos recordó que como humanos teníamos que aceptar ese acto descortés por parte de aquellos a quienes momentáneamente un pedazo de cielo, secreto, se les había abierto. Para que el efecto fuera total, la cámara de video ante la puerta cerrada se elevó mostrándonos el muro para llegar a las ventanas más altas de la capilla, hasta desenfocarse con el brillo grisáceo de la atmosfera. La imagen que siguió, el conjunto de edificios que conforman el Vaticano, y en uno de los techos la chimenea, hizo del cónclave un evento suspendido en el tiempo y en el espacio. ¿Cómo no imaginar qué hicieron y pensaron estos seres humanos, esa tarde y la noche del martes, bajo el influjo del Espíritu Santo? No en vano un catedrático de teología, citado por Juan Arias en El País, de España, dijo en broma que la condición más importante que debía tener el nuevo papa, independientemente de que fuera italiano, brasilero o argentino, era que creyese en Dios. Fue fantástico.

 

*Doctorando en Antropología Universidad de los Andes

 

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