El Magazín

Publicado el elmagazin

Un 32 de enero

El caminante
El Caminante

Fernando Araújo Vélez

Falló a una cita. Falló a otra cita. Los trancones de Honk Kong, la lluvia, los cambios de horarios, las prisas o las lentitudes. Angustiada, pues una cita en China podía no repetirse, se sentó en una especie de cafetería para ver pasar a los chinos. Altos, bajos, coloridos, magros, inocentes, austeros o místicos, más silenciosos que parlanchines. Pasaban. Caminaban, cada uno hacia un destino que a ella se le había enredado. Se iban y desaparecían, pero jamás se extinguían. Parecían el carrusel del eterno retorno.

No supo cuántos cafés se tomó ni cuánto tiempo transcurrió, pero ya anochecía cuando decidió regresar a su casa. Quiso mirar la hora, pero no tenía reloj. Hacía tres días que lo había refundido por ahí. Buscó la hora en alguna pared. Nada. Le hizo señas al mesero, pero el mesero no le entendió. Trató de mirar los relojes del carrusel que, a esa hora, se había multiplicado, aunque eso pareciera imposible. Y otra nada. Y otra decepción. Y otro gesto de impotencia, y otra rabia y más impotencia. Cansada, vencida, decidió que iría a comprar un maldito reloj en un remedo de centro comercial que había visto cerca de ahí.

Anduvo a contracorriente doscientos metros y se metió casi a los empellones en aquel mercado de baratijas con sellos de lujo. Cuando divisó la vitrina de los relojes, se abalanzó sobre ella con uñas, manos y dientes. Mitad en inglés, mitad en señas con algunas palabras en mandarín, le explicó al dependiente que necesitaba un reloj. No era tan complicado. El vendedor le mostró varios. Cartier, Omega, Patek Phillipe, y le señaló que costaban 50 dólares. Cualquiera a 50. Ella se llevó un Omega. Camino de su casa puso la hora, 6 y 25, y organizó el calendario. Era dos de febrero, pero el reloj marcaba 28 de enero. Pasó del 28 al 29, del 29 al 30, del 30 al 31, y del 31 al 32, y del 32 al 33. Abrió los ojos. Gritó. Corrió de nuevo en contravía. Soportó los empujones y los insultos discretos, hasta que encontró a su tendero. Le arrojó su compra sobre el mostrador. Le dijo que era un farsante, que la había engañado, que era un timador. ¿Por qué?, preguntó el señor en su precario inglés. Porque ningún mes tiene 32 días, impostor. ¡Ahhh!, exclamó el hombre. Entonces le entregó un nuevo reloj y guardó el otro en la vitrina, con fecha de 32 de enero de cualquier año a las 6 y 25.

Comentarios