Socorro Ariza (*)
Un segundo antes de que el despertador sonará, ella escuchó en sueños una voz que le decía, Si no te apuras te va a dejar el tren. Era la frase que repetían los vecinos cuando la veían pasar del brazo de su novio eterno, Está medio quedada, agregaban sarcásticos los escuchas, ¿El tren a dónde? preguntaba ella, tan feliz como inocente. Aquel amanecer, en un instantón, alcanzó a divisar en su sueño la respuesta: TREN AL CIELO.
Despertó con una angustia en la boca del estómago, y se levantó con la pata izquierda. Tratando de entender cuál era el mensaje escondido en aquel extraño sueño le fue difícil concentrarse en las labores normales que realizaba cada mañana antes de ir a la estación de Atocha a tomar el tren de las 7:39: abrió el grifo de la ducha y, sin palpar la temperatura del agua, se pringó el cuerpo. En vez de ponerle azúcar al cafe negro le puso dos cucharaditas de sal y, para remate, se quemó la lengua. Olvidó que la noche anterior le había cambiado la temperatura al microondas y las tajadas de pan no salieron tostadas sino carbonizadas; trabajo le costó deshacerse de la humareda y, por último, el secador de pelo se negó a prender y tuvo que improvisar peinado. Con tanto acontecimiento inesperado se le hizo tarde: perdió el tren y, con él, perdió su cielo… En el penúltimo vágon venía sentado, como cada jueves, su amante eterno.
* Colaboradora de El Magazín, radicada en Utrecht, Holanda