El Magazín

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Tres insectos comunes

 

Lattice, Flickr, Todd Huffman
Lattice, Flickr, Todd Huffman

 

John F. Galindo *

1. Una bolsa repleta de moscas
La vieja se escondió detrás de la ventana como un títere asustado. Nadie en el pueblo daba razón de nada. Un gordo sin camisa, con una cicatriz que parecía un ciempiés rosado subiendo por su pecho fue el único que dijo algo. 
 -Debería irse antes de que lo jodan- eso fue todo. No podía ser de otra forma. 

Me senté en la acera. Un charco de gasolina formaba un espeso arco iris en el que una cucaracha naufragaba patas arriba. La empujé con un palo y dio vueltas en círculo. Esta vez, la vieja abrió la puerta y me llamó con una voz que casi no se escuchaba. Me invitó a pasar y dijo que lo hacía porque podía adivinar lo que pensaban las personas con sólo olerlas. Me señaló una habitación oscura al final de un pasillo. Siga, dijo. No había casi nada, salvo una cama, varias revistas desparramadas por ahí y unas cuantas fotos pegadas a la pared. En una de ellas, una niña de ojos azules sostenía ante la cámara una bolsa repleta de moscas; en otra, ella misma un poco más grande, señalaba sorprendida la oscura barba de abejas que cubría mi cara. Miré por la ventana, tomé una revista cualquiera y leí algo sobre el olor de las hormigas. A pesar del calor yo aún olía bien. Cuando salí, la noche ya estaba encima. 
-Tenga cuidado que por aquí es peligroso – murmuró la vieja. Pero eso ya no importaba. La tristeza era ahora una montaña que me oprimía el pecho. Encendí un cigarrillo y caminé en medio de la oscuridad hasta que fui sólo un punto a lo lejos y luego nada.
 
2. Una barba de abejas
Don Gregorio Zafra despertó como de costumbre a las cuatro y media. Preparó café. Dio de comer a los animales. Se vistió con su traje que simulaba un extraño ser de otro planeta y se puso en la tarea de recoger la miel de sus colmenas. Lo de siempre. A eso de las diez, una pareja llegó hasta su puerta. Ella era alta y hermosa, tenía los ojos azules y un acento que dejaba claro que no era de aquí. Él tipo olía bien, aunque por lo que pudo ver tenía los dedos amarillos, vueltos mierda de tanto fumar. Venían a ver las abejas y a sacar fotos. Probaron la miel y compraron unos cuantos frascos. Sin decir nada el tipo se quitó la camisa, se untó algo en la cara y enseguida una espesa nata de abejas le cubrió el rostro. Don Gregorio no se sorprendió. No era la primera vez que veía eso. Incluso la gringa le pidió el favor de que les tomara una foto.  -Oprima el botón grande- dijo, mientras sonreía señalando al tipo que olía bien y a su enorme barba que ahora le llegaba hasta el pecho.  Eso fue todo. Pagaron y se fueron. Sin embargo, mientras los veía alejarse, don Gregorio Zafra tuvo una extraña visión. Se vio volando, como una de sus abejas, frente a la mujer que esta vez leía una revista con sus enormes ojos azules. Las letras parecían una procesión de hormigas que caminaban como queriendo decirle algo. Todo hubiera acabado bien de no haber sido porque, en su fantasía, don Gregorio Zafra terminaba derribado por el golpe seco de la revista. Al volver en sí, la pareja ya no estaba. Demasiado café pensó. Luego se olió las manos, se miró los dedos, encendió un cigarrillo y se sintió completamente solo, como si no hubiera hecho otra cosa en la vida.
 
3. El olor de las hormigas
A la edad aproximada de 13 años, Valerie Lorimer tuvo un sueño recurrente durante varias semanas. Soñaba que estaba en una librería, tratando de encontrar un número perdido de la American Entomologist Magazine. El número en cuestión contenía una extraña teoría acerca del olor de las hormigas. A medida que el sueño persistía, la pila de revistas en las que buscaba era cada vez más pequeña, pero nunca llegaba a la última. El sueño concluía cuando su madre la despertaba para ir al colegio. Sin embargo, años después y muy lejos de casa, soñó nuevamente. Esta vez, pudo llegar al final. La revista  contenía en su interior un extenso artículo en el que se planteaba un complicado algoritmo inspirado en el comportamiento  que presentan las hormigas para fijar trayectorias sin extraviarse, guiadas simplemente, por el olor que dejan en el camino. El artículo señalaba además, que dicho rastro obedecía a que cada hormiga sobre la tierra era un símbolo que, al ser ubicado en el orden correcto, descifraría un infinito código donde podrían leerse todos los secretos del universo. Esta vez, fue la dueña  de la casa donde se hospedaba la que interrumpió su sueño.  
–El desayuno está servido- dijo la voz detrás de la puerta apolillada. 
Enseguida y poseída por un estado de excitación parecido a la locura, Valerie Lorimer saltó de la cama, tomó su cámara fotográfica y salió sin decir nada. Los campesinos que la vieron dijeron que iba feliz, aspirando el aire puro de la mañana, mientras apuntaba con su cámara hacia el suelo amarillo plagado de hormigas. Nadie la volvió a ver nunca.

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(*) Colaborador. Bucaramanga 1978. Estudió Literatura en la Universidad Industrial de Santander. En el 2006 ganó el XIX Concurso Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia , en el 2007  consiguió el VI Premio de Impulso a la Joven Poesía Colombiana y en el 2008 recibió la Mención de Honor en la Segunda Bienal Nacional de Poesía Julio Flórez . Ha publicado cuentos, poemas y antologías.

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